Conocí a don Dalmacio en el otoño de su vida. Tenía ya la venerable edad de ochenta y cinco años cuando lo vi por primera vez. Recuerdo bien aquella tarde del invierno de 2016, en las escaleras marmoladas del segundo piso de la Facultad de Derecho del CEU-San Pablo de Madrid.
Había acudido al Seminario por invitación de un amigo. Invitación del todo irregular, pues el profesor, a la sazón director soberano del Seminario, ni la conocía ni la había sancionado. Aquella era una gran virtud de don Dalmacio: cualquiera podía acercársele sin otro requisito que la condición de la amistad.
La figura chata y maltrecha del profesor, asistido siempre de sus chuecas muletas, se arrastraba lentamente aquel día hacia un aula pequeña e incómoda, flanqueado por una escolta pretoriana de fieles amigos veteranos. Entró a la sala, saludó cordialmente a todos (incluidos los desconocidos), se sentó con dificultad en la cátedra de la tarima y, tras un intercambio de opiniones sobre la actualidad política con los asistentes, abrió el libro de lectura.
La obra de comentario para aquel curso del Seminario era su magna Historia de las formas del Estado (2010). A él, por su humildad congénita, le habría gustado que se comentara cualquier otro texto que no fuera suyo.
Nunca le gustó hablar de él ni ser agasajado. Así nos lo hacía saber cada vez que, apuntando los aciertos de las páginas del libro, invocábamos la opinión de Dalmacio Negro como argumento de autoridad: "F. — Como dice don Dalmacio aquí… / D. —Debe ser que sé mucho". Todas las sesiones de aquel curso 2016-2017 concluyeron con el mismo deseo sincero: "A ver si acabamos este libro de una vez y empezamos con otro".
El Estado como destructor del ethos de los pueblos; las ideologías modernas como religiones políticas de sustitución; el hombre nuevo como mito gnóstico; el pensamiento ideológico como destrucción de la inteligencia; la obsesión moderna por mutar la naturaleza humana; la abolición administrativa del ciudadano y su conversión en sospechoso devorado por el Estado minotauro; el cristianismo como religión de la libertad; la distinción principal entre la política y lo político; la libertad como presupuesto de la política (descubrimiento griego); el imperio ineluctable de la ley de hierro de las oligarquías. La impresión de sus dicta severos sobre todos estos temas era las de saetas fulgurantes atravesando los oídos y la cabeza del profano.
Sus textos y su conversación eran un alud de ideas y de autores, como le dije muchas veces. De pronto, todas se venían encima y sepultaban la inteligencia endeble de quien le escuchaba. El sabor de las primeras asistencias al Seminario era el del néctar de los dioses. Libar suavemente de la sabiduría de don Dalmacio: tal era el propósito, tal el regalo.
A partir de aquel momento, la relación se hizo más estrecha. Y la frecuentación del Seminario que dirigía semanalmente, intestado en honor a su maestro Luis Díez del Corral (del que lo heredó a finales de los 90), bajo la rúbrica "Seminario de Estudios políticos y de Estética política", fue una rutina maravillosa. Hasta que la pandemia cercenó todo lo bueno que la Academia tenía de presencial, relegándonos a la fría distancia de las pantallas.
Entretanto, me recibió en su chalet madrileño en muchas ocasiones, en las cuales pude entrevistarlo al menos dos veces por más de cuatro horas. Y atendió siempre generosamente mis llamadas, mis peticiones de consejo y las cenas de homenaje que periódicamente le organizábamos. La última, en septiembre.
El Seminario fue durante casi veinticinco años el más importante foro español de discusión de ideas políticas, verdadero reducto universitario. Por la altura inconmensurable de su director, primero. Por la importancia de las lecturas, después. Y por la talla de sus asistentes e invitados, por último.
Don Dalmacio dirigió su Seminario privado con bendita paciencia desde al menos 1998 hasta su último respirar: literalmente presidió la última sesión del año 2024 el pasado jueves, la última (¡y sin saberlo!) de nuestras vidas. Veintiséis años de dedicación gratuita a los discípulos…
Leímos de todo, como de todo leía insaciablemente el profesor: John Gray, Rémi Brague, William T. Cavanaugh, Eric Voegelin, René Girard, Augusto del Noce, Gonzalo Fernández de la Mora y, por supuesto, Dalmacio Negro. Nunca he conocido un hombre tan voraz en la lectura, un hombre tan ávido en escudriñar líneas. Y tan entregado a su labor intelectual: no faltó ni una sola noche a su escritorio.
"¡Cuánto lamento que tantos otros jóvenes de generaciones nuevas no puedan tener la experiencia de haber tratado a una personalidad tan magnánima!"
Pero don Dalmacio también daba de leer. No sólo por los autores y obras que recitaba sin cesar, sino por las que repartía dadivosamente. Durante años, uno de los momentos más esperados de la semana fue el despacho de las elegantes separatas extractadas de los Anales de la Real Academia, que nos obsequiaba cada jueves. Entre aquellos legajos de oraciones académicas se encuentra, por cierto, lo más sustancioso de su obra no encuadernada.
Yo tuve el honor de servir como el secretario informal e innominado del Seminario durante el último lustro, recordando modestamente las convocatorias cada semana y trayendo nuevos jóvenes amigos, los de la última hornada (que es la mía) de alumnos cautivados por la sabiduría del profesor. También hispanoamericanos, pues allí su obra no es (aún) muy conocida.
Don Dalmacio me regaló, como a tantos otros, una amistad sincera, pese a la gigantesca diferencia de edad. Amistad desde los primeros compases del trato. Siempre daba de usted, y siempre devolvía el usted. Hacía gala de unos modales exquisitos, aprendidos claramente en otra época. Y de una paciencia proverbial.
Solamente le vi alterar su quietud connatural una tarde en la que, víctimas de la excitación intelectual, no paramos de interrumpir sus disertaciones durante toda una hora completa. Sólo entonces, una única vez, nos dijo basta.
El vacío y la sensación de orfandad que deja a su marcha proviene, por lo mismo, de sus cualidades humanas. No es mero desamparo intelectual lo que ahora culpamos y sufrimos. Indeleble es ya la impresión honda de su bonhomía natural, de su generosidad derrochadora, de su paciencia exquisita, su sencillez cándida, humildad honrada e ironía gallega. Como también la fascinación de una inteligencia penetrante, una sabiduría caudalosa y el trabajo incesante.
Era noctámbulo empedernido. Y resistía el frío como el más recio esquimal. Quizá de su calor humano brotaba aquel sentido del humor tan irónico y peculiar. Como muestra, de nuevo, aquella respuesta (digna de carcajada escandalosa) que me brindó en la entrevista de 2019:
"P.— ¿Qué recuerdos guarda de su época de profesor universitario? R.— Los alumnos sabían leer y escribir. Algunos querían obtener su título, como es normal; otros querían meramente ejercer una profesión; otros tenían más curiosidad intelectual e intentaron la vida académica. Lo normal. No había adoctrinamiento".
Habría tantísimas anécdotas que contar… Como aquella vez en que una activista ecologista, recaudadora de fondos en nombre de cierta organización, le llamó anónimamente al teléfono del despacho para interrumpir otra disertación: "—Mire, señorita, yo soy antiecologista. Por favor, no me llame más".
Don Dalmacio ha sido un benefactor. Un factor de bien en nuestras vidas. Una persona inolvidable; un antes y un después. ¡Tantísimos pueden dar testimonio! Y, sobre todo, ¡cuánto lamento que tantos otros jóvenes de nuestras generaciones nuevas no puedan tener jamás la experiencia cabal de haber tratado a un hombre, una personalidad tan magnánima!
Trabajó hasta el final, sin tregua, incansablemente. Desde la atalaya de la augusta ancianidad, apoyado en el torreón de su caótico escritorio, entre las almenas de libros que conformaban el castillo intelectual de su formidable biblioteca, de la que era señor absoluto. Pese a los achaques del cuerpo, se mantuvo meditando, leyendo y escribiendo hasta su última noche. Al pie del cañón, como caballero legionario que era.
Son ya legendarios los cigarros inmensos que liaba con la torpeza de la edad, algunos acabados en total desproporción, otros contrahechos y los más directamente deformes. Todos ellos sin distinción, presos entre la comisura derecha de los labios, se vaciaban bailando alegremente de arriba abajo al ritmo en que de su boca desbordaba un caudal inmenso de ideas y conceptos políticos. Hasta que el bolsillo de su chaqueta se anegaba de la picadura de tabaco. Siempre fue enemigo del antitabaquismo reciente.
Como legendario es también el coraje español del profesor, que casi hasta los 90 años condujo su Skoda negro adaptado. Se cuenta que en la Moscú de preguerra todavía hay taxistas asustados con la destreza de don Dalmacio al volante. Los genios también se desenvuelven como lo que son en los ámbitos más cotidianos de la vida.
"Fue una de las últimas grandes personalidades (que no personaje) de España. Un hombre que elevó a cotas altas la ciencia española"
El eclecticismo de Dalmacio Negro ha permitido reunir hombres de muy diversas latitudes: profesores, doctores, doctorandos, estudiantes de licenciatura, profesionales liberales... Cada cual con su sensibilidad propia.
Otro maestro dice siempre que algunos pasan por la Universidad, pero la Universidad no pasa por ellos. Pues bien, la constitución auténtica de la experiencia universitaria de muchos de nosotros ha sido precisamente el Seminario. Y el eje de tal experiencia ha sido Dalmacio Negro.
No me deslizo al decirlo. Algunos hemos nacido intelectualmente en el seno de Dalmacio Negro. El profesor, con su mayéutica, ha sido nuestra partera socrática.
No existe, sin embargo, ningún dalmaciano puro, salvo el propio Dalmacio. Todos sus discípulos lo somos ad modum recipientis. Es bueno que así sea. Su presencia ha sido para todos un antes y un después. El sello enriquecedor que nos impuso nos ha cambiado la vida. Pero la genialidad radical es siempre del maestro.
La obra académica de Dalmacio Negro, en su sistematicidad temática, es vasta. Recorre cincuenta años ininterrumpidos de producción científica, desde la edición de su tesis doctoral sobre Stuart Mill (1975) hasta las más recientes sobre La tradición de la libertad (2021), pasando por el original Comte: positivismo y revolución (1985), los opúsculos Gobierno y Estado (2002), Sobre el Estado en España (2007), La situación de las sociedades europeas (2008) y La ley de hierro de la oligarquía (2015).
Más de doscientos artículos, ochenta y seis capítulos de libros, sesenta voces enciclopédicas, más de cincuenta prólogos, sesenta y cinco recensiones y, en fin, once antologías y veintiséis ediciones de los más variados clásicos políticos, modernos y contemporáneos, para las mejores casas editoriales hispanas.
Últimamente le habían publicado dos antologías. La una, selección de artículos de prensa, reunida por Jerónimo Molina y Carlo Gambescia, Liberalismo, iliberalismo (2021). La otra, de parlamentos en la Real Academia, a cura de Carmelo Jiménez Segado y Pablo Ramírez Jerez, El fin de la normalidad y otros ensayos (2021).
En realidad, don Dalmacio fue un autor tardío: el núcleo fuerte de sus escritos inicia cumplidos ya los 60 años. Las opera magna son, en síntesis, cuatro: La tradición liberal y el Estado (1995), Lo que Europa debe al cristianismo (2004), El mito del hombre nuevo (2009) e Historia de las formas del Estado (2010).
Estas dos son obras únicas en su género. Nunca se han publicado en lengua alguna tratados de tamaña envergadura, sistematicidad y profundidad sobre dichas temáticas.
Por su nonagésimo aniversario, su discípulo Jerónimo Molina curó, además, un elegantísimo liber amicorum bajo el título Pensar el Estado (2022), en el que se puede consultar una de las dos inacabables entrevistas personales que tuve con él, disponible igualmente en vídeo abierto.
La biografía intelectual de don Dalmacio puede esbozarse escrutando la imbricación de sus publicaciones con las fases de su pensamiento.
En la primera, puramente liberal, se dedica a estudiar los clásicos del liberalismo y los problemas de la cultura política liberal-europea.
Del liberalismo pasa, en segundo término, a la teoría del Estado para historiarlo críticamente, con la marca de los antiestatistas liberales, de la teología política y los juristas de Estado; es la fase realista.
En la tercera y última, de síntesis y plenitud, recoge el patrimonio de la segunda y añade la conciencia total de la centralidad civilizatoria del cristianismo. Y el designio anti-antropológico de las ideologías modernas, proyectadas por el Estado, cuya ejecutoria ha consistido en subvertir el ethos de los pueblos europeos, en una visión histórica integradora del gran cambio de un nuevo tiempo-eje, siempre atenta a la identificación de las fuerzas que contienen el desorden en la historia.
Hacer la exégesis de conjunto de la obra de don Dalmacio en un obituario de prensa sería del todo exagerado. Debo anotar, sin embargo, que en ella se explicitan, a la vez, una diagnosis (examen de los males presentes, sus causas y destrucciones) y una heurística (descubrimiento de lo real). Como están también implícitas, más difíciles de detectar, propuestas de curación. Una pars destruens y una pars construens. Pues el maestro era inigualable a la hora de trazar las líneas de fondo de nuestro tiempo.
A la verdad don Dalmacio fue un hombre de otro tiempo. Fue una de las últimas grandes personalidades de España. Una personalidad, que no personaje. Un hombre que elevó a cotas altas la ciencia española.
Con la reciente desaparición de Juan Velarde († 2023) y Jesús Burillo († 2024), la de Dalmacio Negro constituye el desdichado punto de extinción de una generación de hombres inolvidables que protagonizaron la etapa argéntea de la historia del pensamiento español.
La inmensa obra dalmaciana, en la que se trasluce tal personalidad, es un ciclópeo legado intelectual a (re)descubrir una y otra vez. Queda ahora encontrar los modos adecuados de relanzarla, desatando toda su potencia arrolladora, en este y el otro lado de la Mar Océano.
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En la mañana del día 23 de diciembre de 2024, ha fallecido en su domicilio de Madrid nuestro amado profesor don Dalmacio Negro (†), a la provecta edad de 93 años, tras una vida larga y plena. La muerte se consuma para él en la fecha exacta de su aniversario, en lo que probablemente sea un signo providencial de cierre de una vida.
Algunos pensábamos ingenuamente que don Dalmacio era para siempre. Verlo durante casi una década inalterado, con el cuerpo quebrantado y la mente vigorosa, nos traicionó el pensamiento. Bien él habría querido, como siempre decía con ironía, actualizando la cifra cada diciembre, vivir otros 93 años. No ha podido ser.
Sin tristezas ni lamentaciones, don Dalmacio nos habría querido desear hoy, ante todo, una feliz Navidad. Su recuerdo es ya imborrable y su preciosa obra le sobrevive como legado perenne.
Descanse en paz, querido maestro, querido profesor, querido amigo.
*** Dalmacio Negro Pavón (Madrid, 23 diciembre de 1931–23 diciembre de 2024) fue catedrático de Historia de las Ideas políticas en la Universidad Complutense de Madrid, emérito del San Pablo-CEU y académico de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas de España.
*** José Luis Álvarez de Mora es licenciado en Derecho y Ciencias Políticas y doctorando en derecho romano por la Università degli Studi di Salerno.