El invitado de este episodio es Miguel Roán. Roán es uno de los politólogos españoles que mejor conoce los Balcanes, a los que lleva dedicando más de 15 de años de estancias y estudios. Esta pasión y curiosidad, finalmente consolidada en conocimiento, se comprueba en sus análisis políticos y culturales, en Balcanismos y en su último libro, Belgrado brut. Crónica íntima de la ciudad blanca (Báltica Editorial).
En esta ocasión, contacté con Roán para comprender lo que está sucediendo en Kosovo, una república limítrofe al sur con Albania y al noreste con Serbia. Esto es importante. En 2008, Kosovo declaró unilateralmente su independencia de Serbia. Pero más de la mitad de los países de las Naciones Unidas no reconocen su independencia. Entre ellos España y, por supuesto, Serbia. Pese a ser una nación de mayoría albanesa, en el norte de Kosovo habita la mayor parte de una minoría serbia que tampoco reconoce esa independencia y que, por tanto, defiende vivir en Serbia.
Hace un año, la imposición del Gobierno de Kosovo a sus ciudadanos serbokosovares de llevar matrículas kosovares en lugar de serbias desató una importante crisis. Ahora, la tensión regresa por las elecciones en cuatro municipios en el norte de Kosovo, donde el principal partido de los serbokosovares trató de sabotear el proceso. Lo que ha derivado en que en Zvecan, por ejemplo, pretenda gobernar con cien votos la opción de los albanokosovares en una comunidad de algo más de 15.000 serbokosovares. Como apunte: la Unión Europea ha pedido la repetición de esos comicios.
Los disturbios han dejado decenas de militares de la misión de la OTAN heridos. Y como siempre que crece la tensión en los Balcanes, revive el pesimismo: ¿corremos el riesgo de que la violencia escale? ¿Hay formas de espantar, para siempre, los fantasmas de la guerra?
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