El cómico Andreu Buenafuente saluda a Pedro Sánchez durante una audiencia en el Palacio de la Moncloa.

El cómico Andreu Buenafuente saluda a Pedro Sánchez durante una audiencia en el Palacio de la Moncloa. La Moncloa

LA TRIBUNA

El silencio de los corderos del "mundo de la cultura"

Hay que otorgarle a la cultura la importancia que tiene como herramienta de neutralización crítica de los discursos populistas.

30 noviembre, 2023 02:35

En el esperpento nacional al que estamos asistiendo, ante cuya magnitud el mismísimo Ramón María del Valle-Inclán se hubiera quedado mudo, se echa en falta una voz que por lo general no se caracteriza por su prudencia ni por su disimulo. La voz del llamado "mundo de la cultura".

Qué silencio tan ensordecedor, qué silencio tan insondable. Qué compacto y qué flagrante.

En España, décadas mediante de degradación educativa, llamamos cultura a un conglomerado más bien extravagante conformado, principalmente, por ínfimos actores y actrices sin otra preparación intelectual que las que les proporciona su asistencia puramente testimonial a algún curso de la ESO.

También a perpetradores de novelitas mediocres y poetas mayormente ñoños que viven, a ser posible, con cargo a los Presupuestos Generales del Estado.

Ernest Urtasun, nuevo ministro de Cultura.

Ernest Urtasun, nuevo ministro de Cultura. EFE

Si a ello le añadimos algún músico de rock con las meninges destrozadas por el abuso de psicotrópicos, tendremos el fresco completo de la cultura de los frescos.

Hace algunas semanas, coincidiendo con el estreno en el Festival de Cine de San Sebastián del documental que Josu Évole había realizado sobre Jordi Ternera (o viceversa), el insigne novelista y académico Antonio Muñoz Molina publicó una tribuna en El País en la que mostraba su enfado por tal hecho.

Pocas veces hemos asistido a una ejemplificación tan sublime del viejo cuento del dedo y la luna.

Por un lado, Molina ponía los ojos en blanco por el documental. Pero, por otro, evitaba seguir una lógica que le hubiera llevado a darse de bruces con la entente cordiale entre los camaradas de Ternera y el Gobierno que él apoya.

Entre otras lúcidas consideraciones, nuestro ínclito moralista jienense también ofrecía la siguiente, en referencia a la fiscal Carmen Ruiz Tagle, asesinada por ETA: "Yo no me acordaba ya del nombre de aquella mujer valerosa. Gente como ella, insobornable y cumplidora, jueces, policías, guardias civiles, ciudadanos comunes que alzaban la voz y daban la cara cuando todos callaban y se escondían, nos salvaron del vendaval del crimen y del chantaje político de Urrutikoetxea Bengoetxea y sus cómplices".

"Es tan corto al amor y tan largo el olvido", podría decir el poeta.

Pero vayamos por partes.

Los jueces, una de cuyas funciones es poner límites a las pulsiones autocráticas del poder político, se han visto obligados a salir a la calle para dejar constancia de la aberración jurídica que supone la Ley de Amnistía que prepara el Gobierno (al que, expresamente, apoya Muñoz Molina).

"¿Dónde están los silenciosos corderos de la cultura mientras el Gobierno amnistía a los responsables de la tentativa golpista en Cataluña?"

Son exactamente los mismos jueces que dieron la cara en su día por la democracia, que se jugaron la vida contra el terrorismo y que, finalmente, metieron en la cárcel a los golpistas catalanes que ahora quiere amnistiar el Gobierno.

Se ha dicho muchas veces, pero no hay que cansarse de repetirlo. Son los que prepararon y perpetraron el atentado contra la fiscal Ruiz Tagle y otros semejantes los que hoy ostentan la condición de socios preferentes de Pedro Sánchez. ¿Dónde están los gritos al cielo de nuestros normalmente hiperventilados literatos?

Pero también estaban los policías, y los guardias civiles, y muchos ciudadanos comunes que se opusieron heroicamente a la barbarie terrorista y que, más tarde, se convirtieron en escudos humanos frente a la tentativa golpista en Cataluña.

En la consideración del actual Gobierno, arrodillado sin el menor decoro ante los que intentaron el golpe, aquellos servidores públicos han pasado, en palabras del presidente del Gobierno, a la condición de "piolines".

Mientras, el diario que presta cobertura al Gobierno, en uno de esos infames ejercicios de equidistancia entre el bien y el mal a los que nos tiene acostumbrado, titulaba: "La ley de amnistía anulará la responsabilidad penal, administrativa y contable de más de 300 independentistas y 73 policías encausados por el procés".

[El manifiesto firmado por Pedro Almodóvar, Rozalén o Buenafuente contra la "ofensiva conservadora"]

Llagados a este punto, tal vez no sea del todo inadecuado poner a nuestros hiperactivos abajofirmantes de las alarmas más peregrinas frente al ejemplo moral que encarna un intelectual de izquierdas que no renunció nunca a la decencia.

Como es bien sabido, cuando en Italia tuvieron lugar las revueltas del 68 del siglo pasado, Pier Paolo Pasolini tomó partido, sin dudarlo, por los policías que las reprimían frente a los niños de papá que jugaban a revolucionarios.

Sólo los primeros representaban a la clase obrera.

Pues bien, ¿son más progresistas los yayos estrictamente racistas que incendiaron Cataluña y a los que ahora el Gobierno va a premiar que los pijos que se manifestaban en Roma o en Milán? Y, nuevamente, ¿ubi sunt nuestros corderos de la cultura?

Hace algunos meses publiqué un artículo llamado ¿Por qué es tan malo el cine español? En él aventuraba la hipótesis de que el pésimo nivel de nuestras producciones cinematográficas, comparadas con las de otros países en principio menos avanzados, se debe al hecho de que a este gremio se le ha otorgado el privilegio, a cambio de ciertas servidumbres ideológicas, de no tener que competir en el mercado.

"El resultado de las actividades culturales en España es un extenso catálogo de productos perfectamente irrelevantes con ínfimos niveles de calidad"

Eso significa que sus representantes pueden desarrollar su obra sin tener en cuenta en absoluto los intereses del público al que naturalmente deberían dirigirse. El resultado es un extenso catálogo de productos perfectamente irrelevantes y con ínfimos niveles de calidad.

Pues bien, extiéndase este estado de cosas al resto de las actividades culturales y tendremos un esquema bastante aproximado de lo que de forma más bien rimbombante llamamos mundo de la cultura.

Si es verdad, como afirmaba Marx, que "no es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social lo que determina su conciencia", entonces podemos aventurar la siguiente regla: el grado de compromiso con una idea suele ser directamente proporcional al de la dependencia material que ella genera.

No obstante, como toda moneda, también esta tiene su reverso. ¿Cuál es la actitud de nuestra derecha ante todo esto? Haciendo honor al tópico, la relación de la derecha con la cultura es estrictamente filistea. Ni comprende su potencial en términos de réditos políticos ni le interesan.

Un ejemplo. ¿Cuántos votos ha movilizado en las últimas elecciones la alarma antifascista lanzada a los cuatro vientos por los sempiternos paniaguados a partir del hecho de que en algún Ayuntamiento regido por la derecha un descerebrado tuviera la ocurrencia de prohibir una representación del Orlando de Virginia Wolf?

Pero es que quien esto escribe ha visto cosas que no creería ni el Nexus 6 de Blade Runner. Circunspectos políticos del PP tragándose estoicamente discursos podemitas y directamente anticonstitucionales por la simple razón de que venían proferidos por un tipo que se autodenominaba poeta o artista. Instituciones públicas dirigidas por conservadores puestas al servicio de mindundis que luego les insultan sistemáticamente en cada entrevista.

Por supuesto, no se trata de instrumentalizar la superestructura creativa en términos de propaganda, tal y como siempre ha hecho la izquierda. Pero sí de otorgarle a la cultura la importancia que tiene como herramienta de neutralización crítica de discursos populistas y de imprescindible pedagogía democrática.

¿Es posible hoy encontrar un programa coherente de políticas culturales en alguna institución regida por la derecha en el que se difundan valores genuinamente democráticos? Véase, a tal respecto, el ejemplo contrario del Reina Sofía y similares.

Así pues, si hay un lugar en el que dar la batalla de eso que se ha llamado guerras culturales es, irónicamente, en el mundo de la cultura. Cuando tal cosa ocurra, tal vez podremos disponer en nuestro país de una Cultura digna de tal nombre.

*** Manuel Ruiz Zamora es filósofo e historiador del arte.

El ministro Bolaños y el presidente suplente del CGPJ, Vicente Guilarte, en su entrevista de este viernes./

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