Carmen Serna Esteban Palazuelos

Hay un dicho catalán que advierte de que "De Sant Hilari a Arbúcies, dotze cases tretze bruixes" (De Sant Hilari a Arbúcies, doce casas, trece brujas). Sólo 10 kilómetros separan a estos dos pueblos que forman un triángulo mágico con Viladrau (Girona), la localidad donde entre 1618 y 1622 se condenaron a 14 mujeres por brujería. Catorce mujeres del pueblo con nombre y apellidos torturadas y ahorcadas que siguen vivas en el empedrado de las calles, en los árboles del bosque que llegaron a conocerlas pero, sobre todo, en la memoria colectiva gracias a sus "descendientes": 14 mujeres que representan su calvario, cada 31 de octubre, desde hace 25 años. Alguna de ellas, "todas brujas", susurra en un bar de la plaza del pueblo que, 400 años después, de su abuela paterna seguían diciendo que era una bruja

Rodeado por los bosques donde la tradición sitúa aquelarres mágicos con la presencia del 'boc de Biterna', como se conocía en esta tierra al diablo, este municipio fue uno de los primeros de Cataluña en rescatar del olvido, la superstición y el inframundo a las "miles" de mujeres -según uno de los mayores historiadores del proceso, Pau Castell- que fueron condenadas por brujas entre los siglos XV, XVI y XVII. Solo en esta última centuria están documentados el procesamiento y asesinato de más de 400 féminas.

"Cuando yo ya hacía la representación, una mujer me dijo que era bruja de herencia porque descendía de una"

"En el pueblo nadie hablaba de las brujas, nadie recordaba su historia hasta que decidimos hacer El Ball de Bruixes, hace ahora 25 años, que homenajea a estas 14 mujeres que fueran acusadas de brujería. Viladrau fue el pueblo donde se mataron a más mujeres en menos tiempo", explica a EL ESPAÑOL | Porfolio Margarida Feliu, autora del texto y una de las impulsoras de la iniciativa que, insiste, surgió casi por casualidad pero que se convirtió en la primera piedra de un movimiento que ahora ha llegado hasta el Parlament catalán, donde han pedido perdón a las condenadas.

Estampa del s.XVII donde se muestra cómo ahorcaban a las brujas.

"Cuando yo era pequeña sí se decía mucho que no nos acercáramos a ésta o aquella señora porque era una bruja y luego nos podían pasar cosas. Pensaban que mataban a niños por envidias a la madre. Yo nunca hice caso porque un día le conté a mi iaia lo que decía la gente y me dijo: 'No existen las brujas, lo que existen son mujeres sabias'. Años después, cuando ya estaba en la representación, me dijeron que yo ya era bruja de herencia porque descendía de una, mi iaia", asegura María Serra (72 años), la mayor de las bruixas que cada año se mete en el pellejo de María Joaneta, una septuagenaria como ella, viuda, a la que colgaron de los pulgares con pesos en los pies para que confesara.

Se tiene constancia oficial de que en la corriola, como se conoce a este tipo de tortura, podían colocar hasta 84 kilos de peso.

"Las muertes de niños estuvieron a menudo en el origen de las primeras acusaciones populares por brujería contra determinadas mujeres, sospechosas de haber entrado de noche en las casas con el objetivo de aplastarlos, ahogarlos o untarlos con ponzoñas, en paralelo a la extensión de la creencia en el complot brujesco entre la población", recuerda Pau Castell, en una de sus publicaciones sobre el fenómeno catalán.

María Serra, vestida de María Joaneta, en el Mirador de les Bruixes. Esteban Palazuelos

Y es que muchas de ellas, como la abuela de María, eran simplemente comadronas y ayudaban a nacer, vivos y a veces muertos, a esos niños. "Mi abuela conocía las hierbas que eran buenas, las que no, las setas que se podían comer, sabía hacer ungüentos... lo que la gente payesa pasaba de unos a otros. Aquellas mujeres eran los farmacéuticos de hoy en día, pero las llamaron brujas y las ahorcaron", insiste esta mujer menuda, con el pelo blanco y el corazón sin miedo, como ella misma insiste.

"En el Montseny está toda la vegetación de Europa en un espacio muy pequeño. Es rico en muchas hierbas y plantas y ha atraído a muchos farmacéuticos y boticarios como los Bofill", aclara Margarida Feliu, educadora ambiental y una gran conocedora de la flora de la zona. 

Cervantes

Ungüentos para volar

Las brujas en Cataluña no fueron quemadas en la hoguera, como ocurrió en otras partes de Europa, ni tampoco usaban una escoba para volar. Lo suyo eran ungüentos especiales que se ponían en las axilas y en el perineo y gritaban: "Pich sobre fulla e que vaia allà on me vulla" ('Pica la hoja y que vaya donde me plazca"). Y salían por la chimenea como si fueran humo.

La preparación de ungüentos es una tradición ancestral que se ha seguido manteniendo en el Montseny ya que se pueden encontrar decenas de plantas medicinales, alucinógenas, venenosas, con propiedades curativas... Y la mayoría de las mujeres que fueron asesinadas por brujas sabían distinguirlas y utilizarlas.

"Mi abuela preparaba un ungüento con grasa de cerdo blanca y muchas hierbas, lo colocaba entre dos pañuelos grandes y se lo ponía en la cabeza para el dolor. O usaba lirios de San Antonio con aguardiente para cicatrizar heridas", explica María, que aún tiene interiorizados ritos supersticiosos que se utilizaban también hace 400 años en su pueblo: como colgar una palma para ahuyentar a los malos espíritus o quemar hierbas sobre una base de sal.

2 de noviembre

Según cuentan las crónicas del momento, la primera sospecha por brujería en Viladrau, un lugar que contaba entonces con unas 80 casas, se produjo el 2 de noviembre de 1617. Ya llevaban décadas en otros pueblos del Pirineo persiguiendo esta "plaga", como la llamaban, pero se acercaban los años de máximo éxtasis contra las brujas. Cuentan que esa tarde, desde el monasterio de Sant Segimon, el último lugar en las montañas que ilumina el rayo de sol antes de que llegue la noche, vieron una hoguera en el bosque y luego a dos mujeres bajando por el camino.

"¡Aquelarre!" "¡Aquelarre de brujas!" "¡Aquelarre de todas las brujas de la comarca!", empezaron a susurrar los vecinos hasta convertirlo en un grito y de ahí en un dedo acusador. Las dos mujeres acabaron colgadas un año después y les siguieron otras 12 más de su alrededor. ¿Su pecado? Oficialmente haber organizado un aquelarre para provocar una tormenta que acabó arrasando los campos. ¿La acusación? Brujería.

Dos de las mujeres que recuerdan a las condenadas por brujas. Esteban Palazuelos

En realidad, a ese año, 1617, se le ha llamado en Cataluña el "Año del diluvio" por las fuertes granizadas e inundaciones que sufrió la zona. Desgracia tras desgracia que provocó la pérdida de cosechas, epidemias y la angustia de la muerte por hambre y frío. Justamente, unos días después de ese 2 de noviembre y la famosa hoguera, se produjo una granizada enorme que derribó hasta dos puentes de piedra en la localidad. Pero los hombres de Viladrau, un año más tarde, lo tuvieron claro: alguien tenía que haber provocado esas desgracias y no podían ser otras que "las mujeres sabias" que amenazaban su poder. Curiosamente, todas eran viudas y solteras, es decir, desvalidas de una supuesta protección masculina y una víctima fácil para quedarse con sus bienes.

"Eran mujeres con conocimientos medicinales o bien mujeres no normativas, a las que el poder local sentía como una amenaza, así como viudas o mujeres con sus propios bienes. Las investigaciones historiográficas revelan que poco se parece la realidad de las acusadas de brujas a la imagen icónica de las películas y la cultura popular: como mujer vieja, fea, encorvada, que se pasea en escoba y es malvada", explica a Efe la antropóloga, Nuria Morelló, que ha participado en las últimas investigaciones para tratar de establecer el perfil de estas féminas asesinadas.

Muchos aseguran que es posible que se reunieran buscando el refugio de quienes las trataban mal por no seguir las normas a rajatabla y hasta que bailaran juntas, "a las viudas se les tenía prohibido hacerlo en aquella época", incluso que prepararan brebajes medicinales y se enseñaran de viejas a jóvenes cómo utilizar la medicina de la época. Pero usando el lema de la campaña que ha llegado al Parlament, "no eran brujas, eran mujeres".

Cuatro de las "descendientes" de las brujas que recuerdan su tortura. Esteban Palazuelos

Representación del 'Ball de bruixes' de Viladrau.

Un mapa con miles de asesinatos

Viladrau es un punto más en una zona llena de episodios negros, y no por su magia, sino por los juicios parecidos a los de Salem en los que se condenaron a mujeres y más mujeres a la horca sin una sola prueba, salvo la confesión arrancada bajo tortura.

El historiador Pau Castell lleva más de 15 años destapando legajos, documentos jurídicos y persiguiendo leyendas que sobreviven a esos sucesos para sacar del olvido el importante movimiento de caza de brujas que se produjo en Cataluña y ha realizado un mapa, en colaboración con la revista Sapiens, jalonado por todos esos pueblos que persiguieron a las brujas.

Estos procesos no fueron un fenómeno tan importante en España si se le compara con países como Suiza, Italia, Reino Unido o Francia, pero en la región catalana, sí. Según un estudio de Michel Porret, en Europa están documentados 110.000 procesos entre 1580 y 1640, los años donde más acusaciones de brujería se produjeron. Casi 50.000 mujeres fueron ajusticiadas, sobre todo en los medios rurales. En nuestro país, las regiones que más sufrieron este feminicidio, como ahora lo califican algunos autores, fueron Navarra, Aragón y Cataluña, "un contagio del otro lado de los Pirineos".

Sin embargo, lo que no mucha gente sabe es que fue en un pueblo catalán, concretamente en el Vall d'Àneu, donde se estableció en 1424 la primera ley en toda Europa que justifica la persecución de estas mujeres por brujas. Se trata del texto jurídico más antiguo en catalán, el Llibre d’Ordinacions de la Vall d'Àneu, donde se hace referencia explícita al "delito de brujería" para legislar contra las "malas gentes": "Stablim e ordenam si d'aquí avant serà trobat que hom o fembra vaga ab les bruxes de nit al boch... perda lo cors" ("Establecemos y ordenamos si de aquí en adelante se encuentre a hombre o mujer con las brujas de noche en el bosque... pierda el corazón").

Can Rosquellas, donde se supone que vivieron tres de las mujeres asesinadas. Esteban Palazuelos

Las brujas siguen vivas en sus casas.

Es difícil seguir el rastro de descendientes directos de estas mujeres. Cuando colgaban a alguna, la familia huía y si podía se cambiaba hasta el apellido, como explica Josep Romero, alcalde de Sant Feliu de Sasserra, donde se ejecutaron a 23 mujeres y que desde hace más de 20 años recuerdan su memoria en el Centro de Interpretación de la Brujería.

"Estamos hablando de 1620. En caso de que hubiera familiares, se escondieron para que no los vincularan. Nosotros hablamos ahora de ellas como mujeres pero en aquella época eran condenadas y perseguidas y si algún familiar pudo vivir y seguir adelante, marchó del pueblo. La persecución fue muy fuerte en gran parte de Cataluña", recuerda.

Muchas de las acusaciones tenían a la envidia y a los enfrentamientos entre vecinos como base y no tanto a ungüentos mágicos o encuentros con el diablo. De hecho, la ley de brujería que se redactó en Cataluña permitía a los jurados ahorcar a las mujeres y quedarse con sus bienes, lo que, entre otras cosas, acrecentó las sospechas sobre viudas donde, muertas ellas, bienes desposeídos.

Sin embargo, la tierra y las casas han seguido fieles a sus dueñas al menos en el nombre que se ha transmitido de generación en generación, recordando el estigma que tuvieron que sufrir las familias de las ahorcadas. En Viladrau, aún se puede ver Can Rosquellas, que fue en 1618, Can Rosquellas i Martí, y de donde salieron hasta tres de las 14 acusadas de brujería. Ahora, la vivienda de piedra en mitad de una finca aislada mantiene un mirador hacia el monasterio de Sant Segimon, justo donde vieron a las brujas hacer un aquelarre con una hoguera.

Can Noguer, la casa donde pudo vivir Beneta Noguera, una de las mujeres asesinadas. Esteban Palazuelos

Pero no es la única. Todavía se mantiene el rastro de Can Noguer, de donde pudo salir arrestada hacia su calvario Beneta Noguera. Se trata de una finca privada que no se puede más que otear en el horizonte al final del valle. También hay una Estranya en ruinas, una Mas Romeua y el Martí, aunque no se sabe si Elisabet era de esa casa o no puesto que su apellido sí es más típico.

Es como si los vecinos acusadores de estas mujeres hubieran logrado borrar su memoria durante siglos, pero sus huellas permanecieron entre las piedras que fueron testigos de la inocencia de estas mujeres cuyo pecado era compartir una unión especial con la naturaleza y el saber.

'Salvadas' por la Inquisición

Curiosamente, uno de los motivos por los que proliferaron tantas condenas a mujeres acusadas de la brujería en Cataluña es porque no eran juzgadas por tribunales religiosos sino civiles y de carácter totalmente local: los llamados "Consell de Vall", que estaban formados por los jefes de cada casa del valle, que en teoría podían ser tanto un hombre como una mujer.

Los procesos de Viladrau, por ejemplo, fueron presididos por el gobernador general de Taradell y Viladrau, Antonio Vila i de Savassona.

El cuadro de Goya, 'El conjuro', de 1797.

Por su parte, la Inquisición, bastante escéptica a los casos de brujería, exigía para una condena en la hoguera (esta institución sí quemaba a las mujeres sentenciadas) a que se presentara alguna prueba más, además de la confesión de las propias brujas. Sin embargo, las cortes civiles que se montaron en Cataluña durante esta persecución, completamente vecinales, mandaban a la horca a las féminas simplemente con que relataran, siempre tras una cruenta tortura, su encuentro con el demonio o su participación en un aquelarre.

"De hecho, en los juicios en los que se involucró a la Inquisición a menudo esas mujeres fueron libradas de la ejecución por la inconsistencia del caso", explica el historiador Pau Castell.

Uno de los inquisidores en levantar la voz de alarma contra esta cacería fue Francisco Vaca, que a finales del siglo XVI aseguró que los procesos eran una "burla" y que no se dudaba en alterar el proceso legal y los derechos de las mujeres para arrancarles una confesión.

Pero el Santo Oficio no empezó a tomar cartas en el asunto en Cataluña hasta después de 1622, cuando decidió que el único tribunal capaz de juzgar el delito de brujería era la Real Audiencia de Barcelona. No se acabaron las denuncias, ni ciertos linchamientos, pero sí empezaron a bajar el número de condenas. La última bruja ejecutada en Cataluña como tal fue Baquiol de Biosca, en 1808, en una persecución y ejecución popular.

La historia de cada una

Los investigadores han ido desvelando cada vez más detalles personales y vitales de estas mujeres que fueron condenadas por brujas. De algunas se conocen sus confesiones y hasta el calvario que tuvieron que pasar. De otras, sin embargo, simplemente la valentía de engañar a sus torturadores delatando siempre a mujeres que ya estaban muertas. Pero sus historias siguen esperando a ser reveladas

En Viladrau, las dos vecinas más mayores que fueron acusadas de haber guiado a las otras jóvenes en el mundo de la brujería fueron Francesca Trèmol y Maria Joaneta i Serrat.

María Serra, muestra las hierbas que lleva en su bolsa de bruixa. Esteban Palazuelos

La primera, conocida como La Bacada, fue de hecho acusada de ser la gran maestra de las brujas de la zona. Según la declaración que consta en su proceso, era ella la que convocaba a las mujeres del Montseny, de los bosques de Sant Segimon, de zonas próximas al pueblo, para invocar al 'boc de Biteca' que aparecía, muchas veces, en forma de chivo durante el ritual.

María Joaneta, que ahora da nombre a la giganta que pasea el pueblo de Viladrau durante las fiestas, era una soltera muy mayor. Cuentan que fue ella la que enseñó la forma de hacer ungüentos y pócimas a Esperança Marigó, una mujer muy pobre de la zona, y a Antonia Rosquellas.

Como la desgracia y el estigma en estos casos solían ser más familiares que personales, cuentan las crónicas que si bruja era la madre muchas veces brujas eran también las hijas o las sobrinas. Y este fue el caso de las Rosquellas.

La primera en ser acusada fue Antonia Rosquellas, viuda de un cardador de lana conocido en el pueblo. El proceso recoge que confesó su "asistencia a un aquelarre" y hasta que fueron ellas quienes provocaron "el diluvio a principios del invierno". No sabemos las torturas concretas que sufrió pero sí que llegó a decir que "se nos aparecía Satanás, todo peludo, y nosotras todas le adoramos y le besamos el trasero, que no sentíamos mucho el buen olor, y nos pusimos a bailar, y dicho demonio tuvo tratos carnales con todas".

Cinco de las participantes del Ball de Bruixes. Esteban Palazuelos

De su misma casa murieron ahorcadas María Puig i Rosquellas, soltera, y Elisabet Martí, que cuentan que sufrió hasta 11 veces la tortura en las que sólo invocaba a la Madre de Dios y suplicaba piedad.

Seis viudas más sufrieron esta cacería: Llüisa EstranyaBeneta NogueraMargarida PuigMargarida XemeninaLa Romeua y La Pentinada. A las que se sumaron los nombres, y las vidas, de La Rifana y La Vergés.

El relato de algunas de las torturas está recogido en los archivos públicos de Vic, donde se detalla el violento proceso hasta que se arrancaba una confesión con la promesa de cesar el dolor. "Las condenaban a muerte y las torturaban después para que hablaran, pero no para salvarse, sino para que acusaran a otras mujeres; era una rueda sin fin", explica el coautor del libro Bruixes de Viladrau.

Ahora son tres Marías, Inés, Gemma, Irene, Arola, dos Laura, Mayte, Esther, Gloria, Sandra, Eva, Laia, Carina Mar, Ana y Cristina las que, guiadas por la voz de Margarida Feliu, vuelven a revivir el martirio y la horca pública, en la plaza del pueblo, que sufrieron sus vecinas. Vecinas que paseaban por los mismos caminos que ellas, que reían en el bosque y recogían las mismas hierbas.

Dos gritos sorprenden en la representación de Viladrau y resumen lo que fue la cacería de brujas hace 400 años y lo que, en un paralelismo que buscan también sus investigadores, sigue siendo ahora: "Eres bruja porque yo quiero" y "Malditos los hombres, malditos los hombres, malditos los hombres".

ERC

Jenn Díaz, la feminista que "repara" a las brujas

El Parlament aprobó el pasado miércoles una resolución que "repara" la memoria de las mujeres condenadas por brujería en Cataluña y tilda el hecho de "persecución misógina". La petición presentada por ERC, JxCat, CUP y comunes ha contado con el apoyo de PSC-Units y la abstención de Ciudadanos. En ella se ha solicitado a los ayuntamientos que incorporen el nombre de estas mujeres a su callejero.

La diputada de ERC, Jenn Díaz, ha sido la impulsora de esta resolución que parte de una iniciativa de la revista Sàpiens, "No eren bruixes, eren dones" (No eran brujas, eran mujeres), en la que han participado miles de personas y que ha servido también para mapear la caza de brujas que sufrieron las mujeres en Cataluña durante casi tres siglos.

Escritora y feminista -es la fundadora y coordinadora de Matrices-, la diputada Díaz ha asegurado que esta resolución debe servir para pedir "perdón a un colectivo de mujeres que fueron acusadas de brujas".

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