'American Fiction' y el feminismo
Ni la igualdad efectiva ante la ley ni el principio de presunción de inocencia son privilegios machistas.
La película American Fiction es una bocanada de aire fresco en un mundo cada vez más asfixiado por los correctivos de la llamada cultura woke. De hecho, la película se concentra en los dos focos de irradiación principales de dicha ideología: la universidad y la propia industria del cine.
Intentaré hacer un somero resumen sin incurrir en indeseables anticipaciones (evitemos, por favor, el término spoiler por hortera) para los espectadores que no la hayan visto.
Un escritor negro que da clases en la universidad es forzado a tomarse unas vacaciones por haber escrito en la pizarra el título de una novela que incluye la palabra "negro", lo que supone una ofensa insoportable para una estudiante… blanca.
El escritor, que durante de la película declara expresamente "no haber creído nunca en la raza", escribe novelas de alta calidad que, sin embargo, son rechazadas por la industria editorial por parecerles poco representativas de la negritud.
Es decir, por no ajustarse al estereotipo que los blancos tienen de esta.
Consecuentemente, el protagonista se decide a escribir con seudónimo una parodia que incluya todos los tópicos esperables. Para su sorpresa, se convierte en un éxito desbocado que termina obteniendo el prestigioso Premio de las Letras gracias, precisamente, a los votos de los miembros blancos del jurado. Ello lleva a que Hollywood se anime a hacer una película, pero sólo si termina con el protagonista siendo asesinado por policías blancos.
American Fiction plantea varias afiladas paradojas.
La primera es la de cómo una ideología que dice aspirar a liberar a una minoría puede acabar encerrándola en un estereotipo del que es prácticamente imposible salir.
La segunda, cómo esa ideología es sustentada sobre todo por quienes no pertenecen a esas minorías.
Y la tercera, cómo los adeptos esgrimen una forma impostada de culpabilidad que no es más que un pretexto para sentirse en el lado del bien y la justicia.
"De la misma forma que la negritud ha sido reducida a una caricatura, la imagen de la mujer de las últimas corrientes del feminismo constituye un insulto para la mayoría de las mujeres"
De hecho, una de los recursos más estimables de la película consiste en el contraste que plantea entre lo que se supone que debería ser la vida de un negro según los cánones de la cultura woke y la vida real de este escritor con su familia, que no difiere en absoluto de la que podamos llevar cualquiera de nosotros.
Por eso, cuando uno termina de ver la película, se siente tentado a formularse la siguiente pregunta. ¿Sería posible una película como esta desde dentro del feminismo?
Ciertamente, no en España, donde la llamada industria cinematográfica es apenas una terminal a sueldo del señor feudal de turno.
Pero ¿por qué no en Estados Unidos, donde la existencia de una verdadera industria implicaría, en principio, mayores márgenes de libertad?
De la misma forma que la negritud ha sido reducida a una caricatura con la que muchos negros, tal y como refleja American Fiction, no se sienten identificados, la imagen de la mujer que nos entregan las últimas corrientes del feminismo (un ser débil y sin recursos al que hay que sobreproteger siempre) constituye un insulto para la mayoría de las mujeres reales.
Y, sin embargo, no observamos ningún tipo de reacción contra tales delirios. Delirios que, por lo demás, no se quedan sólo en meras expresiones verbales, sino que se traducen en normativas legales cada vez más discutibles y agresivas desde un punto de vista democrático.
Uno de los tópicos más recientes sobre el feminismo es el que plantea una diferencia esencial entre la frivolidad de estas últimas corrientes posmodernas frente a la presunta seriedad del feminismo clásico, que sería genuinamente progresista y aspiraría verdaderamente a la igualdad sin caer en aberraciones tan contradictorias como la ley trans.
Lo cierto es que, en cuestiones básicas, no existe ningún disenso entre ellos.
Ninguno ha puesto nunca en cuestión ese engendro democrático que es ley de violencia de género. Ninguno de ellos denuncia las ventajas que en diferentes ámbitos se reservan a las mujeres. Ninguno cuestiona ese hierro de madera que es una justicia con sesgo feminista. Tampoco se ha detectado ninguna protesta por la sistemática culpabilización del varón en nuestro depauperado sistema educativo.
Por eso, resulta tan sorprendente que un medio como El País muestre su asombro, precisamente en un titular del día 8 de marzo, por el hecho que de, al parecer, los chicos pertenecientes a la generación Z sean los más "machistas" desde hace décadas, mientras que las chicas de la misma generación serían las más feministas de la historia.
¿Qué está ocurriendo aquí? ¿A qué se debe esa brecha, esta sí real, entre los sexos? ¿Por qué se produce ahora y no antes?
Las generaciones anteriores han presenciado cómo se arbitraban medidas que igualaban de modo efectivo los derechos de las mujeres y los hombres. Y no sólo no se han registrado reacciones contra ellas, sino que han gozado de un apoyo generalizado.
¿Por qué ahora, entonces, los jóvenes comienzan a enfrentarse al feminismo como si este fuera su enemigo? ¿No será porque perciben que, en efecto, lo es?
El discurso oficial de medios como El País nos dice que ello se debe a) a la influencia del ultraderechismo y b) a que los hombres ven amenazados en sus privilegios tradicionales.
Ahora bien, ¿cuáles serían esos privilegios que aspiran a proteger estos jóvenes?
"Los jóvenes no luchan por mantener privilegios que no tienen, sino por recuperar derechos que han perdido"
Como paradójicamente están poniendo en evidencia los pícaros que hacen uso de la llamada ley trans (que ha venido a poner de manifiesto algunas contradicciones fundamentales que habitan en el feminismo), los privilegios están hoy del lado la mujer: menores penas para los mismos delitos, salvaguarda del principio de presunción de inocencia, atractivos beneficios fiscales según las actividades, cuotas efectivas con sus correspondientes ventajas económicas…
Frente a ello, los chicos, como hemos apuntado anteriormente, han de soportar que se les diga que vienen de fábrica con serios defectos biológicos. Que son los herederos de una cultura que ha discriminado a las mujeres y que, por tanto, han de penar por ello. Que en su material genético la agresión y la violación son tendencias potenciales.
La mera expresión de sus deseos puede ser constitutiva de delito y la seducción, por más inocente y natural que sea, se ha convertido en un deporte de riesgo.
Así pues, los jóvenes no luchan por mantener privilegios que no tienen, sino por recuperar derechos que han perdido. La igualdad efectiva ante la ley no es ningún privilegio. El principio de presunción de inocencia no es ningún privilegio. La valoración del mérito, independientemente del sexo, para acceder a un trabajo no es un privilegio.
Y así podríamos seguir indefinidamente desgranando principios básicos de la democracia y el Estado moderno que están siendo cada vez más claramente conculcados.
Es previsible que esta situación vaya a peor. Si la igualdad se convierte en un mero subterfugio para sojuzgar a una parte de la población, es cuestión de tiempo, según nos enseña la historia, que se produzca una reacción en contra.
Los consensos entre hombres y mujeres, que hasta ahora estaban funcionando, se están rompiendo toda vez que han sido pervertidos, primero, por las cúpulas dirigentes del feminismo (da igual qué corriente) y, después, por los partidos políticos, que se han servido de este como un instrumento de control social y político.
La disyuntiva que se abre es triste. Pero no debemos hacer ascos al realismo: o se produce un regreso a formas de feminismo que no contemplen al hombre poco menos que como a un animal, o veremos un regreso del viejo machismo. Lo que, por supuesto, no sería deseable ni para las mujeres ni para los hombres.
*** Manuel Ruiz Zamora es filósofo e historiador del arte.