La teoría de las cuadrillas: Sánchez y Feijóo preparan su chupinazo con los nacionalistas y Vox
En España existen dos bloques y el que pierda lo habrá hecho debido a una deflagración provocada por su extremo.
Ahora que me siento a escribir, me doy cuenta de que, justo antes de las elecciones generales, se cumplirán cien años de la primera visita de Ernesto a Pamplona. Fue en julio de 1923. De pronto escucharon la explosión de un cohete y la gente echó a correr.
Elizabeth, la primera de las cuatro esposas de Ernesto, preguntó a un chaval que pasaba por ahí: “¿Qué ha pasado?”. El pamplonés contestó con indiferencia: “Han soltado a los toros del corral para que vayan hasta la plaza”. Ella contestó alarmada: “¡Por qué lo han hecho!”.
Tenía razón misses Hemingway. Aquello era –y sigue siendo– una jodida locura. Los encierros forman parte de lo que Ernesto llamaba “veranos peligrosos”. Y los encierros, al fin y al cabo, son como las campañas electorales. Agresivos, imprevisibles, desaconsejables.
En medio de aquel tumulto, Ernesto trataba de obtener respuestas. Preguntaba a los autóctonos, a las cuadrillas, pero era difícil. En Pamplona, las cuadrillas son así: tienden al hermetismo y aceptan con severas dificultades a los agentes externos.
Esta semana han tenido mucha importancia las cuadrillas de Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, que son como las del norte de España: también cerradas, apenas varían desde su nacimiento. Pedro, nuestro Luis Miguel, está en el poder y su grupo ya lleva el nombre de esa calle junto a la plazuela de Sa José: "Salsipuedes". Feijóo, nuestro Ordóñez en plena escalada, está montando la suya con los mismos mimbres.
Escribo estas líneas un 23 de junio, cuando mi cuadrilla, la de Pamplona, está cerrando los flecos de su almuerzo de San Fermín. El Luisma, nuestro encargado, ha preparado una lista y las invitaciones sólo han llegado a quienes estrictamente pertenecemos al grupo. Si alguien pretende llevar a un extranjero, como sería el caso de Ernesto, debe escribirlo por el chat y cursar una invitación formal.
Sánchez ha sido mucho más previsor que nosotros. Ha cerrado su almuerzo con Bildu, Esquerra Republicana, Podemos, PNV y Junts con un montón de tiempo. Los electores saben que el presidente sólo podrá seguir siéndolo si realmente almuerza con toda la cuadrilla.
Feijóo tiene una cuadrilla más restringida, más vasca incluso. Son todo tíos. Cuando negocian, parecen un Ochote, uno de esos coros euskaldunes formados por ocho hombres. Es una cuadrilla más complicada, menos unida. Acaba de estrenarse con un gobierno de coalición en Valencia y duda si reunirse también en Baleares, Murcia y Aragón.
Me dicen distintos miembros de las direcciones de ambos partidos que exagero, que hay muchas diferencias de criterio entre Sánchez y los nacionalistas, entre Feijóo y Vox. Y es verdad, las hay. ¡Por eso son una cuadrilla! ¡Si yo dejara por escrito lo diferentes que somos en la mía!
Que se lo digan al Luisma. Unos quieren magras con tomate para el 6 de julio. Otros prefieren ajoarriero. Unos piden "un poquito de verde", otros son directamente veganos. El tinto, el blanco, el tinto de verano, la ginebra. Lo están volviendo loco al pobre Luisma. Pero el Luisma, cada 6 de julio, tiene el poder... gracias a la cuadrilla.
La supervivencia de las cuadrillas entraña un puñetero milagro. Algunos se caen bien, otros mal, unos son hermanos del alma, otros se envidian... Pero viven juntos. Gobiernan juntos. Las cuadrillas, parafraseando al prohibido José Antonio Primo de Rivera, son una "unidad de destino en lo universal".
He seguido de cerca a nuestros dos matadores esta semana. Cada vez es más costoso. Cuando me entran ganas de volarme la cabeza –por identificación con Ernesto, mi mentor–, sueño con que Pedro J. me paga como le pagaron a Hemingway las crónicas de la Guerra Civil: un dólar por palabra.
Basta con escucharles un minuto para darse cuenta de que estas elecciones las deciden las cuadrillas. Sánchez lanza sus mejores ataques hablando de Vox; y Feijóo lanza los suyos hablando de los nacionalistas. No se trata de hacer equidistancia –este es un debate muy bravo–, sino de constatar una realidad. En España existen dos bloques y el que pierda lo habrá hecho debido a una deflagración provocada por su extremo.
Esta semana ha sido más difícil seguir a Feijóo. Como no se pone de acuerdo con la cuadrilla, ha decidido torear un poco menos. Sólo ha participado en eventos bajo control absoluto. Toros afeitados. Que si una convención, que si una visita a una fundación… En todo momento, texto escrito. Ha habido algunas atenciones a medios, es cierto. Pero han sido lo que solemos llamar “canutazos”. Hay preguntas, pero es prácticamente imposible la repregunta, que es donde nacen las noticias.
Sánchez, empujado por la fuerza (inconsciencia) que da el ir perdiendo en las encuestas, ha continuado con su gira mediática. Hace las entrevistas que venía rechazando desde hace años. Visitó El Intermedio, un programa de línea izquierdista, pero cuyas bromas pueden meter en un lío a cualquiera. Sánchez sabe que sólo un lío puede salvarle. Luis Miguel también toreó aquel verano peligroso incluso lesionado.
Se lo dijo Wyoming: “Llevabas siete años sin venir. ¿Me echabas de menos o es que la cosa está muy malita?”. El presidente respondió con una broma y salió bien del paso. La prueba de fuego llegó cuando le preguntaron: “¿Qué lleva usted? ¿Tanga, slip o boxer?”. Contestó rápido: “¿Y si te dijera que no llevo nada de eso?”. Se rio y nos reímos, cosa que no suele suceder con Sánchez.
A veces les pasa a los guapos, que no saben reír con naturalidad. También a los que cambian continuamente de opinión. A Sánchez, como a Luis Miguel, le brota mejor el gesto “burlón”, pero en El Intermedio tuvo un par de detalles con los que nos mostró algo de humanidad.
Me lo contaba el otro día un ministro: “Vosotros os creéis que no le afecta eso que dicen de que no tiene empatía, de que sólo le mueve el poder. Sabe que existe esa percepción y está intentando trabajarlo”.
¿Y eso cómo se trabaja? “Yo le dije que tiene que ser como Rocky. Si te pegan y te duele, que se note que te duele. Si aciertas y ríes, que se note que estás contento. Si sangras, sudas y hueles, que se vea que sangras, sudas y hueles”.
Wyoming le leyó en El Intermedio todos esos motes nacidos de la presunta falta de empatía: “Perro Sánchez, su sanchidad”… Y también uno que le habían puesto ellos mismos en el programa: “Bizcochito”. Sánchez se quedó con bizcochito. Pobre Ernesto, menos mal que está muerto, le habrían entrado ganas de vomitar.
Esa entrevista, prevista en clave de humor, fue la mejor evidencia empírica de la teoría de las cuadrillas. Incluso en ese tono, Sánchez no dejó de hablar de Vox y de la extrema derecha.
Paralelamente, Feijóo empezaba su semana en un desayuno informativo de esos en donde casi nadie come. Es un lugar para ganar influencia en el poder empresarial, más que para ganar votantes. El titular que intentó colocar fue: “Revisaré una a una las leyes en las que el voto de Bildu fue decisivo”. Ya no era la ley. Era la cuadrilla.
Inexplicablemente, en un escenario a priori seguro, Feijóo justificó haber pactado con Vox en Valencia por tener allí Abascal un 12% de los votos. Dijo que le parecía excesivo hacerlo en Extremadura, donde sólo cuentan con un 8%. En Murcia y Baleares Vox obtuvo un 17% y un 14% respectivamente.
Si las matemáticas no me fallan, la regla con la que resbaló Feijóo obligaría al PP a meter a la cuadrilla también en los gobiernos murciano y balear. No entiendo bien por qué Feijóo habló de números. Cuando lo oí, reaccioné igual que misses Hemingway al conocer que habían soltado los toros: “¡Por qué lo ha hecho!”.
En campaña, los resbalones sólo se pueden tapar con excentricidades aún mayores. Días después, el PP convocó a los medios en una pista de voley-playa. De fondo, un cartón simulando el mar. “¡Por qué lo han hecho!”. Yo tampoco lo entiendo, misses Hemingway.
Feijóo envió al más guapo de los suyos –y al más centrado–, Borja Sémper, a descalzarse y a posar como un cantante de bachata. Es verdad que en Sémper el ridículo fue un poco menos ridículo. Si llega a posar el propio Feijóo, no sé qué habría pasado. La acción de campaña se tituló “Verano azul”, como aquella serie de los ochenta. Pusieron alrededor, para justificarlo, un montón de sombrillas… azules.
Este episodio termina de manera un tanto inesperada. No pensaba contar que, por razones de colesterol, me salté la dieta de Ernesto después de escribir. Compré unos fideos chinos con verduras. Baratos y rápidos. Cuando volvía a casa con ellos en una bolsa, me encontré con un ministro. No con uno cualquiera. Era uno de los que Woodward y Bernstein habrían llamado “hombres del presidente”.
Igual que yo, se estaba pasando la dieta de Hemingway por el forro. Salía de un acto en el Congreso y estaba tomando, en un bar, uno de esos platos fusión que mezclan cocina asiática con cocina peruana. Nos miramos algo sorprendidos. Yo, un tanto acongojado por mi bolsa de fideos. Él, quizá, porque a los ministros no les gusta que les vean comer.
“Vamos a ganar las elecciones”, me dijo. Y eso que era una conversación informal, no tenía necesidad de convencerme de nada. Charlamos un rato acerca de este verano peligroso que nos ha tocado en suerte. Y adivinen de quién me habló… de la cuadrilla. No de Feijóo, sino de Vox.
Yo le dije: “Imagino que estaréis encantados, ministro. Ahora, por fin, el PP de Feijóo ya ha pactado un gobierno con Vox. Tenéis una palanca de campaña”. Él no quiso hablar en términos tan cínicos, pero se puso muy serio y me advirtió de “los peligros de la ultraderecha”.
A mí las cuadrillas de Sánchez y Feijóo me importan un pimiento. Qué rica esa receta de bacalao con pimientos que aprendió Hemingway en Casa Marceliano, justo hace cien años, en Pamplona. A mí, como digo, ¡qué me importan las cuadrillas de los demás! Bastante tengo con la mía.
Todavía no le he dicho al Luisma si voy a poder ir a almorzar el 6 de julio. Me temo que no. Y lo peor va a ser cuando le diga que me borro por culpa de estas otras cuadrillas a las que me toca perseguir. Desde hoy, le rezo al santo morenico para que en el momento en que resuene el chupinazo no esté detrás de uno de estos dos matadores.