Cualquier cuestión que pretenda abordar algún asunto que concierna radicalmente al ser humano, a los seres humanos, se encuentra de bruces con la pregunta de ¿qué es lo que podemos hacer para que ocurra lo que queremos? Y esta afirmación está absolutamente llena de problemas. Para empezar, nos enfrenta a ¿qué es lo que queremos?
Cabe desatenderla y refugiarnos en una pormenorizada descripción de los objetivos que nos proponemos. Pero ¿quiénes nos proponemos esos objetivos? ¿Qué "nosotros" nos conmina a ello? ¿Quién es el sujeto que se propone objetivos, más allá de su ser individual?
Se requieren instituciones, comunidades, organizaciones y una cierta articulación que haga de esa pregunta una cuestión plural, incluso universal, algo así como un nosotros, sin embargo, cada día más desdibujado.
Naciones Unidas expresa institucionalmente la necesidad, la urgencia, de establecer caminos y vías que ha de desarrollar cada país. Con un supuesto previo, el de que hay algo común que no se reduce a los intereses particulares, porque responde a lo que hay de humano en ese nosotros y que no se limita a un simple querer.
En este sentido, hablamos de derechos humanos, inherentes y vinculados a un hacer, no sólo a un esperar o a un querer. Así que, al hablar seriamente de objetivos, no basta centrarse en qué es lo que nos proponemos, una vez que ha quedado claro que no es un simple querer individual, sino que los objetivos de desarrollo sostenible, lejos de ser una entonación entusiasta a un tiempo futuro y por venir, tienen que ver directamente con la cuestión de quiénes somos en este preciso momento de la historia (en palabras de Foucault).
¿A qué estamos dispuestos? Ignorar esta cuestión reduciría el asunto a debatir sobre qué esperamos y cómo será el mundo que viene. Y, sin embargo, no podemos eludir que depende en gran parte de lo que hagamos, de lo que haga ese nosotros al que nos referimos.
Lo que ha de sucedernos depende de lo que hagamos, pero no solo. Cuando el profesor Innerarity señala, por ejemplo, que "no podemos abordar el mundo digital con las categorías del mundo analógico", ahonda en este vértigo. No es ya sólo que resulta difícil pensar nuestro presente, es que podríamos carecer de los instrumentos mínimos para abordar lo que nos sucede, incluso lo que nos constituye.
"Sería injusto no reconocer el creciente papel de los actores económicos en la protección de los derechos humanos"
La ONU nos invoca a un trabajo de compromiso para la acción porque, más allá del mercado, del movimiento de capitales y de la fuerza de transformación que señalan las instituciones para el desarrollo económico, existe una dimensión ética del desarrollo y metas de alcance para no dejar a nadie atrás.
El reconocimiento y codificación de los derechos humanos hace ya 75 años, en el devastador contexto de posguerra, nos hizo reconocer desde un primer momento hasta qué punto la perplejidad no era simplemente un gesto diletante o un estado de ánimo, como resultado de un debate teórico.
Sería injusto no reconocer el creciente papel de los actores económicos en la protección de los derechos humanos. Pero, puesta la mirada en el asunto (de eso se trata en este observatorio, ya que no es cuestión sólo de ver, sino de participar e intervenir en ese hacer), hemos de preguntarnos acerca del compromiso de los actores globales y de la vinculación entre responsabilidad corporativa e inversión responsable, porque los objetivos no son sólo la tarea de los gobiernos, sino de la sociedad en su conjunto y en su concreción.
Si los objetivos tienen una aplicación universal y convocan a todos los países, y a cada una de las personas en tanto que son una formulación explícita de los derechos humanos, se precisa intensificar los esfuerzos para, como se dice, "poner fin a la pobreza en todas sus formas, reducir la desigualdad y luchar contra el cambio climático". El crecimiento económico, la inclusión social y la protección del medioambiente son la clave para el bienestar de las personas y de las sociedades.
"El crecimiento económico ha de acompañarse de la consideración de las necesidades sociales"
No son tres líneas, ni tres ámbitos de actuación indiferentes entre sí, sino elementos interrelacionados. No podrán abordarse en serio si no se comprende la matriz que los unifica y que nos convoca a adoptar medidas para promover la prosperidad y el bienestar, al tiempo que protegen el planeta. El crecimiento económico ha de acompañarse de la consideración de las necesidades sociales. Este crecimiento exige una economía con corazón, la inclusión social requiere la equidad y la protección del medioambiente conlleva, en definitiva, humanidad.
Los objetivos abrigan, bajo la palabra "prosperidad", una serie de estrategias para favorecerla, y así se citan explícitamente "la educación, la salud, la protección social y las oportunidades de empleo". Mientras, a la vez, insisto, a la vez, luchan contra el cambio climático y promueven la protección del medioambiente.
Si alguna palabra recoge bien cuanto venimos diciendo es exactamente "dignidad". Hay quienes no la pierden ni en situaciones extremas y se comportan y viven siempre con absoluta dignidad. Pero al verse afectada su libertad por la falta de oportunidades o posibilidades, puede llegarse al extremo de vivir en condiciones lamentables.
La dignidad está en el corazón de una adecuada prosperidad, y si se tiene en cuenta que el defensor del Pueblo es el alto comisionado de las Cortes Generales para la defensa de los derechos comprendidos en el Título Primero de la Constitución Española, que habla de los derechos y deberes fundamentales, entonces se produce el reencuentro de lo que hoy nos mueve a decir estas palabras. Precisamente, la dignidad de la persona es la cualidad propia de la condición humana, de la que emanan los derechos fundamentales que, junto al libre desarrollo de la personalidad, son inviolables e inalienables.
Hay una palabra que desvela con claridad la necesidad de la integridad y de la integración, como incorporación sin exclusiones, que constituye la raíz común del mundo y del ser humano. La palabra "educación".
No faltan quienes insisten en la necesidad de promover la educación en lo que llaman asuntos útiles. Ya estamos suficientemente prevenidos por el reciente Premio Princesa de Asturias, el profesor Nuccio Ordine, quien nos ha dejado en su magnífico manifiesto La utilidad de lo inútil una hermosa lección que brilla aún más si cabe tras su fallecimiento. El cultivo de la belleza, la extensión del conocimiento, la cura de las enfermedades y el alivio de los que sufren se encuentra con fanáticos que, al mismo tiempo, se dedican a difundir dolor, fealdad y sufrimiento.
Debemos señalar que la educación es el principal instrumento de movilidad social y la mejor ayuda para superar las dificultades económicas y sociales, factor clave para la convivencia y la democracia. Todo ello en un contexto de vulnerabilidades estructurales y previas, sometidas a la prueba de la calidad y robustez de los servicios públicos y de los sistemas de protección social. Los derechos han de estar vinculados a las condiciones de vida.
"Resulta elocuente que se asocie el acceso a la educación a la alfabetización básica para la educación universal, y a la igualdad en la Educación Primaria entre niños y niñas"
Si el objetivo 4 señala que se trata de "obtener una educación de calidad", ello obedece a que "es la base para mejorar la vida de las personas, así como para el desarrollo sostenible". Resulta elocuente que asocie el acceso a la educación a la alfabetización básica para la educación universal, y a la igualdad en la Educación Primaria entre niños y niñas. Así se evidencia cuál es el alcance y el sentido del término calidad en la caracterización de este objetivo. Empieza por ser una educación con equidad.
Dado que se educa por contagio y no sólo se educa en horario escolar, si de una u otra manera todo tiene repercusión educativa, si ni siquiera el cuidado de sí mismo es únicamente una tarea exclusivamente personal, si compartimos que la educación no se reduce a ser un mero aprendizaje, pronto comprendemos hasta qué punto estamos involucrados y concernidos en algo que desborda las imprescindibles aulas, incluso los imprescindibles entornos afectivos y familiares, hasta los imprescindibles contextos sociales y políticos. Pero esto no ha de ser una coartada ni una justificación para decir que la tarea es inabarcable y mostrar indiferencia frente al enorme desafío.
Antes de otras necesarias consideraciones sobre si la educación abre perspectivas a un mundo diferente y prepara para afrontarlo, hemos de tener presente dichas condiciones, que no pocas veces alcanzan a no tener escuela, ni energía eléctrica, ni salud, ni sanidad apropiadas, ni domicilios accesibles o bien condicionados, ni medios alternativos para una enseñanza y una educación convencionales, síntomas todos ellos de una fragilidad social, incluso de una enfermedad social.
No obstante, teniendo en cuenta que el conocimiento es el gran factor de cohesión, ninguna exclusión es mayor que la exclusión del conocimiento, nada nos esclaviza más que la ausencia de conocimiento.
Por eso, el conocimiento, la investigación, las ciencias, las artes, la cultura y la educación han de crecer estrechamente vinculados a los esfuerzos sociales, económicos y políticos: a las condiciones de quienes tratan de vivir y de trabajar juntos. Esa dimensión pública y estratégica de la dimensión social de la educación nos concierne singularmente. La escuela como espacio de hospitalidad sin distinciones ha de ser la mejor acogida a las singularidades, a la diferencia en la que consistimos, y a nuestra diversidad con igualdad de derechos. Una vez más, resulta pertinente no olvidar el derecho a la diferencia, sin diferencia de derechos.
No basta el permanente recurso verbal a la educación como un señuelo que resolverá todos los riesgos simplemente con una formación para integrarse o adaptarse dócilmente a sociedades cada vez más complejas. Esta invocación se diluye si no se adoptan las medidas presupuestarias, organizativas, curriculares y ejecutivas que son necesarias para hacer realidad la indiscutible prioridad de la educación como sector estratégico, fundamento para el progreso social e individual.
Nuevamente es importante recordar que la UNESCO defiende que la educación es un derecho humano fundamental, indisolublemente ligado al ejercicio de otros derechos, para lograr la paz, el desarrollo sostenible, la igualdad de género y la ciudadanía mundial responsable. La educación aparece así como un agente catalizador del desarrollo que contribuye de manera decisiva a reducir la desigualdad y la pobreza. En definitiva, señala Qian Tang, quien fue subdirector general de Educación de la UNESCO: "El desarrollo sostenible empieza con la educación".
Se trata de buscar acuerdos para movernos por objetivos educativos prioritarios, en el marco de los propuestos por Naciones Unidas, la UNESCO y la Unión Europea. Solo así cabe impulsar la eficiencia y el realismo sin reducir la mirada al ámbito de las peripecias políticamente domésticas.
Los éxitos alcanzados en los últimos 15 años, en lo que tiene que ver con la asistencia a la escuela primaria, o el número de adolescentes escolarizados, o el número de países que han logrado una mayor paridad en el género en la incorporación en la educación, son muy notables. Estos logros pueden servir de base y aliciente para proseguir, pero tampoco hemos de ignorar los millones de niños que en el mundo abandonan sus estudios antes de haber aprendido lo más elemental.
"Hemos de impulsar procesos y acciones para aumentar de forma considerable el número de docentes cualificados, mediante la cooperación internacional en las regiones que más lo necesitan"
Se requiere una respuesta y colaboración internacional, un compromiso colectivo, para garantizar acciones coordinadas que logren la continuidad de la asistencia a las aulas, en un mundo en el que más de la mitad de los niños y niñas que no están matriculados viven en el África subsahariana, y más del 50% en zonas afectadas por conflictos o desastres naturales que impactan más a las poblaciones vulnerables (Marruecos y Libia). Y hemos de impulsar procesos y acciones para aumentar de forma considerable el número de docentes cualificados, mediante la cooperación internacional en las regiones que más lo necesitan.
También en España, mientras nos cuestionamos la incidencia de las nuevas tecnologías o el alcance de la formación cualificada y profesional, o la importancia de la relación personal insustituible de lo presencial; mientras valoramos el esfuerzo realizado en tantos ámbitos para dar respuesta a tan complicada coyuntura; mientras reclamamos mayor innovación educativa; mientras alumbramos nuevas posibilidades; convivimos en algunos ámbitos con deficiencias estructurales en instalaciones escolares, con dificultades para acceder a determinados centros, con complicaciones para obtener becas y ayudas, y con problemas relativos a la prestación de servicios complementarios, como el transporte y el comedor escolar.
Y, en ocasiones, con falta de medios personales o materiales necesarios para garantizar la educación inclusiva, lo que conduce a que la atención a los estudiantes con necesidades específicas de apoyo no es aún suficiente o adecuada.
Todo ello sostenido por una encomiable labor de tantos y tantas docentes que despliegan gran número de iniciativas y de proyectos, tratando de combatir lo que a veces podría invitar a algún desaliento y a alguna soledad.
No es cuestión de dejar esta tarea únicamente en la responsabilidad del docente.
Nadie aprende por otro, ni en su lugar. Se trata por tanto de crear condiciones para que cada quien pueda llegar a ser él mismo, lo que pasa por supuesto por una tarea personal. Esto no significa ignorar los resultados que brotan de las estadísticas y de los indicadores, por ejemplo, los empleados para elaborar el Panorama de la educación, como muestra el recentísimo informe español de la OCDE que, como es bien sabido, es una organización con una finalidad específica: la cooperación y el desarrollo económico.
O Datos y cifras, publicado ayer mismo por el Ministerio de Educación y Formación Profesional, y que subraya la importancia de ofrecer unos niveles adecuados de inversión en educación para no generar desigualdad. Y sobre esto también hablan las estadísticas.
En este sentido, y, desde luego, sin afán de embridar los objetivos reduciéndolos a una única instancia, hoy no sólo señalamos la importancia de la educación para el resto de los objetivos, sino la dimensión ejemplar que esos objetivos en sí mismos tienen de verdadera pedagogía social para configurar una vida más digna.
Cuando nos proponemos qué vamos a hacer, no podemos eludir el cuestionarnos quiénes somos nosotros, como individuos y como humanidad. Pero ¿qué hay de humano en nosotros? ¿Qué nos queda de humanidad? ¿O este tipo de asunto ha quedado ya caducado?
*** Ángel Gabilondo es el defensor del Pueblo. Este texto es la transcripción de su intervención en el II Observatorio ODS de EL ESPAÑOL, el 14 de septiembre de 2023.