Concentración de estudiantes frente a la Asamblea de Madrid para protestar por la infrafinanciación de la Universidad, el pasado 19 de diciembre.

Concentración de estudiantes frente a la Asamblea de Madrid para protestar por la infrafinanciación de la Universidad, el pasado 19 de diciembre. Europa Press

Tribunas

La Universidad pública española tiene muchos más problemas que la infrafinanciación

Si la universidad española necesita más financiación, esta habría de darse de manera selectiva, exigente y condicionada.

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Hay un debate abierto (y mucho ruido) sobre la financiación universitaria. Y la mayoría de los análisis en prensa piden más dinero para que la universidad pública pueda seguir cumpliendo su misión principal: fomentar la igualdad de oportunidades y contribuir así a salvaguardar un elemento nuclear de la ciudadanía democrática.

Indudablemente hay un problema con la financiación, y significativamente en la Comunidad de Madrid. Entre 2011 y 2024, el presupuesto de Universidades ha aumentado un 7,7% mientras en ese mismo período la inflación acumulada en la Comunidad de Madrid ha sido del 27,9%, según datos del INE. Y entre 2011 y 2023 el sueldo de los empleados públicos ha aumentado en un 11,5%, según el CSIF.

Con sólo mirar estos datos, observamos que en los últimos cinco lustros ha habido desinversión de la Comunidad de Madrid en sus universidades públicas.

Con ser esto un problema muy grave, sería conveniente abrir el debate sobre la universidad con una perspectiva algo más amplia. Porque la universidad española tiene muchas deficiencias que apenas tienen que ver con la financiación.

La posición de la universidad española en los ránkings internacionales de excelencia científica es preocupantemente baja. Desgraciadamente, sólo una universidad pública –la UB de Barcelona- está entre las 200 mejores del mundo en el índice de Shangai, que mide sobre todo el potencial investigador sobre un total de 1000 universidades. Ninguna madrileña entra en el quintil superior.

Fachada del Rectorado de la Universidad Complutense de Madrid.

Fachada del Rectorado de la Universidad Complutense de Madrid.

Y, sin embargo, España es uno de los países más ricos del mundo: ocupa el puesto número 15 a nivel mundial por PIB absoluto y el 35 en PIB per cápita. Y en la OCDE ocupa, respectivamente, los puestos 11 y 23. Nuestras universidades están pues muy por detrás de nuestro nivel de riqueza y potencial económico.

¿Se debe ese desempeño tan modesto a la infrafinanciación? Es posible, pero también es dudoso.

Las universidades de Cataluña y Madrid son las que peor financiación tienen (en torno a 5.500€ por alumno), y la UB está muy por encima de la UCM y de todas en el ránking de Shangai.

Es verdad que otras universidades mejor financiadas (Valencia, Aragón, País Vasco) han conseguido mejorar su posición, especialmente la Universidad de Valencia, que es ahora la segunda mejor española en el ránking. Pero las Universidades del País Vasco están comparativamente muy bien financiadas y la UPV/EHU sólo está entre las 400 mejores, muy por detrás de la UCM, peor financiada. Y la Universidad de Zaragoza, que también ha mejorado, sólo está entre las 600 mejores.

En cualquier caso, el resultado global en términos de excelencia investigadora es muy mediocre y no se corresponde con el potencial económico del país, ni global ni regionalmente.

Tal vez este modesto desempeño se deba no tanto a la infrafinanciación como al modelo universitario que nos hemos dado y que se ha extendido por todo el país en las últimas décadas. Nos referimos al modelo generalista tipo UCM o UB.

Si se hubiera querido potenciar la investigación, el modelo a seguir habría sido el de los centros especializados, más pequeños, más fáciles de financiar, más internacionalizados y con más capacidad de atraer talento.

Este tipo de universidades habrían potenciado sin duda el desarrollo económico regional adaptándose a las necesidades del entorno, como lo ha hecho, por señalado ejemplo, la universidad de Wagenningen, en Holanda, especializada en ciencias agrícolas y medioambientales y considerada la mejor universidad del mundo en el ámbito de la agricultura y la silvicultura. El espectacular desarrollo del sector agroindustrial holandés se debe en buena medida a ese centro especializado de investigación.

Pero en España se prefirió el otro modelo, el generalista, casi siempre a mayor gloria del presidente, el alcalde o el partido de turno. El resultado fue la proliferación de universidades públicas hechas deprisa y corriendo, en muchos casos con selección adversa del profesorado, sin una estimación realista de las matrículas a cubrir a medio plazo. Y en general sin pensar en la calidad.

"Un estudiante sueco o finlandés de enseñanza media entiende mejor lo que lee que un universitario español"

No fue una buena política de expansión universitaria y las consecuencias están a la vista. No es casual que ninguna universidad española esté en el Top 100 de universidades europeas en solicitudes de patentes. No es casual tampoco que dos de nuestras universidades más jóvenes, la Rey Juan Carlos de Madrid (una criatura del PP) y la Pablo Olavide de Sevilla (una criatura del PSOE) hayan salido del ránking de Shangai.

Así, de las seis universidades madrileñas, una ya no está ni entre las 1.000 mejores del mundo.

Podría aducirse que la fortaleza de la universidad española no es la investigación sino la docencia. Ya sería triste tener que reconocer que la ciencia la hacen otros mientras que nosotros nos limitamos a enseñarla, pero podemos sopesar el argumento.

Es verdad que en el ránking QS World University Rankings, que incorpora indicadores reputacionales y de empleabilidad, salen mejor paradas la UCM y la UB, curiosamente las comparativamente peor financiadas, y que han mejorado en los últimos 15 años. Pero las otras tres (Unizar, UV y UPH) de hecho empeoran, pese a su relativa mejora financiera.

Para no cansar con los datos nos limitamos a comparar 2010 con 2024:

Evolución QS World University Rankings (2010 - 2024).

Evolución QS World University Rankings (2010 - 2024).

Como vemos, la mejor española es la UCM, ocupando el puesto 164 entre las 1.500 universidades consideradas, seguida de cerca por la UB. Pero obsérvese el bajo nivel de las otras tres y su negativa evolución, pese a su mejor nivel comparativo de financiación.

Obviamente, no estamos para tirar cohetes tampoco en excelencia docente. Volvemos a estar muy desacompasados respecto de nuestra riqueza y potencial económico. Por eso no resulta sorprendente el demoledor dato del último informe de la OCDE sobre competencias de los universitarios.

Significativamente, nuestros graduados tienen menor capacidad de comprensión lectora que los bachilleres nórdicos. Dicho de otra forma, un estudiante sueco o finlandés de enseñanza media entiende mejor lo que lee que un universitario español.

De hecho, la comprensión lectora de nuestros graduados está por debajo de la media de la OCDE y por detrás de países como Estonia, Chequia, Hungría o Portugal.

¿Será por falta de profesores? Es difícil de calibrar. Habría que analizar universidad por universidad y departamento por departamento y es casi seguro que en algunos sobrarán y en otros faltarán.

Pero valga como botón de muestra la UCM, no en vano, la mejor clasificada en el ranking QS. Los datos son inquietantes, y están colgados en su página web.

A comienzos de la década de los 2000, la UCM llega a su pico de alumnos, algo más de 100.000 en 2001, y desde entonces no ha hecho sino perder matrículas. En el curso 2024-25 se matricularon 65.649 estudiantes: cerca de 40.000 menos que hace dos décadas.

Sí, sí, el lector ha leído bien: en apenas dos décadas y media la UCM ha perdido casi la mitad de sus alumnos. Hace veinte años la universidad era vibrante y ruidosa, con las aulas y los pasillos llenos de alumnos. Hoy son edificios mortecinos y silenciosos con unas aulas semivacías que da pena ver.

"La Universidad sigue siendo una institución endogámica y clientelar, que no siempre respeta el principio del mérito"

Sin embargo, el número de profesores no ha dejado de crecer desde entonces, pasando de 6.197 en 2006 a 6.924 en el presente año académico. Si a comienzos de siglo tocábamos a 14 alumnos por profesor, veinte años después la ratio es de algo más de 9.

La media de la OCDE en educación primaria es de 15 alumnos por profesor, y de 13 para la secundaria. Estamos pues bastante por debajo de esa media, y no parece que al menos la UCM necesite más profesores. Eso sin contar la previsible tendencia decreciente del número de matriculados para el futuro próximo.

Leemos sin embargo que las universidades madrileñas van a conseguir más de mil nuevos profesores. Los rectores y la Comunidad de Madrid sabrán por qué, pero a este paso más que clases universitarias vamos a terminar dando clases particulares en aulas enormes.

¿Es esto sostenible? No importa: pagan los ciudadanos.

Decía Montesquieu, y tenía toda la razón, que la cosa pública exige virtud. Más allá de la financiación, en la academia española, con todas las muchísimas excepciones que se quieran, falta virtud.

Es difícil de medir, pero los que estamos dentro sabemos que sigue siendo una institución endogámica y clientelar, que no siempre respeta el principio del mérito y a menudo consiente con la selección adversa del profesorado.

Esto no es algo para tomarse a broma. El prestigio de una institución se basa en su desempeño. Y este –más allá de los recursos materiales- depende del factor humano, de que se seleccione a los mejores, por competencia y por honestidad. El screening-in es pieza clave de la salud y buen funcionamiento institucional.

Los que estamos dentro sabemos que esto no siempre es así en la academia española. En unos casos por politización (ideología e identidad), en otros por simple nepotismo, lo cierto es que la meritocracia sigue siendo una asignatura pendiente de nuestra academia.

Podríamos contar muchas anécdotas, y no acabaríamos. Pero no es este el lugar. 

Sí diremos aquí que quienes defienden mayor financiación pública en nombre del principio de igualdad de oportunidades no deberían olvidar que la meritocracia es la otra cara de ese mismo principio. Las instituciones públicas –como la universidad pública- deben ser eficientes y austeras, porque en definitiva se sostienen con el dinero de todos.

Por eso tienen que estar máximamente racionalizadas. Por ejemplo, no puede haber grupos con apenas alumnos, ni redundancias ni gastos injustificables. Ni casos como el de Begoña Gómez. Y tienen que exigirse a sí mismas unos elevados estándares de desempeño.

"El modelo debió ser el de los centros especializados, más pequeños, más fáciles de financiar, más internacionalizados y con más capacidad de atraer talento"

En los años ochenta del siglo pasado se hizo una reforma universitaria en Inglaterra. Un elemento de esa reforma era condicionar la financiación de los departamentos y facultades a su rendimiento académico, de tal manera que tuvieran que competir por dineros escasos.

La reforma dio sus resultados. Ahora, si no hemos contado mal, Gran Bretaña tiene 20 universidades entre las 200 mejores del mundo.

No vemos a nadie en España pidiendo condicionar esa financiación al rendimiento. Pero este es ya un problema del país. Nos ha hecho la boca un fraile, y el interés general se escapa por entre los miles de intereses particulares, cada cual barriendo para casa.

Si la universidad española necesita más financiación, ésta habría de darse de manera selectiva, exigente y condicionada. Pero estamos convencidos de que más que financiación la universidad española necesita refrescar y actualizar sus niveles de autoexigencia y recuperar una ética de la virtud, esto es, de la excelencia.

La llamada reforma de Bolonia, que fue una reforma fake y fallida, de quiero y no puedo, se hizo sin altura de miras. Y ni siquiera aprovechamos para redefinir en serio nuestros planes de estudios cuando los estábamos reduciendo de 5 a 4 años. La principal preocupación era salvar la máxima docencia de los departamentos ante la criba que aquella reducción suponía.

Hacen falta más dineros. Pero más aún que dineros lo que necesitan las universidades españolas y los centros superiores de investigación es ser auditados con la mayor objetividad posible.

Sólo mediante un análisis riguroso y exhaustivo podríamos calibrar nuestras deficiencias y diseñar estrategias para enderezar la academia española hacia el puesto que le correspondería a un país de nuestro nivel de riqueza y desarrollo económico.

Pero esa auditoría no se hará.

*** Andrés de Francisco es profesor titular de la UCM.

*** Francisco Herreros es científico titular del CSIC.