El caso Julian Assange y sus repercusiones para la libertad de prensa
Todos los gobiernos intentan saltarse la ley en nombre de la seguridad nacional, y el deber del periodismo es exponer esos crímenes y exigir responsabilidades.
El día de San Juan supimos que el activista Julian Assange volaba de regreso a su Australia oriunda catorce años después de publicar en 2010 documentos considerados secretos de Estado a través de su plataforma WikiLeaks y tras doce años de reclusión y batallas judiciales. Assange, de 52 años, se declaró culpable de la acusación estadounidense de espionaje a cambio de conseguir su libertad.
El principal papel del australiano fue el de hacer de intermediario entre el soldado y analista de inteligencia Bradley Manning, hoy Chelsea, enviado a Irak en 2009 con el Equipo de Combate de la 2.ª Brigada, 10.ª División de Montaña, y que accedió a y compartió con Assange 750.000 documentos militares y diplomáticos clasificados que demostraban crímenes contra civiles y periodistas, es decir, crímenes de guerra, tanto en la invasión de Irak como en la guerra en Afganistán, golpes de Estado en Latinoamérica y otros momentos comprometidos de la política exterior estadounidense.
Entre los crímenes de guerra, destacan las torturas de los presos en Guantánamo y en Abu Ghraib; y el ataque aéreo en Granai, Afganistán, en 2009, en el que murieron hasta 147 civiles afganos (entre ellos 93 niños, según el gobierno de Kabul), reconocido por Estados Unidos como un "error significativo" al no poder discernir la presencia de civiles.
También el ataque en julio de 2007 cerca de Bagdad, Irak, en el que dos helicópteros Apache estadounidenses dispararon contra un grupo de civiles, entre ellos el reportero de Reuters Namir Noor-Eldeen y su conductor, Saeed Chmagh, cuyo asesinato fue difundido en el vídeo llamado Collateral Murder.
O la muerte del cámara español José Couso en abril de 2003 en Irak, cuando el Ejército de Estados Unidos atacó el Hotel Palestina, donde se alojaba la prensa internacional, en Bagdad.
En la muerte de Couso, los cables desvelaron la exitosa influencia de Washington sobre el entonces presidente José Luis Rodríguez Zapatero y sobre jueces y fiscales españoles para que dejaran de investigar el caso. Y después las presiones de Mariano Rajoy para que Ecuador dejara de prestar asilo en su embajada en Londres a Assange, que en 2017 tuiteó unas más de mil veces en favor del independentismo catalán.
Los primeros contenidos se publicaron en 2010 en colaboración con medios muy influyentes como The New York Times, The Washington Post o The Guardian, entre otros. Pero después de esto, Wikileaks se dedicó a publicar correos privados de Hillary Clinton y de otros diplomáticos que tenían más interés amarillista que delictivo.
"La mayoría de observadores y defensores de la libertad de prensa coinciden en señalar que el hecho de que Assange se haya declarado culpable de espionaje es una mala noticia para el periodismo"
En la primera entrega de los cables figuraban también crímenes cometidos por otros Estados, como China, la India, Timor Oriental, Rusia, Sudán o Irak. Pero con el tiempo, Assange se centró solamente en atacar la política exterior de Estados Unidos, bajo una clara influencia chomskiana, izquierdista y etnocéntrica en la que Estados Unidos es el único mal del mundo.
¿Qué repercusiones tiene la declaración de culpabilidad de Assange para la libertad de prensa y qué influencia ha tenido el australiano y su proyecto WikiLeaks en el periodismo?
Respondiendo a la primera pregunta, la mayoría de observadores y defensores de la libertad de prensa coinciden en señalar que el haberse declarado culpable de espionaje es una mala noticia para el periodismo.
En cuanto a la segunda, indican que la influencia de Wikileaks ha sido inmensa.
"La persecución extraterritorial contra los periodistas ha recibido patente estadounidense", señala a EL ESPAÑOL Alfonso Bauluz, presidente de Reporteros Sin Fronteras (RSF) en España, al referirse a la confesión de espionaje. Aunque Obama no inició ningún procedimiento judicial contra Assange, sino que fue Trump, Bauluz considera que el expresidente y Premio Nobel de la Paz "tiene el dudoso honor de ser el presidente que ha perseguido penalmente a más filtradores", como el espionaje a la agencia Associated Press en 2012.
En 2013, The Washington Post informó de que la administración Obama había llegado prácticamente a la conclusión de que no perseguiría a Assange porque no podían hacerlo sin perseguir también a los medios de comunicación que publicaron cables de WikiLeaks, entre ellos The New York Times, el Washington Post y el diario británico The Guardian. Fue Donald Trump, gran detractor de la prensa tradicional, quien inició el caso judicial, y para salvar la primera enmienda no se ha considerado a Assange como periodista.
En cuanto a la influencia de WikiLeaks en el periodismo, Bauluz recuerda que "la realidad es que lo publicaron las grandes cabeceras mundiales, no nos olvidemos de este detalle importantísimo, se difunde información veraz para el conocimiento de la opinión pública, no es algo menor puesto que son crímenes de guerra, atropellos a los derechos humanos, lo que se está denunciando". Y añade que "la digitalización ha cambiado la sociedad y ha cambiado el periodismo. Vemos el final de un periodismo 'profesional o de modelo comercial', por otra cosa aún en fase de definición".
El fundador de Hacks/Hackers (una plataforma donde colaboran gacetilleros y hackers) y de Storify, Burt Herman, cree que Assange "sí ha tenido una gran influencia en el periodismo, pero no fue realmente un factor para que iniciáramos Hacks/Hackers, que fue más por las redes sociales que por otra cosa". Pero Assange no inició esta colaboración, él filtró documentos robados.
La ley enarbolada por Washington contra Assange es una ley de 1917 contra el espionaje ruso, y aunque tenga más de cien años, dada la obcecación antiestadounidense de Vladímir Putin y su invasión de Ucrania, parece tener más vigencia que nunca. No hay que olvidar que en 2016 WikiLeaks fue el conducto de correos electrónicos del Partido Demócrata hackeados por Rusia que podrían haber influido en el curso de las elecciones presidenciales estadounidenses.
Es más, Assange ayudó a la señorita Manning a descifrar una red secreta del Pentágono, lo que lo convierte en "conspirador", y, lo que es más grave, expuso a fuentes secretas de Washington poniendo en peligro sus vidas, algo que un periodista que sigue la ética profesional no haría. Tampoco imploraría a los países de un régimen autoritario como el ruso que les enviaran secretos para alterar unas elecciones democráticas ni ocultarían la fuente, como bien recordaba The Economist en un artículo de 2019 en el que aseguraba que "volcar información no redactada es el acto de un idiota útil, no de un periodista".
Assange es alabado como héroe y mártir por la izquierda y como un delincuente que pone en peligro la seguridad nacional por los conservadores. Entre sus fans están tanto el propio Noam Chomsky como Hugo Chávez, Michael Moore, Baltasar Garzón, fuera de la carrera judicial por prevaricación y quien ha sido el abogado defensor de Assange estos años, o Pablo Iglesias, que le ha dedicado un larguísimo pódcast destacando el enorme sacrificio que ha hecho Assange por desvelar las fechorías del poder, a diferencia de la prensa tradicional, que le parece cobarde y conchabada con el poder.
El caso es que poco de lo que desvelaron los cables del soldado Manning era secreto. Del ataque en el que murió Couso fueron también víctimas y testigos toda la prensa internacional desplazada a Irak, al igual que de la muerte de los dos empleados de Reuters. El problema fue que era difícil recabar evidencias, facilitadas en forma de documentos y vídeos por la garganta profunda Manning, y distribuidas sin contexto alguno por el intermediario, el activista Assange.
Como bien dice Bauluz, fueron los medios los que pusieron en contexto toda la información que sí constituía crímenes de guerra.
No es sorprendente que los líderes, también en democracia, quieran controlar los contrapesos del poder, como el periodismo y el Poder Judicial. Si bien las primeras publicaciones pusieron en grandes aprietos a Washington y crearon cierto alboroto público, la prueba de que a la mayoría de votantes estadounidenses les importa poco que se mate a un supuesto asesino sin un juicio justo fue el asesinato televisado de Osama bin Laden en Pakistán el 2 de mayo de 2011, en pleno escándalo por los cables.
Si la idea era difundir la información que "los medios no publican", lo cierto es que muchos de esos contenidos eran conocidos por cualquier corresponsal que hiciera bien su trabajo y tuviera un contacto fluido con su embajada.
"La tecnología ha cambiado en buena medida la forma de hacer periodismo, pero el método sigue siendo el mismo: verificación de fuentes, hechos y pruebas"
A los periodistas que cubríamos China, cuyos políticos eran y son infranqueables, lo único que nos sorprendió agradablemente fue confirmar que los líderes chinos estaban hartos de los desmanes nucleares del norcoreano Kim Jong-il. El resto lo sabíamos, como las torturas a la minoría uigur o tibetana, como podía saberlo también cualquier ciudadano que quisiera informarse bien y muy a pesar de las teorías de la conspiración tan del gusto de la izquierda. Hoy en día eso se llama "diplomacia privada".
Es cierto que la tecnología ha cambiado en buena medida la forma de hacer periodismo, pero el método sigue siendo el mismo: verificación de fuentes, hechos y pruebas.
Un ejemplo de ello es el excelente trabajo llevado a cabo por The Guardian para desvelar la muerte de civiles por parte de los ataques aéreos británicos contra el Estado Islámico en Mosul en 2016. Esta investigación se realizó en colaboración con la plataforma Airwars, que usa contenidos en redes para detectar y probar crímenes contra civiles.
El poder no ha acusado a los reporteros de conspiración ni los ha asesinado. Quienes sí admiten que la publicación de los cables cambió por completo su trabajo son los diplomáticos, funcionarios y los servicios secretos, mucho más conscientes de que todo lo que dejen por escrito puede ser hackeado y expuesto. Los espías de hoy no son James Bond, sino hackers como la propia Manning. Y están mejor pagados en las empresas privadas que en las gubernamentales.
Lo que divide la necesidad de seguridad nacional y la de interés público no es una línea gris. Todos los gobiernos intentan saltarse la ley en nombre de la seguridad nacional, y el deber del periodismo y de la justicia en democracia es exponer esos crímenes y exigir responsabilidades. La verdad debe ser un bien de interés y acceso público.
En cuanto a Assange, es un personaje con claroscuros. Un activista criado en una familia hippie, con el que dicen que es difícil trabajar, y del que destacan su misoginia y sexismo. De hecho, pesa sobre él una acusación creíble de delito sexual en Suecia.
Si bien al principio parecía querer exponer las vergüenzas de los poderosos de todo el mundo, su trayectoria en Wikileaks fue escorando hacia posiciones muy de izquierdas. Quienes lo conocen también destacan su desmedido ego, hasta el punto que Wikileaks era él, aunque abandonó la plataforma hace una década.
Hay también acusaciones creíbles de un comportamiento muy gamberro durante su estancia en la embajada ecuatoriana, y son inolvidables los bailoteos allí con un Garzón a la pata coja. Detalles impagables que darían para un divertido biopic.
*** Marga Zambrana es periodista, corresponsal en China desde 2003 y en Oriente Medio desde 2013.