¿Quién ocupará el vacío de poder en Asia central?
La guerra de Ucrania ha ofrecido a las exrepúblicas soviéticas de Asia central una valiosa oportunidad para perseguir su propia agenda y disminuir su dependencia de Rusia.
“Queremos ser respetados”. Con estas palabras abroncó a Putin su homólogo tayiko, Emomalí Rahmon, el pasado mes de octubre durante la cumbre Rusia-Asia Central.
“No queremos vuestro dinero —continuó—, queremos que nos respetéis como nos merecemos. Albergamos vuestras bases militares, hacemos todo lo que nos pedís, tratamos de ser lo que queráis que seamos, socios estratégicos. ¡Pero nunca se nos trata como socios estratégicos!”.
Sorprendentes por su inusual claridad, estas palabras podrían reflejar el inicio de un cambio de paradigma que puede redefiniría los equilibrios de poder en la región. Desde la caída de la Unión Soviética, Rusia ha venido actuando como garante de la seguridad y estabilidad de los países de Asia central (Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán) y parte del Cáucaso.
Enmarcados por Rusia en el espacio de su esfera de influencia, en la práctica el Kremlin siempre ha aplicado a su patio trasero la doctrina de la soberanía limitada, aunque tradicionalmente con la connivencia de las élites y autoridades locales.
Pero tras la invasión rusa de Ucrania, la dependencia de estas exrepúblicas soviéticas hacia su vecino del norte se ha convertido en un factor de riesgo. La agresión de Putin contra Kiev, que ha desatado la única guerra de conquista en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial, ha hecho temer a sus socios regionales por su propia integridad territorial.
En este sentido, la anexión ilegal de cuatro regiones ucranianas —Donestk, Lugansk, Jersón y Zaporiya— fue contestada con un elocuente silencio por parte de los países de Asia central, pese a los esfuerzos de Putin por refugiarse en sus aliados postsoviéticos.
Algunos fueron incluso más allá. El Ministro de Exteriores de Kazajistán, país que comparte con Rusia la segunda frontera internacional más grande del mundo, dejó claro que "Kazajistán parte de los principios de integridad territorial de los Estados, su equivalencia soberana y coexistencia pacífica”, en una postura que contrasta con la adoptada tras la ocupación rusa de Crimea en 2014.
"La UE debería aumentar su presencia en Asia central, con una estrategia de poder blando para hacer frente a sus competidores estratégicos"
Ciertamente, Kazajistán tiene motivos para estar preocupado. El llamamiento de Putin a los habitantes rusoparlantes de Ucrania a “volver a su verdadera patria histórica” puede ser igualmente aplicado a Kazajistán, donde viven casi 3,8 millones de rusos (más de un 20% de la población total), especialmente en las regiones fronterizas. Y su postura no ha gustado en Moscú: “El siguiente problema es Kazajistán porque puede empezar el mismo proceso nazi que en Ucrania”, afirmó en noviembre un analista en el conocido programa Evening with Vladimir Solovyov, en la televisión pública rusa.
El contraste es llamativo. Tan sólo unos meses atrás Rusia intervenía militarmente en Astaná para sofocar las protestas que amenazaban con tumbar al régimen.
Pero aún si estos hechos apuntan a un cambio de equilibrios en la región, no se espera una ruptura total entre Rusia y Asia central a corto o medio plazo. Las exrepúblicas soviéticas siguen siendo dependientes de Rusia en áreas importantes, lo que mantendrá el estatus de socio estratégico.
En cualquier caso, el nuevo equilibrio que surja de la pérdida de influencia rusa no se construiría solo. Y existen otros competidores fuertes que no dudarán en aprovechar la situación para ampliar sus esferas de influencia.
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Este escenario plantea una pregunta importante: ¿quién ocupará el vacío de poder que deje Rusia en Asia central? Algunos analistas apuntan a Turquía, una potencia regional con la que tres de ellos comparten la Organización de Estados Turcos. Y, sobre todo, China, que ha intensificado enormemente su papel en la zona durante los últimos años.
El pasado octubre, por ejemplo, Kirguistán canceló los ejercicios militares dirigidos por Rusia que debía llevar a cabo la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (CSTO). Mientras, la cooperación militar entre Tayikistán y China se ha venido reforzando durante los últimos años.
También la Unión Europea ha intensificado su presencia en la región. El pasado mes de noviembre, el Alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, visitó Samarcanda en el marco del proyecto europeo Global Gateway. Allí reconoció que los países de Asia Central buscan diversificar sus asociaciones, procurando una mayor participación de un Unión, que ya es el mayor socio comercial de la región.
Pero es mucho más lo que se puede hacer. En este sentido, la Unión Europea debería incrementar su presencia en Asia central, desplegando un enfoque asertivo en todas las direcciones, que incluya una estrategia de poder blando para aumentar su influencia y hacer frente a sus competidores estratégicos.
*** Diego Martínez es jurista y periodista.