De la misma quinta que Mark Zuckerberg y con el mismo jersey negro de cuello vuelto que Steve Jobs. Puesta en escena sobria, la precocidad de los genios, su nombre prácticamente inscrito en la posteridad de Silicon Valley. Comparaciones con Bill Gates que inflamaron su ego de manera devastadora, como la etiqueta de nuevo Pelé en tantos jóvenes talentos brasileños. Una curva de ingresos con la trayectoria de un chupinazo. También uno de esos récords que tanto gustan en la sociedad americana: la self-made-woman que más dinero hizo jamás. Y sin haber completado sus estudios universitarios, otro dato pintoresco con el que salpimentar la historia.
Elizabeth Holmes (Washington D. C., Estados Unidos, 1984) fue la primera mujer, según Forbes, en alcanzar por sí misma una fortuna milmillonaria. Unos 4.500 millones de dólares, en concreto, allá por 2014, su particular cresta de la ola. Nada queda de aquella fama y fortuna una década después. Tan sólo un billete ya picado y un mono naranja para ingresar en la prisión de Bryan (Texas), donde ingresó el pasado martes y tendrá posibilidad de trabajar por 12 céntimos la hora.
Holmes fue condenada a más de 11 años —135 meses, en concreto— de prisión por estafar a inversores con su empresa de biotecnología Theranos, cimentada sobre la promesa revolucionaria de una rapidez y sencillez insólitas todavía en los diagnósticos sanitarios. Además, en otra sentencia dictada con anterioridad, tanto ella como Ramesh 'Sunny' Balwani, mano derecha y examante de Holmes, protagonistas de una relación tormentosa, fueron condenados a pagar 452 millones de dólares a las víctimas de su fraude.
Porque todo era falso. Una estafa como la de Filek, aquel científico austríaco que hizo creer a Franco que sabía cómo convertir el agua en gasolina. Lo suyo era la sangre. Y su revolucionaria propuesta de hacer los análisis con tan sólo una gota de ella. Adiós a las agujas, adiós a los tubos rojos, adiós a los malos ratos en el cadalso del paciente. Rapidez, efectividad, practicidad. Una sóla gota de sangre, decíamos, aunque fueran Sunny y ella quienes parecían escritos por Bram Stoker, incrustados sus colmillos en el cuello de inversores como Carlos Slim, Henry Kissinger, Rupert Murdoch o Bill Clinton.
El tatarabuelo, China y Stanford
Elizabeth Holmes nació en la capital de Estados Unidos en febrero de 1984, meses antes de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, en el seno de una familia relacionada con el poder y el gobierno estadounidense. Su padre, Christian Holmes IV, trabajó para diversas agencias gubernamentales —como Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID)— a lo largo y ancho del mundo; y su madre, Noel, trabajó como asesora personal de un miembro del Congreso americano.
La familia Holmes se mudó a Houston cuando Elizabeth tenía 9 años debido al fichaje de su padre por Tenneco, una compañía de diseño y fabricación de sistemas de distribución de limpieza de aire y suspensiones para coches. Tanto ella como su hermano aprendieron chino, motivados por la relación laboral de su padre con el país asiático, donde Elizabeth Holmes pasó parte de su adolescencia y emprendió sus primeros negocios.
En numerosas ocasiones, ha sido la propia Holmes la encargada de recordar la biografía que leyó de su tatarabuelo Christian R. Holmes, de origen danés, siendo una niña y lo mucho que influyó en ella. Inventor, cirujano, ingeniero, veterano condecorado tras servir en la Gran Guerra del 14, decano de la misma Facultad de Medicina de la Universidad de Cincinnati cuyo hospital luce hoy su nombre.
Quería recoger esa vocación umbilical y ser médico también. ¿El problema? Un miedo patológico hacia las agujas. ¿La solución? Theranos y la gotita de sangre. Una ensoñación empresarial que nunca cumplió lo prometido.
Al estrellato con 19 años
Holmes fundó la empresa de atención médica Theranos en 2003, cuando tan sólo tenía 19 años. Lo de la gota de sangre fue el mito fundacional sobre el que erigió una empresa cuya popularidad aumentó exponencialmente en pocos años. La promesa de transformar la industria de los análisis clínicos pronto cuajó entre los inversores y a Holmes, desde el minuto uno, se le consideró una visionaria. Una mujer con hechuras de genuina genialidad y capacidad de poder en un mundo dominado por hombres.
Holmes hablaba continuamente del desarrollo de un dispositivo revolucionario llamado Edison, capaz de realizar todo tipo de análisis clínicos a partir de una pequeña muestra de sangre sacada con una simple punción en el dedo. Algo del todo engañoso, pues se trataba de una tecnología nada terminada, un proyecto con todo un camino de pruebas y errores por delante.
El relato cuajó hasta que la denuncia pública de Tyler Shultz —empleado de Theranos y nieto del exsecretario de Estado estadounidense George Shultz, importante accionista de la empresa— comenzó a derribar el castillo de naipes.
Presente en el juicio junto a su familia, el padre de Shultz afirmó ante el juez que Holmes contrató a un espía para vigilar a su hijo y que dormía con un cuchillo bajo la almohada por miedo a ser asesinado.
Shultz apenas tardó unas semanas en darse cuenta de la mentira sobre la que se levantaba la empresa tras ser empleado en su laboratorio. Corría 2013. Cualquiera con un mínimo de conocimiento podría reparar, rápidamente, en que los análisis de sangre eran falsos, desvirtuados, incompletos. Las máquinas Edison no sólo no eran fiables, sino que ni siquiera se utilizaban en muchos casos. La tecnología de Theranos era Siemens en realidad.
La revelación de Schultz fue clave para John Carreyrou, el periodista de The Wall Street Journal que destapó el escándalo en 2015 con un reportaje que supuso el inicio de la debacle para la empresa. Un año después, la agencia federal del Departamento de Salud y Servicios Sociales de Estados Unidos obligó al cese inminente de su actividad.
"Me arrepiento de mis fracasos con cada célula de mi cuerpo", dijo Holmes el pasado 18 de noviembre en sede judicial. "Este fue un caso de fraude donde una emocionante empresa provocó altas expectativas y despertó esperanza solo para que estas fueran tachonadas por falsedades, engaños, arrogancia y mentiras", contestó el juez.
El 'caso Theranos' en el cine
El caso Holmes, tan sonado en los Estados Unidos, ha tenido un amplio eco artístico. La cadena de televisión HBO realizó el documental Desangrando a Silicon Valley, que muestra el ascenso y descenso de la empresa Theranos, y cómo Elizabeth Holmes pasó de ser vista como una promesa en el mundo de la ciencia y la tecnología (siendo constantemente comparada con Steve Jobs), a ser acusada de fraude por sus mismos empleados. Es interpretada por Amanda Seyfried en la miniserie The Dropout.
Jennifer Lawrence, ganadora del Oscar, dijo recientemente que abandonó una producción de Apple basada en Holmes, Bad Blood, después de ver la actuación de Seyfried. "Pensé que ella lo hizo genial. Yo estaba como, ‘Sí, no necesitamos rehacer eso’. Ella ya lo hizo".