¿Por qué nadie ha hablado de Lemóniz? Debería ser un memorial a las víctimas de ETA
Hace 6 años el gobierno vasco anunció que transformaría en piscifactoría la central nuclear que no llegó a abrirse tras el secuestro y asesinato del ingeniero jefe.
Es el no tema de la campaña electoral vasca. Uno de los no temas ausentes del debate político. Y no es que el elefante sea pequeño: un monstruo de mil toneladas de hierro y 200.000 metros cúbicos de hormigón armado, la central nuclear de Lemóniz, levantada sobre el terreno ganado al mar en la que fue cala de Basordas…
Empezó a construirse en 1972 y sus dos reactores debían producir 1000 megawatios cada uno pero cuando las obras estaban prácticamente concluidas e iba a introducirse el combustible nuclear del primero, en 1981, ETA secuestró y asesinó al ingeniero jefe, José María Ryan e hizo capotar el proyecto. Lemóniz es, desde entonces, un mausoleo de 70.000 metros cuadrados que ha engullido más de 2.100 millones de euros de todos los españoles.
Hace ahora seis años, el gobierno vasco del lehendakari Urkullu que había recibido el traspaso de la propiedad de las instalaciones acordado por Mariano Rajoy en 2017, presentó un proyecto que iba a transformar las instalaciones nunca estrenadas en una gran piscifactoría que iba a criar salmones, truchas, rodaballos y hasta langostinos. Se crearían 575 empleos y se calculaba que el plan necesitaba 44 millones de euros. Humo.
De momento, Lemóniz es el monumento más visible de una victoria de ETA. Porque fue la organización terrorista la que consiguió paralizar la central. Matando, claro. Y por eso, creo que el gobierno vasco que salga de las urnas debería convertir el lugar, a unos 30 km de Bilbao, en un lugar de recuerdo y homenaje a las víctimas. Y, si son capaces además de poner en marcha la superpiscifactoría, pues mejor.
Lemóniz, Lemoiz en euskera, forma parte de la lucha por el relato entre los demócratas y los herederos de ETA. He escrito lucha pero, ahora que lo pienso no sé si hay tal. Metan Lemóniz en su buscador. Noticias. En 2024 se han publicado sólo dos.
El 25 de enero, El Correo informaba que “el Gobierno vasco arreglará el dique de Lemoiz y mantiene el plan para abrir una piscifactoría”. El subtítulo explicaba que remodelar los 300 metros de rompeolas costaría tres millones de euros, “primera inversión para recuperar la central”. En el texto se mencionaba un estudio que descubría que en 230 metros de la escollera “buena parte de los cubos de roca caliza que protegía de las mareas han desaparecido y muchos de los que quedan se han redondeado debido a la acción del oleaje”. Ahora se van a echar 415 bloques de hormigón, de 45 toneladas cada uno, fabricados in situ y que serán colocados en el fondo del mar a seis metros de profundidad mediante una grúa. Resumo así las 70 líneas de texto cuya explicación se ilustra con una infografía. Única referencia al pasado: “los terrenos han estado abandonados durante cuatro décadas”.
Para contexto, la otra entrada de 2024 que ofrece Google, el 29 de enero, es la efemérides del día que publica Naiz, la versión digital del diario abertzale Gara. Transcribo el título y la entradilla: “Ryan: Lemoiz y la intervención de ETA. El secuestro de José María Ryan el 29 de enero de 1981 marcó un punto de inflexión en el futuro de la central nuclear de Lemoiz. La movilización de la sociedad vasca y las acciones armadas de ETA dieron al traste con los planes de Iberduero [hoy Iberdrola] que planeó cuatro plantas en Hego Euskal Herrria”.
[Asesinato de Jose María Ryan: 40 años desde que ETA colonizó el 'ecologismo']
¿Entienden ahora lo de batalla del relato? Porque el punto de inflexión no fue el secuestro de Ryan sino su asesinato siete días después. “Un disparo en la nuca acabó con la vida del ingeniero cuyo cadáver, tendido boca arriba, con una venda en los ojos, las manos atadas con esparadrapo y la cabeza cubierta por la gorra de su anorak fue encontrado a las 10 de la noche, al borde de un camino forestal, a unos 250 metros de la carretera comarcal que une Zarátamo y Areocha. El paraje, boscoso, de difícil acceso parece indicar que los autores del asesinato obligaron al ingeniero secuestrado a recorrer por su propio pie los 250 metros que separan la carretera del pequeño desnivel, a un lado de la pista forestal, donde efectuaron el disparo. La bala penetró por la nuca y salió por el maxilar inferior”, escribió Patxo Unzueta en El País.
La crónica citaba el comunicado previo de ETA: “Ryan ha comparecido ante un consejo revolucionario que le ha encontrado culpable de ser coautor en grado máximo de las decisiones y ejecutoras llevadas a cabo por Iberduero SA en la central nuclear de Lemóniz y, por tanto, puede ser ejecutado…”
La versión aggiornada de Naiz recoge la reivindicación de ETA y el comunicado “exigiendo la demolición en el plazo de una semana de la instalación” y se acusa a la empresa de haber optado por el “silencio”. También se atribuye al presidente de la compañía, Pedro de Areitio, esta declaración de mayo de 1980: “la central nuclear de Lemóniz se terminara y entrará en funcionamiento pese a quien pese”.
En el párrafo siguiente se lee: “el día 6 de febrero apareció el cuerpo sin vida de Ryan. ETA publicó un comunicado dando cuenta de su muerte y anunciando un ‘nuevo frente de actuación que afecta a todos los cuadros superiores y mandos responsables de Iberduero que se hallan vinculados con la central de Lemóniz'”.
La acción de ETA provocó, tanto durante el secuestro como tras su muerte, una movilización ciudadana que no se repetiría hasta 1997, cuando la banda utilizó la misma estrategia para acabar con la vida de Miguel Ángel Blanco.
Todo el arco político (menos los acólitos batasunos), de AP al PCE, del PNV a Euskadiko Ezkerra, los sindicatos, los obispos, Amnistía Internacional ... se movilizaron pidiendo la liberación del raptado. No lograron su objetivo pero, por primera vez, se pudo medir el rechazo a la violencia. El funeral fue multitudinario y la familia estuvo arropada por toda la clase política encabezada por el lehendakari, Carlos Garaikoetxea. Veinte sacerdotes concelebraron la misa. La homilía condenó el crimen sin matices y acabó, premonitoriamente, así: "Desgraciadamente, muchas personas honradas serán aún víctimas de la intransigencia de unos pocos".
Horas después, los restos de Ryan recibieron sepultura en el cementerio de Santa Isabel de Vitoria. Era un domingo frío. Lo recuerdo porque yo escribí una crónica de agencia.
Lemóniz era una de las cuatro plantas nucleares que el Plan Energético Nacional de 1972 preveía construir en el País Vasco (Ispáster y Deba) y Navarra (Tudela). Ello generó un potente rechazo social del que fue símbolo el ocho tumbado que diseñó Eduardo Chillida. Hubo manifestaciones multitudinarias y, en 1977, ETA parasitó la protesta.
[La influencia de ETA en la política antinuclear española]
Primero voló torres y transformadores de Iberduero. Luego atacó el puesto de la guardia civil de Lemóniz, acción en la que resultó herido un miembro del comando, Daniel Álvarez Peña, fallecido dos meses después. En marzo de 1977 puso una bomba en uno de los generadores de la central matando a dos trabajadores, Andrés Guerra y Alberto Negro. En 1979, otra bomba de ETA en la zona de turbinas mató a Ángel Baños, trabajador de una contrata, Tamoin. Unos días antes de ese atentado, durante una jornada de protesta antinuclear en Tudela, la guardia civil mató a una joven, Gladys del Estal.
El mismo 29 de enero de 1981, en el que ETA secuestraba a Ryan, otro militante abertzale, José Ricardo Barros, perdió la vida, también en la localidad navarra de Tudela, en una acción contra una subestación de Iberduero. Ryan tenía 39 años, estaba casado con Pepi Murua. Tenían cinco hijos, el mayor de 9 años, el menor de uno.
La emoción y la unidad política contra ETA suscitadas por el asesinato en diferido de Ryan desaparecieron pronto. Febrero de 1981 fue el mes del primer viaje oficial de los Reyes de España, Juan Carlos y Sofía, al País Vasco con la protesta y desalojo de los parlamentario abertzales de la Casa de Juntas de Gernika y el golpe de Estado abortado de Tejero el 23. La decadencia de UCD, los cálculos políticos y el miedo de la sociedad vasca barrieron pronto aquella emoción y unidad.
Los técnicos de la central dejaron de ir a trabajar y exigieron un referéndum. El lehendakari Garaikoetxea lo apoyó pero el presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, lo rechazó. Un año después, ambos acordaron que una sociedad pública, controlada por el gobierno vasco y financiada por Iberduero gestionara la central. El día que se constituía la sociedad, ETA mató al sustituto de Ryan, Ángel Pascual Múgica.
Su hijo mayor, Íñigo, tenía entonces 17 años. Pero nunca olvidaría aquella mañana de mayo de 1982: “Me acuerdo todos los días de mi vida” —declaró 36 años después a El Independiente—. El Renault 18 blanco en el que su padre le acercaba hasta la parada del autobús escolar fue bloqueado por un coche mientras otro vehículo hacía lo propio con el de los escoltas. “Del primer coche bajaron dos pistoleros y otro que estaba escondido y empezaron a disparar. Durante unos segundos te quedas paralizado. Piensas ‘esto no me puede estar pasando a mí’ mientras oyes los tiros. Ocurre todo muy rápido. Luego reaccionas, es cuando gritas ‘asesinos’ pero ellos ya se han ido. Recuerdo que me abracé muy fuerte a mi padre, llorando. Lo que más me costó fue dar la noticia a mi madre Pilar y a mi hermana”. En el lugar del atentado se recogieron 35 casquillos de 9 mm. Parabellum. Íñigo resultó herido en la mano.
Ángel Pascual había nacido 45 años antes en Maçon (Francia) donde sus padres se habían refugiado huyendo de la Guerra Civil. Regresaron terminada la contienda y se instalaron en Bilbao. Ángel empezó a trabajar a los 14 años. Estudiando por la tarde, se sacó el título de perito y luego, el de ingeniero. Tenía cuatro hijos.
Amigo de Ryan, se sabía en el punto de mira de ETA. Por si tenía alguna duda, la banda se lo aseguró por escrito. “Recibió una carta diciéndole que le iban a asesinar” —recuerda su hijo—. “Me la enseñó y me preguntó qué opinaba. Yo lo contesté que debía dejar el trabajo. Pero él no estaba dispuesto a abandonar el empleo que tanto le había costado conseguir y en el que creía por la amenaza de unos criminales”. Su asesinato es uno de los 350 de ETA que siguen sin aclararse aún.
En junio de 1982, Alberto Muñagorri, diez años, resultó herido por una bomba en una oficina de Iberduero en Rentería (Guipúzcoa). Y en fin, en 1984, al amparo del Plan Energético Nacional del gobierno de Felipe González, se abandonaron las obras de Lemóniz. El coste de más de 2.100 millones de euros, según el cálculo de Josu Ugarte en su estudio ETA, la bolsa y la vida, fue pagado por todos los españoles a través de la factura de la luz desde el compromiso de compensación a Iberduero que acordó González hasta 2016.
La central nuclear de Lemóniz es uno de los agujeros negros de la memoria colectiva de la sociedad vasca. Un tabú silencioso. Un recuerdo de cómo los pistoleros de ETA impusieron su no ley al poder político. Para que ese monstruo de hormigón en la costa de Vizcaya, no sea símbolo silencioso de una victoria de ETA, debería llenarse de contenido. Para que el relato no lo escriban los que llaman “intervenciones” a los asesinatos y atentados de ETA. Porque los rodaballos y las gambas, si alguna vez se crían, no suelen tener memoria.