“¡Ya lo tengo!, ¡ya lo tengo!”, exclamó el Teniente David Mora Castilla, tras sacar de los escombros en brazos al pequeño Muslim. Las imágenes de este emotivo momento en la ciudad turca de Nurdagi dieron la vuelta al mundo: la Unidad Militar de Emergencias (UME) del Ejército español había concluido con éxito un largo rescate de más de 24 horas que terminó con lágrimas de alegría y aplausos en la fría mañana del viernes. Era el quinto día tras el terremoto y Muslim, su hermana Elif y la madre de ambos, Leyla, vieron de nuevo la luz gracias a la insistencia y habilidad de estos 55 militares desplegados en Turquía.
EL ESPAÑOL | Porfolio pudo presenciar en directo, en el lugar de los hechos y desde el día anterior, una acción heroica que alivió por unos instantes a una de las poblaciones más golpeadas por la tragedia que deja ya más de 22.000 muertos y 60.000 heridos, además de cientos de miles de desplazados entre Siria y Turquía.
“A las 12:30 del jueves comenzamos con la tarea de rescate. Recibimos una llamada de las autoridades locales para que acudiéramos aquí, donde no había pasado todavía ningún equipo certificado de detección”, explica a esta revista el Capitán de Corbeta Aurelio Soto, del II Batallón de Intervención y Emergencias en el terreno.
El equipo USAR (las siglas en inglés para ‘Urban Search And Rescue’, búsqueda y rescate urbanos) de la UME acudió al lugar tras un aviso de los militares turcos unas horas antes. En este tipo de rescates, es la propia gente -los familiares de quienes están bajo los escombros- la que avisa a las autoridades locales de que puede haber alguien con vida, y estas son las que piden la ayuda de los equipos internacionales.
En la primera parte de la operación intervino Nico, el pastor belga negro con más actuaciones desde la llegada del contingente español a Turquía. Al grito de “¡Venga, búscalo!”, se lanzó sobre la montaña de escombros con la esperanza de que su olfato detectara sudor, hormonas, sangre o respiración de alguien vivo debajo de los cascotes.
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Además de Nico, con este Batallón viajan Choni, Otan y Speed. “Tres son perros de vivos y uno es de muertos”, dice el Capitán Soto, en referencia a las tareas para las que están destinados los canes. En caso de que el perro encuentre algún rastro, avisa a los rescatadores con ladridos o arañando los escombros. Los perros no pueden hacer más que una pasada y su uso es limitado. En la operación de Nurdagi, no fue Nico quien dio con la familia, sino la Cabo Espada.
“Si me escucha, grite o dé tres golpes”
En los rescates de estos días en Turquía, cuando algún miembro del operativo cree dar con un indicio, avisa a los demás y se hace el silencio más absoluto. Los motores de los generadores se paran, las excavadoras se detienen, la gente contiene la respiración… La calma tensa reina en medio del caos por unos instantes. Entonces, uno de los rescatistas, grita: “¡Equipo de rescate, si me escucha, grite o dé tres golpes!”. Las voces resuenan con eco.
La consigna se repitió una decena de veces, en turco, en el lugar del rescate de la UME en Nurdagi. Cada una de ellas fue estremecedora, pero no tuvieron el resultado esperado. Pausa, grito, y nada. Hasta que en una de ellas, la Cabo Espada escuchó los ansiados tres golpes con la ayuda de un geófono, un aparato que amplifica el sonido a través de capas gruesas y a metros de profundidad.
“Todo esto es una locura, pero nos queda la gratificación, al menos, de saber que estamos ayudando a sacar a personas vivas. Es un gran orgullo”, dice Espada a EL ESPAÑOL | Porfolio, tras bajar de la montaña de ruinas sobre la que llevaba horas trabajando.
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Lo que escuchó Espada fueron dos golpes claros y un tercero más leve, pero fueron señal suficiente para confirmar que debajo de las ruinas se encontraba alguien con vida. A partir de ese momento, alrededor de las 12:30 del jueves, los militares españoles se pusieron a trabajar con medios técnicos de corte y perforación para abrirse paso entre la destrucción. Con sierras radiales y taladros de gran tamaño partieron bloques de hormigón como si se trataran de troncos de madera, hasta llegar a la madre de los niños.
“Rascamos incluso con las manos para encontrar un hueco. Todo sirve con tal de abrirse camino hasta las personas atrapadas”, dice el Capitán Soto. Pasadas unas horas, el equipo encontró un agujero desde el cual introducir una cámara telescópica que dio a los militares las primeras imágenes de la situación de la mujer.
"Esta gente es dura, llevan días allí abajo y siguen saliendo vivos"
“Tiene fracturas en las piernas y en la cadera, presenta varios politraumas. Está en una posición muy delicada, pero confirmamos que está viva”, relató la Teniente Médico Lara, después de entrar por primera vez al lugar donde se encontraba la madre de los niños. “He podido entrar por un hueco estrecho. Le he hecho un torniquete y le he puesto una vía para suministrarle sueros, mientras los compañeros seguían trabajando para encontrar una forma de extraerla”, añadió, visiblemente cansada.
“Mi equipo busca vivos”
Mientras el sol caía el jueves, los militares turcos presentes en el operativo pidieron a la UME que trabajase en otro lugar. El Teniente Mora, jefe de la unidad, se enfrentó con mano izquierda al oficial turco: “Mi equipo busca vivos, no nos movemos de aquí hasta sacar a esta persona”, dijo a uno de los traductores que acompañan a la dotación. El intérprete a duras penas lograba transmitir a los turcos lo que Mora quería expresar. La comunicación era torpe, pero el Teniente siguió determinado a continuar por el hueco donde habían encontrado a la mujer.
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El miércoles, en Islahiye, a escasos kilómetros de Nurdagi, la UME salvó también a una niña de 12 años y a una segunda persona cuya mano apareció desde la oscuridad pidiendo agua, según relatan los soldados. El Capitán Soto señala que tuvieron que dar “un paso atrás”: en el lugar del suceso trabajaba un grupo de mineros turcos que, por reconocimiento, quisieron ser ellos quienes sacaran a la menor, después de que los españoles se hubieran abierto paso hasta ella.
“Estas situaciones ocurren constantemente”, señala el Capitán Soto. El entorno no es solo complicado por la situación extrema en la que nos encontramos, sino por la tensión que a veces hay con las autoridades locales. Al fin y al cabo, estamos para ayudarles. En general, nos quieren mucho. La gente de a pie nos da comida, agua… de todo. ¡Incluso nos trajeron durums!”.
Ya de noche en Nurdagi, el equipo de Mora concluyó su turno trabajando en el área donde habían encontrado a la madre viva. Llevaban más de 12 horas entre los escombros y el polvo. Al lugar había llegado ya el equipo de relevo desde el campamento de la UME. “Los civiles temían que nos fuéramos antes de extraer a esa mujer. Pero de aquí no se va nadie mientras haya una persona viva. Trabajamos ininterrumpidamente las 24 horas hasta que la saquemos”, apunta el Capitán Soto.
El segundo equipo, en el turno de noche, siguió con las perforaciones hasta dar con los dos pequeños. Desde ese momento, se convirtieron en la prioridad de los rescatistas. Al amanecer, Mora regresó de la base con su equipo para sustituir al que había trabajado por la noche. Al medio día del viernes salieron los pequeños Muslim y Elif. Los aplausos resonaron tímidamente entre el ruido de excavadoras que trabajan en otros edificios cercanos derruidos. Horas después, la UME lograba sacar con vida a la madre.
“En Occidente no lo cuenta nadie”
La UME es prácticamente el único cuerpo militar extranjero que opera en la zona de Nurdagi, el lugar del dramático rescate. Es un área especialmente afectada por el terremoto que se produjo en la madrugada del pasado domingo al lunes, y cuyas cifras ya superan todos los pronósticos. Algunas estimaciones calculan que el número final de muertos podría rondar los 190.000, teniendo en cuenta las personas que estaban en los 6.444 edificios que se derrumbaron en el momento del temblor.
Nurdagi, Islahiye, Osmaniye, Gaziantep… Las cuatro localidades están conectadas de forma horizontal en un recorrido que discurre en paralelo a la falla que separa las placas tectónicas de Anatolia y Arábiga, cuyo contacto causó el temblor de 7.8 grados en la escala de Richter.
Los estragos fueron especialmente patentes en las dos primeras ciudades, donde no hay sólo un sector afectado, sino que toda su área urbana se ha transformado, de la noche a la mañana, en un escenario apocalíptico. Ciudades enteras reducidas a la ruina, con multitud de tiendas de campaña de la AFAD (Agencia de Emergencias de Turquía) para quienes se han quedado sin casa; gente que sobrevive como puede, que hace acopio de las mantas y la comida que los camiones reparten sin descanso, y que se calienta en fogatas improvisadas en medio de temperaturas bajo cero.
El Capitán Javier Cruzado, ingeniero en este Batallón de la UME, describe la situación como una de las peores catástrofes que ha vivido como militar: “En ciudades como Gaziantep, las zonas afectadas son espacios controlados. Son un barrio o dos. Pero aquí… Esto es mucho más grave, son pueblos enteros desolados. Lo más parecido que he visto fue el terremoto de Haití”, dice a esta revista, en referencia al seísmo que en 2010 dejó 316.000 muertos en el país caribeño, en cuyas tareas de rescate también participó.
"De aquí no se va nadie mientras haya una persona viva"
En todas las direcciones posibles, la escena se repite en Nurdagi y en Islahiye: cada dos manzanas hay un edificio derruido con máquinas excavadoras, grúas, voluntarios y rescatistas sobre los escombros. Son centenares. Debajo de ellos, también son cientos los muertos y algún que otro vivo, como la familia a la que salvó el viernes la UME. Por cada persona viva que logra salvarse, son muchas las que permanecen sepultadas.
Los edificios arrasados son cuadros casi idénticos, difíciles de distinguir entre ellos. Lugares críticos conocidos como ‘worksites’ por los equipos de rescate, en los que los militares españoles han hecho hasta 6 ó 7 actuaciones diarias, la mayoría de ellas, sin éxito. “Si no hay nada, nos vamos al siguiente ‘worksite’”, dice, por su parte, el Capitán Soto.
Mientras, los pocos edificios que permanecen en pie están deformados, con las fachadas desconchadas y agrietadas y, en la mayoría de los casos, con pisos enteros sin paredes que dejan a la vista los muebles y objetos de las vidas corrientes que existían antes del terremoto.
“La particularidad que han tenido muchos derrumbes en Turquía es que los edificios han caído como piezas de dominó. Cuando caen en ‘sandwich’, con los pisos apilados uno encima de otro, es que han fallado los cimientos, como en México en 2017. Esto da una idea de la ferocidad del temblor. 7.8 es una barbaridad”, asegura el Capitán Cruzado. “Si esto pasa en Occidente, no lo cuenta nadie. Esta gente es dura, llevan días allí abajo y siguen saliendo vivos”.
La ruta de la muerte
La carretera principal que conecta estas ciudades donde opera la UME tiene hendiduras de hasta un metro de grosor, y bloques de asfalto que se han desprendido por completo. Los coches que fueron sorprendidos en el mismo instante del seísmo todavía permanecen varados, sin ruedas y a veces volcados.
Es una ruta de la muerte donde el contingente español estableció su campo de operaciones tras su llegada al país el pasado lunes por la noche. Otros cuerpos de rescatistas internacionales se alojan en campamentos e instalaciones de la AFAD o del Ejército turco, donde reina el caos, la suciedad y el desorden, como por ejemplo, en la base de Kahramanmaras, otra de las ciudades más devastadas, con unos 200 edificios que se vinieron abajo.
El Batallón español, sin embargo, instaló su propio campamento en una explanada de hormigón de su zona de intervención. Allí, los soldados viven en tiendas de campaña y duermen a ras de suelo en sacos de dormir preparados para el frío extremo. “Éramos los únicos aquí. Cuando vieron que habíamos desplegado una base, nos mandaron a equipos búlgaros y kuwaitíes”, dice el Capitán Soto.
Los 55 miembros de la UME presentes en Turquía trabajan en dos equipos USAR de 23 componentes cada uno. Se turnan durante 12 horas en los sitios de rescate. Luego, hay siete militares de enlace que se encuentran en la base de la OTAN de Incirlik, cercana a la ciudad de Adana, al sur. Su función es la comunicación y coordinación con las autoridades locales. Por último, cuentan con dos especialistas del Grupo de Emergencias Técnicas y Medioambientales. Su labor consiste en comprobar que no haya gases tóxicos u otras sustancias químicas nocivas en los reducidos espacios en los que trabaja la USAR.
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El grupo tiene autonomía logística para siete días completos, un plazo que ya se ha ampliado por los víveres que les facilita la población civil. “Sabemos cuándo llegamos, pero no cuándo nos vamos”, dice Soto, preguntado sobre el tiempo que permanecerán en Turquía. Posiblemente lo hagan durante los tres meses que dure el estado de emergencia decretado por el Gobierno turco el pasado jueves.
La zona donde opera la UME es una de las más mortíferas del terremoto, junto a la provincia de Hatay, al sur. Allí, en la ciudad portuaria de Alejandreta, trabaja el grupo anfibio de la Armada española con el portaaeronaves Juan Carlos I y el buque Galicia. El chef José Andrés también ha establecido allí la base de su ONG, World Central Kitchen, para asistir a una población desesperada y que se siente abandonada por el Gobierno. A Hatay, la ayuda oficial no llegó hasta pasados cuatro días desde el seísmo.
Lejos de casa, pese a la desesperación y las escenas de destrucción y sufrimiento, junto a las duras condiciones en las que viven mientras dura la emergencia, los militares encuentran alivio en el trabajo que hacen. Sobre todo, cuando consiguen salvar a alguien como los niños y la madre de Nurdagi, en medio de un escenario donde solo reina la muerte: “Es la mayor satisfacción, es por lo que vienes”, concluye el Capitán Cruzado.
La Torre de Babel
Una de las imágenes más llamativas que ha dejado la tragedia es la cooperación entre diferentes cuerpos de rescatistas de varios países del mundo. La gravedad de la catástrofe ha dejado de lado los asuntos geopolíticos y odios entre naciones que se remontan siglos atrás.
Los equipos de rescatistas rusos conviven con polacos y de otros países de la UE que apoyan a Ucrania en la guerra, los israelíes con personal de emergencias de naciones árabes históricamente enemigas, los armenios lo hacen -aunque en zonas separadas- con militares azeríes, con quienes están en guerra en Nagorno Karabaj, y los griegos con los propios turcos, en un momento en que las tensiones entre ambos países están en un punto alto.
En total son más de 45 países los que han contribuido con personal especializado para aliviar los efectos del terremoto que sufrió la región en la madrugada del pasado domingo al lunes. El ejemplo más evidente del esfuerzo común por superar diferencias y salvar vidas humanas se vive desde el inicio de las tareas de rescate en el ajetreado centro de operaciones de la AFAD en Kahramanmaras.
Allí, centenares de rescatistas internacionales se agolpan desordenados en un campamento improvisado en una infraestructura de la agencia de emergencias. Es una Torre de Babel en medio del gélido invierno con un único objetivo: la búsqueda de vida en mitad de una de las catástrofes naturales más graves de los últimos tiempos.
Khaled Rashid, un paramédico de 45 años del Gobierno Regional del Kurdistán iraquí presente en Islahiye asegura que están aquí "para ayudar a todo el mundo". Los kurdos son enemigos de Turquía por su represión a sus ansias de autodeterminación. "Somos todos humanos, eso es todo lo que importa", dice a esta revista.
Al contrario que en Turquía, la asistencia internacional no ha llegado a Siria, amparándose en las complicadas relaciones diplomáticas que numerosas naciones mantienen con el régimen de Bachar al-Assad. El pasado martes, Estados Unidos dijo estar "comprometido" a ayudar a los residentes "a ambos lados" de la frontera entre Turquía y Siria pero rechazó tratar directamente con el Gobierno sirio.
Por su parte, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, aseguró el mismo día que aprobó una solicitud de ayuda humanitaria para el país, recibida a través de un funcionario diplomático. Por el momento, solo Rusia ha acudido al grito desesperado de socorro de la olvidada Siria.