En honor a la verdad, en este Día Mundial de la Libertad de Prensa debo comenzar diciendo que no todo lo que publican los medios de comunicación me agrada. Hay informaciones que me incomodan y opiniones que no comparto. No obstante, entiendo que sin ellas la democracia sería más pobre y a mí me faltarían referentes para moverme en el complejo mundo de la política.
Quienes desde el periodismo sostienen posiciones diferentes a la mía son reflejo de una parte de la opinión pública que ni quiero ni puedo soslayar. La pluralidad sobre la que descansa nuestra convivencia estaría incompleta sin esas críticas que en ocasiones desagradan, pero que, si son fundadas, ayudan a reflexionar. Tal y como yo entiendo el compromiso público, mi deber no es trabajar exclusivamente para los que piensan como yo, sino servir a todos.
Por eso, no quiero formar parte de ese grupo de políticos que, ante cualquier discrepancia, procuran descalificarla o prohibirla como si así modificaran la realidad sobre la que tienen que actuar. Acallar al mensajero es la versión moderna de matarlo. Y ninguna de las dos fórmulas es admisible para un demócrata.
No me compete a mí, sino al lector, oyente o televidente, discernir qué periodismo es bueno, malo o regular. De la misma forma que cada elector, en uso de su soberanía, opta por unas opciones y descarta otras, sucede lo mismo en el mundo de la comunicación. Es el criterio profesional en primer orden y posteriormente la ciudadanía la que deber otorgar valor a las informaciones, sin necesidad de un Gran Hermano del gusto gubernamental que vigile la calidad y probidad del periodismo.
"Me opongo a cualquier ofensiva contra el periodismo libre, con la misma contundencia que lo hago frente al ataque a la Justicia"
Reafirmar este principio tan elemental puede parecer una obviedad, pero a la vista de la última campaña orquestada por el actual Gobierno central, es imprescindible hacerlo. En estos días hemos oído hablar de la supuesta necesidad de que supuestas falsedades no vean la luz. Curiosamente, cualquiera de esas informaciones podría denunciarse porque ésa es la vía que marca la normativa vigente para castigar dicho proceder. Si ello no se hace y por lo que se opta es por estudiar mecanismos para silenciar a medios incómodos, es demasiado evidente que lo que se persigue no es la verdad, sino precisamente ocultarla.
Me opongo a cualquier ofensiva contra el periodismo libre, con la misma contundencia que lo hago frente al ataque a la Justicia. Y niego la mayor cuando se alega para ello la buena intención de salvaguardar la democracia. Es claro que lo que se busca es lograr la impunidad y minimizar las consecuencias de casos de presunta corrupción.
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Por todo ello, en este Día Mundial de la Libertad de Prensa no se trata tanto de adular a una profesión admirable como de defender un derecho de los ciudadanos libres. Periodismo y democracia son consustanciales.
En la antigua Roma, cuando todavía faltaba mucho tiempo para que el periodismo apareciese, el jefe victorioso llevaba a su lado a alguien que le recordaba que era mortal. Era una forma de evitar que cayera en la soberbia del poderoso. Hoy en día, es el periodismo crítico quien hace esa función, esencial para que la democracia no se marchite. Le deseo una vida larga y saludable. También al que no me agrada. No aceptemos que lo acallen. No permitamos que recorten ninguna de nuestras libertades.
*** Alberto Núñez Feijóo es presidente del Partido Popular.