El latido armenio se apaga en Artsaj
Los armenios de Artsaj prefieren el exilio que caer bajo el régimen azerí porque recuerdan el trauma del Genocidio de 1915, que dejó 1.500.000 muertos en Turquía.
Recuperaba el filósofo italiano Giorgio Agamben en su vasta obra una figura arcaica del Derecho romano: el homo sacer, que era aquella persona marginada de la sociedad a la que se podía matar sin considerarse esto como un homicidio.
Agamben nos transporta de aquella sociedad romana a la actualidad para advertirnos que el homo sacer sigue existiendo. Existe cuando un Estado considera abiertamente como desechable a una parte de su población. Cuando un gobierno expulsa sin escrúpulos de sus hogares a una minoría étnica. Es decir, cuando la política decide quién debe vivir y quien morir.
Hoy, los armenios de Artsaj son el homo sacer. El exilio, la matanza de civiles y la pérdida de la tierra son un crimen de genocidio y Azerbaiyán, el impune criminal.
En unos pocos días, el gobierno azerí ha asaltado Artsaj y atacado a civiles que no tienen más remedio que salir corriendo. Artsaj ha acordado que las Fuerzas Armadas y de seguridad bajen las armas ante la superioridad de ejército azerí para evitar un derramamiento de sangre aún mayor, ante la pasividad de la sociedad internacional.
Los armenios que viven en Artsaj prefieren el exilio que caer bajo el régimen azerí. Los armenios tienen tatuado en su memoria colectiva el trauma del Genocidio de 1915, que dejó 1.500.000 muertos en Turquía. Aquella desgracia empezó de una forma parecida, con el vaciamiento a punta de pistola de las aldeas y ciudades de los armenios. La tierra ancestral del pueblo armenio, salpicada de iglesias y monasterios, quedará borrada del mapa, usurpada y robada por Azerbaiyán.
Símbolo de esta pérdida, que afecta a lo más profundo del génesis de la Historia armenia, es el Monasterio de Amaras. Fue fundado en el siglo IV y se considera clave en el inicio y expansión del cristianismo armenio. Mesrob Mashtóts, el inventor del alfabeto armenio, creó en Amaras la primera escuela para enseñar el idioma en el año 400. El Monasterio de Amaras ha caído en manos azeríes, imposibilitando así el acceso de los armenios a sus más sagrados orígenes.
El antiguo óblast de Nagorno Karabaj o Artsaj es un territorio en disputa desde la caída de la Unión Soviética. Los armenios de Artsaj declararon su independencia, que no está reconocida internacionalmente, y los azeríes la siguen considerando parte de su soberanía nacional. Estos son los ingredientes perfectos para un conflicto étnico-nacional enquistado en el Cáucaso que dura hasta hoy.
Todo empezó en diciembre de 2022, cuando Azerbaiyán cortó intencionalmente los suministros de comida y bienes de primera necesidad a la población armenia residente en el territorio de Artsaj. Primero fueron unos manifestantes medioambientalistas quienes abordaron la carretera bloqueando el Corredor de Lachín, único cordón umbilical terrestre que une este enclave armenio con la vecina República de Armenia.
Según Gev Iskajyan, representante del Comité Nacional Armenio de América (ANCA) en Artsaj, "como consecuencia de ese bloqueo absoluto, las tiendas de alimentación están cerradas y las colas del hambre son habituales. Los 120.000 residentes de Artsaj se alimentan como pueden de pan y lo que crece en la zona. Los colegios permanecen cerrados desde el inicio del bloqueo, lo que afecta a 30.000 niños, y es imposible trasladar a enfermos o embarazadas a hospitales en Armenia. Los cortes de agua y luz son habituales".
A esto se suman los ataques a la población civil, que se ve obligada a buscar refugio en sótanos, a caminar hacia la vecina República de Armenia o a aglutinarse en masa en el aeropuerto de Stepanekert esperando una ayuda internacional que no llega.
No se han levantado alambradas en campos de concentración, ni se está deportando a la población en camiones, ni hay milicias matando a balazos indiscriminadamente a los civiles. Pero hay otra violencia terrible, perpetrada por el Estado y capaz de hacer claudicar a una población tan grande, la del hambre y el pánico a ser asesinados. Primero los encerraron sin comida, hoy los obligan a marcharse.
La Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de 1948 de las Naciones Unidas define en el apartado c) del artículo II uno de los elementos del genocidio como el "sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial".
En 1998, con el Estatuto de Roma, se constituyó la Corte Penal Internacional, que adoptó para sí esta misma definición del delito de genocidio. Azerbaiyán ni ha firmado ni ratificado el Estatuto y por tanto goza de impunidad absoluta para hacer con el homo sacer, los armenios de Artsaj, lo mismo que nos advertía Agamben: darles muerte sin que esto tenga repercusiones penales.
Como testigo de este crimen están la sociedad internacional, las diferentes ONG que trabajan sobre el terreno, la prensa y las voces que se alzan para detener esta barbarie. El plan para erradicar de Artsaj a 120.000 personas sin miramientos debe definirse abiertamente como genocidio. Detenerlo requiere de una fuerte diplomacia que amenace con sanciones a Azerbaiyán.
El derecho a la vida de la población civil armenia en Nagorno Karabaj debe estar por encima de cualquier diálogo o acuerdo político.
*** Iván Gastañaga es investigador de la cultura judía.