El pasado jueves, mi gran amigo Ángel Allué, presintiendo ya la inminencia de su muerte, me pidió que hablará en su funeral, que él mismo planificó hasta el último detalle con una impactante entereza.

En la madrugada del domingo, falleció rodeado de sus seres queridos.

Inspector de Trabajo y ex director general de Comercio y de Trabajo, tenía 67 años y era uno de los mayores expertos en Derecho laboral de España y un extraordinario servidor público. Hoy le hemos despedido en el Tanatorio de la Paz de Tres Cantos.

El texto que se reproduce a continuación (mis palabras en su funeral) quiere ser un homenaje a un gran amigo y estrecho colaborador. Quiero dedicárselas a su memoria, a su esposa, Cristina, y a su hijo, Alfonso.

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Querida Cristina, querido Alfonso, queridos Alfredo y José Ramón, amigas y amigos:

Perdonadme que lea estas palabras, porque no me gustaría que la emoción o la falta de memoria me impidan reproducir los versos que he seleccionado para honrar el recuerdo de Ángel. Ya sabéis que Ángel era un gran lector y sé que le hubiera gustado que lo despidamos con algunos versos de sus poetas preferidos. 

"Para todos tiene la muerte una mirada", escribió Cesare Pavese. El jueves, cuando visité a Ángel en el hospital, pude ver esa mirada ya presente en sus ojos, en sus gestos, en sus palabras. Nuestro amigo sabía que se moría, y lo hacía con una entereza impactante.

Durante las horas que hemos pasado juntos desde que le diagnosticaron el cáncer que le ha arrebatado la vida, le he visto reír sobre su propia enfermedad, ironizar sobre su próxima muerte, sobreponerse al dolor para no incomodarnos, preocuparse como un joven por el futuro de la sociedad o, simplemente, comentar la actualidad como siempre sin dramatismo alguno.

Y sobre todo, antes de marcharse, quería dejarlo todo bien resuelto: cómo será este funeral, cómo será el futuro de su hijo (que era lo que más le preocupaba).

Ya sabéis que Ángel era una persona tranquila, metódica, ordenada. Como el reloj del ayuntamiento de una capital de provincias. Quiso que nos quedáramos a solas y, hablando con dificultad, me pidió que pronunciara unas palabras en este acto. Me dijo: "Tú hablaste en mi boda, quiero que hables también en mi funeral".

"La amistad borra el tiempo y así nos libera", escribió Octavio Paz. Es verdad, porque me parece que Ángel ha estado presente a lo largo de toda mi vida, igual que un hermano; me cuesta recordar una etapa de mi vida en la que Ángel no estuviera cerca, a mi lado.

Ambos nacimos en Valladolid. Él en una familia burguesa, su padre era abogado. Ya lo conté en su boda. Le conocí en el bar de la Facultad de Derecho en 1974. Me lo presentó Poto, su hermano. Me impresionó su aspecto: con gabardina, un paraguas y un perro. Era un personaje novelesco en aquel Valladolid de mediados de los 70.

Nuestra ciudad natal siempre ha estado muy presente en nuestras conversaciones, en nuestras vidas. Como escribió Góngora, "Valladolid, de lágrimas sois valle, y no quiero deciros quién las llora".

[Por cierto, no sé cómo lograba meter el perro en el bar de la Facultad].

"Pido que España expulse a esos demonios. Que la pobreza suba hasta el gobierno. Que sea el hombre el dueño de su historia", escribió Gil de Biedma. Esos demonios (la miseria, el atraso, los espadones, el clericalismo) preocuparon a Ángel cuando aún era muy joven y despertaron su vocación política.

Ángel fue uno de esos jóvenes españoles que cruzaron la frontera rumbo a Lisboa para asistir al cambio democrático, para ver con sus propios ojos el fervor popular y festivo de la Revolución de los Claveles. Ángel supo asumir su compromiso hasta las últimas consecuencias, luchó por la democracia y sufrió la represión. Muchos han presumido de ello sin ser cierto y él rara veces hablaba de ello.

"Para los que luchan siempre se hace corto el tiempo", escribió Martí i Pol. Y llegó la democracia y, después de dos años ejerciendo de abogado laboralista en Valladolid, Ángel se convirtió en inspector de Trabajo, uno de los cuerpos administrativos más comprometidos socialmente.

Agente de autoridad, como le gustaba recordar a él, sin ocultar el orgullo que sentía por su profesión. Los empresarios tenían que acatar sus órdenes, siempre en defensa del cumplimiento de la normativa laboral. Ángel era un funcionario y un inspector de trabajo vocacional. De hecho, el breve periodo que estuvo en la empresa privada no le hizo feliz y, a pesar de que su sueldo menguó, volvió enseguida al servicio público.

En 1993 el ministro Javier Gómez Navarro me confió la Dirección General de Comercio Interior e, inmediatamente, pensé en Ángel para que trabajáramos juntos y me ayudara a entender las dinámicas de la Administración. Juntos hicimos la Ley de Comercio. Ángel se convirtió en un auténtico experto en comercio y volvió a este cargo, en este caso como director general, con el ministro Miguel Sebastián, en la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero.

"Converso con el hombre que siempre va conmigo", escribió Antonio Machado. Ángel, que también tenía "en sus venas gotas de sangre jacobina", era una persona reflexiva, que disfrutaba de la soledad y del pensamiento profundo.

Pero como amigo y compañero, le recuerdo sobre todo como un gran conversador social, como un hombre con chispa, capaz de hacerte reír con su agudeza, con su finura. Había pocas cosas a las que Ángel no supiera sacarle un lado cómico. Y como pasó con su propia muerte, nuestro amigo se tomaba las cosas tan en serio que sabía que para soportarlas siempre resulta necesario un poco de buen humor.  

"Todos los hombres mueren de su propia muerte", escribió Wallace Stevens. Ángel ha tenido la fortuna de tener también su propia vida, de dejar su propia huella. Le recordaremos como lo que fue: un padre cariñoso, un marido enamorado, un ciudadano comprometido, un probo funcionario, y para mí el mejor, el más leal de los amigos.

Estoy seguro de que cuando Ángel me pidió que pronunciara hoy unas palabras, como me pidió que hablara en su boda, quería que le dedicara un poema a Cristina, y he elegido un fragmento de este poema de Gil de Biedma que muchos reconoceréis:

La vida a veces es tan breve y tan completa que un minuto —cuando me dejo y tú te dejas— va más aprisa y dura mucho. 

La vida a veces es más rica. Y nos convida a los dos juntos a su palacio, entre semana, o los domingos a dar tumbos.

La vida entonces, ya se cuenta por unidades de amor tuyo, tan diminutas que se olvidan en lo feliz, en lo confuso.

*** Ángel Allué falleció el 5 de febrero en Madrid, a los 67 años.