Madrid

A Ricardo Toro Vázquez le parece que la mayoría de las series policiacas españolas "se alejan mucho de la realidad". Pero cuando uno le escucha su historia como investigador antidroga, que cuenta a EL ESPAÑOL | Porfolio por primera vez en su vida, es inevitable pensar que con él estamos ante un auténtico héroe de película. Su carrera es de cine y podría alimentar los guiones de muchas temporadas, pese a que el hombre no lo aparente por su discreción y su modestia. Ahí, precisamente, en pasar desapercibido, ha estado la clave de su éxito como policía durante 44 años. Le iba la piel en ello, y le salió bien: empezó como inspector piernas, como llaman a los que patean la calle de paisano, y ascendió hasta jefe de los Greco (Grupos de Respuesta Especial para el Crimen Organizado) y de la Brigada Central de Estupefacientes de la Policía Nacional.

Toro, nacido en Madrid en 1956 y criado en el barrio del Retiro, se ha hecho pasar por quinqui y por capo para tratar con las mafias de los traficantes de heroína, cocaína y hachís de España, Turquía, Irán, Marruecos, Reino Unido o Colombia. Ha estado a punto de morir desangrado. Su hoja laboral recoge que lo han lesionado seis veces en acto de servicio. Ha tenido que empuñar y disparar en muchas ocasiones su pistola Star, para evitar que lo mataran al ser descubierto o para reducir a narcos armados que se resistían a su detención. "Sin causar nunca muertos", precisa. Porque tras su aspecto amable y profesional hay un policía duro, pero no un matón.

El investigador antidroga español Ricardo Toro Vázquez, en la foto de su antigua credencial de Policía (arriba a la derecha), junto al cartel de la película 'Serpico', en la que Al Pacino interpreta al policía real de Nueva York Frank Serpico (en el carné de abajo). E. E.

El policía Toro ha asistido al levantamiento judicial de centenares de cadáveres, muchos de ellos por sobredosis, otros muchos por ajustes de cuentas. Ha practicado "detenciones innumerables" ("sólo en la Comisaría del distrito Madrid-Centro hacíamos 70.000 al año"). Y se ha incautado de centenares de toneladas de droga junto con los hombres y mujeres de sus equipos. "En el 2017, último año que estuve al frente de la Brigada Central de Estupefacientes, cogimos 25.000 kilos de cocaína y 39.000 kilos de hachís".

Lo incautado, un tercio del presupuesto de Madrid

Precio en el mercado. ¿Qué porcentaje representa la droga incautada respecto a la que acaba entrando y se consume en España? "No se puede saber", responde Ricardo Toro sobre el volumen de negocio del narcotráfico, que en todo caso es inmenso: en el mercado minorista, los alijos de cocaína y hachís que pescó su brigada en 2017 habrían valido 1.500 millones de euros y 234 millones de euros, respectivamente, si se calcula a 60 euros el gramo de cocaína y a 6 el de hachís. Sólo lo incautado aquel año por las fuerzas de Toro alcanzó un valor de 1.734 millones de euros, equivalente a más de un tercio de los 5.066 millones del presupuesto del Ayuntamiento de Madrid para 2021.

Es cordial, racional y comedido, mira en calma con ojos de azul grisáceo y no llama la atención por su físico. Delgado, con su bigote como seña de identidad, mide más o menos los 1,70 de Al Pacino, el actor que encarnó a su policía favorito de la gran pantalla en Serpico. La película de Sidney Lumet de 1973 es la mejor que ha visto en su género. Seguramente porque se basa en la ejemplar historia de un agente de verdad, el honesto Frank Serpico, destinado en la sección de Narcóticos de Brooklyn, que se enfrentó desde dentro a la corrupción de la Policía de Nueva York en los años 60 y 70. Nunca se dejó comprar.

Al igual que su admirado Al Pacino/Serpico, parte esencial de su camaleónico trabajo ha consistido en ser actor e interpretar a otros. Para vigilar a los sospechosos, se ha disfrazado de mendigo ciego, apostado en una esquina con gafas oscuras y un cartel; de electricista (cortó la luz en un edificio entero y engañó así a unos traficantes atrincherados tras puertas blindadas, para que las abrieran), de fontanero, de médico… ¡Y hasta de torero! "Sí, había una reunión de un grupo con un torero de Colombia, y para pasar desapercibido en el hotel me disfracé como miembro de su cuadrilla", rememora, divertido, sin darle importancia.

Para vigilar a sospechosos, se ha disfrazado de mendigo, de electricista, de médico... ¡Y hasta de torero!

Toro, ya lo ven, no es un policía cualquiera. Ahora que se acaba de jubilar el 2 de agosto al cumplir 65 años, 44 de ellos como policía y la mayor parte en la lucha antidroga, se siente libre para hablar de su vida, analizar la evolución de esta guerra sin fin y proponer, de forma crítica, mejoras para sus investigadores. "Ésa fue mi ilusión, ser policía; no he sido otra cosa en la vida", dice a esta revista en un bar cercano a su segunda (o primera) casa, la sede de la Dirección General de la Policía en el barrio de Canillas (Madrid).

Ricardo Toro posa con la heroína incautada en una operación en Menorca en 1987. Cedida

Meticuloso, llega a la entrevista antes de la hora, como para controlar la situación, sentado ante un café solo y armado con un grueso álbum donde colecciona recortes de prensa sobre algunas de sus operaciones, que abarcan más de cuatro décadas. En cierto modo, su álbum es un sobrecogedor libro de sucesos de la historia social de la criminalidad en España, habitado por los rostros de atracadores, traficantes, asesinos y víctimas.

"Mi informante, hecha cachitos"

La "empatía", explica, ha sido su principal herramienta para captar y mantener durante años una estrecha relación, "de felicitarnos las pascuas", con "centenares de colaboradores de todos los niveles dentro de las organizaciones", como él llama a los informantes del hampa. Guarda un recuerdo especial para uno de ellos: "Una mujer española, que trataba con traficantes de heroína turcos y gitanos; yo iba con ella a muchos sitios infiltrado, muchas veces, a casa de traficantes, a chabolas. Me presentaba como un amigo español que había salido de la cárcel por traficar con droga también. Descubrieron que era informadora, y un día apareció hecha cachitos. La mataron y la descuartizaron. Con esta colaboradora salió mal lo que he hecho y salió bien con muchos otros".

"Yo iba con ella infiltrado a casa de traficantes. Descubrieron que era informadora, y apareció hecha cachitos"

Ricardo Toro Vázquez, hijo único de Ricardo, funcionario civil en el Gobierno Militar de Madrid, y de María del Carmen, ama de casa con experiencia laboral en Artes Gráficas, no tenía ningún policía en la familia. Su vocación se despertó por casualidad. "Un verano, cuando aún no había cumplido 18 años, un amigo del barrio, Paco, vio en el As un anuncio de una academia que preparaba oposiciones para la Policía, y me pidió que lo acompañara. Me interesó lo que nos contaron. Al final él no se presentó, y yo, que iba de acompañante, sí. Luego mi padre me llevó a ver a un amigo suyo que dirigía la Comisaría de Chamartín, Félix Coso, y me gustó. Yo estudiaba Químicas en la Universidad Complutense, pero lo dejé para prepararme las oposiciones, y en 1977 aprobé las de inspector, cuando aún no había cumplido 21".

Su primer destino como inspector de la Brigada de Orden Público, hoy de Seguridad Ciudadana, fue en Pamplona (Navarra) en 1978, uno de los años peores del terrorismo de ETA. "El año siguiente, mataron al jefe de Policía Judicial, Carlos Sanz Biurrun. Le dispararon por la espalda cuando llegaba a su casa", recuerda.

Ricardo Toro, con 22 años, en su primer destino: Pamplona, 1978. Cedida

Toro Vázquez, de 22 años, patrullaba de paisano con un compañero, al volante de coches de la época como un Seat 124 o un 127, con pantalones vaqueros de campana, bigote espeso y pelo largo. Vivía con dos compañeros en pisos de alquiler a cuyos propietarios mentían sobre su profesión, para no delatarse. Cuando algún vecino se enteraba de que eran policías, se tenían que mudar. Había tiendas donde se negaban a servirle por ser un agente español. Cambiaba a menudo de bar cuando sus dueños, aterrorizados, le pedían que se fuese a otro sitio. "Nos decían que no entráramos más, porque les habían amenazado con ponerles una bomba si seguían dándonos de comer".

Otro muerto de ETA

Las amenazas no eran en balde: "La comisaría estaba en la planta baja del Gobierno Civil, y nosotros íbamos a desayunar enfrente a la cafetería Moicano. El dueño se llamaba Pedro y era padre de dos niños. Yo enseñé al mayor a montar en bicicleta. Poco después de irme, pusieron una bomba contra el local y lo mataron". Era Pedro Fernández Serrano, de 29 años. Tenía dos hijos de 3 y 5 años.

Recuerda que en ese difícil 1978 en Pamplona se cancelaron en julio las fiestas de San Fermín a raíz de una campaña de protestas a favor de los presos de ETA, en las que murió un manifestante, y a él le tocó infiltrarse todas las tardes en las manifestaciones.

También escoltó a amenazados: directores de periódico, empresarios como el del acero José María Aristrain Noain, y políticos, entre ellos el diputado del PP Jaime Ignacio del Burgo. "Lo mejor de esa época fue el compañerismo entre los policías nuevos, el sentimiento de hermandad entre nosotros para protegernos". Cuando los reconocían, les insultaban, los amenazaban y les cantaban el "que se vayan de aquí". "Si respondías, estabas perdido. Lo mejor era no hacerse notar".

"La calle estaba jodida" en los 80, años de Movida y heroína. Pero no le pesó. "Disfruté muchísimo. Estaba todo el día metido en el barro"

De 1979 a 1990, al inspector Toro lo destinan al grupo de investigación de Policía Judicial de la comisaría madrileña de Chamartín, la misma que visitó antes de las oposiciones. "Con 800.000 habitantes, era el mayor distrito policial de España", dice. Investigaba delitos contra la salud pública por tráfico de drogas, homicidios, atracos, estafas, violaciones… Eran los 80, el tiempo de la Movida feliz y de la heroína feroz. "La calle estaba jodida". Pero no le pesó. "Disfruté muchísimo. Estaba todo el día metido en el barro. Íbamos en coches camuflados Simca 1200, Seat Ronda, Ford Fiesta. En Madrid atracaban seis o siete bancos al día y casi todas las bandas eran de heroinómanos", rememora el veterano agente.

Toro, a la derecha, con dos compañeros en su etapa de inspector antidrogas en la Comisaría de Chamartín, en los 80. Cedida

Enseña los recortes de periódico de sus intervenciones, retrato de una España en transición entre el subdesarrollo y la modernidad, entre la dictadura y la democracia. Los dos jóvenes atracadores a los que detuvo por matar de un tiro a un taxista para robarle 1.600 pesetas. El guardia civil heroinómano y de baja que robó cinco pistolas en la Policía. El chaval muerto en una pelea en la discoteca Rock-Ola entre mods y rockers, aquellas tribus anteriores a las bandas latinas. La montaña de billetes recuperados del botín del Dioni. La actriz erótica a la que su novio dejó paralítica a cuchilladas. La francesa de 19 años, prostituta en una "casa de masajes" del Paseo de La Habana, a la que dos atracadores le descerrajaron en el pecho un tiro mortal de escopeta. Las crónicas decían que en el pasado otros hombres la habían violado tres veces y que por eso ella gritó al verlos entrar en el local. El inspector Toro atrapó a los homicidas.

Noticia de 1982 de uno de los crímenes que investigó Ricardo Toro.

Le asombra todavía un rocambolesco doble crimen que resolvió a la vez: "Un atracador, Arnaldo Cipolla, había asaltado una farmacia con su amiga. Cuando los dos estaban en un banco del parque de Berlín, justo cuando íbamos a detenerlos, salió un hombre de entre los setos y le metió a Arnaldo la punta de un paraguas por el ojo. Se le salió la masa cerebral, delante de nosotros. Era un loco que lo había atacado por casualidad. Nos dio paraguazos también y lo redujimos. Al atracador lo llevaron en coma al hospital y murió. Fue increíble".

Historias de La Sordita

Otro giro del azar que le dejó huella fue el que vivió con una prostituta estafadora apodada La Sordita. Ésta hacía pareja de trabajo con La Millonaria, que había ganado una fortuna en la quiniela y la había dilapidado por su adicción a la droga. "La Sordita y La Millonaria se dedicaban al beso del sueño. Captaban a clientes, les decían que las llevaran al piso de ellos y, cuando estaban allí, les daban Rohipnol, un somnífero que usaban los toxicómanos. Cuando despertaban un día después, les habían desvalijado la casa entera. Se lo echaban en la bebida, pero, si no podían así, se lo aplicaban en la vagina para que el cliente bajara al pilón. Detuve a La Sordita tres veces, en su casa, delante de su madre. Era ya casi de la familia. Un día estaba yo siguiendo a un turco por una investigación de heroína, y él se metió en el tanatorio. Al entrar detrás de él, miré la lista de fallecidos, y vi el nombre de La Sordita. Tenía cuarenta y pocos años y había muerto de un derrame cerebral. Allí estaban sus compañeras y su madre. Al verme, me abrazaron diciendo: ¡qué detalle ha tenido de venir a darnos el pésame! Encima quedé como un señor, después de haberla detenido tres veces…".

Noticia en la revista 'Diez minutos' sobre 'La Sordita' y 'La Millonaria', detenidas por Toro.

En medio de la crudeza en la que se movía, otro incidente cómico le ocurrió un verano en que fue de refuerzo a Ibiza para investigar a traficantes británicos que iban a la isla a hacer su agosto. "Detuvimos a un grupo, y los que escaparon pusieron un cartel en la puerta de su vivienda avisando en inglés a sus clientes que se habían mudado: 'Si queréis comprar, estamos en tal sitio'. Y fuimos a detenerlos allí. ¡Qué inocentes!".

En esa etapa vio peligrar varias veces su vida. En 1982, un día que iba en moto al trabajo, un camión lo atropelló y se dio a la fuga. "Me dieron por muerto porque perdí mucha sangre. Me llevaron al Hospital 12 de Octubre. Yo estaba consciente, pero apenas podía hablar. Les dije que llamaran a la sala del 091 para que trajeran sangre, porque tengo un tipo escaso, A-. Mis compañeros avisaron por radio a las patrullas y fueron a donar". Lo salvaron sus reflejos y la solidaridad de su oficio.

"Nos rodearon y nos sacudieron por todos lados. Escapamos de allí pegando tiros al aire. Acabamos en el hospital"

Angustioso fue también el día en que se metió con un colega en una chabola del ya desaparecido poblado marginal de La Cruz del Cura, en el distrito de Fuencarral, donde vendían heroína. Al contrario que otras veces, los descubrieron. "Decíamos que teníamos oro robado y queríamos comprar droga. Pero nos rodearon y nos sacudieron por todos lados. Escapamos de allí pegando tiros al aire y con el apoyo de compañeros que estaban fuera. Acabamos en el hospital", recuerda con una sonrisa y sin ninguna acritud.

Describe la miserable geografía física y humana de esos años en la capital de España: el poblado de La Celsa; las chabolas del final de la calle Jazmín; la banda de Los Ratas, que eran cuatro hermanos atracadores de bancos y gasolineras, vecinos de La Uva de Hortaleza; El Gorrilla, "que tuvo suerte, porque en una persecución con la Guardia Civil le dieron un tiro en la cabeza y no murió"…

Perseguía a toda la estructura del tráfico de drogas, desde el pequeño camello y los clanes gitanos, hasta el amo del negocio, español o extranjero. De 1990 a 1994, en la sección de Estupefacientes de la Brigada Provincial de Policía Judicial de Madrid, profundizó en su especialización en los golpes contra las tramas de heroína procedente de los campos de opio de Afganistán. Las principales estaban en manos de turcos, iraníes y afganos. "Eran familias históricas. Iban heredando el negocio de unos a otros".

Información de 1992 sobre la detención de 'El Gorila'. E. E.

Uno de los peces gordos era el iraní Mohamed Zolfatari, apodado El Gorila por su fama de violento. "Fui a detenerlo con un compañero cuando El Gorila conducía un Mercedes muy llamativo por la M-30, a la altura del puente de Ventas. No se resistió, y mi jefe no se lo creía: '¿Que no se ha resistido? ¡Pero si a mí me dio una paliza!'".

Entre 1994 y 2002 estuvo en la Brigada Central de Estupefacientes de la Comisaría General de Policía Judicial, en Canillas. Se sucedieron los alijos incautados, cada vez mayores, por toda la geografía nacional. En 1996, lo nombran jefe de la sección de hachís de la Brigada Central. En 2001, asciende a inspector jefe. Las operaciones contra el hachís lo llevan desde Marruecos (primer productor mundial, a cuya Policía ha dado clases en su academia de Kenitra) hasta las Rías Bajas de Galicia. En las de cocaína, lo mismo participa en un asalto en el Atlántico a un barco cargado con miles de kilos, que entra en los laboratorios de los chalés en las periferias urbanas donde se "cocina" la cocaína base.

Recuerda con satisfacción una operación con Reino Unido en la que detuvieron a cuatro antiguos marines británicos con un alijo en un barco camino de las islas, y en la que murió un aduanero inglés. También se enorgullece de haber detenido dos veces a Brian Charrington, "el Sito Miñanco de los traficantes ingleses", dice en comparación con el capo gallego que hoy está en prisión por otra investigación de los hombres de Toro.

Detuvo a Brian Charrington, 'el Sito Miñanco' británico. Se enfrentaron a punta de pistola "como un duelo"

"Brian Charrington se presentaba como 'amigo de Lady Di'. En la primera detención, asaltamos su casa en Calpe. Al entrar, tuve que pegar dos tiros al aire porque su perro se nos echó encima. Charrington nos encañonó con una escopeta desde una ventana y yo le apunté con mi pistola, una Star con munición 9 milímetros parabellum. Fue como un duelo del Oeste. Pero no llegó a disparar, y se entregó". La primera vez lo detuvo por un barco cargado de hachís; la segunda, por otro con cocaína. "Esta segunda vez, Brian Charrington amenazó a un policía y al juez que lo investigó".

Recorte de prensa sobre la detención en 1997 de Brian Charrington (en la foto del recuadro).

Hablando de jueces, dice Ricardo Toro que ha trabajado codo con codo, y muy bien, asegura, con pesos pesados de la Audiencia Nacional como Carlos Bueren, Baltasar Garzón, Carlos Dívar, Manuel García Castellón…, o batalladores instructores de la ría gallega de Arosa, como José Antonio Vázquez Taín, Juan Carlos Carballal y Marisol López, o de la costa alicantina de Denia, como Javier Reyes. Con ellos ha dado golpes a diferentes mafias asentadas en España, como con Bueren contra la Camorra italiana.

Sus dos hijas

Relata el investigador que ha estado siempre de servicio, tan entregado a su trabajo que no vio apenas crecer a sus dos hijas, que le han dado cuatro nietos. "Las llevaba a las ocho al colegio y no las volvía a ver hasta el día siguiente. Cuando una de ellas se fue de casa de mayor, tardé varios días en darme cuenta", confiesa. Pone un ejemplo de esa dedicación absoluta. Entre sus aficiones están el ir al teatro, practicar deporte, escribir poemas satíricos o de homenaje para familiares y amigos, y salir a pescar al mar con su barco, atracado en la provincia de Alicante, donde fue comisario de Extranjería en 2007.

El antiguo comisario jefe entre 2008 y 2018 de la Brigada Central de Estupefacientes, en la sede de Canillas (Madrid). E. del C.

Ese barco de pesca lo usó un día en la costa levantina para una operación espontánea. Estaba con su mujer comiendo en un restaurante y vio a cuatro hombres que se bajaban de un coche de lujo y zarpaban en un yate. Le parecieron sospechosos. "Dejé a mi mujer, subí a mi barco y los seguí. Eran un grupo de españoles que se dedicaban a comprar coches y barcos de lujo, denunciaban sus robos falsos para cobrar el seguro, y los vendían".

La Fundación Gallega contra el Narcotráfico lo premió con la Nécora de Oro. "Al principio los policías sentíamos que estábamos solos"

En su hoja de servicio no faltan las distinciones del Estado, pero guarda especial cariño por la Nécora de Oro que la Fundación Gallega contra el Narcotráfico le entregó en 2009 en Villagarcía de Arosa, donde luego desmanteló una flota de planeadoras ultrarrápidas. "Menos mal que hay personas y movimientos como ellos que luchan contra el tráfico y el blanqueo", elogia a la fundación, "porque al principio teníamos la sensación de que los policías estábamos solos y que a nadie le importaba".

Toro Vázquez, en su etapa de comisario jefe de los Greco y la Brigada Central de Estupefacientes de la Udyco. Cedida

Tras una etapa entre 2002 y 2007 como segundo de la Comisaría del distrito Centro de Madrid, en 2008, ya ascendido a comisario, tomó el mando de la Brigada Central de Estupefacientes, que es –expone didácticamente dibujando un diagrama en su cuaderno– una de las dos patas de la Unidad de Drogas y Crimen Organizado (Udyco). Tenía a sus órdenes a unos 150 investigadores en la élite de la lucha antidroga, entre ellos los de los Greco (Grupos de Respuesta Especial para el Crimen Organizado), presentes en Galicia, Andalucía –Cádiz y Costa del Sol–, Levante, Canarias y Baleares.

Relata que tras llegar al Gobierno el PP a finales de 2011, bajo la dirección de Ignacio Cosidó, recortaron la plantilla a la mitad y eliminaron los Greco de Canarias y Baleares con el argumento de reducir costes por la crisis económica. Las operaciones, admite, se resintieron. "El número de agentes se ha recuperado, pero no del todo".

Detención de Sito Miñanco

Uno de sus éxitos como jefe antidroga fue la detención de José Ramón Prado Bugallo, más conocido como Sito Miñanco, a raíz de la captura en 2017, en colaboración con la Guardia Civil y la Agencia Tributaria, de un barco procedente de Colombia cargado con 3,8 toneladas de cocaína, el Thoran.

El considerado rey del tráfico de cocaína había quedado en libertad en Algeciras en 2015 por sus condenas previas, pero Toro y los suyos ya lo estaban vigilando porque volvía a las andadas entre Galicia y la Costa del Sol. "La investigación duró un año y medio. Teníamos un equipo reducido, para evitar filtraciones". Asegura que la corrupción de policías comprados por los narcos sólo le ha ocurrido con un subordinado.

El alijo de 3,8 toneladas de cocaína de octubre de 2017 por el que cayó Sito Miñanco. E. E.

Sito Miñanco, en la Audiencia de Pontevedra el 1 de marzo de 2018. Efe

Una vez, en Colombia, escuchó a su presidente, Juan Manuel Santos, decir "que la lucha antidroga es como una bicicleta estática: pedaleas y nunca avanzas". Pero Toro no está de acuerdo. "Se avanza, porque estamos desarticulando a organizaciones criminales". ¿La solución contra el crimen ligado al narcotráfico es legalizar su venta? "De ninguna manera. He representado a España en muchos foros y siempre he defendido que no se puede legalizar. Drogarse es legal, pero traficar, no. Si se legalizara, habría más consumo y las organizaciones criminales serían legales". Aunque "siempre habrá droga y siempre se consumirá", reconoce sobre esta tarea de Sísifo.

Ajustes de cuentas 

En sus últimos años, Ricardo Toro ha visto recrudecerse la guerra entre grupos rivales en la Costa del Sol, con decenas de muertos. Se acuerda del dueño del prostíbulo Milady Palace de Marbella, el francés de origen marroquí David Abisdris. "Cuando registramos su mansión, en Las Lomas de Marbella, me dijo: 'Usted no sabe quién soy, en media hora lo van a llamar y voy a estar en libertad'. Muchos de los que he detenido han acabado asesinados después en ajustes de cuentas, como él en 2013". Se felicita de que en sus años de jefe nacional antidrogas sólo han herido a un compañero, apuñalado en una detención. Un balance afortunado, teniendo en cuenta que las agresiones a policías de uniforme o paisano están a la orden del día.

"La investigación está maltratada"

El comisario, en la entrada de la Dirección General de la Policía. E. del C.

Obstáculos y sueldos. Señala Ricardo Toro cuáles son los mayores obstáculos para los investigadores. Van "siempre por detrás de la tecnología de los traficantes". Las reformas del proceso judicial les dificultan hacer seguimientos telemáticos ("cada vez es más complicado acceder a ciertos datos") y les obliga a revelarle al investigado información sobre las pesquisas que éste puede aprovechar para eliminar evidencias. Los agentes expertos no están bien pagados. "Hacen falta más incentivos para que haya más policías que quieran dedicarse a la investigación", recomienda, antes de remachar: "La investigación está maltratada dentro de la Policía"

Él empezó cobrando 17.000 pesetas al mes como inspector y al jubilarse ganaba más de 3.000 euros como comisario principal. En España hay casi 240.000 agentes de orden público, de los que 68.000 son policías nacionales. Los de la escala básica cobran unos 2.050 euros netos al mes. Subraya que "cualquier policía nacional cobra menos que un mosso o ertzaina con análoga categoría", en referencia a las fuerzas de Cataluña y País Vasco.

"Dejé las drogas hace tres años", dice bromeando con el doble sentido de su afirmación: es que en 2018, al ser ascendido a comisario principal, abandonó la jefatura antidroga para hacerse cargo de la Unidad de Atención a la Familia y Mujer (UFAM), convirtiéndose así en responsable contra una triple violencia, de género, doméstica y sexual. En estos tres últimos años de servicio dice que ha aprendido mucho. En las casas, avisa, "hay mucha violencia oculta; abusan del más débil".

"Dejé las drogas hace tres años", bromea. Desde 2018 lideró la unidad contra la violencia de género, doméstica y sexual

Vamos para las fotos a la entrada de Canillas. Enseña su antigua credencial a los jóvenes policías del control para que no pongan pegas. Uno de ellos le pregunta de qué fue jefe. Él, modesto, se lo dice en voz baja.

Desde que se jubiló hace dos meses se siente raro al levantarse y no tener que ir a cazar alijos y mafiosos. Pero enseguida se acuerda de que lo esperan y que se le está haciendo tarde. "Tengo que ir a recoger a mis nietos". Y Ricardo Toro, el incorruptible policía con una vida tan de cine como la de Al Pacino en Serpico, se despide y se aleja, discreto, hacia su nueva misión.

Ricardo Toro Vázquez ha dedicado a la Policía 44 de sus 65 años de vida. Eduardo del Campo