Cuéntaselo a ellos. Cuéntale a la mujer que prefiere invitarte a un café en casa para no tomárselo en la calle del pueblo de toda su vida "porque todos los bares son suyos; además, hacerlo con alguien de fuera…". Cuéntaselo al matrimonio cuyos nombres siguen pintados en su casa junto a una diana y nadie se atreve a borrarlos. O a los que cantan himnos en el lugar donde murieron los "soldados" que iban a matar o ya habían matado. Díselo al de la herriko taberna, ese que tiene escrito en la espalda el lema que despeja dudas como si fueran balones en el área chica: "Avisamos, somos los mismos que cuando empezamos". Cuéntales a todos ellos que hace 10 años que ETA dejó las armas. Te dirán que sí, que ya, pero que…
Pero que sigue habiendo lugares en los que los etarras son tratados como santos, recibidos cual héroes redimidos tras su paso por prisión, en las mismas localidades donde asesinaron o ayudaron a hacerlo. A veces son barrios, calles o ciudades enteras. Depende. Es el mensaje explícito o es solo la mirada, que dice tanto o más. Este miércoles se cumple una década de esa paz figurada y EL ESPAÑOL | Porfolio ha recorrido 400 kilómetros pasando por algunos de esos santuarios de etarras, esos lugares a los que han vuelto los asesinos en País Vasco, Navarra y Francia. Y el resumen es siempre ese: cuéntales a ellos, a las víctimas, que hace 10 años que ETA dejó de existir.
La vida en la calle Matia de San Sebastián transcurre ahora con la levedad de lo intrascendente. Un par de obreros en la mesa de allá discuten, dándole toques al reloj, sobre si ya se pasó la frontera horaria que permite reemplazar el café por la cerveza sin que nadie te diga "amigo, tienes un problema". Y ese es el único debate que merece la atención de todos los que se desenvuelven en las terrazas. Es como si no se hubiera matado ahí a Ángel Jesús Mota Iglesias -delito: ser funcionario de prisiones- pegándole un tiro en la cabeza mientras su mujer bajaba la persiana de la tienda familiar de fotografía y él sujetaba en brazos a su bebé de seis meses.
Cuentan que el etarra, al ver a la criatura, se lo pensó unos segundos. Quién sabe, qué importa; una bala le perforó el cráneo y la otra el cuello. Fue en 1990. Hoy el negocio sigue ahí, activo, pero es como aquello que dicen sobre el volcán de La Palma: la lava en el mar destrozará toda la flora y fauna, pero dentro de unos años resucitará el ecosistema aún más enriquecido.
Pregunta.—Buenas, perdone de verdad que la moleste, soy periodista y estoy aquí por el asesinato de Ángel Jesús, en la puerta del local…
Respuesta. [La mujer asiente en silencio tras la mascarilla quirúrgica]
P.—Al asesino, Javier Balerdi, le hicieron un homenaje cuando salió de prisión, no hace mucho, en 2016, aquí al lado.
R.—No sé qué quieres. No tengo nada que decir.
P.—¿Esto sigue siendo de la familia?
R.—Sí, somos nosotros.
P.—Me gustaría intentar saber qué sienten cuando ven que…
R.—De verdad, por favor, es que no tengo nada que decir.
20 de octubre de 2011. Tres encapuchados -que luego se supo que eran David Pla, Izaskun Lesaka e Iratxe Sorzabal- aparecen en un vídeo retratados como auténticos gudaris trayendo la buena nueva.
Es tiempo de mirar al futuro con esperanza. Es tiempo también de actuar con responsabilidad y valentía. Por todo ello, ETA ha decidido el cese definitivo de su actividad armada. ETA hace un llamamiento a los gobiernos de España y Francia para abrir un proceso de diálogo directo que tenga por objetivo la resolución de las consecuencias del conflicto y, así, la superación de la confrontación armada. [Y levantando el puño…] Gora Euskal Herria askatuta.
Esta semana que entra se cumple una década de aquel comunicado. En todo este tiempo cabría esperar, por lo de la democracia y esas cosas, a las víctimas pudiendo sanar sus heridas tanto tiempo abiertas y a los verdugos que han salido de prisión, habiendo pagado ya su deuda con la Justicia terrenal, quién sabe si las demás, ocupando un plano discreto en la sociedad. Pero nada es así, es justo al revés.
Para comprobarlo, EL ESPAÑOL | Porfolio recorre siete santuarios, aquellos lugares a los que han vuelto los asesinos, de la Euskal Herria que reclama el nacionalismo vasco, donde residen etarras con un historial sangriento y donde son tratados como héroes, asfixiando la memoria de las víctimas e impidiendo su reparación.
Y durante el viaje, las palabras de Antonio Elorza en el bolsillo. El historiador y antiguo miembro de ETA (antes de que empezara a matar y por pura casualidad), lo explica: "Para que haya terroristas tiene que haber una sociedad que les soporte. Son los verdugos voluntarios de los que hablaba Daniel Goldhagen, aquellos sectores de la sociedad que no son violentos ni quieren serlo, pero que favorecen el ambiente porque lo explican", comenta en conversación telefónica con esta revista.
Hernani: "El entorno quema"
El baile tarda apenas unos minutos en comenzar. "Ya estás fichado", me comenta el acompañante. ¡Pero si acabamos de pisar el casco viejo! "Mira ahí, a tu derecha". Ahí es una mesa de terraza con tres personas a las que se acerca a saludar el tipo que iba delante de nosotros, un hombre de mediana edad con el pelo cano y gafas de ver que gustaba de organizar gran parte de la kale borroka de los 80 y 90 en Hernani. Al poco de saludar a sus compatriotas, sin llegar a acomodarse en la silla, uno de los sentados nos señala y todos se giran y miran. Eso, fichado.
El acompañante ha pedido permanecer en el anonimato, y así se respetará, pero es un viejo conocido por la zona. Mientras guía a esta revista por los greatest hits de ETA en la localidad guipuzcoana, prácticamente todos los corrillos de las terrazas se quedan mirando y callados al paso de la pareja que formamos. "Daría igual que fueras solo, aquí el entorno quema. Todos en este ambiente se conocen. Pero a ti no te han visto antes, saben que eres de fuera y sospechan. Nadie te va a hacer nada, esto no son los 90, pero las malas caras te las vas a llevar igualmente", cuenta riéndose. Esta es la primera parada de esta ruta, pero su comentario se quedará resonando durante las demás.
"Aquí el entorno quema. Todos en este ambiente se conocen. Pero a ti no te han visto antes, saben que eres de fuera y sospechan"
Hernani es uno de los pueblos del núcleo duro abertzale, ayer y hoy. No en vano, la localidad en la que transcurre Patria, de Fernando Aramburu, está basada en esta pequeña ciudad de País Vasco. Desde 2016 -que es cuando el colectivo Covite empezó a contarlos-, aquí se han producido nada menos que nueve ongi etorri, la celebración que los nostálgicos de ETA le hacen a los presos cuando salen de prisión. Entre todos los recibidos en esta ciudad, algunos más, algunos menos, han matado a seis personas.
De todos ellos, el más ilustre con diferencia es José Javier Zabaleta, alias Baldo, al que recibieron con todos los honores en verano de 2019, tras 29 años en la cárcel. Las muescas que aparecen en su garrote se pueden contar en años de condena: 12 por tenencia de explosivos, 24 por facilitar armas a un comando de ETA, 57 por disparar contra tres guardias civiles y 200 por asesinar a cuatro agentes de la Benemérita y un civil que pasaba por ahí.
Cuentan diversas fuentes que a Baldo apenas se le ve por la calle y que no participa en nada, que ha quedado medio tocado y sigue desayunando, comiendo y yéndose a dormir a la hora que lo hacía en prisión. Si el objetivo turístico de alguien, de todas formas, fuera aquello de encontrarse etarras, no hay que desanimarse ante un Zabaleta esquivo. Hernani dispone rápido. Más en el momento en el que se realiza este paseo, cuando se celebra el gudari eguna -día del soldado, en euskera-.
Subiendo por la calle Andre del casco viejo, ya empiezo a ver decenas de carteles abogando por el acercamiento de los presos -siempre resultó mejor para la causa el abuelillo yendo a Jaén, que colaborar con la Justicia y obtener permisos-. Al llegar a la Gudarien Plaza, literalmente plaza de los guerreros, se vira a la derecha y se llega al famoso frontón de Hernani. Cuatro hombres en equipos de dos golpean la pelota con fuerza, flanqueados por carteles con el rostro de etarras encarcelados y por una muchedumbre entre la que aparece él.
Asier Eceiza fue detenido en julio de 2008 en Francia por su pertenencia a ETA y ha ido empalmando prisiones, aquí y al otro lado de la frontera, hasta que en 2020 le liberaron y en este su pueblo le hicieron prácticamente una fiesta patronal, como a un santo. Ahora disfruta del frontón un rato, hasta que el reloj marca las 19.00 y tira para la calle Nafar. Sortu, el partido mayoritario en EH Bildu, ha organizado en esa zona una concentración bajo el lema Euskal Herria Bihotzean, Euskal Herria en el corazón.
Hacer un homenaje a dos etarras fallecidos en un tiroteo con la Guardia Civil podría considerarse un acto de apología del terrorismo. Pero aquí nadie está haciendo eso. Euskal Herria en el corazón, y punto. Nada tiene que ver que la concentración se celebre en el lugar en el que en 1984 murieron Juan Luis Lecuona Elorriaga y Agustín Arregui, durante el operativo con el que se detuvo a Jesús María Zabarte, el carnicero de Mondragón. Nada tiene que ver que los familiares de los etarras dejen en el portal unas flores.
Ni tiene que ver tampoco que Manuel Miner viviera ahí de niño. Era un etarra al que salvaron los policías durante el tiroteo y que años después, a escasos metros de donde ahora se celebra el acto, le dio al botón que hizo volar por los aires a un agente de la Ertzaintza. Nada que ver. Igual que los monolitos que pueblan Hernani. No homenajean a etarras porque el etarra, digamos por poner un ejemplo, se llama Perico de los Palotes Pérez y en la placa pone claramente Perico Pérez de los Palotes. Les han cambiado el apellido de orden para evitar el delito, entonces, no hay apología.
Y así transcurre la concentración, tranquilamente. Se leen unas palabras emotivas en euskera, se toca la txalaparta y una tipa le dice a su padre: "Me tienes que traducir qué están diciendo". Él traduce, cuenta, hace un par de gestos y ella mira con detenimiento, aplaude, y levanta el puño la primera cuando toca. Y yo me voy de nuevo al coche porque aplaudo poco y Asier Eceiza mira mucho.
Lasarte-Oria: el fantasma de Potros
Escribía Marx que había un fantasma recorriendo Europa: el del comunismo. En Lasarte-Oria, a sólo 6 kilómetros de Hernani, pasa un poco similar, pero con el fantasma de Santi Potros. Acaso uno de los etarras más sangrientos -en su haber tiene 40 muertes, entre ellas las 21 del atentado en el Hipercor de Barcelona-, cuentan que muy listo no era ya que tenía todo apuntado y cuando le detuvieron, de sus notas, pudieron sacar uno de los mayores golpes a la banda terrorista.
Aún así, el 6 de agosto de 2018 que salió de la cárcel tras pasar 31 años en ella, le hicieron un ongi etorri. Y es que a ETA hay que reconocerle una cosa, tiene la capacidad de convertir a mindundis en héroes: Santiago Arróspide -su nombre real-, de plastificador a liberador del pueblo vasco. De lo presto que era para matar y de lo poco espabilado que fue en el momento que le detuvieron, escondido debajo de una cama, paralizado por el miedo sin poder usar la pistola, y con 15 kilos de papel en los que había anotado 150 nombres de etarras y múltiples localizaciones de zulos, se puede hablar otro día.
Si un santuario es el lugar en el que habita un santo, a Lasarte-Oria hay que concederle el título de uno de los principales santuarios etarras en la actualidad. Por el peso de Santi Potros en este santoral y por los otros dos ongi etorri celebrados.
A pesar de ello, no se palpa el ambiente que hay en otros lugares. No hay carteles pro-ETA colgando de todas las balconadas. Los símbolos que se exhiben muestran que aquí la gente está más por la Real Sociedad que por el acercamiento de los presos. Y, sin embargo, la historia de la banda terrorista como que siempre acaba tocando Lasarte: lees la cronología de los asesinatos Vidas Rotas y la que se cree primera víctima era de Lasarte, ves la película Maixabel y el etarra al que pone rostro Luis Tosar cuenta que él y los suyos empezaron en su Lasarte natal. Y así sigue.
"No hay tantos carteles, ha pegado un bajón importante", explica una fuente del Ayuntamiento, gobernado por el Partido Socialista de Euskadi. "A veces hacen homenajes con los familiares, eso no se puede evitar, pero hay una política clara por parte del Consistorio, y es que cualquier cartel que esté vinculado con el terrorismo se elimina. Nos pasamos las fotos por el grupo de WhatsApp que tenemos del Gobierno y a primera hora se retira", comenta. "Antes había que quitarlos todas las semanas, pero ahora se han debido de dar cuenta de que no sale rentable, porque no dura nada, y ha bajado", apuntala.
Varias fuentes apuntan que Santi Potros, de todas formas, se deja ver poco por Lasarte. Ya en el ongi etorri se quedó en la herriko taberna -en la que por supuesto aseguran no saber nada de nada- por la presión mediática, y algunos de los consultados por esta revista dicen haberlo visto varias veces, pero con mucho tiempo de diferencia, como si se escondiera y sólo saliera para lo necesario. Cada vez que se pregunta a los vecinos, a los camareros y a los ancianos que pasean por la calle, la respuesta es siempre la misma: "Ni idea, la verdad", con una media sonrisa dibujada en la cara que, de tanto repetir el gesto, ya se está convirtiendo en mantra.
Bilbao: "Avisados estáis"
A Rafael Leiva y a Domingo Durán los mataron un poco por el hecho de estar ahí. Al primero le pegaron varios tiros en la cabeza esa misma mañana de 1995 y murió en el acto. De los disparos a Domingo le dejaron tetrapléjico y falleció unos años más tarde, en 2003. Unos txakurras -perros, en euskera- al servicio del Estado, dirán algunos. Unos pobres hombres que trabajaban en una oficina de pasaportes, dirán otros.
La oficina en la que sucedió todo, en la calle Heros de Bilbao, es hoy un bar con el nombre de Mr. Marvelous. Es un sitio de esos en los que la pared de ladrillo romantiza con lo obrero y no hay una placa, ni un "aquí pasó tal y cual"; hay una frase de Oscar Wilde pegada a la pared por si a alguien le diera por hablar de literatura ante un gin tonic de esos que aparentan una ensalada de especias y naranjas secas. No hay recuerdo, no hay memoria.
Donde sí hay recuerdo y memoria es a sólo un par de kilómetros del local, en el barrio bilbaíno de Santutxu. El pasado 23 de agosto se celebró en el distrito el último ongi etorri de este 2021, por ahora, y se lo brindaron a Agustín Almaraz, autor del asesinato de Rafael y Domingo y de otros dos. La celebración pilló a los abertzales con tablas, porque ya habían realizado antes bienvenidas a otros 12 etarras, en una ciudad en la que se han asesinado a 58 personas -la tercera con más víctimas después de Madrid y Donostia, en ese orden-.
Para encontrar el verdadero caladero abertzale, sin embargo, hay que desandar las cuestas de Santutxu hasta el casco viejo. Es fácil saber qué tabernas apoyan la causa porque la plataforma Sare suele publicar un listado con aquellos bares que colaboran económicamente para organizar marchas por el acercamiento de los presos.
Al recomendar consumir ahí antes que en otros se despliega un arma de doble filo: no sólo sirve para decir "éste lugar es de los nuestros", sino para también señalar "éste no lo es". "Si te piden 20 o 15 euros se los das", comenta una hostelera resignada. Eso mismo debieron pensar en el Kebab Bilbao, colaborador habitual, y donde entre ikurriñas los camareros se manejan difícil en castellano e imposible en euskera.
La calle en la que los bares más fondos aportan es la de Somera. A medio camino entre la gentrificación y la tradición proetarra, este martes por la tarde en la que visito la ciudad casi todo está cerrado excepto por tres negocios: una barbería, los chavales de la esquina que venden droga y no cierran ni los días de guardar y una herriko taberna. Al entrar en el tercero, de nuevo y siempre, las miradas.
¿Dónde mataron más?
Por ciudades. La localidad en la que la banda terrorista más sangre ha vertido es, con diferencia, la capital, Madrid, con 120 muertos a lo largo de su historia. Le siguen San Sebastián (95 asesinados), Bilbao (58), Barcelona (34), Vitoria (28), Pamplona (27) e Irún (23).
"Un café con leche. La leche fría, por favor". Los tipos que hay, viendo en la televisión Guardianes de la galaxia a un volumen desorbitado, han detenido su runrún conversacional al entrar yo, el forastero. Cuando el camarero se da la vuelta para operar con la cafetera, en su camiseta se puede leer "Avisamos, somos los mismos que cuando empezamos". Cristalino.
Todo aquí está en lo que no se dice, en las miradas de los parroquianos de la taberna, en los oteos de los que pasan de largo y agachan la cabeza y en los que no miran a otro lado y -oh, sorpresa- entran por la puerta con un "aúpa". El ambiente no tarda en hacerse raro y entran deseos de haberse quedado en el Kebab Bilbao.
San Sebastián: Valentín de pintxos
Seguimos la ruta por San Sebastián, una ciudad rara en estas cuestiones. Aquí se han matado a 95 personas, sólo tres menos que todos los muertos en 1980, el año más sangriento de ETA, y se han realizado 17 ongi etorri desde 2016. Es la ciudad que más y mejor ha acogido a sus etarras. Esto lucha con su identidad de ciudad cosmopolita y de ser uno de los baluartes culturales del país. Pero de vez en cuando, rascando aquí y allí, salen recuerdos que cabalgan entre el ayer y el hoy.
Es fácil buscar el pasado. Está en Valentín Lasarte, que asesinó a Gregorio Ordoñez y al que ahora es habitual ver de pintxos por el casco viejo. O está Javier Balerdi, que mató a cinco personas en la misma ciudad y al que homenajearon el 21 de diciembre de 2016, cortando incluso calles para la celebración, como si Balerdi fuera el patrón de algo. Sin embargo, su rastro de sangre queda impregnado por las calles de San Sebastián, da hasta para diversas paradas.
Parada primera, calle Matia. Ayer, 1990. Balerdi mata al funcionario de prisiones Ángel Jesús Mota Iglesias mientras éste sujetaba a su hijo de seis meses. ETA recuerda que también son objetivos los funcionarios de los ministerios de Interior y Justicia. Hoy. La mujer que atiende a esta revista no quiere ni hablar de ello, y se agobia, en la conversación que abre este reportaje.
Parada segunda, calle Mikeletes. Ayer, 1990. A Ignacio Urrutia, militar retirado, tras conocer bien sus costumbres y caminos, Balerdi lo mata en una esquina. El tiro lo escucha la familia que baja corriendo a socorrer. Hoy. En la zona hay carteles pegados pidiendo la salida de las fuerzas de seguridad opresoras y un balcón exige el regreso de los "exiliados", los etarras que han escapado al extranjero. Éstos suelen volver cuando sus delitos han prescrito y también se les hace un ongi etorri.
Parada tercera, calle Zubieta. Ayer, 1989. Balerdi mata a Gregorio Caño García, chófer del entonces vicepresidente de la Real Sociedad que se había negado a pagar el impuesto revolucionario. El conductor se dio cuenta e intentando alertar se llevó él la bala. Hoy. Un joven ante la parada del bus cuenta que para trabajar va con el coche a no sé dónde y ahí ya usa el transporte público. Es lo más cómodo.
Parada cuarta, calle San Juan. Ayer, 1989. Balerdi mata a José Ángel Álvarez Suárez, policía que llevaba a cabo labores de escolta. Ese día estaba de paisano, librando, paseando por el mercado. Hoy. El mercado es el centro neurálgico de la tradición chocando con la globalización, puestos de rosas y conservas conviven junto a un McDonald’s.
Parada quinta, calle Echaide con Paseo de los Fueros. Ayer, 1991. A Luis García Lozano, militar, lo encontraron con 16 agujeros de bala en el cuerpo. No debió haber parado en el mismo semáforo en el que paraba todos los días al volver a casa del trabajo. Hoy. No pasa nada reseñable, sólo coches. Quién sabe si alguno recuerda algo.
Parada sexta y última, calle Secundino Esnaloa. El ayer son todas las paradas anteriores. Hoy. Todo ese rastro de sangre se convierte en motivo de orgullo. Balerdi sale de la cárcel con una nariz de payaso, riéndose, y en Donostia le reciben con cariño, cortando la calle en la que vive su familia. Este homenaje lo ve y lo escucha desde su ventana una víctima suya. EL ESPAÑOL | Porfolio se ha intentado poner en contacto con ella, sin resultado.
Etxarri-Aranatz: "Café en casa"
Abandonando País Vasco ya, se puede ver que la vida en el pueblo navarro de Etxarri-Aranatz ha quedado como atrapada en una especie de burbuja. No es el sitio que más etarras alberga, aunque alguno sí que tiene. Aquí recibieron con un ongi etorri a Oihan Barandalla, un tipo cercano a Txeroki, el pasado mes de marzo y en 2008 a Hodei Ijurko, que no tiene delitos de sangre porque ninguno de los cinco agentes de la Policía Foral que iban el furgón policial al que le tiró el cóctel molotov acabó muriendo por las quemaduras.
Tampoco es la localidad que más asesinados tiene en su haber: sólo uno. Pero todo lo que envolvió al atentado y el odio que sigue albergando hoy en día convierten al pueblo en el ejemplo perfecto de todo lo que aún está pasando. Veamos.
A Jesús Ulayar lo mataron en enero de 1979. Él fue alcalde del pueblo, cuentan que uno bueno a pesar de que ejerció durante el franquismo, y eso último fue todo lo que necesitaron para pegarle cinco tiros. Los cuatro terroristas que montaron el atentado eran vecinos del pueblo y uno de ellos incluso familiar de Jesús. Todo ello lo vio Salvador Ulayar, hijo de la víctima, que años después se encontró en las fiestas patronales al que disparó a su padre y, tras llamarle asesino, fue agredido. Hoy el panorama sigue siendo así.
"Comencé en el 92 a hacer activismo por la paz y ya nos empezó a llover de todo", comenta una vecina de Etxarri que ha pedido permanecer en el anonimato. La conversación se mantiene por teléfono desde Madrid. Cuando esta revista ha visitado la localidad, la mujer accede a invitar a un café en su casa, pero no a pasear por el pueblo. Mete al extraño en su salón antes que en la plaza pública. "Venían a decir que nos iban a matar, a hacer pintadas en la casa… Yo sé que no nos asesinaron porque no quisieron. Porque ETA, si quiere matar, mata. Tuvimos un ángel de la guarda, o algo así", dice.
Pregunta.—¿Cómo es el día a día, hoy, en Etxarri?
Respuesta.—Pues si no te metes en nada, hay tranquilidad. Pero se palpa el miedo, porque hay gente que no piensa como ellos y que no hace nada, ni dice nada. Lo comparo con un volcán dormido. A mí ya no me insulta nadie por la calle, porque no les plantamos cara. Si lo hiciéramos, se complicaría de nuevo y no tengo ganas, no me queda fuerza. Sigo yendo a cosas de víctimas, pero fuera de aquí. Nada más.
P.—¿Qué opina cuando ve todos los ongi etorri?
R.—Me parece una vergüenza lo que está pasando con los homenajes. Es indigno como persona. De todas formas, si la ley les protege, yo no me puedo meter. Pero, para mí, no es síntoma de una democracia como en la que deberíamos vivir, sino de una sociedad absolutamente enferma.
Paseando por Etxarri se confirman todas las sospechas. Primero, la bandera española no ondea en ningún sitio, ni en los edificios oficiales. Pero ese detalle se supera rápido. La casa del alcalde asesinado siempre está vandalizada con pintadas ensalzando a ETA, en otra vivienda aparecen dos nombres y una diana dibujada -es una amenaza nada velada-, las miradas de nuevo se clavan desde las terrazas en un pueblo en el que nada está en castellano y nadie lo habla. Junto al bar irlandés Derry, territorio histórico relacionado con el IRA, aparece un inmenso grafiti que da lugar a ninguna duda: "Gora borroka armatua", que viva la lucha armada.
A fin de cuentas, se trata de un pueblo famoso por celebrar el tiro al facha y por invitar a etarras ilustres a sus fiestas patronales. Curiosamente, cuando se sale de las calles principales que albergan la mayoría de las pintadas, uno cae en la cuenta de que en realidad se trata de un pueblo precioso. Qué pena.
La ruta francesa
La historia y la actualidad de ETA no se pueden comprender sin mirar al país vecino. Muchas veces se queda la idea enquistada en que sólo afecta a País Vasco, no a Navarra ni a Francia. Y, sin embargo, ahí está, palpitando aún, hablando en euskera y francés a partes iguales en todas esas localidades galas que forman parte de la gran Euskal Herria que reivindica el nacionalismo vasco. Vamos por ahí en nuestras últimas paradas de la ruta: Hendaya y Bayona, ubicadas al suroeste del país galo.
Cruzando la frontera, aterrizando en el País Vasco francés, se puede ver que uno no ha cambiado demasiado de lugar. La tipografía tradicional sigue reinando en los carteles de los comercios, los lauburus coronan las casas de tejados a dos aguas y los anuncios de bailes regionales vascos cuelgan de los escaparates. Aquí es por donde se puede empezar a trazar, hacia atrás, el fin de la banda.
Es en Hendaya, en teoría, donde vive el último número uno de ETA, David Pla, el responsable de leer el comunicado del fin de la lucha armada que se vio reconvertido en una especie de terrorista flower power con una pistola-mensaje cargada de futuro. Ahí fue detenido en 2015 junto a Iratxe Sorzabal, otra de las que figura en el comunicado, y tras cumplir unos años de cárcel fue arrestado de nuevo en 2020, aunque puesto en libertad provisional después porque Pla tiene a sus hijos escolarizados en uno de los colegios de la localidad francesa.
También participó en una marcha contra el G7 que se llevó a cabo en 2019 en Hendaya. Y es curioso, porque los abertzales en Francia se deshacen en marchas. Más allá de la protagonizada por Pla en la primera localidad francesa tras cruzar la frontera, este verano hubo otra que unió las localidades de San Juan de Luz y Bayona, mostrando su apoyo al etarra Henri Parot.
Hoy Bayona ya no es el nido de etarras huidos que se convertían en objetivo de los GAL. El Hotel Monbar, donde la organización parapolicial cometió su mayor atentado asesinando a cuatro terroristas, ahora está con la persiana bajada y parece que para siempre. Los estragos de la crisis del coronavirus, dicen los vecinos. Y el Café des Pyrénées, antaño centro neurálgico de lo mismo, ahora se presenta como una cervecería turística más.
Pero la plaza principal del pueblo quiere servir como recordatorio de dónde se está, física y socialmente. En el cartel que sujeta el nombre se puede leer "Besta bai, borroka ere bai" -la fiesta sí, la lucha también-, en una pared flanqueada por los retratos en blanco y negro de cuatro militantes abertzale y la representación de una Euskal Herria idílica asaltada por fuerzas del orden extranjeras. Las frases de Antonio Elorza, de nuevo, en el bolsillo: "Para que haya terroristas tiene que haber una sociedad que les soporte".
El recorrido por los territorios de País Vasco, Navarra y Francia deja una realidad patente al descubierto: sí, han pasado 10 años desde aquel comunicado en el que ETA anuncia que deja las armas pero, también, la sociedad que defendía los asesinatos sigue presente y latiendo. Es como ese volcán dormido del que hablaba la mujer atemorizada de Etxarri-Aranatz. No es una exageración, basta con que liberen a un asesino para que le hagan un homenaje. Da igual que en el piso de arriba vivan las víctimas; el victimario se convierte en santo y el familiar del asesinado calla, pero no otorga, se vuelve invisible, como si no existiera el dolor.
"A mí, la marcha que le querían hacer a Henri Parot en Mondragón me da exactamente igual", explica Consuelo Ordóñez, hermana del asesinado Gregorio Ordóñez y presidenta de la asociación Covite. "Da igual cuánta marcha le quieran hacer, va a seguir en la cárcel. Lo humillante son los ongi etorri, que cierren las calles donde han matado para hacerles un homenaje a los asesinos de mi hermano y de tantos otros. ¿En qué país se celebra un gudari eguna? ¿En qué país se puede celebrar el día del terrorista?".
"En las sociedades que desconocen esa memoria histórica, como dijo Primo Levy, se acaban reproduciendo esas características de manera impune"
"Es una sensación de dolor y rabia", añade Carlos Iturgaiz, presidente del Partido Popular en el País Vasco y uno de los personajes a los que ETA más ha intentado matar, sin éxito. "Incluso podríamos decir que pena. Es que hay una parte de la sociedad que está enferma de odio y está inoculando esa radicalidad a los más jóvenes. Les están diciendo que los verdugos son los héroes del pueblo", añade.
Y todo esto no se puede entender sin la política del Estado. Los que organizan esos ongi etorri -Sortu es el principal partido dentro de EH Bildu- son los mismos que sustentan al Gobierno del país en la aritmética del Congreso de los Diputados, Ejecutivo que luego lleva a cabo los acercamientos de presos -igual que ya hicieron otros anteriores- y que traslada la gestión de las cárceles a los gobiernos regionales. "Es positivo que ETA ya no mate, faltaría más. Lo triste es que hay una negociación con el brazo político de ETA, que está sentado en las instituciones", sigue Iturgaiz.
Pregunta.—¿Por qué cree que el PSOE, que es un partido que tantos muertos ha puesto, actúa así?
Respuesta.—En el año 2000 tuve una comida con Jaime Mayor Oreja [exministro del Interior con Aznar], Nicolás Redondo Terreros [exsecretario general del PSE] y Jesús Eguiguren [expresidente del PSE]. Este último me dijo que estábamos juntos porque nos estaban matando, pero que llegaría el momento en el que el PSOE se vería obligado a figurar donde le toca ideológicamente, a la izquierda. Les pregunté si se veían pactando con Batasuna, que es como se llamaba entonces. Me dijo que con una nueva Batasuna, cuando ETA no mate, tendrían que hablar. Que no tenía sentido ideológico que pactaran con el PNV, que era de derechas.
Esta situación imposibilita lo que Antonio Elorza defiende como necesario, una memoria histórica también del terrorismo. "La memoria histórica sobre fenómenos terroristas y fascistas es imprescindible", explica el historiador, exmiembro del Partido Comunista de Euskadi, breve militante en la ETA iniciática, aunque sin saberlo, y autor del libro La invención del nacionalismo vasco (Cinca). "En las sociedades que desconocen esa memoria, como dijo Primo Levy, acaban reproduciendo esas características de manera impune", dice.
"Hay que aclarar las cuentas con el pasado. No con la finalidad de colgarles de los árboles, faltaría más, sino explicar cómo fueron las cosas. Porque una persona no importa, pero sí cuando una sociedad entera se va por ahí, y eso es lo que está pasando aún hoy en el País Vasco", apuntala.
Pregunta.—Elorza, ¿tiene todo esto razón de ser?
Respuesta.—Sí, el movimiento tiene razones de origen. En casa de mi abuelo se hablaba sólo euskera porque era una lengua que estaba prohibida. Causas para un movimiento patriótico había. Causas para el terror… eso es otra cosa. Y como los que han practicado el terror siguen pensando lo mismo, bajo una aparente normalidad… por eso hay que mantener una memoria. Lo bonito sería que no hiciera falta memoria. Pero hace.
Y viene a la memoria la camiseta de aquel tipo en la herriko de Bilbao. "Avisamos, somos los mismos que cuando empezamos". Cristalino.