Si una cosa ha sabido hacer bien Ivo Fornesa Rebés (Barcelona, 1959) ha sido aprovechar las oportunidades que le ha presentado la vida. Nunca tuvo un plan establecido, más que el de exprimir con ingenio todo lo que esta le pusiera delante. Parece un tópico. Pero todas las veces que el instinto llamó, lo siguió sin importarle las consecuencias. El resultado ha sido y es una vida en la que caben 1.000 vidas: fue militar en la Legión y en la Brigada Paracaidista, se recluyó en un convento franciscano en Tierra Santa, volvió a casa sin nada, para luego recorrer el mundo haciendo negocios; ganó dinero, se casó, tuvo hijos y, desde hace 10 años, vive en un imponente castillo francés del siglo XII al que se ha entregado en cuerpo y alma.
Hasta esta fortaleza situada en Saint-Chartier, en el corazón de Francia, ha viajado EL ESPAÑOL | Porfolio para conocer en profundidad las vicisitudes de un hombre que no cuenta los países a los que ha viajado, sino los que aún no conoce. Alguien que habla mandarín, árabe, hebreo, francés, italiano, inglés, castellano y catalán; autor de 47 libros de poesía, viajes, antropología, arte, diseño, humor, novela negra, cuentos infantiles y de terror… Alguien, en definitiva, que ha reunido, a lo largo de escasos 63 años, una biblioteca de 14.000 libros y varias colecciones que suman hasta 4.000 obras de arte, objetos históricos y rarezas procedentes de los lugares más remotos del planeta.
Espadas de ejecución chinas, armaduras de samuráis, cotas de malla persas del siglo IX, cuchillos cebuanos, penachos birmanos, máscaras bantúes, arcones centenarios de la dinastía Ming, cerámicas precolombinas, mochilas de cortadores de cabezas filipinos, incunables de monasterios medievales, insectos exóticos, templetes vietnamitas, cascos de lanceros ulanos del siglo XIX… Parte de la historia de la Humanidad podría caber dentro de los gruesos muros de Saint-Chartier, el castillo propiedad de Fornesa y donde vive en la más absoluta soledad, como custodio de unos secretos que ahora revela, por primera vez, a un medio de comunicación.
Ejemplo a seguir
Fornesa nació en una familia acomodada de Barcelona. Su padre, Ricardo Fornesa, fue uno de los ejecutivos más importantes de la historia española reciente: hijo de un juez republicano y nieto de un banquero de la Seu d'Urgell (Lérida), fue presidente ejecutivo de Aguas de Barcelona, de La Caixa y de la inmobiliaria Colonial. Pero la vida del mayor de sus seis hijos no iba a seguir el mismo camino.
"Me gustaba mucho hablar con mi padre. Era culto, divertido y didáctico. Intenté aprender todo lo que pude de él, pero mi camino no iba a ser el suyo. Mi padre nació en una generación que vivió la guerra. Como él decía, no había mucho que hacer después del conflicto. Entre ejercicios espirituales, la OJE, o estudiar, mi padre escogió lo tercero. Fue premio extraordinario del Examen de Estado, aprobó las oposiciones de abogado del Estado con 23 años y luego se dedicó a construir un país", dice.
"A las 7:00 de la mañana estaba ya en su oficina y volvía a casa para la cena. Por la noche, daba vueltas sin cesar por el salón mientras meditaba cosas del trabajo fumando. No juzgaba a los demás, pero detestaba la frivolidad y tampoco hacíamos vida social, ni de clubs, ni de nada. La consigna era: entretente por tu cuenta. Su vida era su trabajo y su familia", prosigue.
La de Ivo, como casi todas las biografías extraordinarias, parte de un punto en común: no le gustaba el orden establecido ni sus reglas. El resultado fue que pasó por 11 colegios. Se ríe recordando que a los doce años le expulsaron de los jesuitas de Sarrià, donde el cura responsable llegó a decirle que "estaba endemoniado".
Fornesa es autor de 47 libros y en su castillo tiene más de 4.000 objetos de colección traídos desde los lugares más remotos del planeta
Llegado el momento de ir a la universidad, quiso matricularse en Historia. La afición le vino por los sábados en casa de sus abuelos, donde se apasionó por la Reconquista, las Cruzadas y las expediciones. Su padre, sin embargo, le recomendó que estudiara Derecho. Después de tantos disgustos y para darles una satisfacción, se apuntó a ambas carreras.
La Bandera
La carrera de leyes no le entusiasmó y la única aventura posible era la 'mili'. Pero quedó exento por sorteo. Tras convencer a su padre de que firmase una autorización por ser menor de edad, se alistó en el Banderín de enganche de La Legión. Le había prometido a su padre que estudiaría para examinarse por libre. Terminó en Fuerteventura.
"Evidentemente, no estudiaba nada y mi madre, aprovechando que don Tomás Pallás, el general subinspector, era de Lérida, consiguió mi traslado a la Brigada Paracaidista. Me destinaron a Alcalá de Henares y allí pude ir cumpliendo mi promesa".
La lista de experiencias y anécdotas es extensa. Entre las buenas, algunas amistades, la vida al aire libre, las maniobras, los entrenamientos, los saltos y la comida. Entre las malas, que un subteniente le arrancó una muela de un puñetazo estando esposado. El motivo: haberse dejado arrestar por la Policía Nacional en Madrid, tras una trifulca con anarquistas que se habían metido con su uniforme.
Otra que le marcó especialmente fue un brutal accidente de carretera en el que fallecieron todos los ocupantes del vehículo, todos compañeros de bandera. Fornesa se salvó "milagrosamente", según atestó la Guardia Civil.
'Monje soldado'
Aquella experiencia con la muerte fue determinante en lo que poco más tarde se convertiría en una de las experiencias más radicales de su vida: la de hacerse fraile franciscano en la Custodia de Tierra Santa. Pero su padre lo convenció de que probase antes la vida civil de asalariado. Tras 26 meses de vida militar y haber terminado Derecho, se fue a trabajar a Madrid con Alfonso Escámez. En aquel momento, había iniciado en el Banco Central un programa para formar ejecutivos con el fin de destinarlos a sus oficinas en el extranjero.
Pero la vida de Fornesa ya estaba marcada por una inquietud espiritual que le llevó a leer mucho y a recorrer iglesias. En su familia no se respiraba un ambiente especialmente católico, fuera de las celebraciones. Hasta la fecha, la única experiencia importante que había tenido con la fe había sido un viaje como guía estudiantil a la Polonia comunista. Allí se encontró fugazmente con un joven y enérgico cardenal Wojtyla, cuya personalidad y carisma le dejaron huella.
Recibió una llamada de su padre contándole que en el banco estaban satisfechos con su trabajo y que había la posibilidad de enviarlo a Nueva York o a Buenos Aires. Pero los planes de Ivo ya eran otros: le confesó que quería dejarlo todo para hacerse franciscano. "Mi padre llegó al día siguiente, intentó convencerme con argumentos de toda índole, que después se demostraron fundados. Al final, decepcionado, pero práctico y catalán, me dijo: 'Haz lo que quieras, pero no cuestes dinero'", relata Fornesa.
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Antes de viajar a Tierra Santa, hizo el prenoviciado en la Bisbal d'Empordà (Gerona). "Fue una formación lamentable. Era como vivir en un piso de solteros egoístas, vulgares y sin ilusiones. El superior se jactaba de haber escondido a uno de los etarras que asesinaron a Carrero-Blanco. Incluso me dijeron que no irían conmigo por la calle porque yo iba con hábito". Entonces, decidió irse al convento franciscano de El Mouski en el Cairo viejo y, tiempo después, a Jerusalén.
"En la Custodia de Tierra Santa la diferencia era abisal. Había gente de 42 países y se vivía una verdadera vida monástica, con oración, gente de alto nivel académico y una liturgia solemne y cuidada. Era lo que buscaba".
A los 31 años, regresó de Tierra Santa con una mano delante y otra detrás. Su padre le dijo que no iba a "mantener a un aventurero de su edad"
Pasó largas veladas en el Santo Sepulcro, dio clases a huérfanos coptos en Egipto, fue guía de peregrinos en el Sinaí, viajó al Líbano y a Siria haciendo suplencias, aprendió árabe y hebreo, y se licenció en Filosofía y Teología. Recuerda aquellos años como unos de los más felices de su vida, "dedicado a los demás, al estudio y a una vida sencilla". Pero también tuvo que convivir con la decepción y con realidades alejadas del ideal monástico, en las que prefiere no profundizar "por respeto" a la orden.
Durante una visita de su familia, el superior anunció a sus padres que tenían pensado enviarlo a Roma. Pero su vocación ya se había ido difuminando. Regresó a Barcelona con una mano delante y otra detrás: tenía 31 años y muy corta experiencia profesional. Al llegar, su padre lo abrazó y le dijo: "Toma este dinero y cómprate dos trajes. Tienes un mes para encontrar trabajo, porque no vamos a mantener a un aventurero de tu edad".
Un poderoso castillo
El castillo de Saint-Chartier se levanta sobre una antigua aldea de galos biturigios. El monje Carterius llegó en el siglo VI para evangelizar a sus habitantes y construyó un pequeño monasterio. Durante el siglo X, el lugar se convirtió en un priorato benedictino dependiente de la gran abadía de Déols. Los monjes agrandaron y fortificaron el monasterio.
En el año 1102, el obispo de Bourges se atribuyó la propiedad. Después, en el siglo XII, pasó a la familia Raoul. Esta, por recomendación del rey Ricardo Corazón de León, casó a su hija Denise con André de Chavigny, un caballero cruzado emparentado con el monarca inglés. La zona era territorio inglés en ese periodo. El castillo fue parte de la dote y en una de las chimeneas se conservan tallados en piedra los blasones de ambas familias.
Saint-Chartier y sus murallas fueron testigos de batallas y asedios durante la Guerra de los 100 Años. El enclave fue arruinado durante la Revolución Francesa y la leyenda dice que la guardia de Napoleón, tras la derrota de Waterloo, enterró en sus terrenos parte de su tesoro. En aquel momento, el castillo era propiedad del conde de Moreton de Chabrillan, ayudante de campo del emperador y hombre de su máxima confianza. Al parecer, el tesoro escondido eran las planchas de cobre para la enciclopedia francesa de Egiptología.
El castillo fue restaurado en 1880, cuando se abrieron ventanas en los toscos muros de piedra y estos fueron recubiertos con estuco, para darle una apariencia moderna. Fue declarado Monumento Histórico de Francia el 14 de febrero de 1989.
Fornesa lo adquirió en 2008 y ejecutó una ambiciosa reforma que le llevó tres años. Posteriormente ha trabajado por su cuenta con la ayuda de un albañil, haciendo excavaciones en las que ha descubierto las antiguas mazmorras y hasta tres pasadizos secretos que cruzan el campo de forma subterránea, mucho más allá de los dominios del castillo.
En Historia de mi vida, la escritora George Sand, que habitaba a tres kilómetros con el compositor Frédéric Chopin, hace esta descripción de la fortaleza:
“Había grandes habitaciones y una chimenea enorme que recuerdo perfectamente. Este castillo es famoso en la historia. Fue el más fuerte en la provincia, y durante mucho tiempo fue residencia de los príncipes del país del Bajo Berry... Sitiado por Felipe Augusto en persona. Tiempos después seguía ocupado por los británicos y retomado en la época de las guerras de Carlos VII. Era una inmensa plaza flanqueada por cuatro grandes torres. El propietario, cansado de mantenerlo, quiso abatirlo para vender los materiales. Se las arregló para eliminar la estructura y colapsaron las paredes interiores y tabiques. Pero no pudo con las torres construidas con cemento romano, y le fue imposible destruir las chimeneas. Ellas aún están en pie, levantando sus largas pipas de cuarenta pies en el aire. Desde hace treinta años, ni las tormentas ni las heladas han desprendido un solo ladrillo. En definitiva, es una ruina hermosa que enfrenta valiente al tiempo y a los hombres, una y otra vez, a lo largo de los siglos. La base es de construcción romana, el cuerpo del edificio se remonta a los primeros días del feudalismo…”
A la conquista del mundo
"De vuelta a Barcelona encadené tres trabajos de mierda. Uno como prospector de terrenos para el grupo Leclerc, otro en el puerto en una agencia de aduanas, y el último en una editorial médica", recuerda. Su vida parecía condenada a una existencia gris.
Recaló en el departamento jurídico de Caixa de Catalunya y de ahí saltó al departamento de fusiones y adquisiciones de Caixa de Barcelona. Fue un trabajo tan interesante como corto: al cabo de unos meses llegaba la absorción de la entidad por parte de la Caixa de Pensions. Su padre le avisó que habría despidos y le dijo que se buscase la vida. Uno de sus jefes le propuso un trabajo interesante: un cliente importante quería ampliar su colección de arte africano. Con un amigo, también despedido en la misma ocasión, se adentraron durante meses por África Occidental. Aquel viaje detonó su pasión por el coleccionismo.
"Nos dieron algo de dinero y recorrimos Nigeria, Malí, Costa de Marfil y Liberia. Uno se imagina la expedición de Stanley, con porteadores y acampada con té. Pero la realidad fue mucho más cutre: autobuses de línea, piraguas, un barco de vapor que al mismo tiempo era prostíbulo... A medida que encontrábamos cosas, las enviábamos por cargo marítimo. Fue maravilloso. Llegamos a pensar en abrir un bar para exploradores en una orilla del río Níger, cuando los viajes organizados no habían llegado aún a esas zonas", relata.
La fortuna quiso que coincidiera en el avión de vuelta con uno de sus antiguos clientes del departamento de fusiones. El Instituto Cartográfico de Cataluña quería que Barcelona fuese elegida como sede del Congreso Mundial de Cartografía y le fichó como responsable del proyecto. Al cabo de diez meses, la International Cartographic Association votó por unanimidad la candidatura de la ciudad.
Aquel pequeño éxito llevó a un cazatalentos a proponerle un puesto de director adjunto para reorientar la actividad del Barcelona Centre de Disseny. A través de esa entidad se promocionaba en el mundo el diseño catalán, y Fornesa se percató del filón de las ferias internacionales. En 1993 había muchas ferias, pero pocos proveedores.
“En aquella época seguía siendo importante estar en los sitios y tratar cara a cara para cerrar negocios”. Una vez gestada la estrategia, abandonó su trabajo para instalarse en Chile. Allí había hecho buenos contactos tras algunos viajes de trabajo.
"Alquilé una casita en la que tenía mi dormitorio y la cocina en el piso de arriba, y toda la planta baja funcionaba como una tienda de diseño moderno y empresa de ferias. Conocí muchísima gente. Un día, una persona de ProChile, el ICEX de allí, me invitó a presentarme a un concurso para una feria en Bombay. Les preparé maqueta con proyecto y presupuesto, y salí elegido. Me asusté, jamás había estado en la India pero me habían firmado un contrato y tenía que hacerlo. Cogí un avión a dos semanas de que comenzara la feria y me puse a buscar como un loco carpinteros, pintores y electricistas. La cosa salió bien, y con mucho trabajo y audacia, la empresa comenzó a crecer", explica Fornesa.
En los siguientes 10 años, la compañía abrió oficinas en Moscú, Lima, Ciudad de México, Shanghái, Pekín, Bangkok y Barcelona. "Llegamos a organizar 150 ferias al año", dice.
Fornesa compró el castillo, del siglo XII, en 2008 y emprendió una titánica labor de reforma y restauración que le llevó tres años
Tras la caída del telón de acero, Fornesa se instalaba enero y febrero en Moscú, donde probaba distintos negocios, además de las ferias. "Aquello era un desmadre de corrupción y peligroso. Llevábamos contenedores para las exposiciones y dentro muchos víveres y bebida. Era para nosotros, pero también para los militares, la policía, los bomberos; hasta la mujer de limpieza, que nos exigían soldada con amenazas".
Al poco tiempo, la crisis asiática se cebó en Chile. Fornesa ya conocía China con cierta profundidad por las ferias y no veía futuro a su actividad. Vendió su parte de la empresa de ferias y se trasladó a Kunming, capital de la provincia de Yunnan.
Kunming, con siete millones de habitantes, tenía un ambiente rural y relajado. "Éramos solo tres occidentales censados y las autoridades nos llevaban en bandeja. Nos consultaban muchas cosas sin verificar si de verdad sabíamos algo", asegura Fornesa.
Todo fue posible: proyectos de saneamiento, cartografía, inspección zonas rurales para la ejecución de obras del gobierno, iniciativas turísticas y culturales... Pero, sobre todo, Fornesa se dedicó a la compraventa de antigüedades. "En Kunming no tenía la competencia de otros extranjeros como podía ocurrir en Shanghái o Pekín. Hice de todo. Un ayuntamiento de montaña me pidió incluso que montase un San Fermín ¡Querían hacerlo con cerdos!”, recuerda.
Más tarde, convenció a ZuoJiao, una china de etnia manchú que había sido profesora de comercio en la Universidad de Valparaíso (Chile) y del equipo nacional de voleibol, para venirse a Kunming a ayudarle. Terminaron casándose ante un notario chino y en esa ciudad llegó su primera hija, Kor.
En China fundó una compañía de ingeniería cultural, para ediciones y exposiciones, con sedes en Kunming, Morelia (México), Barcelona, Bangkok y Rangún. Poco partidario de los riesgos bursátiles, invirtió su dinero en un caserón colonial en Michoacán y un rancho en la provincia de Santa Cruz, en Argentina. Esas casas fungían de oficina, almacén y domicilio.
Sin embargo, durante ese tiempo, su auténtico entretenimiento, era el estudio de las culturas que le fascinaban y el coleccionismo de sus objetos. "Guardaba objetos por todos lados, en mis casas, en el trastero de mis padres y amigos. Mis hermanos estaban hasta el moño porque nunca había sitio para guardar sus propias cosas".
La vida en China se complicó con el nacimiento de su segunda hija, llamada Meme. Tuvieron serios problemas con su registro. Ello, sumado a un parto demencial y que puso en peligro la vida de ZuoJiao, los llevó a mudarse a Bangkok. Allí tuvieron un tercer hijo, de nombre Chartier. Desde Siam, Fornesa siguió dirigiendo sus negocios, "viajando sin cesar y siempre en clase turista", apunta. Su gran proyecto, sin embargo, aún estaba por llegar.
'Lúgubre pero habitable'
"Desde que leía libros de Historia en casa de mi abuelo, ya me gustaban los castillos. Vivir rodeado de historia es algo que me conmueve, aún hoy, todos los días. Estuve mirando anuncios durante años, hasta que me enamoré de Saint-Chartier, en la comarca de Berry". Fornesa lo compró en el 2008. A partir de entonces emprendió una titánica labor de reforma y restauración que le llevó tres años. En 2012 se instaló con su familia y tres empleadas orientales, trayéndose consigo todas sus colecciones en 11 contenedores.
El castillo de Saint-Chartier tiene 3.400 metros cuadrados habitables y 2,35 hectáreas de terreno, 21 estancias y ocho dormitorios. Allí desarrolló la casa de sus sueños, en la que guarda la memoria de todas sus vidas pasadas: la cantina mexicana "de la Tierra caliente", dos salones chinos, un torreón exterior alberga su biblioteca de cómics... El salón principal está dedicado a la imaginería cristiana y escudos de órdenes militares españolas preceden el paso a la capilla.Tampoco falta un salón africano ni una sala de armas exóticas. Pensó en abrirlo al público, pero desistió por las trabas administrativas.
La vida en la Francia profunda estuvo, sin embargo, reñida con las necesidades de una familia moderna. Su esposa y sus hijos tenían que hacer 170 kilómetros diarios para ir a los colegios y actividades. Esto, unido a que la región es un desierto médico, les llevó a decidir que la familia volviera a Bangkok. Fornesa se quedó en el castillo y se encuentra con su familia cada dos meses y durante las vacaciones. Vive dedicado a la restauración del lugar con una existencia austera y cartujana, acompañado únicamente de sus cuatro pastores alemanes: Otto, Fritz, Hansel y Gretel.
Fornesa no tiene ni jardinero, ni asistenta, ni cocinera, ni ama de llaves, ni mayordomo… "Me lo hago todo, aquí siempre hay trabajo". Sus ingresos, a día de hoy, son mínimos y vive de lo que ahorró con su trabajo y de la venta de sus casas en China, México, Chile y Argentina. Pero los gastos, sin servicio, tampoco son grandes, asegura. Los impuestos rurales son bajos, no pone la calefacción, el agua y la electricidad son relativamente baratas y tiene un huerto, árboles que le dan fruta y animales.
Desayuna un tazón de agua caliente, escribe en su oficina y, a las 10:00, se pone a trabajar en el jardín hasta las 13:00. Después, cocina, lee mientras come, y por las tardes limpia el interior del castillo o acomete tareas de restauración. Sale a pasear y al atardecer se dedica a preparar licores, conservas y a trabajar en sus proyectos culturales.
Sus relaciones sociales se limitan a los vecinos del pueblo y a los dueños otros châteaux de la zona, como es el caso del Príncipe don Sixto de Borbón-Parma, heredero carlista al trono de España, y que vive en su castillo de Lignières, a escasos 20 minutos.
Ahora mismo, Fornesa está embarcado en un proyecto en el que encarna a un aristócrata francés arruinado, quien relata 32 historias de terror ambientadas en su propio castillo. "Una amiga francesa me dijo que había detectado 42 presencias espectrales. Yo no he visto nada en todos los años que llevo aquí, pero me lancé a escribir un libro que titulé Lúgubre pero habitable". Su intención es llevar esta obra a miniserie, para lo cual está buscando tender puentes con plataformas de 'streaming' o productoras.
El siguiente capítulo en la vida de Ivo Fornesa aún está por escribir. Sus hijos estudian becados en diferentes países y en Saint-Chartier ha descubierto el reto ambiental. Está haciendo planes para levantar un refugio donde vivir la próxima década: "Esto es muy grande. Ahora todavía puedo con todo pero, en diez años más, será imposible. Lo he puesto en venta para irme a otro edificio histórico, más pequeño y con más terreno; pero más aislado, con bosque y lago propio. Quiero ser autosuficiente, con mi huerto, pescando, y, quizá, cazando algún jabalí".
—Con todo lo que tiene aquí, ¿no le da miedo que vengan a robarle?
—Que vengan, que lo pasaremos bien —concluye el exlegionario paracaidista.
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