El Papa Francisco saluda a los jóvenes congregados durante la vigilia.

El Papa Francisco saluda a los jóvenes congregados durante la vigilia. Reuters

LA TRIBUNA

La JMJ: mucho más que una foto para Instagram

Aunque hay que dar una vuelta a la estructura de las JMJ, en Lisboa los participantes han experimentado que su condición de jóvenes no es incompatible con la de católicos.

7 agosto, 2023 02:42

"Ustedes, que están aquí, que han venido a encontrarse, a buscar el mensaje de Cristo, a buscar un sentido lindo a la vida, ¿esto se lo van a quedar para ustedes o lo van a llevar a los otros?".

Así se ha dirigido el papa Francisco este sábado al millón y medio de personas congregadas en la vigilia de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en Lisboa. "Repitamos todos juntos: ¡la alegría es misionera!".

Grupos de jóvenes, entre ellos españoles, en la JMJ de Lisboa.

Grupos de jóvenes, entre ellos españoles, en la JMJ de Lisboa. EFE Efe

Aludiendo a las "personas que fueron un rayo de luz" en sus vidas, como padres, abuelos, amigos, maestros, sacerdotes o religiosos, el pontífice ha alentado a los jóvenes a "caminar" y a llevar a otros "una alegría que cree raíces", conscientes de que el recorrido no siempre será fácil y de que aparecerán el cansancio o las ganas de tirar la toalla.

"¿Creen que una persona que cae en la vida, que tiene un fracaso, que incluso comete errores pesados, fuertes, ya está terminada? No. ¿Qué es lo que hay que hacer? Levantarse", ha aseverado, antes de subrayar que "la única situación en que es lícito mirar a una persona de arriba para abajo es para ayudar a levantarse".

Aunque, desde que firmó la exhortación apostólica Evangelii gaudium a los pocos meses de llegar a la silla de Pedro, Francisco ha realizado una y otra vez esta llamada a compartir con los demás "la alegría del Evangelio", en la JMJ se ha escuchado con una fuerza renovada. Lo ha hecho, fundamentalmente, porque la alegría era visible entre los miles y miles de jóvenes del mundo entero congregados en Lisboa tras días de misas, catequesis, adoraciones o confesiones. Pero también, días de intensa convivencia con otros chicos y chicas con el mismo credo.

Ha resonado, además, porque a los jóvenes les tocaba volver a sus casas. Y ahora, en su día a día, afrontan un reto mayúsculo: que la experiencia no quede en una historia de Instagram "que pasa y se va", en expresión del arzobispo de Madrid, el cardenal electo José Cobo.

Es cierto que estos encuentros multitudinarios tienen algo de exhibición de fuerza, de sacar pecho en una sociedad hipersecularizada. Pero lo central es que los creyentes se paran a rezar, a vivir su fe en comunidad. Y ven que no son unos bichos raros, sino parte de una gran familia en la que caben personas muy diferentes y distintos carismas.

"Antes de repartir carnés de buenos y malos creyentes, cada uno, con sus debilidades y faltas, debería preocuparse por cuidar su propio encuentro con Cristo"

Y a pesar de que hay que dar una vuelta a la estructura de las JMJ, es innegable que en Lisboa —igual que ocurrió antes en Santiago, Colonia, Madrid o Río, o igual que pasará en Seúl en 2027— los participantes han experimentado de primera mano que su condición de jóvenes es compatible con la de católicos. Que hay otras personas con sus miedos y dudas. Que son muchos los que tienen su mismo anhelo de sentido y que el Señor los acompaña.

En este contexto, aun siendo esperables, resultan tristes las simplificaciones y caricaturas aparecidas en medios de comunicación y redes sociales estos días. Por ejemplo, quienes han reducido toda referencia al vídeo de unos chavales gritando el nada oportuno "que te vote Txapote". Parecen desconocer el errático comportamiento del que a veces hacen gala los grupos —especialmente los de jóvenes—. Y, sobre todo, se han quedado con un anécdota y han pasado por alto todo lo bueno que estaba ocurriendo alrededor.

Quienes se han llevado las manos a la cabeza por el hecho de que los participantes en el encuentro conocieran y bailaran los últimos éxitos de reguetón, por su parte, quizá han confundido la JMJ con unos ejercicios espirituales. Y parecen desconocer que los jóvenes, por muy católicos que sean, siguen siendo jóvenes e hijos de su tiempo.

Precisamente, frente a esta tentación de construir una Iglesia que funciona como una fortaleza aislada del mundo, en varios momentos de la JMJ Francisco recordó que en ella hay lugar para todos. Y pidió "que no sea una aduana para seleccionar a quienes entran y no", sino una verdadera Madre.

"En la Iglesia ninguno sobra. Ninguno está de más. Hay espacio para todos. Así como somos. Todos. Y eso Jesús lo dice claramente. Cuando manda a los apóstoles a llamar para el banquete de ese señor que lo había preparado, dice: 'Vayan y traigan a todos', jóvenes y viejos, sanos, enfermos, justos y pecadores. ¡Todos, todos, todos! En la Iglesia hay lugar para todos", reiteró en su intervención en la ceremonia de acogida, que se viralizó rápidamente y enlaza con su constante invitación a construir un "hospital de campaña".

Esto no quiere decir que todo valga, sino que, antes de repartir carnés de buenos y malos creyentes, cada uno —con sus debilidades y faltas— debería preocuparse por cuidar su propio encuentro con Cristo y por las implicaciones que este tiene en su vida. Francisco sabe que aquel que conoce de verdad el amor transformador de Dios no tiene otra opción que compartirlo con los demás.

"Brillamos cuando, acogiendo a Jesús, aprendemos a amar como Él —ha predicado en la concurrida misa de despedida de la JMJ este domingo. Amar como Jesús, eso nos hace luminosos".

*** Rodrigo Pinedo ha sido director de Comunicación del Arzobispado de Madrid entre 2015 y 2023.

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