Por qué no puede haber una paz negociada para la guerra de Ucrania
Un acuerdo firmado antes de que Ucrania haya conseguido alguna ventaja militar y una posición negociadora más fuerte sería una farsa que sólo lograría un aplazamiento del conflicto.
Los observadores de la guerra ruso-ucraniana coinciden en que debe terminar lo antes posible. La mayoría de los ucranianos no podrían estar más de acuerdo. Hoy en día, incluso a muchos rusos, según se sospecha, no les importaría que cesara la carnicería.
¿Por qué entonces no hay todavía, y probablemente no lo habrá pronto, un final negociado de la guerra?
Hay, al menos, seis razones que dificultan el compromiso entre Kiev y Moscú. Son las actuales Constituciones ucraniana y rusa, los respectivos panoramas nacionales, las necesidades peculiares de Crimea y el papel que esta desempeña para Rusia, además de la memoria histórica centro-oriental europea.
Cada uno de estos seis obstáculos a una tregua rápida es importante por sí solo. Su impacto combinado sobre los responsables de la toma de decisiones en Moscú y Kiev es aún más determinante.
Por tanto, presionar, en estos momentos, para conseguir un alto el fuego negociado de cierta duración (por no hablar de una paz sostenible) entre Ucrania y Rusia es inútil. Seguir esta estrategia no sólo no sería concluyente. También puede absorber la energía necesaria para tomar caminos más prometedores hacia una solución del conflicto.
Las Constituciones de Ucrania y Rusia
Los fundamentos del Derecho internacional, es decir, la inviolabilidad de las fronteras y la integridad territorial de los Estados, son obstáculos frecuentemente mencionados para el compromiso entre Kiev y Moscú, aunque no son el mayor obstáculo legal para el éxito de las negociaciones.
En el pasado, la Rusia postsoviética se había dedicado a crear o apoyar movimientos separatistas, desencadenando o avivando guerras civiles, y a establecer las llamadas "repúblicas" o "repúblicas populares" en el 'patio trasero' reclamado como suyo.
Pero hace diez años Moscú fue más allá de esta estrategia informal de destrucción de Estados independientes surgidos de su antiguo imperio.
En marzo de 2014, Rusia se anexionó formalmente Crimea y la convirtió en parte oficial de su pseudofederación. En septiembre de 2022, Moscú repitió este medida extraordinaria y declaró que cuatro regiones continentales del sureste de Ucrania también formaban parte de la Federación Rusa. La legislación rusa se modificó para incorporarlas plenamente.
Como resultado, ahora hay cinco unidades administrativas de Ucrania reclamadas por la Constitución de Rusia. Y decenas de actos jurídicos rusos inferiores, incluidas leyes, decretos, resoluciones, etcétera.
Obviamente, las reclamaciones de Moscú son nulas y sin valor, según el Derecho ucraniano e internacional. Contrariamente a la creencia popular en Rusia y entre algunos observadores externos engañados, el derecho autoproclamado de Rusia sobre las cinco regiones ucranianas ocupadas también es históricamente dudoso.
Estos territorios fueron colonizados por los modernos imperios zarista y soviético, y no son propiedad de un Estado moscovita primigenio. Sin embargo, la pretensión ilegal y ahistórica de Moscú sobre las cinco regiones ucranianas está ahora plenamente consagrada en la ley fundamental rusa, la legislación federal y la estructura del Estado.
Especialmente en Crimea, esto ya ha tenido profundos efectos materiales y psicológicos en la vida cotidiana económica, social, cultural y privada de la población local capturada.
"La perspectiva de una reforma constitucional de las anexiones rusas es políticamente menos fantástica que una cesión ucraniana de sus territorios ocupados"
Ni la Constitución ucraniana ni la rusa pueden modificarse fácilmente. En teoría, la Constitución ucraniana sí, con una mayoría de dos tercios del Parlamento unicameral de Ucrania, la Verjovna Rada (Consejo Supremo). Sin embargo, tal reforma constitucional nunca se aprobará.
Bajo la presión de Berlín y París, el expresidente Petró Poroshenko intentó, en agosto de 2015, cambiar la Constitución de Ucrania de forma marginal y temporal, con el fin de cumplir los infames Acuerdos de Minsk. Sin embargo, la programación de una votación parlamentaria sobre esta reforma constitucional menor y posiblemente intrascendente desembocó en un violento enfrentamiento frente a la Rada Suprema. Varias personas murieron y decenas resultaron heridas en el centro de Kiev.
La propuesta de un estatuto especial temporal para las zonas del Donbás ocupadas por Rusia no fue aprobada por el Parlamento. En este contexto, y teniendo en cuenta otros factores, nunca se producirá una renuncia ucraniana a su legítimo territorio.
La perspectiva de una reversión rusa de las reformas constitucionales de 2014 y 2022 que implementan las anexiones es políticamente menos fantástica que una cesión ucraniana de sus territorios temporalmente ocupados.
Sin embargo, el cumplimiento por parte de Rusia de sus obligaciones en virtud del Derecho internacional (si es que surge tal intención) no será fácil de llevar a la práctica. No sólo es políticamente más fácil anexionarse territorios que cederlos. El procedimiento ruso de revisión constitucional es también más complicado que el ucraniano.
Un hipotético voto de desanexión por parte del Parlamento ruso sólo sería el primero de varios pasos en la promulgación de una nueva reforma constitucional. Para que dicha revisión se hiciera realidad, tanto el régimen de Moscú como la situación sobre el terreno en Ucrania tendrían que cambiar fundamentalmente.
Una reversión legal formal rusa de la aventura expansionista de Putin, en otras palabras, sólo vendrá después de su final material. La esperanza de que Ucrania y/o Rusia puedan, como resultado de un proceso diplomático, promulgar incluso una derogación temporal de sus Constituciones actualmente vigentes es poco realista.
Dos electorados internos belicistas
Tanto Ucrania como Rusia cuentan con importantes grupos sociales y políticos estrictamente contrarios a cualquier arreglo territorial y político con el enemigo. Debido al alto coste de la guerra en ambos países, incluso las concesiones simbólicas al otro bando generarían desafíos políticos internos para los gobiernos ucraniano y ruso.
Hasta pequeños pasos conciliadores en dirección al otro bando, como resultado de hipotéticas negociaciones, se considerarán actos de traición nacional. Un número más o menos grande de ciudadanos y partidos enteros se opondrían a ellos. Harían oír su voz e incluso, probablemente, se movilizarían políticamente.
No cabe duda de que los electorados de Ucrania y Rusia no son comparables. Al igual que las reivindicaciones territoriales de ambas Constituciones, son fundamentalmente diferentes en numerosos aspectos: morales, históricos, culturales, etcétera.
Por un lado, el grupo de los halcones ucranianos se limita a exigir el restablecimiento de la ley, el orden y la justicia. Este grupo de ciudadanos incluye a la mayoría de la población de Ucrania (aunque el porcentaje de halcones ucranianos ha descendido algo durante 2023).
En el otro bando, se encuentran varios tipos de halcones rusos que insisten en que, al menos, algunas ganancias territoriales y políticas de la intervención militar de Moscú en Ucrania desde 2014 deben seguir siendo permanentes. El ala radical del bando de los halcones rusos, incluido el propio Putin, cree que la expansión territorial lograda hasta ahora es en realidad insuficiente. Algunas regiones aún no anexionadas ilegalmente por Rusia, como Odesa y Mykolaiv, son, supuestamente, también rusas.
Además, en su opinión, la actual no pertenencia del Estado ucraniano a la UE y a la OTAN debería ser permanente. La soberanía de Ucrania también debería limitarse en otros aspectos, desde la lengua hasta las políticas de defensa.
Sin duda, el grado de belicismo de la población rusa es mucho menor que el de la ciudadanía ucraniana. Una futura aceptación popular rusa de la pérdida de la mayor parte de las ganancias relativas para Rusia de la guerra es más probable y puede llegar a ser más generalizada que una aceptación popular ucraniana de un reconocimiento por escrito de las pérdidas de territorio y/o soberanía.
Por otro lado, sin embargo, la anexión de Crimea por Moscú en 2014 sigue contando con un apoyo abrumador entre la población rusa. Este sentimiento va mucho más allá del sector abiertamente imperialista del bando de los halcones rusos.
Tal perspectiva crea (para el Kremlin, la población rusa y los actores externos) un peculiar enigma estratégico. Por razones geográficas, Crimea es la menos defendible, para Moscú, de las cinco regiones ucranianas anexionadas desde 2014. Al ser la zona ocupada más alejada y de más difícil acceso desde Rusia, la península del mar Negro es el botín de guerra que menos probable es que permanezca permanentemente en manos rusas.
"Hay claras mayorías en Ucrania respecto a la plena restauración de la integridad territorial y en Rusia respecto a la permanencia de la toma de Crimea"
Sin embargo, Crimea sigue siendo y presumiblemente seguirá siendo el más popular de los logros territoriales de Putin en la guerra.
Sin duda, los objetivos, sentimientos y visiones de los ucranianos y rusos de a pie respecto a la guerra, medidos en las encuestas de opinión, han ido cambiando en contenido e intensidad desde 2014. Durante los dos últimos años, estos cambios en una u otra dirección han sido, en ambos países, más pronunciados.
No obstante, sigue habiendo claras mayorías en Ucrania respecto a la plena restauración de la integridad territorial, y en Rusia respecto a la permanencia de la toma de Crimea. Además, en ambos países hay grupos de halcones maximalistas que se oponen rotundamente incluso a concesiones menores. Algunos de estos sectores especialmente intransigentes de la sociedad cuentan, tanto en Rusia como en Ucrania, con miembros experimentados en el uso de armas y con acceso a ellas.
Incluso después de un hipotético cambio de la Constitución rusa o ucraniana, o de ambas, seguiría existiendo un doble desafío político interno para el éxito de las negociaciones. Los gobiernos ruso y/o ucraniano podrían inclinarse por lograr un final negociado de la guerra.
Sin embargo, sigue sin estar claro qué compromiso serían capaces de vender a las partes menos dóciles de su público nacional. En vista de los sentimientos belicistas más o menos extendidos entre la población ucraniana y rusa, tanto Moscú como Kiev se arriesgarían a una guerra civil interna.
De hecho, Moscú ha estado desde 2014 intentando transformar la guerra interestatal inicialmente delegada y posteriormente abierta de Rusia contra Ucrania en una guerra civil dentro de la nación política ucraniana. Durante ocho años, Occidente apoyó extrañamente esta estrategia del Kremlin con su presión sobre Kiev para que aplicara los Acuerdos de Minsk. Esta vergonzosa política de (especialmente) Berlín y París no terminó hasta febrero de 2022.
Como ilustró el motín de Prigozhin del verano de 2023, la perspectiva de disturbios civiles internos se ha convertido ahora también en un problema para los dirigentes rusos. El levantamiento armado del líder del Grupo Wagner estuvo motivado, conviene recordarlo, por el insuficiente belicismo moscovita, y no por el pacifismo.
Dada la precaria situación política tanto en el interior de Rusia como en el de Ucrania, es poco probable que Kiev o Moscú puedan hacer concesiones suficientes para lograr un alto el fuego duradero, por no hablar de un acuerdo de paz.
El enigma de Crimea
Un quinto obstáculo para alcanzar un final negociado de la guerra es el peculiar papel de Crimea en la mentalidad nacional rusa y su expansión militar desde 2014. Como se ha indicado, Crimea fue el logro territorial más popular que Putin presentó a la nación rusa.
Crimea es una adquisición mucho más apreciada que Transnistria, Abjasia, Osetia del Sur, Donetsk, Lugansk, Zaporiyia o Jersón. Y ello a pesar de que la anexión de 2014 se basó en una narración histórica profundamente errónea sobre una Crimea supuestamente rusa.
Sólo durante 32 años de su historia anterior, de 1922 a 1954, Crimea estuvo administrativamente unida al territorio de la actual Federación Rusa.
Antes de eso, estuvo conectada a través del Janato de Crimea (hasta 1783) y el Gobierno Táurico del Imperio Romanov (1802-1917) al territorio del actual sur de Ucrania continental. Tras un breve periodo en la llamada República Socialista Federativa Soviética Rusa, quedó unida, a través de la República Soviética de Ucrania (1954-1991) y la Ucrania independiente (desde 1991), al territorio de todo el Estado ucraniano actual.
El carácter ruso de Crimea es, en parte, ficción histórica y, en parte, el resultado de la despiadada ingeniería demográfica de los gobiernos de Moscú anteriores, soviéticos y posteriores a la Unión Soviética. En los últimos 240 años, San Petersburgo/Moscú redujo la proporción de tártaros de Crimea autóctonos en la población de Crimea de más del 84% en 1785 al 12% actual, según las estadísticas oficiales rusas.
"El carácter ruso de Crimea es en parte ficción histórica y en parte el resultado de la despiadada ingeniería demográfica de Moscú desde los tiempos de la URSS"
Los zares, los bolcheviques y Putin llevaron a cabo violentas represiones, deportaciones y expulsiones para desplazar permanentemente a cientos de miles de tártaros de Crimea de sus tierras natales.
Las políticas coloniales de San Petersburgo/Moscú en la península del mar Negro también supusieron la sustitución de la población autóctona por eslavos orientales. Hasta 1991, esto afectó también a los ucranianos, que llegaron a constituir entonces alrededor de una cuarta parte de la población de Crimea.
Desde la década de 1940, la mayoría de la población de Crimea es de etnia rusa. La proporción de rusos sólo superó el 50% tras la violenta deportación masiva de Stalin de casi toda la población autóctona de Crimea a la parte asiática de la Unión Soviética en 1944. Muchos de ellos murieron de camino a su exilio forzoso.
El dominio demográfico étnico ruso en Crimea (conseguido mediante un horrendo crimen masivo) tiene menos de 80 años.
A pesar de ello, hoy la mayoría de los rusos y algunos observadores externos creen que Crimea pertenece a Rusia. Esta mitología está impulsada, entre los rusos, más por la belleza de la península, sus largas playas del mar Negro y su clima parcialmente subtropical que por la historia en gran parte no rusa de Crimea.
Cuando Putin se anexionó Crimea en 2014, muchos rusos quedaron tan extasiados que el índice de percepción de la corrupción en Rusia, medido por Transparencia Internacional, descendió temporalmente. En el año de la anexión, 2014, el cielo era más azul y la hierba más verde para la mayoría de los rusos.
Esto no sólo hace improbable una devolución rusa de Crimea a Ucrania como resultado de las negociaciones. También crea un peculiar dilema estratégico para el Kremlin.
Puede que en algún momento Moscú esté interesado en poner fin a la guerra. Un nuevo liderazgo ruso podría, quizás, incluso estar dispuesto a sacrificar algunos de los territorios rusos continentales anexionados en 2022.
Sin embargo, Crimea siempre necesitó esos mismos territorios ucranianos continentales al norte para su propio desarrollo.
La estrecha conexión geográfica e histórica entre Crimea y Ucrania continental fue la razón principal por la que, en 1954, el gobierno soviético decidió colectivamente (y no Nikita Jruschov personalmente) transferir Crimea de la república soviética rusa a la ucraniana.
En 2022, una consideración algo similar llevó a Putin a atacar Ucrania a gran escala.
Tras capturar la península en 2014, se dio cuenta de que Rusia necesitaba ocupar también los territorios ucranianos continentales al norte de Crimea para hacer sostenible el desarrollo económico de la perla del mar Negro. Entre 2014 y 2021, Crimea anexionada no sólo había sido la región más ilegal de la Federación Rusa, sino también la más subvencionada.
Crimea es, por tanto, parte integrante de un área geoeconómica más amplia que también abarca grandes partes del territorio continental de Ucrania. Una hipotética futura negociación ruso-ucraniana sobre el futuro de los territorios actualmente ocupados sería a todo o nada no sólo para Kiev, sino también para Moscú.
Sobre todo cuando el puente de Kerch de 2019 sea destruido por las Fuerzas Armadas ucranianas, una acción que probablemente se producirá tarde o temprano.
Una aceptación parcial por parte de Rusia de que Ucrania recupere sus territorios continentales, pero deje Crimea como premio de consolación para Moscú, no sólo sería inaceptable para Kiev. También sería una solución insostenible para el Kremlin. Mantener Crimea como un exclave aislado y alejado de otras tierras controladas por Rusia no tendría ni económica ni estratégicamente mucho sentido para Moscú.
Sin embargo, muchos observadores no ucranianos ven en Crimea un objeto de negociación y un posible instrumento de compromiso. De hecho, la península no es ni lo uno ni lo otro.
Un simple vistazo al mapa y la consulta de la historia de Crimea en Wikipedia deberían dejar claro que, en las negociaciones, la península sería una parte del problema y no un medio para su solución. La necesidad de Crimea de una conexión estrecha con el territorio ucraniano en su parte norte, es decir, un enlace con las regiones de Zaporiyia, Jersón y Donbás, disminuye la probabilidad de acuerdo entre Kiev y Moscú.
Escepticismo de Europa Central y Oriental
Quizás, el factor más importante que frena a Kiev a la hora de entablar negociaciones prematuras con Moscú es su experiencia histórica con Rusia, así como la interpretación comparativa de su dilema actual. La historia nacional ucraniana y el pasado de otras naciones de Europa centro-oriental sugieren que Rusia no mantendrá un acuerdo alcanzado mediante un compromiso diplomático en lugar de una victoria militar.
En los últimos 30 años, la Ucrania independiente ha firmado cientos de acuerdos con Rusia, la mayoría de los cuales son hoy nulos.
Entre ellos se encuentran acuerdos como el Memorando de Budapest de 1994 o los Acuerdos de Minsk de 2014/2015, así como el Pacto trilateral de Belovezha de 1991 firmado por Boris Yeltsin, o el Tratado fronterizo bilateral ruso-ucraniano de 2003, firmado por Putin.
Varios de estos documentos reconocen explícitamente las fronteras, la integridad y la soberanía de Ucrania. Sin embargo, incluso aquellos con la firma del presidente de Rusia y ratificados por el Parlamento ruso han resultado ser inválidos en 2014 y 2022.
Uno de los primeros y más instructivos ejemplos postsoviéticos de cómo se comporta Moscú con respecto a sus antiguas colonias fue su intervención y negociación con Moldavia a principios de la década de 1990, cuando Putin aún era un burócrata secundario en San Petersburgo.
En 1992, el comandante del 14º Ejército ruso, el difunto Aleksandr Lebed, justificó la intervención de sus tropas en un conflicto interno moldavo alegando que el nuevo gobierno de Moldavia se estaba comportando peor de lo que lo habían hecho los hombres de las SS cincuenta años antes. Lebed proporcionó así la explicación que Putin volvería a aplicar más tarde para sus invasiones de Ucrania en 2014 y 2022.
El apoyo militar ruso a los separatistas prorrusos en Moldavia condujo a la consolidación de un pseudoestado separatista, la República Transnistrio-Moldava. Esta extraña entidad se extiende a lo largo de cientos de kilómetros entre la orilla oriental del río Nistru y la frontera de Moldavia con Ucrania.
Para resolver el problema, Moldavia y Occidente hicieron en los años noventa lo que muchos observadores no ucranianos aconsejan hoy a Kiev, Washington y Bruselas. Chisináu entabló negociaciones con Moscú e implicó a organizaciones internacionales como la OSCE en la resolución del conflicto. Occidente no sancionó económicamente a Rusia ni apoyó a Moldavia con armas.
"La experiencia de las aventuras en el pasado de Moscú en el espacio postsoviético desaconsejan a Kiev intentar nuevamente una solución negociada con Rusia"
En 1994, Chisináu firmó un tratado con Moscú sobre la retirada de las tropas rusas de Moldavia. Además, en su nueva Constitución, aprobada ese mismo año 1994, Moldavia se definió como un país libre de bloques. Excluía así una futura adhesión a la OTAN.
Durante los años siguientes se celebraron múltiples negociaciones entre Chisináu y Tiraspol, con y sin participación occidental. El intercambio económico, los contactos interpersonales y otras medidas de fomento de la confianza, las organizaciones internacionales y otros instrumentos de mediación y resolución de conflictos se aplicaron a modo de libro de texto.
Sin embargo, los restos del 14º Ejército de Lebed, ahora llamado Grupo Operativo de la Federación Rusa, siguen en Transnistria. Siguen manteniendo el régimen separatista. Después de más de tres décadas, el pseudoestado apoyado por Moscú en el territorio internacionalmente reconocido de Moldavia sigue vivo y coleando.
Desde 2014, la "república" de Transnistria cumple, para el Kremlin, la función adicional de crear una amenaza para la seguridad de Ucrania desde el oeste.
Durante treinta años, Moldavia ha sido uno de los países más pobres de Europa y un Estado permanentemente fallido. El destino de Moldavia, el éxito del experimento moscovita en Transnistria y el comportamiento de Occidente se convirtieron en experiencias instructivas para el Kremlin. Informaron el comportamiento y las estrategias de Rusia en Georgia en 2008 y en Ucrania en 2014.
[Despachos de Guerra: Por qué debe preocuparte Moldavia]
La función de modelo del proyecto de Transnistria llegó tan lejos que algunos funcionarios del gobierno del pseudoestado instalado por Moscú en Tiraspol fueron trasladados al Donbás en la primavera de 2014. Allí ayudaron a crear las llamadas "repúblicas populares" de Donetsk y Lugansk, que fueron anexionadas por Rusia en septiembre de 2022.
Esta y otras aventuras similares de Moscú en el espacio postsoviético no auguran nada bueno, desde el punto de vista ucraniano, para las negociaciones con el Kremlin. Los ucranianos, así como varias otras naciones y etnias de los antiguos imperios zarista y soviético, han acumulado a lo largo de los siglos muchas experiencias amargas con el imperialismo ruso, que hoy es de nuevo la ideología apenas disimulada de Moscú.
Estas lecciones históricas aconsejan no sólo a Kiev, sino también a Helsinki, Tallin, Riga, Vilna, Varsovia, Praga o Bucarest, que Ucrania necesita alcanzar una victoria al menos parcial antes de entablar negociaciones significativas con Rusia. Sólo cuando se enfrente a un desastre militar se comprometerá Moscú a buscar de verdad un acuerdo que pueda ser aceptable para Kiev y tenga posibilidades de mantenerse.
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En algún momento, las negociaciones empezarán a desempeñar un papel. Sin embargo, tendrán que esperar hasta que la situación sobre el terreno y en Moscú cambie hasta tal punto que tengan sentido para Kiev. Un acuerdo firmado antes de que Ucrania haya conseguido alguna ventaja militar destacada y una posición negociadora más fuerte será probablemente una farsa. Como mucho, logrará un aplazamiento, pero no el fin del conflicto armado.
Un rápido acuerdo de alto el fuego hoy podría, de hecho, contribuir a prolongar la duración total de la guerra de alta intensidad. Sería contrario a las preocupaciones en materia de seguridad que habían llevado al inicio de las negociaciones en primer lugar.
A título comparativo, los Acuerdos de Minsk sí calmaron en 2014 y 2015 el enfrentamiento armado que se estaba produciendo entonces. Sin embargo, no impidieron la escalada masiva de 2022, y podría decirse que la han copreparado.
Una vez firmado un acuerdo significativo entre Kiev y Moscú, habrá que garantizar su funcionamiento. Teniendo en cuenta el comportamiento de Rusia en el espacio postsoviético durante los últimos 30 años, asegurar una paz futura sólo será posible con una disuasión militar plausible contra una escalada repetida.
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La prestación de un apoyo militar sustancial a Kiev es, por tanto, la estrategia correcta en tres sentidos.
En primer lugar, ayudará a preparar ahora unas negociaciones significativas.
En segundo lugar, garantizará un acuerdo sostenible entre Kiev y Moscú (a diferencia de los Acuerdos de Minsk) en algún momento futuro.
En tercer lugar, mantendrá intacta la paz posteriormente.
En la primavera de 2014, Kiev intentó aplicar en Crimea algunas fórmulas pacifistas populares como "imagina que hay guerra, pero nadie asiste" (en alemán: "Stell Dir vor, es ist Krieg und keiner geht hin") o "construir la paz sin armas" (en alemán: "Frieden schaffen ohne Waffen").
Este comportamiento ucraniano se produjo, hace diez años, con la aprobación explícita, cuando no el aliento activo, de Occidente. El resultado ha sido la mayor guerra europea desde la II Guerra Mundial.
Una deducción trivial de este desastre estratégico es que el comportamiento de Kiev y de Occidente debería guiarse por el análisis empírico de los retos reales, y no por propósitos bienintencionados, pero irreflexivos, y por referencias históricas irrelevantes.
*** Andreas Umland es analista del Centro de Estudios sobre Europa Oriental del Instituto Sueco de Asuntos Internacionales.