Acabado el 'procés', toca sanear la política catalana
Tras la desactivación del nacionalismo el 12-M, toda la sociedad está llamada a contribuir a la reconstrucción de Cataluña para volver a convertirla en una sociedad plural y próspera.
A menudo, se habla del procés como de una pesadilla de más de una década. Pero las pesadillas también terminan, y muchos consideran que los resultados de estas últimas elecciones evidencian ese final por la desactivación (que no desaparición) del secesionismo rampante.
Recuerdo muy bien cómo, en la Cataluña de 2017, la verdad y la mentira se confundían como en el Reino Unido previo al referéndum del brexit. O como en Estados Unidos antes de la victoria de Donald Trump.
Igual que en estos dos países, la xenofobia se paseaba orgullosa por el espacio público, con menos oposición aquí que en los países anglosajones. La democracia había dejado de ser un régimen de convivencia de los diferentes: se había convertido en un instrumento para justificar que unos pocos se apropiaran de los derechos de todos, ignorando por completo las leyes.
Y es que en Cataluña se han dicho (y aún se dicen) muchas, muchísimas mentiras. Pero también hay verdades tan palmarias que no necesitan ser explicadas. Unos gobernantes sin escrúpulos pretendieron llevar adelante un plan que buscaba sembrar el caos para propiciar la secesión.
Se trataba de buscar impunidad para la corrupción, tras hundir la economía y desmantelar los servicios públicos de una comunidad riquísima. Jugando con los derechos de todos, violaron la ley, insultaron a todos los españoles, dividieron el país y utilizaron perversamente los recursos comunes. Algunos fueron juzgados y condenados, otros huyeron de la Justicia.
Pero luego unos y otros se convirtieron en socios imprescindibles para posibilitar un gobierno nacional, de modo que fueron indultados y premiados con privilegios. Y ahora están a la espera del borrado definitivo de su expediente con una amnistía en pago a la revalidación del apoyo a ese gobierno.
El realismo es esencial en política. Tengo mis ideas sobre el nacionalismo y sobre la organización territorial del Estado, las defiendo y las defenderé. Pero no tengo problema en aceptar algo de frustración: en una sociedad plural hay que saber ceder en algo por el bien de la convivencia. ¿Cómo no voy a creer en el diálogo si soy liberal?
"Hay que construir un espacio común en Cataluña que refleje el pluralismo de la sociedad, que visibilice todas las ideas y posiciones"
He sido eurodiputada, y sí: en Bruselas se habla con todos y acerca de todo. Lo que ocurre es que Cataluña no es Bruselas. Algunas ideas y posiciones han sido marginadas, estigmatizadas y hasta perseguidas durante décadas. No desaparecieron, pero quedaron silenciadas, mientras otras, las de los nacionalistas, se apropiaban de la totalidad del espacio y la conversación pública.
Hay que empezar con urgencia a sanear y construir un espacio común en Cataluña que refleje el pluralismo de la sociedad, que visibilice todas las ideas, todas las posiciones. Un espacio común que permita a los ciudadanos escuchar con libertad los argumentos de todos y, sobre todo, participar activamente en la definición de su prosperidad y su futuro, que no son sino los que España y Europa tienen el desafío de poner en pie.
Y esa tarea de construcción, o de reconstrucción, no es cosa sólo de los partidos políticos. Medios de comunicación, empresas, agentes sociales, asociaciones de todo tipo. Toda la sociedad está llamada a reflexionar y contribuir a la tarea.
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Es hora de revisar sin complejos nuestra relación con el nacionalismo, que es tanto como decir los valores de nuestra democracia. Cuando el rey Felipe VI dio su discurso del día 3 de octubre de 2017, al hablar de la ley y de las instituciones dibujó un lugar en el que todos podíamos vivir. No un lugar idílico, sino un espacio en el que resolver los conflictos de manera civilizada y en el que cada cual es dueño de sus decisiones. Un buen lugar para vivir, que es lo que, tras transitar ejemplarmente de la ley a la ley, ha sido España desde 1978.
La España del siglo XXI no puede seguir lastrada por prejuicios y anacronismos. Necesita el talento, la energía y la determinación de todos y cada uno de sus ciudadanos, residan donde residan. Necesita modernidad y progreso. Y necesita también la fortaleza del imperio de la ley como única garantía de la libertad y de la igualdad.
Todo eso es, a lo mejor, Cataluña. Precisamente.
*** Beatriz Becerra es psicóloga, doctora en Derecho, ex eurodiputada y vicepresidenta de España Mejor.