Manuela Trasobares (1962) es poderosa y delicada como los gorriones de Miguel Hernández, que eran los niños del aire. Un gorrión a quien llamaron Manuel al nacer y al que casi le cuesta la muerte rebautizarse como Manuela. Los años peligrosos de la infancia robada viven en su mirada y en un 57% de discapacidad psiquiátrica. Tahúr del destino, fue la única mujer transexual cantante de ópera del mundo —mezzosoprano dramática, por si hacían falta más burlas a la biología—. Artista fallera, filósofa, pintora, escultora, de espíritu anarquista, primera persona trans que llegó a concejal en la historia de España. Ahora, también escritora: Voluntad de poder es un libro a medio camino entre la autobiografía y el ensayo histórico.
Más cerca del Che Guevara que de Gandhi, decía Jesús Quintero de ella, de su presencia imponente, lanzada siempre a la guerra. En uno de los programas más vistos de Canal Nou, en 1997, tras un alegato de la libertad individual ("soy Manuela Trasobares y nadie podrá decir lo contrario"), rompió los vasos de los tertulianos contra el suelo. A decir verdad los rompió contra su padre, "que era todo un hombre, sinónimo de éxito total en el franquismo", contra los hermanos Maristas, contra el fantasma de la "puta mili", contra el niño Miguel que hizo de su vida algo imposible de ser llamado vida.
Las llamadas al orden de género y el castigo sufrido escondían lo pequeños que en realidad sentía Manuela, comparados con ella, a todos esos hombres de tan distintas edades. "No te asustes, todo en la vida es teatro", le dijo su amigo Salvador Dalí cuando ella era solo una niña. Con el pintor legendario vivió en los veranos de Cadaqués una amistad sincera y eterna como la del pequeño Totò y Alfredo en Cinema Paradiso.
Si Trasobares avanza ante el público y las cámaras como si al Espectáculo mismo, en mayúsculas, le costase seguir su paso vivace, es por aquello que le dijo Dalí. Y canta. Canta rebelde Carmen o Rigoletto como cobijando en su garganta la furia del mundo, pero mueve el abanico y sonríe y mira y se aparta el pelo rubio de la frente en adagio, como la tristeza inacabada.
Dice ella que quizá Manuela Trasobares no sea más que mera ilusión, etérea como el humo, como esa doncella de ojos verdosos perdida en medio del bosque que perseguía el príncipe del cuento de Bécquer, y que en realidad no era más que un claro de luna. Lo que desde luego sí que existió fue la represión y la sangre de las palizas, el intento de suicidio a los cuatro años, el primer beso con Gabrielle a los ocho entre los olivares de Port Lligat, las mañanas con Dalí, los paseos con las travestis de la Rambla de las Flores de Barcelona, los primeros hormonamientos clandestinos con Progynon depot, Proluton o Androcur a los 13 años, la operación en Londres, la muerte de su amigo Martí.
También los años de televisión con José María Íñigo, Raffaella Carrà o María Teresa Campos, la gira por Bulgaria, las noches gloriosas en el Liceo de Barcelona o La Scala de Milán, el desencanto con la política y el PSOE, su marido Carles. Aún queda Manuela Trasobares por delante, más libre que nunca.
P.- Describe a su padre como un perfecto perfil de macho del franquismo: deportista, guapo, con don de gentes, sobrado de novias, admirado y que quiso quitarle a golpes esas ideas suyas de que era una niña.
R.- Yo toda mi vida, desde que tengo uso de razón, he querido ser una niña. Cuando nació mi hermana, que es 14 meses menor que yo, me acuerdo de que me dijeron que la habían comprado en una tienda. A mí se me metió en la cabeza que me tenían que llevar a esa tienda a que me cambiaran por una niña, porque evidentemente se habían equivocado. Estaba obsesionada por ir a la tienda. Eso, en 1964, imagínate… Mis padres lo veían como una desgracia tremenda.
Cuando vi que lo de la tienda era imposible entré en una melancolía horrible. Mi tabla de salvación fue mi tía, porque en su casa podía disfrazarme de niña. Un día mi padre me sorprendió jugando a las cocinitas, vestida de criada, y se volvió loco. Era un hombre fuerte, joven... empezó a hostiarme, a tirarme de los pelos. Él me gritaba que era un chico, y yo le respondía que era una niña. Como no me rendía, me duchó con agua fría. Era pleno invierno. Me metieron en la cama toda mojada. Recuerdo ese frío, toda mi familia en mi contra, pero a mí me daba igual que me mataran, era una chica.
P.- Esos roles de género en la infancia están más difuminados, un niño puede jugar a las cocinitas o ponerse una falda. ¿Cómo cree que habría sido su infancia y su identidad de género ahora?
R.- En el aspecto de los roles de género hemos evolucionado un poco. Yo ahora, cuando veo que hay niñas trans de cinco años lloro de felicidad por ellas. Ojalá a mí me hubiesen dejado llevar mis falditas, el pelo largo... Yo hoy en día sería una niña muy feliz. No todo es el sexo, cultivaría mi sensibilidad, que tiene mucho que ver con la personalidad. Me gustaban los dibujos animados, modelar con barro, cantar, el piano, la literatura. Mi sensibilidad artística se habría potenciado más si hubiera podido desarrollar mi sensibilidad como niña. El no poder exteriorizar mi feminidad me hacía malvivir. Es muy cruel que a una criatura tan pequeña la hagan sentirse culpable. Que una persona no se sienta bien con el sexo que le ha tocado es una realidad, no una moda, como me dijo una vez una psiquiatra a la que fui.
P.- Su padre fue guía turístico, y usted ha sido guía para toda una generación de trans.
R.- Con 17 años mi padre me echó de casa. Me encaré con él, rompí una ventana y lo amenacé con el vidrio. Me fui de casa con lo puesto. Años después, cuando yo tenía 30, mi madre murió de cáncer y mi padre se reconcilió conmigo. Ya había tenido la reasignación de sexo y era la que soy ahora. Él vio mi superación, que yo era una persona muy avanzada en esos momentos de la historia de España, y acabó aceptándome. No soy como muchas transexuales que, de repente, despiertan un día y dicen 'me siento mujer'. Yo siempre he querido ser mujer y así lo he luchado. Cuando a los 30 vuelvo a casa de mi padre me hice guía turística, como había sido él, y llevé a grupos de gente a París o Lisboa.
Mi padre empezó a hostiarme, a tirarme de los pelos. Él me gritaba que era un chico, y yo le respondía que era una niña. Como no me rendía, me duchó con agua fría.
P.- Con cuatro años intentó suicidarse. ¿Tenía conciencia de lo que significaba la muerte?
R.- Teníamos unos vecinos andaluces que se habían traído del pueblo a su padre. Recuerdo que ese hombre cantaba mucho y muy bien, me gustaba verlo desde la galería. Pero aquel señor sentía mucha melancolía por su pueblo andaluz y acabó tirándose por el balcón al cielo abierto del patio de mi casa. Vi su cadáver delante de mí, fue impactante, pero me dio luz para hacer lo mismo.
Un psicólogo le dijo a mi madre que, cada vez que tuviese un comportamiento femenino, me encerrase en un cuarto oscuro durante horas. Así que en uno de esos castigos abrí la ventana y también quise tirarme. Mi prima me había dicho que algún día nos moriríamos y nos convertiríamos en calaveras. Empecé a tener un contacto con la muerte de que era un paso a otro mundo. También mezclaba eso con la religión y lo del cielo. Pensé que, quizá, muriéndome pasaría a ese otro mundo y sería una niña. Como vi que ese hombre se había matado por estar muy triste lo sentí como algo muy cercano a mí.
P.- La realidad era su peor enemigo. ¿Cómo se evadía de aquello? ¿Qué le gustaba leer?
R.- En la escuela me perseguían y me pegaban. En casa no lo podía contar porque me echaban la culpa y me pegaban más. Yo leía sobre todo cuentos de Juan Ferrándiz, que eran casi más para niñas que para niños. También cuentos de Sissi Emperatriz, de los hermanos Grimm, de Andersen, de Oscar Wilde. Siempre cuentos con mucha fantasía. Walt Disney fue para mí una tabla de salvación. Me identificaba con la Cenicienta y su vestido, añoraba un príncipe, entendí que me gustaban los chicos.
La Sirenita del Ampurdán
A propósito de su admiración por Juan Ferrándiz, Trasobares narra en el libro el momento en que conoció a aquel ilustrador que tantas veces le salvó la vida con sus dibujos. Ocurrió cuando, a los 10 años, sus padres se trasladaron a Barcelona y lo internaron en un colegio (otro infierno) de chicos.
Allí encontró a quien sería casi que su primer amigo, al menos, el primero de su edad. Se llamaba José Luis Lorite y a los dos les gustaba la pintura, las películas de Disney, la ópera y los pastorcillos sonrientes de las postales navideñas de Ferrándiz. Al enterarse de que vivía en Barcelona como ellos, y con la desvergüenza feliz de los niños, averiguaron su teléfono y concertaron una visita. "Lo que más me impresionó fue su estudio de trabajo. Era como un cuarto de jugar, como el cuarto de jugar de mi prima tata", recuerda Trasobares.
Dos años antes de aquello Trasobares había conocido a quien fue su primer gran amigo, su primera gran tabla de salvación, su primer gran maestro, en definitiva, su primer tantas cosas. Eran veranos con la familia materna en Cadaqués, libres de la sombra paterna, veranos de natación por aguas misteriosas. En ese pueblecito de casas blancas y pescadores contaban las esquinas que el mar ahogaba galeones españoles y tesoros de piratas. Aquel verano de los ocho años Manuela entró en esa infancia de Mark Twain donde cualquier niño siente el deseo irrefrenable de salir a donde sea en busca de un tesoro escondido.
El bisabuelo de Trasobares, pescador, entabló una relación de amistad con Salvador Dalí que empezó cuando este quiso comprarle su casa. A la postre, esa casa formó parte de las casitas unidas por laberintos que formaron lo que hoy se conoce como la Casa de Salvador Dalí en Cadaqués, y el bisabuelo está inmortalizado en los trazos de uno de los apóstoles de La santa cena de Dalí. Gracias a esa relación, Dalí acogió a Trasobares como discípula.
P.- ¿Cómo empieza su relación con Salvador Dalí?
R.- Mi bisabuelo le hacía muchos favores. Dalí pasaba los veranos en Cadaqués, donde hacía un cuadro al año. Confiaba muchas cosas a mi familia porque en invierno se iba a París, Nueva York, con esos cuadros. Como yo también dibujaba y quería conocerlo, mi abuelo Miguel me lo presentó. Le llevé una caracola en blanco y negro y él me dijo que tenía mucha fuerza, que veía en mí una capacidad especial para la pintura y una necesidad de expresar.
P.- ¿Qué recuerda de aquellas mañanas diarias pintando durante horas junto a él? No me imagino clases de pintura al uso.
R.- Era una persona muy normal, no tenía nada que ver con el de la televisión. Era muy serio, muy llano, muy profesional. Me dio mis primeras clases de pintura, de física cuántica, conceptos plásticos que hacían referencia a la división del átomo... Me puso una condición: que no lo interrumpiese mientras pintaba. Si yo había acabado, me sentaba a verlo o a leer, pero nunca podía molestarlo. Mi gran descubrimiento de América con él fue que me enseñó a ver la gran gama de grises.
P.- ¿Le contó a Dalí que usted se sentía una chica?
R.- Era evidente que sabía mi situación, no hacía falta verbalizarlo. A la primera palabra que dije ya se dio cuenta. Por eso, una vez me llamó la Sirenita del Ampurdán. Me trataba como si fuera su nietecita.
P.- Cuando su padre se enteró le prohibió verlo, así que usted empezó a ir en secreto.
R.- Un día me invitó a una fiesta con la televisión francesa. Me abrió la criada, como siempre, subí al patio y vi cosas que nunca había visto en España: hombres maquillados, a Salvador disfrazado de faraón egipcio junto a su mujer Gala... Me asusté, no era el Dalí de bata y taller que yo veía cada día. Él me guiñó el ojo y me dijo que todo aquello era puro teatro. Fue mágico: por todas aquellas cosas que a mí me castigaban, Dalí era aplaudido y aceptado. No quería irme de ese mundo.
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Trasobarismo
De la mezcla entre la lucha, la actividad intelectual y la propuesta artística nace una corriente filosófica que ha sido aplaudido por la comunidad hispana LGTBI. "El trasobarismo es voluntad de poder", afirma su ideóloga. Trasobares retoma en su libro el concepto de Nietzsche para expresar que la realidad no existe, sino que es algo arbitrario. La voluntad de poder es lo que "nos domina y nos determina, la que nos hace designar el mundo que nos rodea".
Trasobares es seguidora de pensadores anarquistas como Emma Goldman o Proudhon. Tiene vocación líder y espíritu rebelde. Cree en el "pistolerismo de acción" y en la revolución del individuo, no en la que se organiza de forma colectiva. "Para que una sociedad sea civilizada debe garantizar el acceso gratuito a la justicia, la educación, la comida y la vivienda", afirma. Sabe de lo que habla: a ella se le negó todo eso, se le negó su propia identidad.
Gabrielle, su novio francés de los ocho años, le había contado que más allá de los Pirineos había mujeres que se operaban para culminar su transición. Cuatro años más tarde, con Franco aún vivo, Trasobares encontró en Barcelona aquella visión que le había evocado el relato de Gabrielle. Mujeres con pechos exuberantes, exóticas, que sentía que eran como ella, reunidas en la calle Conde del Asalto. "¿Te gustaría ser como nosotras, no?", le preguntaron.
Cuando el dictador murió Trasobares ya era amiga de todas las travestis y transexuales de la Rambla de las Flores. Empezó a hormonarse con fármacos que compraba en Conde del Asalto pagando diez veces su valor. Conoció a Ocaña, "grandísimo teatrero, una persona increíble que llevaba en la sangre su Andalucía mágica" y entendió el valor de lo performático. En Ocaña estaba ese puro teatro que había visto en Dalí y que acabaría apropiándose para ella. "Si hoy en día alguien hiciese en la calle lo que Ocaña, lo meterían en la cárcel", asegura.
Los años negros acabaron con un viaje a una Bulgaria recién salida del comunismo. "Aprendí ruso e hice giras como cantante de ópera. Era una alumna aventajada del conservatorio, canté en Bratislava o en el Teatro Nacional de Sofía". El hecho de vencer a la dificultada biológica de ser mezzosoprano habiendo nacido con nuez lo explica con naturalidad: "Ya de niño tenía una voz muy femenina. El canto lírico siempre me fascinó y cuando me hicieron una audición para entrar en el coro, me cogieron porque vieron en mí una soprano. Con mi voz me identificaba totalmente como una niña".
P.- Cuenta que en esos países sintió, por primera vez, que la entendían y la aceptaban. ¿Por qué volvió a esa España negra y marginadora que había dejado atrás?
R.- Yo era superfeliz, pero las cosas cambiaron porque la profesora tenía mucha ambición y había personas interesadas en que se viniese a Sabadell. Ella me prometió que en España podría seguir siendo cantante de ópera ganando 40 veces más. Decía que tenía que aspirar a teatros de Europa Occidental. Me lo pintó fácil, pero cuando vinimos a Madrid y Barcelona me encontré con que me echaban en cara que fuese transexual.
Si hoy en día alguien hiciese en la calle lo que hacía Ocaña, lo meterían en la cárcel
P.- A finales de los 90 y principios de los 2000 le va muy bien en televisión. Se convierte en un referente del movimiento LGTBI.
R.- Tuve mucha acogida en la televisión. He hecho programas con Raffaella Carrà, Jordi González, Laura Valenzuela, Teresa Campos, José María Íñigo... Cantaba, era tertuliana... Después produje mis propios espectáculos operísticos, porque los teatros importantes no se atrevían a dar el paso.
P.- Y en 2007 obtiene el 15% de los votos de Geldo (Castellón), lo que le vale para ser la primera concejala trans de la historia de España con Acción Republicana Democrática Española (ARDE). ¿Le decepcionó la política?
R.- La política fue un infierno. Me mandaban cartas anónimas diciendo que me iban a matar y a quemar la casa. Tenía miedo de salir a la calle. El paso por la política me hizo entender que, por desgracia, desde la política no se puede hacer nada. Hay muchos intereses y grandísimos oligopolios que controlan todos los países. España no tiene soberanía. Si hubiera algún político honesto lo diría: 'Nosotros haremos lo que nos diga Estados Unidos, la Unión Europea... Pero no son honestos. Yo políticamente no creo en nadie.
P.- ¿Tampoco cree en Carla Antonelli?
R.- Carla Antonelli parte del PSOE, a partir de aquí ya no tengo nada que decir. A buen entendedor pocas palabras bastan. Tanto PP como PSOE dejan mucho que desear. Antonelli pertenece a mi raza, y yo siempre voy a defender a mi colectivo, pero mis principios ideológicos son distintos. No creo en el PSOE. En la época en que me tocó cambiarme el nombre estaba el PSOE y no hizo nada por mí. Tuve que pagarme mi abogado, mi psicólogo y mi médico para que me hicieran el análisis forense y conseguir que el Estado me diera el nombre de mujer.
P.- ¿Qué me dice de Podemos?
R.- Me emociona que Podemos haya sacado la Ley Trans, pero no está aprobada ni completa. Me falta alguien transexual en el Congreso.
P.- ¿Qué le falta a la Ley Trans?
R.- Es muy bonito que puedas vivir la infancia en la plenitud de tu riqueza interior, pero luego estamos las que hemos vivido esta marginación. Me gustaría que desde el Congreso de los Diputados se reivindicaran a todas las trans de mi generación que no hemos podido acceder a una pensión porque no hemos cotizado. A mí los teatros me pagaban en negro y, de concejala, lo más que cobré fue una cesta de Navidad.