¿Puede Izquierda Española representar a los huérfanos del PSOE y Sumar?
Hay en España una izquierda socialdemócrata, antiidentitaria y antipopulista huérfana de representación, e Izquierda Española está en condiciones de llenar ese espacio.
El pasado 17 de marzo se presentó el nuevo partido, Izquierda Española, en el auditorio de la Casa del Reloj de Madrid. Con personalidad propia, ha nacido, pensamos muchos, ante la evidencia de que aquella izquierda viva que nació al calor del 15-M se ha convertido en una izquierda no sólo oficial sino en gran medida vacía de contenido, sin proyecto político real, muerta.
Podemos está al borde de la desaparición tras una eficaz política de autodestrucción, y Sumar no es sino una coalición de intereses con pocas ideas y ninguna estructura, sostenida exclusivamente por el poder y por las expectativas de mantenerlo.
Por su parte, el PSOE ya no es un partido de Estado sino una facción de gobierno bajo el control cesarista de un líder que ha convertido –irresponsablemente- el oportunismo en método, la mentira en rutina y las convicciones en moneda de cambio. La ignominiosa Ley de Amnistía no es sino el último ejemplo de este lacerante proceso de degradación mercantilista de la política española.
Pues bien, hay una izquierda en la calle que no se siente representada por esta izquierda oficial. La pregunta es: ¿podrá representarla Izquierda Española? Ello dependerá de su valor diferencial.
¿Lo tiene? Veamos.
Lo tiene para empezar en las formas. Podemos puso en práctica una estrategia de comunicación basada en el slot publicitario y el golpe de efecto. Izquierda Española no participa de este giro escenográfico de la política. Bien al contrario, su estilo es sobrio, su discurso es más constructivo que confrontativo, y apuesta por la discusión racional y abierta de ideas en un reconocible horizonte republicano que tiene en su centro el principio de ciudadanía.
Se pudo ver en el acto de la Casa del Reloj: allí no hubo postureo, sino ideas; no hubo arenga sino discurso. Izquierda Española no ha venido para asaltar los cielos a cualquier precio, sino para proponer –y lo proponen con claridad- un proyecto razonable de país, de un país para todos sus ciudadanos, sin falsas promesas ni soluciones fáciles. Lo proponen indignados ante la irresponsabilidad de la izquierda oficial en el Gobierno, pero sin aspavientos ni golpes de teatro.
Esta es una izquierda pensante, dispuesta a recuperar –como bien dijo Félix Ovejero- la dignidad de las palabras libertad o igualdad o ciudadanía.
Si tiramos de este hilo –el principio de ciudadanía- podremos desentrañar también las diferencias de contenido. Para empezar, Podemos –y Sumar, y ahora también el PSOE- entienden la política como Machtpolitik, una política de poder armada desde la dialéctica amigo-enemigo e inscrita, como no puede ser de otro modo, en un marco de máxima polarización afectiva.
Izquierda Española no comparte este esquematismo neoschmittiano. Su raíz está en la Ilustración. Para la tradición ilustrada es la razón pública y la deliberación racional, no la fuerza y el puro poder, las que deben de presidir la política. Y sólo desde esta razón pública deliberativa podremos pensar al ciudadano como ese sujeto libre e igual de un Estado en el que imperan las leyes y no los hombres. Es decir, de un Estado regulado por normas de validez universal e incompatible con los privilegios –todos los privilegios- hechos a la medida de clientelas y grupos particulares de interés.
Para la tradición ilustrada la identidad fundamental es la identidad cívica, la cual no puede tener otro fundamento que un pacto de constitucionalidad cimentado en un sistema de derechos y obligaciones iguales para todos. El principio de igual libertad es el principio rector de este ideal de ciudadanía, irrenunciable para la izquierda.
"Para la nueva/vieja izquierda pospodemita cuentan más las identidades diferenciales que la común identidad cívica"
Por el contrario, para la nueva/vieja izquierda pospodemita cuentan más las identidades diferenciales que la común identidad cívica. Este identitarismo radical no tiene raíz cultural propia, europea, sino que es una importación acrítica del pensamiento posmoderno impulsado por la izquierda woke norteamericana.
Necesariamente, este identitarismo lleva a la fragmentación y la confrontación, no a la integración y la concordia. Invierte la dirección de la política, reorientándola hacia lo local y lo particular o, como se dijo en el acto de presentación, hacia el narcisismo de las pequeñas diferencias.
Por si fuera poco, esta izquierda oficial piensa esas identidades diferenciales desde el constructivismo posmoderno: aquí las referencias objetivas, materiales, desaparecen porque el lenguaje, el referente o la cultura se convierten por arte de magia en demiurgos que deconstruyen la realidad y la recrean en el orden del símbolo.
Los mundos artificiales subjetivamente creados sustituyen a los mundos reales. El exponente límite de esta filosofía es la inversión de la relación entre sexo y género, que ha dividido al feminismo. Ahora es el género –subjetivamente sentido- el que crea el sexo, con lo que la biología de la mujer desaparece como realidad material. Como bien saben las feministas de la igualdad, esto tiene consecuencias devastadoras para la propia agenda feminista. Izquierda Española también defiende aquel feminismo de la igualdad, y no este posfeminismo de la identidad autopercibida.
El otro valor diferencial de Izquierda Española es el Estado. Izquierda Española tiene una idea de Estado fuerte, sí, pero muy diferente de la que parece tener la izquierda oficial. El problema al que Izquierda Española quiere hacer frente no es baladí: la progresiva desaparición del Estado, particularmente, en País Vasco y Cataluña, una desaparición que la izquierda oficial está acelerando hasta límites impensables un lustro atrás.
Por razones que no vienen ahora al caso, la izquierda oficial –y antes la extraoficial- ha venido deslizándose año tras año, década tras década, por la pendiente diseñada por el nacionalismo periférico hacia un confederalismo asimétrico y selectivo, que no genera sino privilegios territoriales y agravios comparativos al resto del país.
"Izquierda Española es una necesaria reacción al teatro del absurdo en que el secesionismo, con la colaboración de la izquierda oficial, está convirtiendo a España"
El separatismo vasco y catalán tiene un discurso maximalista independentista y una agenda posibilista que consiste en maximizar extractivamente los recursos del Estado central al tiempo que lo hacen desaparecer en sus territorios. El equilibrio dinámico que esta estrategia genera rompe con el principio constitucional de ciudadanía –fragmentándola- y con el ideal de igual libertad, al tiempo que las leyes –y los medios de hacerlas cumplir- están dejando de alcanzar a parte de la geografía nacional.
Revertir esta situación es uno de los ejes principales del programa de esta nueva Izquierda Española. Para ello, es necesario fortalecer al Estado, porque sin él, sencillamente, la ciudadanía se resquebraja como un cristal roto.
Y nos jugamos mucho. Nada más y nada menos que el que los españoles tengamos todos los mismos derechos en nuestro propio país, que no se nos trate como extranjeros en suelo patrio o que no seamos discriminados por hablar la lengua común o por tener los apellidos equivocados o por vivir en otra comunidad autónoma.
Izquierda Española es una necesaria reacción –desde la izquierda- a este teatro del absurdo en que el secesionismo periférico, con el permiso y la temeraria colaboración de una aventurera izquierda oficial, está convirtiendo a España.
Si defiendes la solidaridad y la igualdad de derechos para todos eres facha.
— Izquierda Española (@izquierdaesp) March 18, 2024
¡Nos rebelamos!
Lo decimos desde la izquierda: hay alternativa para España. pic.twitter.com/NmJgRr6REP
El Estado es cosa seria y hay muchas maneras de concebirlo y gobernarlo. Podemos –y ahora la izquierda oficial- lo concibió más desde el neopopulismo latinoamericano y la tradición del peronismo argentino -aderezada con unas gotas adulteradas de Gramsci (¡pobre Gramsci!)-, que desde la tradición de la socialdemocracia europea, a la que no se cansó de criticar para luego, deprisa y corriendo, intentar asimilársela.
El precio de ese populismo neoperonista es evidente: cortoplacismo electoralista sin modelo de Estado y de país, eliminando todo principio de sostenibilidad, cargando a las cuentas del Estado un creciente gasto clientelar, y al mismo tiempo posponiendo sine die las reformas estructurales que saben –ellos mismos encargaron el Informe España 2030- que este país necesita.
Un país bien gobernado encuentra equilibrios dinámicamente estables, y España se está desequilibrando, territorial, demográfica y generacionalmente, no sólo en términos de clase, ingreso y riqueza. Hace falta un Estado fuerte capaz de impulsar las reformas estructurales que la economía y la sociedad demandan (inversión en productividad, infraestructura, vivienda, juventud) y capaz también de ejercer las necesarias compensaciones redistributivas para contener la centrifugación de privilegios, erradicar las redes clientelares y rebajar las desigualdades.
"En España sobra discrecionalidad y falta rendición de cuentas; sobra parasitismo y falta independencia; sobra cesarismo y falta liderazgo"
Izquierda Española se inscribe claramente en la tradición europea de la socialdemocracia y no muestra veleidades populistas, ni desde abajo ni desde arriba.
Los países socialdemócratas nórdicos y centroeuropeos son los que mejores equilibrios han conseguido entre eficiencia y equidad, entre protección social y meritocracia, entre prestaciones públicas y presión fiscal, entre regulación y libertad, entre crecimiento y ecología. Y su desempeño institucional goza de los mayores niveles de confianza entre la ciudadanía. El sur de Europa tiene mucho que aprender respecto del buen gobierno del Estado de estos países.
No olvidemos que el Estado es un instrumento, y como tal instrumento tiene que servir de la manera más eficaz a la sociedad civil. No al revés. Sin lastres ni sobrecargas ni redundancias. Con un récord de empleados públicos - en torno a 3.600.000- es muy posible que la administración pública española necesite una racionalización en el sentido weberiano del término.
Es necesario un Estado fuerte, pero en forma; bien musculado, pero sin grasas sobrantes; orientado al bien público y los intereses generales, no al mantenimiento de privilegios ni clientelas. Necesitamos también un gobierno fuerte, pero no aventurero sino responsable, con voluntad y capacidad de decisión pero que responda ante la sociedad civil, con unos medios de comunicación enfrente verdaderamente independientes y no serviles al poder del gobierno.
[Guillermo del Valle: La alternativa a Pedro Sánchez pasa por la izquierda]
En esta España nuestra sobra discrecionalidad y falta rendición de cuentas; sobra parasitismo y falta independencia; sobra cesarismo y falta auténtico liderazgo. Un Estado bien gobernado -y fuerte- debe librarse de toda adherencia disfuncional, y valerse de los mecanismos de frenos y contrapesos que evitan las concentraciones excesivas de poder. La izquierda oficial sigue una senda muy diferente, inscrita más en la tradición neopopulista latinoamericana -¡quién lo iba a decir del PSOE!-, que en la socialdemócrata europea.
Nos merecemos otra izquierda. Otra izquierda es posible. Es necesaria. Es urgente. Sin estridencias ni postureos; con razones y una sana deliberación, y evitando la incendiaria polarización que sólo beneficia a los grupos de poder y a determinadas élites. En fin, con verdad: porque la mentira se ha hecho insoportablemente banal.
Hay en España una izquierda huérfana de representación. A mi entender, es la auténtica izquierda. Y hay razones suficientes para pensar que Izquierda Española puede solucionar esa orfandad. Sin duda alguna, tiene valor diferencial.
*** Andrés de Francisco es profesor de Ciencia Política y Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, y coautor de Podemos, izquierda y "nueva política" (Viejo Topo, 2022).