Una de las imágenes más bellas que circuló en los días de nevada fue la de una carretera albaceteña flanqueada por chopos con unas copas tan blancas que parecían enormes almendros en flor. Se trataba de una espectacular cencellada, un fenómeno similar a la escarcha donde con el viento, la temperatura y la humedad adecuadas se forman unos cristales que resultan especialmente vistosos alrededor de las ramas de los árboles.
El periodismo también necesita las condiciones adecuadas para cumplir adecuadamente su importante función social. Un medio no puede hacer su trabajo desde una torre de marfil en la que sólo hace de altavoz de información notoria o filtrada que le hacen llegar. Los periodistas han de acercarse y tener suficiente confianza con los poderosos para obtener más ágilmente cierta información, lograr que se dejen entrevistar o conseguir ciertos soplos u off-the-record que les abran nuevas pistas. Pero no pueden estar tan cerca del poder como para no ser capaces de distinguir la verdad o no atreverse a contar lo que merece ser noticia.
Para que ese margen de acción no se estreche hasta desvirtuarse deben mantenerse dos condiciones de equilibrio esenciales. El primero es un Estado que proteja sin entrometerse: es decir, unas leyes que garanticen la libertad de prensa sin ninguna forma de censura previa y cuyo secuestro solo pueda ser ejercido a posteriori por un juez si estima que es la única manera de proteger otro derecho fundamental.
El Ejecutivo y el legislador no deben intentar ninguna injerencia ya sea mediante permisos o autorizaciones administrativas de ningún tipo –ni siquiera con el pretexto de evitar el intrusismo–, subvenciones arbitrarias, ni a través de medios de titularidad gubernativa que hagan una competencia desleal o rompan la neutralidad exigible a un servicio público.
Es fundamental, por lo tanto, que un medio logre la mayoría de sus ingresos a partir de fuentes privadas y que estas sean variadas
La Constitución Española vincula así impecablemente en el mismo artículo 20 los derechos de los ciudadanos a recibir información veraz con el de comunicarla, reforzado por la cautela adicional que supone la cláusula de conciencia de un periodista respecto a su empleador.
Si la primera condición para que fructifique el periodismo veraz la ofrece pues el Estado de derecho, la segunda se encuentra en el mercado y no consiste sólo en que surja una pluralidad de medios privados sino que cada uno pueda lograr una suficiente diversidad de fuentes de financiación de manera que ninguna sea tan determinante como para no poder permitirse renunciar a ella.
Como cualquier empresa, un periódico paga impuestos, y del mismo modo puede recibir ocasionalmente una ayuda pública transparente, pero cuando –como han logrado gobiernos nacionalistas– algunas cabeceras se dopan de transferencias públicas para su subsistencia es inevitable que surja la autocensura (cuando no directamente las instrucciones sigilosas) por mucho que sobre el papel se diga que se concedían sin exigencias sobre la línea editorial.
Es fundamental, por lo tanto, que un medio logre la mayoría de sus ingresos a partir de fuentes privadas y que estas sean variadas. Por un lado, la publicidad, sin la cual se perderían importantes recursos con los sufragar redacciones y colaboradores para investigar con más amplitud y profundidad y confrontar más ángulos de opinión.
Siempre que haya suficientes anunciantes como para no depender en absoluto de ninguno, el periodista no tendrá duda en cuándo corresponde informar de un escándalo de una empresa o valorar severamente alguna de sus decisiones.
Por tomar más perspectiva con un ejemplo lejos de nuestras fronteras, en la caída de Enron fue decisiva una tribuna en Fortune, revista para la que la energética era un gran cliente. En ciertos países hay periódicos que consiguen mantenerse sin publicidad, pero con un alcance muy limitado, como Le canard enchaîné, que lleva más de un siglo editándose en Francia pero con frecuencia semanal y sólo ocho hojas, de manera que su importante función para revelar escándalos de políticos o empresas resultaría impotente de no amplificarse a través de la prensa diaria.
Por último, y no menos importante ni simbólica ni financieramente, los lectores en general y suscriptores en particular. Hasta hace pocos años en que los medios escritos se difundían sólo en papel, ambas categorías se complementaban: a los ingresos de quienes acudían con más o menos regularidad al quiosco se sumaban los que se abonaban durante un periodo de tiempo.
La apuesta por reservar contenidos a suscriptores se ha generalizado el último año con un nivel de precios muy competitivo
Hace años que las ventas de prensa diaria en papel están en caída libre y probablemente sean pronto un producto minoritario que se reparta acaso en aviones y pocos lugares más. Mientras los lectores siguen acercándose a los periódicos a través de internet, el gasto de algunos centenares de euros anuales que muchos solían dedicar a procurarse noticias y opinión impresos en celulosa lleva varios años en un limbo.
EL ESPAÑOL entendió desde su nacimiento, hace cinco años, que se trataba de un periodo transitorio y que el sector de la prensa escrita en nuestro país acabaría saliendo de la trampa de la precariedad que impone la gratuidad (cuando te dan algo gratis, piensa si el producto no eres tú) y apostarían por el modelo de negocio vigente en todas las democracias importantes donde con variantes –acceso a algunas noticias al mes, a parte de ellas...– todos los periódicos relevantes (la única excepción de primera línea es The Guardian) reservan el grueso de sus contenidos para suscriptores.
En lo que sigue siendo el récord mundial de crowfunding periodísticos, EL ESPAÑOL reunió a 5.624 'leones' que se convirtieron en accionistas y a los que se han añadido en estos años otros 10.000 suscriptores, situándose –así como en lectores en general–, entre el quinteto de cabeza de la prensa española, junto a medios que tienen al menos el cuádruple de antigüedad.
La apuesta por reservar contenidos a suscriptores se ha generalizado durante el último año con un nivel de precios muy competitivo (una suscripción digital cuesta la cuarta parte que lo que venía siendo en papel) y cabe esperar y desear un crecimiento claro para todo el sector. Pero todo inicio es frágil y más en periodo de crisis y partimos de cifras muy bajas.
Incluso teniendo en cuenta que España tenía la mitad de ventas de periódicos en papel por millón de habitantes que países como Francia, no deja de ser chocante que entre las 50 cabeceras con más suscriptores no haya ninguna española, cuando sí las hay de países con menor PIB per cápita y población como Argentina y Polonia, o de mucha menor población como son varios nórdicos (informe FIPP 2019). Frente a los 3,8 millones del New York Times o los 200.000 de Le Monde, en nuestro país nadie pasa de 21.000.
Se suele decir que la prensa es el cuarto poder, es más bien un contrapoder de los tres que tiene el Estado, y que no está concentrado en una sola fuente sino distribuido en la multitud de personas que escriben, leen, eligen dónde hacerlo y con quién gastar una parte de su dinero.
Por necesidad en un tiempo de riesgos para la democracia, y por posibilidad porque España es aún un país lo bastante próspero para que algunos millones de hogares dediquen unas decenas de euros al año a sostener a uno o varios medios que quieren cumplir su papel con profesionalidad y rigor, confiemos que 2021 sea el año en que cristalice de nuevo una prensa con la independencia que sólo permite un número suficientemente alto de suscripciones.
*** Víctor Gómez Frías es consejero de EL ESPAÑOL.