Buceador, surfista, cazador, alpinista, abogado, pelotari, escalador, viajero, marino, esquiador, corresponsal de guerra y, ahora, en camino de ser torero. Hay pocas cosas que Telmo Aldaz de la Quadra-Salcedo (Pamplona, 1970) no haya hecho en sus 52 años de vida. Además, está casado, tiene tres hijos y es presidente de la Comunión Tradicionalista Carlista (CTI). La suya es una de esas biografías cada vez más difíciles de encontrar en un mundo de enjambres de oficinistas y encorsetado en la previsibilidad de los horarios y de las normas sociales.
Aldaz, de barba frondosa, profundos ojos azules y melena rubia, recuerda a la imagen de los grandes aventureros y descubridores españoles del siglo XVI. No sólo es su vida la que ha emulado aquella existencia nómada, austera, desapegada y, al mismo tiempo, arraigada en fuertes valores católicos y en la fe, sino que la de sus antepasados siempre fue así. Su tío fue el célebre viajero y atleta Miguel de la Quadra-Salcedo, hijo de una saga que se remonta hasta los albores de lo que Telmo, su sobrino, define como Hispanidad.
Su estirpe comienza con el conde don Rubio Díaz de Asturias, que tras enfrentarse a su tío abuelo Fernando I, rey de León, en el siglo XI, fundó su propio linaje. “Se enfada con su tío, se va con sus caballeros por la costa cantábrica, desde Liébana, a lo que ahora son las Encartaciones [Vizcaya], y entonces tira la vara. ‘Donde se clave me aposentaré, edificaré una Torre y me casaré con la hija del notable del lugar’, dijo. Y así se fundó el primer señorío de Salcedo, porque había muchos sauces; el del claro conde don Rubio, porque era rubio”, relata Aldaz, orgulloso.
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Y no queda ahí. A lo largo de los siglos, otros parientes suyos escribieron algunas de las páginas más relevantes de la Historia. Es el caso, entre otros muchos, de Íñigo López de la Quadra, capitán de la guardia de Fernando el Católico. El 12 de diciembre de 1492, dos meses después de la llegada de Cristóbal Colón a América, salvó la vida al rey del atentado de Juan de Cañamares en las escaleras del Palacio Real de Barcelona.
Aquel acto heroico, en el que el banderizo perdió la vida tras sufrir graves heridas en el brazo, valió el favor de los Reyes Católicos a los De la Quadra-Salcedo. Los monarcas les rindieron homenaje en la todavía existente casa-palacio de Güeñes. Pero Aldaz apunta que ellos no han “pisado moqueta en su vida”: siglos más tarde vendrían las guerras carlistas, en las que sus antepasados tomaron parte activa. “Los carlistas ganaban la honra pero perdían la hacienda y la vida. Tuvieron que irse”, asegura Aldaz en conversación con EL ESPAÑOL | Porfolio.
Una infancia ‘salvaje’
La nada común vida de Aldaz de la Quadra-Salcedo comenzó muy temprano. Su madre, Ana María de la Quadra-Salcedo Gayarre -hermana de Miguel-, era arqueóloga. “Sabía árabe, vasco, latín… Era curiosa; tenía una memoria portentosa y todo le parecía bonito. Estaba enamorada de la vida, no tenía miedo y, como los conquistadores españoles, tenía mucho don de gentes. Fue una pionera en muchos sentidos, en la espeleología, etc., y nos animó a ir a contracorriente. Decía: ‘Mande quien mande, siempre contra el prior’”, relata su hijo.
A los 30 años, Ana María se casó con el pamplonés Cecilio Aldaz Elso, cuando él tenía 60. Antes, el padre de Telmo había viajado por el mundo como protagonista, nuevamente, de una vida de novela: vivió la Guerra Civil Española, en la que combatió como voluntario requeté y posteriormente como cazador del Regimiento de Montaña en el bando republicano, después de que su madre fuera arrestada.
Se exilió a Francia, vivió en México y República Dominicana e incluso en Alaska; fue lanzado con los paracaidistas aliados en Narvik (Noruega) durante la Segunda Guerra Mundial, combatió en el Pacífico, donde fue testigo del bombardeo japonés de Pearl Harbor, tuvo una flota pesquera y pasó años en la marina mercante, oficio en el que llegó a capitán. Se codeó incluso con personajes como Ernest Hemingway, con quien pescaba en los ríos de su Navarra natal.
“Mi padre era muy especial, muy suyo. Cuando se casó con mi madre y formaron una familia, no quería que nosotros fuéramos a la escuela. Le horrorizaba el mundo moderno y evitaba a la gente. No quería que fuéramos parte de una concentración como las que hay en los colegios. Entonces mi madre no sacó una plaza de arqueóloga que nos hubiera llevado a todos al Congo, y con una furgoneta y dos perros pachones navarros, comenzamos a viajar”, dice Telmo.
Lo que hoy se llamaría homeschooling, para Telmo y sus dos hermanos fue lo más natural del mundo. Vivieron como “hippies”, como él mismo dice, como la familia de la película Captain Fantastic en la que un padre en los Estados Unidos de los 70 saca adelante a sus hijos en la naturaleza, donde les da clases desde supervivencia y hasta de filosofía. “Eso sí, en lugar de maoístas, éramos carlistas, que también es ser antisistema”, acota Telmo.
Su madre les daba clases de Latín, de Historia, de Geografía… “Y Matemáticas, el que sabía”, recuerda. Luego, se examinaban en escuelas oficiales. Sacaron los estudios “a trancas y a barrancas”. Los años transcurrieron en furgoneta recorriendo toda la geografía española. Pasaban temporadas en diferentes pueblos y aldeas “de no más de siete casas”. También viajaron por Europa y cruzaron todo el norte de África.
"A mi madre nunca le dio miedo que me fuera a la guerra del Congo, pero sí que fuera a discotecas... Hasta los 25 años jamás probé una copa de vino"
“Nos volvimos un poco raros. No crecí con la necesidad de tener amigos. Mis amigos eran mis hermanos y luego la gente de los pueblos por los que pasábamos. A algunos les caes bien y a otros no tanto. Pero he vivido la mejor infancia que se puede tener. Eres feliz, no quieres hacer otra cosa. Aprendí desde niño que la experiencia práctica es fundamental, aprendimos a amar otras culturas y formas de vivir. Al final, como en todo, acabas sabiendo mucho de muchas cosas y, de otras, no tanto”, rememora Telmo.
Al igual que en Captain Fantastic, su despertar a la juventud fue tardío. Apenas se relacionaba con chicas y, como él reconoce, fue un “niño” hasta la mitad de los veinte. “Siempre lo fui. Con 25 años también… Era un tío fuerte, pero seguía siendo un niño. A mi madre nunca le dio miedo que me fuera a la guerra del Congo, pero sí que fuera a discotecas... Hasta los 25 años jamás probé una copa de vino… Luego ya recuperé el tiempo”, dice riendo.
“Con las chicas era muy romántico, antiguo… No me arrepiento. Agradezco toda esa etapa. Doy gracias a Dios por no haberme vulgarizado. Tú puedes fumar y beber desde los 14, pero también lo puedes hacer a los 80. En cambio, las cosas que puedes hacer con 20 y que puedes hacer con 16 no las puedes hacer en otras épocas. Sobre todo, no con la misma energía ni con la misma ilusión. Creo que cada etapa tiene sus cosas. Cuando eres joven y tienes fuerza, eres eterno, no te molesta tu vida. Cuando eres más mayor, tienes que interiorizar la eternidad”, dice, al tiempo que reconoce que no ha podido educar a sus hijos como hicieron con él, mientras sostiene un generoso habano.
“El tiempo de los niños pasa muy lento y el de los adultos muy rápido. Para cuando quieres educarlos como ácratas, el mayor ya tenía 10 años”, se justifica.
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Telmo y sus hermanos sacaron el bachillerato a distancia y después de que su padre se pusiera enfermo, regresaron a Pamplona. Comenzó entonces los estudios de Derecho, también a distancia, por la UNED. “Yo quería ser marino, como mi padre, pero para estudiar Náutica tenía que tener un bachillerato de Ciencias, u otra carrera. Así que me apunté a Derecho. Lo disfruté mucho”, asegura. Más tarde, se especializó en Derecho Marítimo en Burdeos. Pero su vocación, la que había cultivado desde niño y que siguió en aquellos años con un referente tan cercano como su tío Miguel, era viajar.
Un Magallanes del siglo XXI
El primer viaje con su tío lo hizo cuando tenía 17 años. Le ayudó con los temas logísticos, de los que terminó siendo coordinador en diferentes expediciones a lo largo de la siguiente década. “No quería ser como él, pero me gustaba lo que hacía. Si en mi familia hubiese tenido a algún torero, hubiese sido torero”. Pero los precedentes familiares eran los que eran.
Primero fue Aventura 92 y después las diferentes ediciones de la Ruta Quetzal. Entre medias, cubrió como corresponsal el conflicto del antiguo Zaire y protagonizó programas de televisión de viajes para Discovery Max. Rehizo hazañas de grandes exploradores españoles, remontó los ríos Congo y Amazonas, cruzó los océanos en una carabela… Sus viajes son incontables.
Pero, ¿cómo lo hizo? Aldaz nunca tuvo un trabajo fijo, ni contaba con recursos de su familia, a pesar de su rancio abolengo. Explica Telmo que el dinero nunca le “interesó”. “Nuestra madre nos enseñó una cosa: el dinero va y viene, hay días buenos y días malos, pero uno siempre se las ingenia para que haya para comer, y nos enseñó la existencia de la Providencia”, dice.
“Antes se podía vivir sin dinero, ahora no. La vida era más sencilla, más libre, más salvaje, más natural. Los jóvenes ahora están obsesionados con cómo se van a ganar la vida, y lo entiendo. Es admirable el esfuerzo de la gente en este mundo capitalista en el que fuera del sistema todo el mundo te juzga. Pero yo les digo que hagan lo que les gusta. Que trabajen, eso sí. Es lo más noble. De lo que sea, pero que trabajen sin que sea una condena, siendo serios, pero sabiendo que mañana pueden estar en otro lado y no pasa nada”, prosigue.
“Al final, si tú tienes actitud y quieres una cosa, acaba llegando. El dinero no es excusa, si lo quieres hacer. Las cosas van saliendo, ilusionas a la gente… De pronto, conoces a un tío que tiene un astillero y que te deja su barco para dar la vuelta al mundo porque te ha visto durmiendo en el suelo solo porque querías arreglar tu canoa… A lo mejor no tienes un plan de pensiones, pero eres feliz”.
Tras una de sus travesías oceánicas, Telmo conoció en Panamá a la que sería su futura mujer, Isabel Ussía, periodista e hija del escritor Alfonso Ussía. (Reconoce que, con él, un destacado liberal, evita hablar de política). Entonces regresó a Madrid y se puso a buscar trabajo como abogado. “Estaba enamorado, así que me importaba poco meterme en una oficina. Pero obviamente, no me llamó ningún despacho. Los despachos quieren a premios extraordinarios de fin de carrera, personas moldeadas para tener éxito en sus carreras y encajar, y no era mi caso", dice.
Consiguió finalmente un empleo temporal en la empresa de trabajos verticales de un amigo. Pintaba fachadas de edificios y participó en la producción de dos grandes producciones de cine, El Capitán Alatriste y Los fantasmas de Goya, de Milos Forman.
Mientras tanto, se enteró “de chiripa” de que la Comunidad de Madrid quería lanzar un proyecto de viajes para jóvenes y Telmo presentó una propuesta que resultó ganadora entre varias. La experiencia con su tío fue determinante. Era el año 2006. De ahí salió España Rumbo al Sur, el proyecto que en la actualidad todavía dirige y que anualmente organiza viajes para jóvenes de la región, a los cuales ha llevado a recorrer África y Sudamérica.
“Mi tío siempre decía que la belleza de las cosas hay que compartirla y por eso empezó la Ruta Quetzal, con el fin de mostrar a los jóvenes todo lo maravilloso que él había aprendido en sus viajes y revivir la fraternidad entre la juventud de España y de Iberoamérica”, subraya Telmo. De alguna manera, tomó el relevo de su tío, aunque insiste en que la ruta Quetzal y España rumbo al sur son proyectos diferentes, pero con un objetivo común.
“Muchas veces, sobre todo en España, se cree que viajar es como un capricho, como un lujo, como algo que hacen los desocupados. Pero es una necesidad física y espiritual. El viaje es un catalizador del conocimiento y por eso el hombre necesita descubrir, viajar… Necesita ver. San Francisco Javier lo decía: es una obligación, el mundo es un libro maravilloso que Dios nos ha dado y tenemos que leer todas sus páginas”, afirma.
Defensor de la tradición
Aldaz se define carlista “por tradición y por convicción”. En enero de 2021, desde la Comunión Tradicionalista Carlista, el principal partido carlista, le pidieron que fuera su presidente. Pero es algo a lo que él le resta importancia. “Estábamos con el Covid, no tenían a nadie, y me lo pidieron a mí”. No le quita importancia, sin embargo, a su amor por la tradición.
"La gente no es tonta y se da cuenta de que este mundo moderno y estructurado es una estafa, de que somos esclavos de un sistema económico que crea parias"
“En este mundo imposible de vivir, con los sueldos que hay ahora, con la presión que hay… que la gente salga adelante es gracias a las familias, a esas instituciones intermedias que todavía no han acabado. Entonces, me preguntas, ¿por qué soy carlista? Porque creo en el derecho natural. Porque al final te fías de tus sentidos y esos sentidos vienen de tu familia, desde hace miles de años; de unos tíos en la estepa de Mongolia o en los desiertos de Malí que les han enseñado a los que han venido después a cómo sobrevivir allí. Al final, la tradición no es nada más que eso, un conocimiento de miles de años”, afirma.
“Todo el mundo sabe y tiene la sensibilidad para saber que hay cosas buenas y malas por sí mismas. Te lo pueden intentar borrar, te pueden meter en un gulag, pero eso siempre está ahí. No hay nada más moderno que creer en esos valores”, prosigue. “Tú, con 34 añazos, sigues usando una libreta pese a todos los medios que tienes, igual que el zapatero usa su martillo… por mucho que se empeñen en educarnos para ser buenos pagadores, para obedecer, para ser profesionales productivos cada vez más especializados... Cuando estás en medio del desierto, te da igual que suba o baje la bolsa. Ahí te das cuenta de lo verdaderamente importante”.
"Viajar es una necesidad física y espiritual, un catalizador del conocimiento"
“Por eso creo que la educación tiene que ser para formar buenas personas y para que nos enseñen a realizarnos como seres humanos. Eso es lo que vi en casa y es lo que defiendo. La gente quiere respeto, quiere progresar, quiere dignidad, trascendencia… El ser humano no es solo comer ni satisfacer sus necesidades perentorias”, remata.
Aldaz filmó el año pasado una cortometraje con el director Mikel Navarro Ayensa titulada El carlista, que se estrenará próximamente y que ha sido finalista en un festival en Israel. La cinta dejó imágenes impresionantes del aventurero cabalgando con un caballo navarro, portando el estandarte de la Cruz de Borgoña, algo que Aldaz defiende con orgullo.
“No importa que seamos pocos. Al final, la gente no es tonta y se da cuenta de que este mundo moderno y estructurado es una estafa, de que somos esclavos de un sistema económico que crea parias y de que la fe, la naturaleza, el campo y la familia; las cosas sencillas, en definitiva, son las que nos hacen felices”.
Consciente de que la suya es una opción política minoritaria en la España del siglo XXI -aunque en las últimas elecciones europeas a las que la CTI se presentó obtuvo la nada desdeñable cifra de 45.000 votos-, insiste en lo más radical de su mensaje:
“Si te dicen que eres ciudadano del mundo, te dicen que nada importa, que el bien y el mal son relativos, terminan por quitarte todo lo que has tenido de pequeño: tu fe, tu familia… ¿Adónde vuelves? Eres alguien sin un asidero. Por eso, el origen, las raíces -no por creerte mejor que nadie, sino por tener un sitio- es muy importante. En casa nos decían: no seáis gaiteros de casa ajena. No desprecies lo tuyo, ¡estate orgulloso de ser de donde eres!”, concluye.
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