Han pasado cincuenta años. En la puerta de los jesuitas, en Madrid, hay un señor muy mayor charlando con un sacerdote. “Padre, mi hermano, que era discapacitado, se abalanzó un día en la iglesia sobre Carrero Blanco. Sólo quería saludarle. Cuando llegó la escolta, el presidente del Gobierno pidió calma”. Era muy fácil abalanzarse sobre el presidente del Gobierno.
Han pasado cincuenta años. En la puerta del 104 de la calle Claudio Coello, donde los terroristas construyeron el túnel desde el que volaron a Carrero Blanco, hay una joven dominicana. Nos invita a pasar. Vive en el primero. Quiere saber. Cuando le contamos, apaga la serie que está viendo. Dice que es mucho mejor lo que está escuchando. “¿Cómo es posible?”, repite mientras nos acompaña a la puerta del sótano donde vivió ETA, un piso más abajo.
“¿El coche voló desde la carretera y cayó en la terraza interior del edificio de enfrente? ¿Se alzó más de veinte metros? ¿La bomba estalló ahí -señala por la ventana- y la habían metido bajo tierra desde el piso de mis vecinos? ¿Construyeron el túnel sin que nadie se diera cuenta?”.
Vamos a intentar responderle.
Desde estos dos lugares, hoy en color y aquel 20 de diciembre en blanco y negro, vamos a hilvanar la mentalidad de los asesinos y la del asesinado. Vamos a reconstruir el crimen a través de los testimonios de quienes fueron atravesados por aquel suceso: la familia Carrero, los entonces amigos de los etarras, el testimonio de los propios terroristas, historiadores obsesionados con el atentado y periodistas que todavía persiguen esa noticia.
Luis Carrero Blanco (1904-1973) fue el quinto presidente del Gobierno asesinado en España. A todos los mataron sin apenas oposición. A Cánovas le dispararon mientras leía los periódicos en un balneario. A Canalejas lo mismo cuando miraba el escaparate de una librería. A Prim y a Dato los encañonaron cuando iban en el coche. Cinco magnicidios.
6 meses antes del atentado
Los asesinos
“¡Leed el libro de Eva, leed el libro de Eva!”. Nos lo dice Eduardo Sánchez Gatell, hoy un psicólogo jubilado, entonces un chaval de apenas dieciocho años que se convirtió, sin saberlo, en una especie de discípulo de Argala, el terrorista que apretó el botón de los explosivos.
Esa “Eva” de la que habla es Eva Forest (1928-2007), en público una editora y novelista esposa del dramaturgo Alfonso Sastre. En privado, “la tupamara”, “la loca”, “la tetas” o “la rubia” -así la llamaban algunos etarras-. Cuenta su leyenda que caminaba por Madrid en busca de lugares donde organizar un atentado.
Es importante que empecemos aquí, en el piso que compartían Forest y Sastre en el barrio de La Concepción, porque aquel fue el lugar donde nació la infraestructura madrileña de ETA. El “libro” que nos recomienda Gatell se titula “Operación Ogro”. Lo escribió “Eva” tras entrevistarse con los etarras miembros del comando que mató a Carrero. Es el relato, supervisado por la banda terrorista, de los preparativos del crimen, su ejecución y la posterior huida.
Forest y Sastre -nos cuenta Gatell- eran dos intelectuales que habían orbitado en torno al Partido Comunista, pero que no compartían la deriva “pacifista” de Santiago Carrillo. Es decir: no querían Transición, sino lucha armada. Revolución.
ETA, en aquel tiempo, no disponía de red en Madrid. Hasta que apareció Eva. Los acogió en su casa, les buscó pisos francos, contrató un albañil que construía escondites y aportaba tanto la filosofía como las ideas prácticas. Un año después, según Gatell -que asegura habérselo escuchado-, diseñaría ella el atentado de la calle del Correo, la primera masacre civil de ETA.
En estos meses anteriores al 20-D, Gatell es el hijo de unos amigos de Forest y Sastre. Acude casi a diario al piso del barrio de La Concepción. Eva le pone una pistola en la mano. Lo capta para la lucha armada. Le presenta a Argala, el que va a asesinar a Carrero. Cenan juntos muchas veces. Por su inexperiencia y su juventud, no le confían el atentado que se está preparando, pero sí la filosofía de las operaciones por llegar.
Abrimos el libro de Eva, que publicó con el seudónimo de Julen Agirre en 1974, pocos meses después del crimen. Así cuentan los terroristas cómo llegaron por primera vez a Madrid:
“ Llegamos por la tarde, serían las seis o las siete, oscuro ya, y nos chocó el ruido, la circulación, las luces... Un gentío por las calles. La gente iba muy arreglada, diferente a nosotros, la forma de vestir, con chaqueta y ese bigote recortadito a lo fascista. ”
Manuel Cerdán, periodista que ha dedicado casi toda su vida profesional a este asunto, acaba de publicar “Carrero, 50 años de un magnicidio maldito” (Plaza & Janés, 2023). Concreta el dato: “Argala y Wilson -un segundo terrorista miembro del comando que finalmente no participará en el atentado- viajaron juntos de noche en tren desde San Sebastián. De la estación de Chamartín se dirigieron en taxi a la cafetería Manila de Callao, en el chaflán con la Gran Vía, donde los esperaba Eva Forest”.
El libro de Forest no es una fuente del todo solvente. Ella misma confesó haber falsificado algunos datos para distraer a la policía. Pero, adornado o no, lo que sí resulta interesante es el proceder de los terroristas. Su manera de pensar.
Por ejemplo, aquella ETA era todavía asesina a medias, si es que se puede ser algo así. Hacía distingos entre las víctimas. Los implicados tuvieron dudas mientras preparaban los explosivos. Era una calle céntrica, una mañana cualquiera: “Empiezas a pensar en la gente, en que no deben ocurrir desgracias a inocentes, en que tiene que ser una cosa limpia”. Sin embargo, cruzaron la frontera. Vieron circular a civiles cerca... y apretaron el botón. Paradójicamente, con la llegada de la Democracia, ETA no redujo los asesinatos; los incrementó sobremanera.
Carrero es vicepresidente del Gobierno. El plan de la banda está claro: secuestrarlo para exigir a Franco la liberación de 150 presos. Eva Forest ya ha localizado un piso en Alcorcón donde poder esconder al cautivo.
El asesinado
Luis Carrero Blanco es un hombre de espalda ancha y gabán largo que va todos los días a misa a la misma hora, siempre a la misma iglesia.
“Cuando mi abuela, la mujer de Carrero, se puso enferma, él prometió que iría todos los días a misa si ella se recuperaba”. Habla José Enrique Carrero-Blanco, nieto del dirigente franquista. “Puede resultar curioso, pero mi abuelo, que también era muy cercano al Opus, simpatizaba con los jesuitas”, añade.
Carrero es un dirigente político sin demasiada ambición. Quiere ser sólo militar, pero concibe a Franco como un jefe supremo y providencial que salvó a España de la catástrofe. Por eso, cuando el dictador lo elige, sólo pide una cosa. La cuenta su nieto: “Le dijo a Franco que no quería perder el escalafón, que cuando dejara la política, desearía regresar con sus compañeros de promoción”.
Este era el mismo recorrido que realizaba Carrero Blanco todas las mañanas.
Vive en la calle Hermanos Bécquer, a unos doscientos metros de la iglesia de San Francisco de Borja. En esa casa, manda la mujer: “Mi abuelo era muy familiar y estaba sometido a mi abuela. Le encantaba pintar y ella le tenía amargado con los plásticos, las cosas que había que poner para no manchar... Una vez, tuvieron una bronca. Porque ella también quiso mandar sobre una decisión política. Él respondió, enérgico: ‘En política mando yo’”.
Carrero y su leve escolta no se dan cuenta, pero a las nueve de la mañana, al llegar, siempre hay terroristas mirando. Unos dentro de la iglesia, otros fuera. Disimulan rezando y comprando periódicos en el quiosco más cercano.
La protección del vicepresidente del Gobierno consiste en dos agentes: uno lleva gabán, como él; y otro le sostiene la cartera. Asisten a la eucaristía unas treinta personas. El Dodge negro donde viaja, matrícula PMM 16416, se queda en doble fila, muy cerca de la escalinata del templo.
Los asesinos
Por Madrid, gracias a la protección de Forest, van pasando decenas de etarras. Prácticamente toda la cúpula, pero los tres integrantes definitivos del operativo van a ser Argala, Kiskur y Atxulo. Adoptan el nombre de “Comando Txikia” en homenaje al compañero que utilizaba ese sobrenombre y que ha sido abatido por la policía hace unos meses en Algorta. ETA es muy joven, pero Argala sabe lo que es cavar un túnel en la prisión de Burgos.
Eva facilita a los terroristas el itinerario de Carrero. En realidad, es algo que sabe todo Madrid. Ella misma y algunos etarras, para despistar a la policía, inventarán la existencia de un hombre misterioso que entrega a Argala las coordenadas en el hotel Mindanao. De esta escena, nacerán las teorías de la conspiración. ¿Quién fue ese hombre? ¿Era de la CIA? ¿Quizá del Gobierno? El historiador Juan Pablo Fusi reveló en una conferencia sobre el caso que Eva Forest le confesó haber fabulado ese dato. Luego Wilson abonará esta teoría en el sumario. Vea el vídeo debate sobre las teorías de la conspiración.
El año 73 está siendo clave para “la lucha armada”. Eduardo Sánchez Gatell regresa a Madrid de vacaciones en septiembre. Quiere ver a Juan Sastre, su íntimo amigo, hijo de Eva y de Alfonso Sastre. Pero Juan se ha ido a Cuba a estudiar Medicina: “A él lo protegieron así y a mí me convirtieron en carne de cañón. Yo estaba fascinado por Eva y dije a todo que sí”.
Sin embargo, ETA no confía demasiado en los muchachos que Eva empieza a reclutar allende el País Vasco: “Ellos le dijeron que no querían contar conmigo. No se fiaban de un chaval madrileño. Tenía su lógica. Yo era muy joven, Eva no quería meterme en lo de Carrero, pero sí en asaltos, atracos, etcétera”. Los propios terroristas, en el libro de Forest, lo dejan claro: “Queríamos gente de aquí, de confianza, acostumbrada a la lucha”.
Eva no sólo es la infraestructura, sino también el dinero. Dice Manuel Cerdán que los gastos de la primera vivienda que utilizaron los terroristas corrieron a cuenta de ella: “No les reclamó ni un céntimo”.
Pero estamos en el dato facilitado por Eva Forest a ETA: las coordenadas de Carrero. Dicen los miembros del comando en el libro: “Pedimos en un bar una guía de teléfonos. Miramos por el apellido y en seguida dimos con su dirección. Coño, parecía imposible que fuese tan fácil”. Ya conocen el recorrido exacto: la casa y la iglesia. Gatell repartirá ese libro clandestinamente cuando se publique.
Argala y compañía bautizan a su víctima: “Le llamábamos el ogro por la pinta de bruto que tenía. Cejas muy pobladas, pelos por todas partes, imponía mucho”. En efecto, parece imposible que sea tan fácil: “En la comunión, el Ogro se dirigió al reclinatorio que había delante del altar y yo fui detrás. Estaba a su lado pensando en lo fácil que sería hacerle algo, en que allí mismo le hubiera podido pegar dos tiros de haber querido. Llevaba la pistola en el cinto”. El pecho del etarra llega a rozar la espalda de la mano derecha de Franco.
El asesinado
José Antonio Castellanos es historiador y decano de la facultad de Letras de la Universidad de Castilla-La Mancha. Está sentado en un banco de la iglesia de los jesuitas donde solía sentarse Carrero Blanco. Tiene en las manos un ejemplar de su libro recién publicado, “Carrero Blanco, historia y memoria” (Catarata, 2023). Lleva dos años haciendo submarinismo en la mente del asesinado.
Es junio de 1973. Franco acaba de nombrar a Carrero presidente del Gobierno. “La trascendencia de su figura ha sido opacada por la forma en que murió. La mayoría de gente sólo conoce hoy su asesinato, pero obvian que fue determinante en la España de la segunda mitad del siglo XX”.
Como relata Castellanos, Carrero no forma parte de la camarilla de Franco. No es amigo suyo. No es invitado a las cacerías ni a la proyección de películas en El Pardo. Entonces, ¿por qué lo acaban de elegir presidente? “Era de su máxima confianza, pero sólo políticamente. Ya en los cuarenta, Franco encuentra en él a quien considera un gran analista geopolítico. Carrero escribió el informe que convenció al dictador de que entrar en la Segunda Guerra Mundial era muy mala idea. Después, es el artífice de la Ley Orgánica de 1967, que pretende institucionalizar el régimen. Además, fue clave en el nombramiento de Juan Carlos I como sucesor de Franco”, aporta el historiador.
Carrero, además, ha sido fundamental en el deshielo de las relaciones con Estados Unidos. Su ferviente anticomunismo le hace sintonizar a la perfección con Washington: “Otro dato que desmonta una supuesta implicación de la CIA”.
Y otro detalle importante: este hombre de espalda ancha que se sienta en el tercer banco, justo ahí, no reviste un ego desmesurado ni una pronunciada ambición. Franco puede estar tranquilo. No va a intentar desplazarlo. “Es un hombre que está cómodo en la segunda fila, tiene la lealtad del alférez. Si Franco le dice que se tire por la ventana, se tira”, dijo el general Díez-Alegría. Carrero se sienta en misa en la segunda o tercera fila.
La mujer de Carrero -nos cuenta el nieto- maldice en casa el nombramiento: “Mi abuela tuvo la premonición de que algo iba a ocurrir. Mencionó el precedente de todos esos presidentes asesinados. Prim, Dato, Cánovas, Canalejas... Dijo que todos acababan igual”.
9 de mayo de 1973
Los asesinos
Los terroristas están nerviosos. Acaban de conocer la noticia: Carrero, presidente del Gobierno. “¿Y ahora qué hacemos?”. Viajan a Francia. Consultan a la dirección. Quedan a la espera de una respuesta. ETA debate.
Los terroristas, aquí, en la iglesia, comprueban lo que aventuraban: la escolta ha crecido. Aparece un segundo coche, de color azul metálico. Van cuatro personas dentro. El chófer suele quedarse en la puerta de la parroquia hablando con el chófer del Dodge de Carrero. Los otros tres se sitúan a la mitad de la iglesia, en los bancos de la derecha.
La vida en Madrid no les disgusta. Llevan más de medio año aquí. Los vecinos del barrio, cuando los ven aparecer, dicen amistosamente: “¡Mirad! ¡Aquí están los vascos! ¡Aquí están los de la ETA!”. Ocurre en los restaurantes y en la lavandería. Lo que más enerva a los terroristas es el artículo: “La ETA”. Y se lo cuentan a Eva, que lo plasma en el libro.
Gatell explica con detalles esa libertad con la que los terroristas circulan por la ciudad. “Un día, iba yo en el Metro y me saluda Argala: ‘¡Ven! ¡Te voy a presentar a otro compañero vasco!’ Era Wilson, otro miembro de la banda”.
Aparece en los jesuitas Manuel Campo Vidal, que escribió uno de los libros pioneros sobre el magnicidio. El ejemplar acaba de ser reeditado: “La clave de la información en el atentado al presidente Carrero Blanco” (Editorial Sagesse, 2023).
Manuel estudió el papel de los servicios secretos. Nos explica de manera gráfica por qué ETA podía actuar con esa supuesta irresponsabilidad sin asumir demasiados riesgos: “¡Los servicios secretos del régimen eran un desastre! Había once distintos. Su mayor preocupación, en ese momento, era el Partido Comunista. Además, estaba teniendo lugar el proceso 1.001 contra Comisiones Obreras y los esfuerzos estaban centrados en eso”.
“ Franco murió creyendo que lo de ETA lo arreglaba una pareja de la Guardia Civil. ”
Le dijo el general Gutiérrez Mellado a Campo Vidal
Lidia Falcón, como Gatell, también fue detenida en aquel tiempo. Eva le convenció para que le dejara las llaves de un piso que se había comprado en Madrid. Le propuso construir un armario secreto “para guardar documentación”. Pero Eva lo que quería era disponer de otro zulo donde esconder terroristas o secuestrados. “Eva deliraba, de verdad, es que deliraba. Yo no supe nada, claro, pero luego, en la cárcel, cuando la escuchaba hablar en la celda... lo entendí todo”, nos dice Falcón.
La dirección de ETA se comunica desde Francia con el comando de Madrid. Lo relata con mucho detalle Manuel Cerdán. Ha habido debate, es cierto, pero la conclusión es el asesinato. Cerdán explica cómo los planes elaborados para secuestrarlo en el interior del templo caen como un castillo de naipes. Ese no puede ser el camino.
El asesinado
No es sólo la esposa de Carrero quien teme el asesinato. Campo Vidal se entrevistará años después con los policías que escoltaban al presidente: “Tenían muchísimo miedo. Se sabían muy vulnerables. Uno de ellos estaba obsesionado con los confesionarios, otro con el coro, otro con las puertas... Imaginaban a un agresor apareciendo con una ametralladora”.
En todo eso tenían razón los escoltas. Porque los etarras, en este noviembre de 1973, ya controlan todas esas partes de la iglesia, salvo el coro, al que nunca han logrado subir. Pero eso ya da igual. No hay un secuestro en marcha, sino un asesinato.
“La indefensión es tremenda. Me contaron aquellos escoltas que sus pistolas eran peores que las que tenía ETA. Era todo muy surrealista. Carrero era presidente y, por tanto, tenía su lugar de trabajo en el número 3 del Paseo de la Castellana. Tomaba un par de cafés al día. Como no había cafetera, el camarero del bar de enfrente cruzaba la calle con una bandeja y se lo subía. Si ETA lo hubiese sabido, habrían podido envenenarlo con facilidad”, relata Campo Vidal, que pasea por los jesuitas con la vista puesta en la terraza donde cayó el Dodge del presidente.
Ni siquiera el vehículo está blindado, tal y como creen los terroristas. Por eso cargarán tanto los explosivos. El coche volará veinte metros. Lo suficiente como para sobrepasar el muro que hoy, cincuenta años después, tenemos delante.
Primeros de diciembre
Los asesinos
Uno de los terroristas ha visto un sótano en alquiler en la calle Claudio Coello. “¿De verdad fue aquí?”, nos pregunta la chica dominicana. “Sí, sí, mira la placa”. Es curioso el olvido con el que castigó el franquismo al conductor y al escolta que también murieron en ese coche. Juan Antonio Bueno Fernández y José Luis Pérez Mogena no aparecen en el frontispicio de piedra gris, pero sí en las señales metalizadas que puso la Democracia justo al lado muchos años después.
Los tres terroristas entran en el sótano. Bueno, primero entra sólo uno, que es quien firma el contrato del alquiler. Los otros dos sólo lo hacen cuando no está el portero. Todavía no lo saben, pero ese portero es miembro de la policía armada. Les va a resultar muy pesado porque es de esos a los que le gusta tener una relación muy estrecha con los vecinos.
El terrorista que alquila el sótano se hace pasar por escultor. Es la coartada elegida para justificar los ruidos de la excavación. Compran bolsas de plástico para sacar la tierra y tres sacos en El Rastro. Es un sótano algo lúgubre. Sólo dos ventanas. Una, cerca del techo, da a la acera de la calle. La otra, en el otro extremo, comunica con el patio interior. El sótano tiene, según los propios etarras en el libro de Eva, “siete metros de largo por cuatro de ancho”: “Un váter, una cocina, un armario, una mesa y dos camas”.
Sánchez Gatell coincide estos días con Argala en casa de Eva Forest: “Llegamos a leer y a estudiar juntos El Capital. Hablábamos de la lucha revolucionaria desde un punto de vista teórico. Yo venía de una familia culta. Argala también era muy joven, tenía 24 años. Pero estaba muy formado. Era retraído, sobre todo escuchaba. Sin embargo, cuando hablaba con Eva y con Sastre, no desentonaba. Recuerdo escucharle sobre el existencialismo de Sartre y el estructuralismo marxista”.
Gatell no escucha en boca de Argala nada relacionado con Carrero, pero sí le oye hablar acerca de la importancia de los asesinatos: “El franquismo se estaba terminando. Con las acciones armadas, buscaban una reacción violenta del régimen que cerrara la posibilidad de una transición pacífica. Si la dictadura contestaba con represión, muchos jóvenes se sumarían a la lucha armada”.
Hace apenas unos meses, en este septiembre de 1973, Gatell ha contemplado una escena reveladora: “En casa de Eva, estaba sonando por la radio el golpe de Estado de Chile, que había acabado con el asesinato de Salvador Allende. Argala lo celebró. Se puso contentísimo. Dijo algo así como: ‘¡Le está bien empleado!’. Luego lo entendí. Si Allende moría asesinado, se demostraba que la vía pacífica era en algunos casos imposible”.
El asesinado
Luis Carrero-Blanco representa una novedad muy curiosa para los españoles. No había existido desde la Guerra Civil otro presidente que no fuera Franco. Precisamente, en esa guerra, es cuando se gesta la lealtad inquebrantable de este almirante por el entonces “Generalísimo”. Decía Carrero que el único defecto de Franco era su ausencia de inmortalidad.
Habla José Antonio Castellanos, el historiador: “Dos hermanos de Carrero murieron en episodios violentos ocurridos entre 1936 y 1939. Uno fue fusilado, el otro en accidente de avión. Su padre también falleció durante la guerra. Le dio un infarto al enterarse de la pérdida de uno de sus hijos. Carrero, además, era marino. Ése fue uno de los cuerpos que sufrió uno de los índices de crueldad más altos. Como para muchos españoles, la guerra fue una experiencia traumática. Así se fraguó en su cabeza la idea de Franco como una figura providencial y salvadora. Carrero es monárquico, pero Franco, a sus ojos, es mucho más que un rey”.
Carrero, en lo ideológico, es un franquista puro. No cree en la libertad, no cree en la apertura, es un ferviente anticomunista, un declarado antimasónico y persigue cualquier tipo de contubernio.
Carrero no falla a su cita. Sus labores de presidente no alteran su itinerario. Ahí está, otra vez en el reclinatorio. Otra vez con uno de los terroristas comulgando detrás. Vive dedicado a la política, con pequeños ratos brindados a la pintura y a los libros de navegación. “Carrero no es un católico del siglo XX, sino del XIX. Su religión le marca muchísimo. Hasta el punto de determinar la manera en que murió”.
7 de diciembre 1973
Los asesinos
Es 7 de diciembre. Empiezan los trabajos en el sótano de Claudio Coello. Los vecinos se extrañan del ruido: “Joder con el escultor”. Deciden cavar un túnel de siete metros para alcanzar el centro de la calle, el punto por el que circulará el coche de Carrero. Tienen el recorrido más que estudiado. Es un hombre que no mudará de costumbres.
Van a diseñar una “T”, colocando una carga en cada pico del extremo superior y otra en el centro. Bum, bum, bum. Es difícil el comienzo. La pared resulta mucho más gruesa de lo que habían previsto. Se van turnando. Uno de los tres, cada rato, descansa en la cama.
Otro terrorista comenta -se lo dirá a Eva Forest-: “Hay una cosa que me impresiona del Ogro. Verle con ese aspecto tan sencillo, tan bueno, que comulga todas las mañanas, que tiene una hija, que le sonríe al nieto...”. Pero, al segundo, se responde: “Durante años, habrá ido al Pardo y habrá dado su asentimiento, apoyo y hasta la firma para las sentencias de muerte”.
El asesinado
Luis Carrero Blanco no tiene un gobierno fácil. Franco -eso dicen en privado quienes conocen lo que ha pasado- le ha colocado a Carlos Arias Navarro como ministro de la Gobernación. Carrero no tiene buena relación con él. De hecho, cuando sea asesinado, el encargado de su protección, el propio Arias, ascenderá a la presidencia. Eso desatará más teorías de la conspiración.
Un dato curioso, que recuerda Cerdán: “La media de edad de los ministros es de 53 años. Ocho eran mayores de 50 y el resto estaban entre los 40 y los 50”. Carrero tiene 69.
El caso es que Carlos Arias tiene muy buena amistad con Carmen Polo. No así Carrero, que como hemos contado es un hombre en quien se confía políticamente, pero que no forma parte de la vida de El Pardo. Pero Carrero gobierna con la confianza de Franco y eso es lo que le hace sentirse con fuerza.
Continúan los malos presagios de su mujer, que además está incómoda por lo que considera maledicencias de las camarillas de Carmen Polo. Él, antes de desayunar, va a los jesuitas. Luego comulga, pasa por casa, come algo y se va a su despacho en el número 3 del Paseo de la Castellana.
15 de diciembre 1973
Los asesinos
Ya han terminado el túnel. No ha sido fácil. Uno de los terroristas tiene claustrofobia: “La tierra húmeda, blanda y con olor a gas... Oíamos los tacones de las mujeres, el paso de los coches”. Llegan a desvanecerse dentro. Cuando el agujero es lo suficientemente profundo, siempre entran dos. El segundo para sacar al primero, que se queda sin aire.
Los etarras han estado excavando estos días con la pistola encima. Tenían miedo a los desprendimientos: “La llevábamos en el cinturón porque teníamos miedo de morir asfixiados. Estábamos preparados para pegarnos un tiro”.
El asesinado
“Perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”.
18-19 de diciembre 1973
Los asesinos
Necesitan ropa de electricista. Van a tender el cableado por la calle para poder conectar los explosivos. Se compran el mono y los utensilios en una tienda de la calle Magdalena, cerca de la plaza de Tirso de Molina. Consiguen la escalera en Malasaña. No es fácil conseguir una escalera. Pisotean los monos azules en el suelo para que parezcan viejos y usados.
El asesinado
“Este es el cuerpo de Cristo”.
Los asesinos
Estos días han comido de bocadillo. Quieren darse un homenaje la noche de antes. Van a una marisquería porque uno de ellos quiere angulas.
20 de diciembre de 1973
A través de la radio de la policía, que ETA tiene pinchada,
sabemos que:
Es un día gris, muy frío y que amenaza lluvia. Hay una gran
vigilancia en las calles por la celebración del proceso 1.001
contra Comisiones Obreras, que va a empezar a las 10h. Se temen
manifestaciones e incidentes. En el barrio de Legazpi, donde
están los mataderos municipales, se ha escapado un toro que
espanta a la gente en las calles aledañas.
Los asesinos
Salen los dos ‘electricistas’: Argala y Kiskur. El tercer terrorista, Atxulo, aparca en un lugar cercano y espera en el coche que va a servir para huir. Han colocado otro vehículo en doble fila -también cargado de explosivos por si acaso- que va a obligar al presidente del Gobierno a pasar por encima de la bomba. Uno de ellos, Argala, activa el mecanismo.
El asesinado
“Amén”.
Los asesinos
Argala y Kiskur corren. Argala va gritando: “¡Josu me ha dado fuerza! ¡Josu está vengado!”. Se refiere a otro etarra abatido por la policía. Cuando ha tenido dudas por los muertos civiles que podía causar, ha pensado en Josu. Huyen en coche. Dicen a la gente con la que se cruzan: “Una explosión de gas, una explosión de gas”. Aparcan en una boca de Metro. Hacen un transbordo. Ya están en el piso que les ha buscado Eva Forest.
Cuatro años después
El Gobierno decreta la amnistía. Los etarras detenidos por estar implicados en el asesinato de Carrero Blanco quedan liberados. La investigación judicial fue languideciendo hasta desaparecer. Lidia Falcón nos cuenta: “Yo escuché a Eva Forest en la celda incluso presumir de que había sacado tierra del túnel. Luego cambió de versión”. Añade Campo Vidal: “Sabía que en ese momento la guerra sucia se cobraba represalias”. El 21 de diciembre de 1978, Argala muere como lo hizo Carrero: asesinado. Se monta en su coche en la localidad francesa de Anglet. Explota una bomba en los bajos. Vuela por los aires.
ENTREVISTADOS
Manuel Campo Vidal
Periodista. Escribió una de las primeras grandes investigaciones sobre Carrero
Manuel Cerdán
Periodista. Toda una vida investigando el asesinato
José Enrique Carrero-Blanco
Nieto del asesinado
Eduardo Sánchez Gatell
Figura en el sumario del asesinato. Se reunió con el asesino de Carrero en los meses previos
Lidia Falcón
Coincidió en la cárcel con la autora intelectual del asesinato
José Antonio Castellanos
Historiador, autor de la última biografía de Carrero Blanco