La ignorancia inducida por Pedro Sánchez
Las propuestas del presidente exigen que sus defensores reconozcan que la única verdad es la que reside en la voluntad del líder.
Este 2024 se celebra el centenario de Jean François Revel, un periodista atento y un pensador político un tanto intempestivo, como siempre parecen serlo quienes descubren que gran parte de lo que se denomina izquierda es poco más que una engañifa.
Revel mantuvo una atención sostenida sobre la política española y es una lástima que no podamos leer ahora lo que con seguridad habría pensado sobre lo que nos está pasando: cómo estamos desprestigiando la democracia y la política en aras de un autoritarismo de las mayorías, aunque sean coyunturales y contra natura.
Revel consideraba que siempre existe el riesgo de confundir lo deseable y la buena intención o la bella conciencia con lo que efectivamente sucede. En esa situación se comete un error lógico al no dar la relevancia suficiente a la experiencia y al subordinar los datos a las interpretaciones. Pero lo que sucede cuando la mentira trata de imponerse por encima de cualquier realidad poco discutible es bastante peor. No se reduce a un error intelectual, es también un crimen moral.
Para subrayarlo utilizó una fórmula lapidaria que advierte del riesgo que corren las democracias ante el fraude sistemático: "La primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira". En su libro más importante, El conocimiento inútil, llevó a cabo un análisis implacable de las diversas tendencias y técnicas que confluyen en hacer de la verdad una víctima de la propaganda y el fanatismo político.
El pensador francés fue, en cierto modo, un profeta respecto a lo que ahora llamamos posverdad o verdades alternativas. Es lo que sucede cuando el peso de las maquinarias de propaganda del poder, en especial cuando logran que la prensa se contente con ser su servidor, fortalece la confluencia de dos tendencias que reducen la democracia a una caricatura, la manipulación tendenciosa de la información y la ceguera voluntaria que sirve para legitimar la ignorancia inducida.
En la España de 2024, asistimos atónitos a una gigantesca operación de ignorancia inducida. Al margen de mil detalles, el asunto de fondo es que Pedro Sánchez se ha decidido a que aceptemos como un gran avance de la democracia lo que sólo es una treta parlamentaria para ser investido. Todos sabemos que Sánchez no se habría adentrado nunca en el proceloso mar jurídico y político de la amnistía si no hubiese necesitado los votos de quienes le han obligado a pasar por este aro.
"La ignorancia inducida se debe a un sometimiento de la inteligencia a la voluntad de un ser superior"
Es mérito indudable de Sánchez la audacia precisa para acometer semejante mistificación sin que se le hunda el chiringuito político que le cobija. Pero la operación es tan absurda y tan barrocamente compleja que pudiera darse el caso de que ni siquiera un contorsionista político de la talla de Sánchez lograse salir vivo del embrollo.
Puigdemont aseguró que le haría "mear sangre". Una expresión que habla bien a las claras de que el soberanista catalán se cisca sin el menor rebozo en los motivos que Sánchez pretende utilizar para disimular un acuerdo tan inconveniente para todo el mundo menos para Puigdemont y, con menor motivo, para el presidente.
Al margen de los daños que la operación en su conjunto supone para la democracia española y para su sistema político, efectos que están siendo sometidos a un escrutinio sostenido en la opinión pública, querría resaltar un efecto moral de enorme trascendencia.
Sánchez no se limita a mentir al declarar sus intenciones, ni siquiera cuando las disfraza con la intención de parar a la derecha extrema y a la extrema derecha, como suele decir, sino que está promoviendo un cambio en la manera de pensar y de sentir de sus secuaces. Promueve una ignorancia inducida.
[Opinión: Nuestra democracia no es militante, pero Felipe VI sí lo es]
Cualquier ignorancia se levanta sobre muchos supuestos, pero la ignorancia inducida se debe a un sometimiento radical de la inteligencia a la voluntad de un ser que se considera superior. Por otro lado, Arendt llamó a eso "banalidad del mal", la inconsciencia con la que se convirtió el asesinato en masa en una tarea rutinaria.
La ignorancia inducida produce un tipo similar de efectos devastadores en la inteligencia. Los que asienten a las propuestas de Sánchez no podrán sostener por mucho tiempo en su cabeza una numerosa serie de parejas de verdades contradictorias.
Que Sánchez necesita unos votos para seguir mandando y que la democracia española no ha sido justa con los nacionalistas catalanes. Que los soberanistas catalanes sólo quieren que se respete sus sentimientos y que la democracia española no tiene legitimidad para reprimir unos desórdenes que hay que atribuir al dogmatismo españolista, por llamarlo de algún modo. Que la mayoría parlamentaria puede hacer lo que quiera con las leyes y que los jueces no tienen otra función que respetar y aplicar sus políticas.
Se podría ampliar la lista de verdades incompatibles, pero lo esencial es que admitir las propuestas de Sánchez, que nunca se han presentado con su verdadera cara, exige en quienes las secunden, en especial en los ciudadanos que se limiten a votarle, asumir una ignorancia interesada, admitir que se les prive de contemplar las múltiples caras de la realidad y someterlos a reconocer que la única verdad es la que reside en la voluntad del líder.
"Las pretensiones de Sánchez son profundamente totalitarias, evocan una situación que los españoles recordamos"
Cuando se admite ese tipo de renuncias intelectuales resulta que se hace imposible ver cómo, por poner otro ejemplo, la ley de amnistía quiere ser un traje a medida, hasta el punto de que el cliente la ha rechazado en la primera prueba, y reconocer que esa mera intención supone una burla siniestra de algo tan elemental como que todos seamos iguales ante la ley. Ya lo profetizó Orwell en su Rebelión en la granja, todos somos iguales, pero unos son más iguales que otros.
Las pretensiones de Sánchez son profundamente totalitarias, evocan una situación política que los españoles de edad recordamos con nitidez, aquella en que Franco hacía las leyes, presidía el gobierno y nombraba a los jueces para que nunca se hiciese nada que contrariase sus designios.
Es evidente que, de momento, Sánchez no tiene esos poderes. Pero es absurdo negar que intenta concentrarlos en sus únicas manos. Para lograrlo tiene que mentir. Pero, sobre todo, necesita que muchos acepten el régimen de ignorancia inducida que trata de imponernos.
*** José Luis González Quirós es filósofo y analista político. Su último libro es 'La virtud de la política'.