“¿Cómo desea usted reunirse? El doctor Palomo es un hombre ocupado, pero tratándose de un proyecto como ese no cabe ninguna duda de que le hará un hueco en su agenda”, nos dice por teléfono una empleada del departamento de marketing de Arpa Médica. Hemos llamado a la sociedad interesándonos por la clínica de obstetricia y fertilidad que, desde el año 2020, gestiona un equipo de profesionales a las órdenes del español Ignacio Palomo. El centro se encuentra en una ciudad fantasma situada en plena jungla ecuatoguineana.
Palomo es conocido como el ginecólogo de la jet set. La baronesa Thyssen y otras celebridades han recurrido en alguna ocasión a sus servicios. El médico fue en su día pareja de la africana Guillermina Mekuy, a la que muchos llaman en su país 'ministra Dior' por su presencia glamurosa y su confesa inclinación por los modelitos de Chanel y la alta costura. Desde 2012 hasta el primer semestre de 2016, Mekuy (Evinayong, 25 de junio de 1982) ejerció como ministra delegada del departamento de Cultura y Turismo de Guinea Ecuatorial.
Fue tras abandonar todos sus cargos públicos con el propósito de convertirse en madre cuando conoció al doctor Palomo. Producto de esa unión sentimental y de las ambiciones de ambos, surgió la idea de crear una clínica de fertilidad y de obstetricia en plena jungla ecuatorial. Los contactos de Mekuy y su cercanía al presidente Teodoro Obiang Nguema proporcionaron los atajos necesarios para hacer realidad ese proyecto.
Antes de que colguemos el teléfono, la empleada de marketing de Arpa Médica insiste en aclararnos que la clínica de ginecología de Oyala no fue puesta en marcha directamente por ninguna de las sociedades de Palomo. “Nosotros solo la gestionamos. Se trata de una clínica privada que depende del Ministerio de Sanidad guineano”, afirma sin precisar las condiciones de ese acuerdo, al tiempo que añade: “En junio de este año, se logró la primera fecundación in vitro de la historia del país y a día de hoy, van ya siete embarazos mediante esa misma técnica”.
Obiang y el doctor Palomo
Las informaciones con las que la clínica se publicita no hacen mención en buena lógica a la trayectoria de violaciones de derechos humanos de los patronos de Palomo en el Gobierno ni a los bien documentados crímenes del Ejecutivo del que en su día formó parte la 'ministra Dior' por petición expresa del presidente Obiang. Pese a lo prometido, el doctor Palomo no nos devuelve la llamada aduciendo que está muy ocupado preparando su retorno a Guinea Ecuatorial, de manera que no podemos preguntarle acerca de sus relaciones comerciales con uno de los dictadores más longevos del planeta ni tampoco formularle las dos principales cuestiones que atizaron nuestra inicial curiosidad acerca de la clínica que ha abierto.
¿Resultaba de interés social prioritario echar a andar un centro de fertilidad en uno de los países con la tasa de natalidad mayor del mundo y con uno de los índices más bajos de desarrollo humano? ¿Qué hace una clínica de obstetricia con tarifas prohibitivas para el grueso de la población guineana en el hotel de lujo de una ciudad fantasma situada en medio de la jungla?
A vista de satélite, Oyala o Djibloho (el lugar se conoce indistintamente por ambos nombres) es un calvero de 80 kilómetros cuadrados robado por una legión de 'buldócer' a una porción continental de la espesa selva ecuatorial de la que fue la única colonia española en el África subsahariana. A diez mil pies de altura se aprecia el cartesiano trazado de las calles diseñado por el estudio portugués de arquitectura y urbanismo FAT. 'Dime de qué presumes y te diré de qué careces', parecen insinuar los nombres de las dos anchurosas avenidas que seccionan la urbe junto al serpenteante río Benito. Se llaman 'Paz' y 'Justicia'.
Obiang está en una liga con la que ni siquiera podía soñar. Por circunstancias de la historia, un tipo mediocre se hizo señor de Guinea Ecuatorial.
Oyala estaba llamada a reemplazar a la capital actual de Guinea Ecuatorial, Malabo, y a convertirse en un escaparate de la efímera opulencia de un estado africano de poco más de un millón de habitantes bendecido a finales del pasado siglo por el hallazgo de grandes yacimientos de hidrocarburos. En un arrebato de megalomanía y paranoia, el dictador Teodoro Obiang Nguema decidió junto a su esposa Constancia Mangue y su hijo Teodorín Nguema Obiang —conocido también entre los suyos como el 'príncipe de Zamunda'— que Malabo era demasiado peligroso para su dinastía, dada su proximidad al mar.
En 2004, cerca de un centenar de 'perros de la guerra' surafricanos comandados por el mercenario británico Simon Mann estuvieron a punto de echar abajo su Gobierno mediante un golpe de estado que pretendía reemplazarles por el hoy octogenario opositor Severo Moto. Los petrodólares fluían a raudales en aquella época y Teodoro resucitó su viejo sueño: trasladar la capital y a cerca de una quinta parte de los habitantes del país al corazón de la jungla, setenta kilómetros al oeste de su población natal, Mongomo, de la que proceden la mayoría de los ministros, secretarios, directores generales y altos funcionarios de los que ha venido rodeándose desde que accedió al poder, tras derrocar a su tío Francisco Macías, en 1979.
“Empezaron a hablar de una nueva capital en los 90”, nos dice el abogado José Luis Nvumba. “Y, de pronto, se decidieron a hacerlo. Hay que pensar que Obiang está en una liga con la que ni siquiera podía soñar. Por circunstancias de la historia, un tipo mediocre se hizo señor de Guinea Ecuatorial. No tenía ninguna formación. También entre los clanes africanos hay diferentes clases y existe gente con prestigio en razón de su talento o de los servicios prestados a la comunidad. Pero ese no era su caso", narra.
"El padre de Obiang se dedicaba a robar gallinas. Así que, con los años, Teodoro se endiosa y le asaltan delirios de grandeza. Oyala no es su única locura, pero como este tipo quiere reescribir la historia, no se le ocurre nada mejor que crear una nueva capital en la zona de Mongomo", cuenta el letrado Nvumba.
En conversación con este periódico, explica que "por un lado ayudaron sus ínfulas megalomaníacas, pero por otro lado había una serie de empresas internacionales y gerifaltes de todo el mundo que le animaron a gastar sus petrodólares. A él no le venía nada mal porque emprender obras así le brindaba nuevas oportunidades de robar. Al final, comenzaron a construir ese disparate y, cuando llegó la crisis de los precios del petróleo, abandonaron el proyecto".
Aún se pueden ver algunos de los esqueletos del megaproyecto. "Quedan algunos edificios en pie como el de la universidad, pero a todos los efectos, es una ciudad fantasma. Obiang llega a aburrir porque es absolutamente predecible. Yo estoy hasta los cojones del exilio y no pueden engañarme”. Entre los restos de ese naufragio se halla precisamente la clínica que gestiona Palomo.
Devastando la selva
De acuerdo al proyecto original, Oyala o Djibloho debería haber sido capaz de alojar a doscientas mil personas. Con tal finalidad, poco después de doblar el milenio, un ejército de máquinas pesadas comenzó a clarear miles de hectáreas de bosque de la provincia de Wele-Nzas.
Los diseños originales del proyecto que publicitaba el Gobierno mostraban una urbe ultramoderna con un nuevo palacio presidencial y un nuevo parlamento; un teatro de la ópera, una catedral, hoteles de lujo y villas, áreas residenciales hechas a la medida de un qatarí, vías de seis carriles e infraestructuras esplendorosas como puentes colgantes para salvar el río Benito (conocido también como Mbini o Wele).
Cada tornillo y cada herraje; cada losa, cada teja y cada ladrillo fueron importadas gracias al dinero procedente de la venta del petróleo. La magnitud del desastre mediambiental que se cernía sobre la antigua colonia española fue glosada por la prensa anglosajona de la época mientras, sorprendentemente, el asunto pasaba completamente desapercibido en nuestro país. Conservar las regiones de donde procedía el gorila occidental albino Copito de Nieve —rescatado a cambio de 15.000 pesetas por el reputado primatólogo Jordi Sabater Pi— no entraba en los planes del gobierno guineano ni parecía interesar a la opinión pública española.
Según datos de Global Forest Watch, Guinea Ecuatorial había perdido 1.200 hectáreas de bosque en 2006. Desde entonces, los ingenieros a sueldo del Ejecutivo de Malabo siguieron desforestando la jungla de Río Muni hasta despejar alrededor de 80 kilómetros cuadrados.
Antes incluso del fracaso del proyecto, tanto los ecologistas como la baqueteada y dividida oposición llamaban ya la atención sobre el aspecto de distopía cyberpunk que adquirieron las primeras construcciones levantadas en la jungla. Los delirios de Obiang y su familia no tenían nada que envidiar a los desvaríos urbanísticos con los que los jeques del Golfo pérsico suelen regodearse de su opulencia. Oyala se asemejaba a un eczema purulento por el que parecía supurar la ya de por sí amenazada biodiversidad de la selva ecuatorial.
Se desplomaron con el tiempo los ingresos derivados del petróleo y el sueño del dictador devino, a juicio de los opositores, en algo tan grotesco como la propia dinastía que gobierna ese país. En enero de 2019, el periodista guineano en el exilio al cargo de la cuenta Radio Macuto informaba de que el alcalde de la ciudad fantasma, Florentino Nkua Ndong, había obligado a todos los habitantes de Oyala a acudir con machetes al centro de la zona urbanizada para limpiar los matorrales que se estaban volviendo a apoderar de los terrenos despejados años antes.
Se daba la circunstancia de que el propio Nkua Ndong había sido el adjudicatario del contrato de adecentamiento y de limpieza de la aspirante a nueva capital de la nación. “¿Se queda el dinero ganado por su empresa el señor alcalde y confía el resto del trabajo de esta mal llamada ciudad a sus pobres súbditos?”, se preguntaba el periodista. “Esto no es una ciudad porque un hotel no hace ciudad”.
En enero de este año, un reportero de The Wall Street Journal llamado Michael M. Phillips visitó personalmente lo que queda en Oyala del sueño de los Obiang y el relato que hace es absolutamente espeluznante. La descripción de aquel distópico escenario es tan impresionante que fue recogida algunos días después, palabra por palabra, por el diario Le Monde.
“En medio de una naturaleza exuberante, la ciudad —construida desde cero hace una década— no es más que amplias avenidas asfaltadas, villas de lujo y magníficos hoteles. Pero todos estos edificios de alto standing están casi vacíos. Se trazaron amplios bulevares y una vía de circunvalación de 35 kilómetros. Sin embargo, no hay coches, todo lo que hay son obras paralizadas; edificios sin propietarios; centros comerciales sin tiendas y cines sin películas. Lo que empezó como un proyecto visionario o una locura producto de la vanidad —o ambas cosas a la vez— se ha empantanado, dejando un elefante blanco en la selva centroafricana”, describe el reportaje.
No es preciso visitar personalmente la ciudad para dar fe de que Philips hizo una descripción muy atinada del desastre. La vista de satélite que ofrece Google Maps es tan elocuente como aterradora. Por alguna razón, hay ciertas áreas de la selva destruida que aparecen difuminadas en las fotos por satélite.
“¿Oyala? Pero bueno, en realidad, esto es solo un botón de muestra más de las locuras de este hombre”, nos dice José Luis Nvumba. “Antes de echar abajo media selva para trasladar la capital ya intentó construir en su ciudad natal, Mongomo, una réplica casi perfecta de la basílica de San Pedro del Vaticano. Luego está ese disparate de aeropuerto internacional de Mongomeye o lo de Sipopo, que es otra especie de ciudad de lujo que hicieron junto a Malabo”.
Nvumba no exagera. Sipopo fue como una especie de laboratorio en miniatura donde el triunvirato Obiang comenzó a ensayar cómo enterrar varios cientos de millones de dólares obtenidos por la venta del petróleo mientras el grueso de la población vive en la pobreza, sea lo que sea lo que digan los indicadores del PIB patrio per cápita. Se estima que el tirano se gastó alrededor de 600 millones de euros en transformar un bosque en un hotel de lujo con un campo de golf y 52 villas con piscinas.
Entre los visitantes más insignes del hotel figura el cantante Julio Iglesias. A la lista de huéspedes más o menos reputados se sumó supuestamente el pasado año el ex ministro socialista español de Transportes, José Luis Ábalos. Fue el tuitero Alvise quien publicó en su cuenta una fotografía del político supuestamente tomada en el comedor del hotel Sofitel. ¿Qué hacía Ábalos en Guinea Ecuatorial poco después de ser destituido por un escándalo relacionado con la venta de mascarillas que también unía su nombre al del doctor Palomo?
Un ministro a su lado
Ábalos viajó a Guinea Ecuatorial. Lo hizo justamente de la mano del empresario madrileño Ignacio Palomo la segunda semana de agosto, según The Objective. Esto es, Ábalos comenzó a colaborar presuntamente como lobista en las labores comerciales de Palomo tres semanas después de que le apearan del Ministerio debido a las sospechas de irregularidades que se proyectaban sobre su gestión.
Ninguno de los dos aclararon las razones de este viaje, aunque a nadie le pasó desapercibido que su relación venía de lejos, dado que, tal y como señalaba el citado digital, Palomo fue el adjudicatario de varios contratos de suministro de material sanitario durante la pandemia a través de dos sociedades distintas: el Instituto de Ginecología y Medicina de la Reproducción Doctores Ordas y Palomo y la sociedad Cleodora Health Consulting. Ambas operaciones fueron tramitadas mediante un procedimiento de urgencia y los contratos fueron adjudicados a dedo sin negociación ni publicidad. Dicho de otro modo, no había transcurrido un mes de que el socialista perdiera el cargo de ministro debido al escándalo de la venta de mascarillas y ya estaba trabajando junto a uno de los empresarios que se beneficiaron de sus contratos (no se ha demostrado nunca que fuera remunerado por su supuesta colaboración con Palomo).
Los precios
Los portales informativos digitales de Arpa Médica donde se publicitan las actividades empresariales del doctor Palomo en países del Tercer Mundo como Guinea Ecuatorial suelen subrayar su “labor humanitaria”. Claro que las tarifas que cobra a su clientela son cualquier cosa menos filantrópicas. Por poner un ejemplo, una revisión ginecológica completa vale 90 euros para un nativo y una fecundación in vitro, 1.982, de acuerdo a la lista de precios vigente a principios de 2021.
El PIB per capita de Guinea Ecuatorial en 2020 era de 7.143 dólares. Sin embargo, la cifra es engañosa porque el grueso de los ingresos derivados de la venta de petróleo va a parar a los bolsillos del triunvirato que gobierna y a los pocos cientos de altos funcionarios de su clan con los que comparten el maná de los hidrocarburos. Guinea Ecuatorial ocupa el puesto 145 de un ranking de 189 en el listado internacional de desarrollo humano.
Arpa Médica se ha negado a precisar las condiciones del contrato de colaboración que ha suscrito con el Gobierno de Malabo. Según los datos del Banco Mundial, las mujeres ecuatoguineanas ocupaban el lugar número 20 en 2010, dentro de la clasificación de países por tasa de fertilidad. Que el Ejecutivo de la ex colonia española haya dedicado recursos a abrir un consultorio en medio de la selva para ofrecer soluciones en una de las pocas áreas de la sanidad donde su país presenta unos valores aceptables podría resultar desternillante de no ser por el hecho de que, según datos de la OMS, los habitantes de Guinea Ecuatorial poseen una de las esperanzas de vida más bajas del planeta debido, entre otras cosas, al desastroso estado de su inexistente sistema sanitario.
“¿Te lo digo más claro?”, nos pregunta un exiliado ecuatoguineano en nuestro país cuyo nombre nos implora que omitamos. “El ginecólogo de la jet set española ha creado una clínica de fertilidad para la jet set centroafricana aprovechando los contactos que le brindó su relación con la ministra Guillermina Mekuy”. Es tal el miedo que los guineanos tienen a la dictadura que incluso la gente de la diáspora teme hablar abiertamente para que la Seguridad de Obiang no se ensañe con sus allegados. El propio Nvumba nos comenta que no utiliza whatsup por razones de seguridad.
Entre las instituciones españolas de renombre que, deliberadamente o no, se han prestado a blanquear la dictadura de los Obiang suscribiendo acuerdos de colaboración con su Gobierno se halla el Real Madrid. En su web oficial, el club dio a conocer a finales del pasado año que había firmado un convenio con la Fundación del doctor Palomo para poner en marcha un proyecto de educación sociodeportiva y sexual dirigido a los alumnos del colegio de los Escolapios en Bata, segunda ciudad de Guinea Ecuatorial. El Real Madrid justificaba su decisión asegurando que “el África subsahariana es la región con mayores índices de infertilidad del planeta”. Semejante afirmación no puede ser más incierta, 36 de los 40 países con las tasas de natalidad más altas del mundo proceden de ese entorno geopolítico.
Analfabetos en las cátedras
El Centro de Ginecología y de Fertilidad Oyala se encuentra ubicado en el Gran Hotel Djibloho, que es otra de esas grandes infraestructuras 'fantasmales' que, junto a la Universidad Afroamericana de África Central, llegó a completar la dictadura.
Se desconoce cuánta gente reside en la ciudad, pero, en todo caso, no son más de dos mil, y esa cifra incluye a los alumnos de la universidad. No habían transcurrido ni unos meses de su apertura y el prestigioso rector Said Irandoust fue ya despedido por los Obiang.
La impresionante trayectoria porfesional de Irandoust, un académico de nacionalidad sueca y de origen iraní, no le sirvió de nada cuando comenzó a quejarse de que los profesores habían sido elegidos de acuerdo a su afinidad política o a su parentesco con la élite de gobernantes, lo que, en última instancia, según la costumbre instaurada por Teodoro, ponía al frente de las cátedras a auténticos analfabetos.
La ocupación media diaria del Gran Hotel Djibloho suele estimarse en diez de las 452 habitaciones de la que fue dotado. En la clínica del doctor Palomo trabajan siete personas, “entre ellas, algunos compañeros desplazados desde España y América Latina”. Como no hay nadie en Oyala al que asistir, el régimen ha buscado una solución disparatada: fletar autobuses cada dos sábados desde las ciudades de Mongomo (72 kilómetros) y Bata (174 kilómetros) para traer a los pacientes que se pueden permitir el tratamiento. El verano pasado abrieron también un consultorio en la capital isleña del país, Malabo. Las visitas eran hasta la fecha mensuales pero la periodicidad va ahora a modificarse con la aquiescencia del Ministerio de Sanidad. Es la montaña la que viaja hasta Mahoma para enmendar las dementes decisiones del clan de Mongomo.
Los profesionales del doctor Palomo no atienden exclusivamente problemas relacionados con la fertilidad, sino que extienden su labor —absolutamente necesaria, aunque no necesariamente prioritaria, en relación a otros problemas sanitarios— a las revisiones preventivas del embarazo, la educación sociosanitaria o la ginecología. “Echa un vistazo a las redes y verás lo valioso que es nuestro trabajo”, nos dice la empleada de Arpa Médica. “Hay mucho por hacer allí y muchas cuestiones sobre las que educar. ¿Por qué es importante hacerte un chequeo? ¿Por qué la alimentación es fundamental durante el embarazo? ¿Qué hacer cuando tienes infecciones? Fue el Ministerio, de hecho, quien pensó este proyecto y quien nos llamó para que lo gestionásemos. El doctor Palomo se desplaza personalmente con regularidad a Guinea para tratar de mejorar nuestro servicio y algunos de los problemas que han surgido están siendo ya solucionados”.
Las obras de Oyala se interrumpieron hace ocho años a raíz de la caída de los precios del petróleo. Fue en ese mismo año cuando la Justicia norteamericana se incautó de las ganancias de la venta de una mansión propiedad de Teodorín, así como de las de un Ferrari y una colección de estatuas con la imagen de Michael Jackson. En septiembre de 2021, casi 27 millones de dólares procedentes de los despilfarros del delfín de Obiang se utilizaron para suministrar a Guinea Ecuatorial vacunas para el coronavirus.
El periodista norteamericano Michael M. Phillips ironizaba en su crónica para el Wall Street Journal asegurando que una cosa es bien segura: “Los pocos habitantes de la Ciudad de la Paz no tuvieron ninguna dificultad para mantener la distancia sanitaria necesaria ya que son muy pocos y se hallan perdidos en la inmensidad de una ciudad paralizada. El palacio presidencial tampoco se completó nunca pero las cámaras de vigilancia siguen asomando por las esquinas de todas las calles vacías”.
Es muy habitual que existan días en los que el Gran Hotel Djibloho, en el que se halla la clínica de Palomo, esté completamente vacío, de manera que el gerente suele tratar de levantar la moral de la tropa animándole a imaginarse que se encuentran trabajando "en Nueva York o Madrid". "¡El horror, el horror!", le dice Kurtz a Marlowe en el encuentro en el río Congo que retrata el escritor Joseph Conrad en su magistral novela Viaje al corazón de las tinieblas. "¡El esperpento! ¡El esperpento!", parecen sugerir los restos del naufragio de ese proyecto selvático y demente.
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