Iglesias abolido, Mohamed VI enfermo y el adiós de Benzema
Pablo Iglesias, Mohamed VI, Karim Benzema y Ana Obregón; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.
Pablo Iglesias Turrión
Lo recuerdo bien. Era una noche corta con olor a primavera reciente. La ciudad se recogía destemplada y el bullicio joven vibraba en Sol, donde el 15-M echaba a andar metido en jaimas con lo más florido del campus: Juan Carlos Monedero, Pablo Iglesias, Verstrynge y hasta algunos cátedros de barba blanca y ciento cincuenta años a las espaldas. Me lo había contado Marta Casaus, que sabía un huevo de esos temas desde que entró en la Universidad y aprendió a tutearse con la movida estructuralista. Ella era así. Parecía recién llegada de Berkeley.
Aquella noche Raúl me sugirió que bajáramos por la Red de San Luis hasta Puerta del Sol, y así lo hicimos. Paseaba él con las manos en los bolsillos arrastrando cierta pereza de ánimo y mirando a todas partes con curiosidad nerviosa. Pero se cansó enseguida porque el relente se apoderaba poco a poco de la atmósfera y tirando de mí, dijo: "Vámonos".
De aquello han pasado doce años, tiempo suficiente para salir de las jaimas y ocupar el Parlamento. Estaba naciendo la marca Podemos, y quizás alguna más, porque a siglas no nos ganaba nadie.
Al cabo de los años, hoy como quien dice, reina Sumar, un conglomerado que capitanea Yolanda Diaz, nuestra más reciente fundadora de partidos. En realidad el proceso fue muy duro: Pablo lanzó a Yolanda y después la repudió, por "cuqui". Ahora son enemigos íntimos.
Una ventolera maldita se llevó incluso al propio Pablo, que en mayo de 2021 lo dejó todo para ir a la guerra con Ayuso en la primera convocatoria de elecciones que le salió al paso. Pablo salió desplumado y tuvo que abandonar precipitadamente su carrera política para refugiarse en un chiringuito televisivo. Hoy, a 11 de junio de 2023, lo que queda de su obra predilecta, Podemos, es un grupo residual representado por Irene Montero, Ione Belarra, Echenique y pare de contar. El Movimiento Sumar se lo ha comido todo y las jaimas del 15-M se han quedado vacías.
Mohamed VI
Me ha puesto los pelos de punta la foto en la que el rey de Marruecos aparece rodeado de algunos miembros de su Gobierno y no para de saludar a unos y otros. Está irreconocible. Su delgadez es extrema: ha perdido bastantes kilos (tres tallas, por lo menos) y según los médicos padece una enfermedad llamada "sarcoidosis". Afecta a los pulmones, el riñón, el hígado, la piel, el corazón y el sistema linfático, aunque puede producir síntomas de todo tipo, como la fatiga, el dolor de articulaciones, la dificultad respiratoria, la tos o las afectaciones en el sistema nervioso, etcétera.
Desde que la foto del monarca enfermo ha dado la vuelta al mundo, Marruecos no deja hacer cábalas sobre el futuro del monarca, llegando incluso a comentar su sucesión en el trono. Una terrible papeleta para el joven Moulay Al Hassan, que tiene 20 años recién cumplidos. Menudo papelón le ha tocado.
En cierta ocasión vi de cerca al Rey. Sucedió en Tánger, un viernes a la hora del rezo, cuando la ciudad cierra sus negocios y corre enloquecida hacia la mezquita. Mohamed VI bajaba de su despacho de Marxan en un automóvil de cristales ahumados, rodeado de su aparato de seguridad. Al llegar al cruce de Boulevard Pasteur con Libertad, su coche redujo la marcha y por un momento dio la impresión de que el chofer, obedeciendo tal vez una orden del monarca, bajó los cristales de las ventanillas traseras y el Rey, con manos suaves y redonditas, saludó a la multitud que pasaba a uno y otro lado del automóvil.
[El plan de Marruecos para coronar a Moulay Hassan ante los rumores de la mala salud de Mohamed VI]
Algunos peatones nos vimos atrapados en mitad de un paso cebra, como si alguien nos hubiera clavado los pies al suelo. Permanecimos ahí quietos como estatuas, hasta que el coche de SM (Su Majestad, se entiende) reanudó poco a poco la marcha, en dirección a la mezquita. Como digo, fue la primera y única vez que vi de cerca al rey vecino. Tampoco es habitual verlo por Tánger. Y cuando está, se sabe porque la ciudad se llena de banderas.
Tras la muerte de Hasan II, padre, el nuevo Rey se aficionó a las ciudades del Norte, sobre todo en verano. Le gustaban mucho los deportes náuticos y pasaba jornadas enteras en la playa del Hotel Le Mirage, donde también tenía un chalet-apeadero para cambiarse de bañador.
Cuando Mohamed VI se cansó de Tanger descubrió Tetuán. Actualmente lo alterna con Gabón, un país donde posee una villa de 3.000 metros cuadrados que le sirve de escondite. Allí pasa largas temporadas con amigos, empezando por el presidente Ali Bongo, que además de amistad le ofrece cobertura.
Cuando el Monarca regresa a Marruecos después de haber pasado una larga temporada en Gabon, los rumores lo invaden todo y al Rey no le queda más remedio que multiplicar su asistencia a los actos públicos para que se note que está en casa. A uno de esos actos pertenece la fotografía que tanto ha dado que hablar.
Karim Benzema
En la despedida del Real Madrid, Florentino Pérez trató al francés como a un hijo y en señal de agradecimiento Benzema le correspondió dibujando un rictus de emoción en los labios. Cuando los futbolistas se despiden de un club o terminan su carrera deportiva, siempre echan unas lágrimas. Un futbolista que no hace pucheros en el micrófono de la sala de prensa para despedirse de los periodistas no es futbolista ni es nada
En la carrera de un futbolista siempre hay un momento oportunísimo para llorar. Algunos lloran cuando ganan y otros cuando pierden o cuando meten goles, pero las situaciones más proclives al llanto son las que se producen en una final cuando el futbolista falla un penalti. En esos momentos el jugador se tapa la cabeza con la camiseta y evita dar la cara. Hacer el ridículo es casi llorar sangre. Ocurre cuando se falla un penalti. Los jugadores más avispados buscan consuelo huyendo despavoridos hacia los vestuarios.
Decía que a Benzema no lo vi llorar. No lo hizo delante de Florentino. Ni creo que lo hiciera en la intimidad al despedirse de Madrid, antes de aparecer en Arabia Saudí con un turbante en la cabeza. En su nuevo destino seguro que Benzema ya es otro. Más parecido a sí mismo. Al fin y al cabo siempre reconoció que, al ser musulmán, el cuerpo le pedía vivir en un país como Arabia Saudí. En este caso se lo pedía el alma. El alma agradecida a un escandaloso volquete de millones para su cuerpo libre de tatuajes. Mahoma los prohíbe terminantemente. Los tatuajes, no los millones, se entiende.
Ana Obregón
He aquí a la inmensa Ana Obregón, recién llegada de Miami con su hija Ana Sandra. Mejor dicho, con la hija de su hijo Aless, fallecido hace dos años de cáncer después de dejar en herencia el semen congelado al servicio del proyecto vital de la criatura que viene acunada por Obregón.
No todos los que cuentan la historia de Ana Sandra la cuentan bien. Yo misma, cuando intento situar en un árbol genealógico los distintos miembros de una familia me vuelvo tarumba. No les digo nada si además hay vientres de alquiler y primos que se cruzan en todas las direcciones. Trabajo habemus.
De Ana Sandra sabemos que nació por gestación subrogada. Su madre era un vientre de alquiler y su padre, el ya mencionado Aless, descendiente a su vez de Alessandro Lecquio, hijo de Sandra Torlonia y nieto de la infanta Beatriz, hermana mayor de don Juan de Borbón, el abuelo de Felipe VI. O sea, que el ramaje del árbol genealógico de Lecquio es un lío, a partir del parentesco con Alfonso XIII y Victoria Eugenia, abuelos del rey rmérito.
La historia de la niña recién nacida (hija, o nieta, o vaya usted a saber), fue presentada en sociedad al mismo tiempo que el libro El chico de las musarañas, editado por la fundación Aless Lecquio y escrito a varias manos: primero, las del propio Aless y luego las de Ana Obregón, las manos de "una madre con el corazón mutilado", que fue la frase enlatada con la que la actriz madrileña hizo frente a las críticas recibidas en una parte de la opinión pública. Críticas que ella ha recibido como "cosquillas" en el alma. Bien por Obregón.