A menudo pensamos que sólo España afronta los traumas del pasado con frecuencia, con mayor o menor vehemencia, con mayor o menor interés partidista. Pero vale la pena contar el caso de Polonia. Porque es, probablemente, la mayor víctima de la Segunda Guerra Mundial. Fue torturada por la maquinaria atroz de la Alemania nazi. Y fue sometida a continuación y durante décadas por el totalitarismo soviético, que encontró en Varsovia uno de los satélites más útiles para Moscú.

Del futuro de Polonia nos ocuparemos en otro episodio, con toda seguridad. Podremos hablar de su impresionante inversión en Defensa, de su valor estratégico para los Estados Unidos, de sus planes para Europa, de su preocupación ante el regreso de la furia rusa. Pero, en esta ocasión, abordaremos ciertas cuitas internas. Porque las heridas del nazismo no han sanado. Muchos polacos sienten que no han sido compensados por tanto dolor. Y, sobre todo, por haberles arrebatado un futuro más próspero.

De ahí que Polonia iniciara un proceso para que Alemania asuma las reparaciones de guerra, por un importe cercano a los 1,3 billones de euros, y compense al pueblo vecino por una destrucción sin límites, como explicó el primer ministro Mateusz Morawiecki en este diario.

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