Durante un tiempo, Manuel Sarasa (1957-2020), neurobiólogo y embriólogo, fue incapaz de comerse un huevo frito. "Había investigado tanto el pollo que una temporada no podía comerlos", cuenta hoy su viuda, Irene San José (1959), sentada en la misma mesa de la luminosa cocina familiar en la que el científico rechazaba tan apetecible, y a la vez común, plato.
Cuando Sarasa veía una clara y una yema pensaba en otra cosa, también muy común: el alzhéimer. A esta enfermedad degenerativa, que padecen más de 800.000 personas en España y unos 50 millones en todo el planeta, se le llama -con permiso de la Covid-19- la pandemia estructural del siglo XXI. Cada tres segundos, dice la OMS, se diagnostica un caso nuevo en el mundo. Con el aumento de la esperanza de vida, la previsión es que las cifras se dupliquen cada 20 años.
Pero ¿qué tiene que ver un huevo frito con el Alzhéimer? Mucho, ya que del embrión del pollo se ha extraído la proteína que ayuda a inmunizar a los humanos frente a esta demencia. Ésta es la historia de la vacuna española del alzhéimer desarrollada por Manuel Sarasa que, si todo va bien, estará lista en 2025. De la mano de la farmacéutica Grifols, podría ser la primera del mundo contra la temida enfermedad.
La historia de la vacuna española contra el alzhéimer arranca en los años 80 del siglo pasado y encaja como un guante en aquello que dejó escrito don Santiago Ramón y Cajal, venerado por todos los neurólogos, Manuel Sarasa incluido: "Investigar en España es llorar".
Investigar y desarrollar una vacuna contra el alzhéimer obsesionó a Sarasa durante prácticamente toda su vida. Le convirtió en empresario, algo que nunca había deseado y que le quitó el sueño al hacerle pasar por mil apuros económicos. Hasta tres veces hipotecaron la casa familiar los Sarasa-San José.
En ese mismo piso cercano a la plaza San Francisco de Zaragoza, su mujer, Irene San José, recibe al EL ESPAÑOL | Porfolio. La vacuna que dejó escrita su marido, que desarrolla Araclon Biontech, la empresa que él fundó, acaba de llegar a la última fase de su ensayo clínico en seres humanos, la fase III, de la mano de la catalana Grifols. Durante esta etapa, con una duración prevista de tres años, la vacuna se va a probar en 1.500 personas. Si se ratifica que mejora y ralentiza los síntomas y que es segura, como se ha visto hasta ahora, el siguiente paso sería la comercialización.
El otro pueblo de Cajal
En casa de los Sarasa-San José se ha llorado, y mucho. De hecho, aún se llora la partida de Sarasa, fallecido en mayo de 2020 con sólo 63 años por una complicada operación por un cáncer. El duro esfuerzo por la investigación no es lo único que la familia comparte con el nobel de Medicina español, del que poseen una primera edición de su libro Textura del sistema nervioso del hombre y de los vertebrados (1899).
Ramón y Cajal (1852-1934), había nacido en Petilla de Aragón, Navarra, pero pasó parte de su juventud en Ayerbe, Huesca. Es el pueblo donde nació Manuel Sarasa. "Su verdadera patria chica", asegura su mujer. Allí se conocieron Sarasa y ella un verano de adolescentes, y desde ese momento Irene supo a qué iba a dedicar su vida el niño que había jugado en las mismas calles que lo había hecho el descubridor de las neuronas. Lo que no imaginaba Irene es que ella, más de letras -estudió Filología Hispánica-, acabaría metiéndose en el complicado negocio de la ciencia.
El padre de Manolo compraba y vendía paja. Era un hombre hecho a sí mismo que empezó transportando bultos primero al hombro, luego con una carretilla... Un comerciante nato, recuerda su nuera. No poseían tierras, pero pudo comprar un pequeño camión con el que llegó a ganarse bastante bien la vida. Tenía siete hijos y solía lamentar, entre irónico y cariñoso, que Manuel no hubiera heredado su capacidad comercial: "Tú sabrás mucho, pero de gramática parda no tienes ni idea", le decía a su hijo. Manuel, entre los mayores, iba a ser de los primeros en estudiar.
Inicialmente se planteó Químicas, pero no le veía demasiadas salidas. Luego barajó Biología. Medicina le parecía una excesiva responsabilidad. Finalmente, se decidió por Veterinaria, que estaba en Zaragoza. "Es una medicina de siete especies y además el enfermo no te cuenta los síntomas", solía decir de su carrera. Al terminar la universidad, "las empresas buscaban los mejores expedientes", explica Irene.
Sarasa siempre tuvo curiosidad por saber dónde estaba la memoria
Sarasa había sido Premio Extraordinario de doctorado con una tesis sobre el dolor que dedicó a su madre. Le llegó una oferta: "Me han llamado de una empresa de Castellón dedicada a los cerdos y me ofrecen un sueldo de 100.000 o 120.000 pesetas pero la Universidad me paga 24.000 por ser profesor adjunto", le explicó Manuel a su mujer. No para que lo debatieran. La decisión estaba tomada. El camino del 75% menos, el camino de llorar. Porque no iban sobrados. "Mi suegra tuvo que prestarnos dinero algunas veces, porque hubo momentos que no teníamos ni para calefacción", recuerda Irene.
Fue en el Departamento de Anatomía y Embriología donde Manuel Sarasa montó su primer laboratorio. Donde comenzó a obsesionarse con la investigación sobre el alzhéimer. Influenciado y fascinado por su paisano, Ramón y Cajal, quien describió cómo fluía la información por el cerebro, Sarasa "siempre tuvo curiosidad por saber dónde estaba la memoria", asegura su mujer.
Gracias a una beca, a finales de los años 80, el doctor Sarasa se marchó a investigar a Basilea, Suiza. Le maravilló la pulcritud de los laboratorios y la forma de afrontar las investigaciones. De hecho, quiso quedarse, pero finalmente volvió a Zaragoza. Se marcó un objetivo: "Si no soy capaz de crear un laboratorio en condiciones en 10 años, lo dejo". No sólo no lo dejó, sino que descubrió un anticuerpo contra el alzhéimer que patentó la Universidad de Zaragoza.
Con aquel avance, su investigación se había convertido en algo más grande que la propia Universidad y eso que, en aquellos años, no se hablaba tanto del alzhéimer como actualmente. En 2020, el año que arrancó la Covid, según la Fundación Pascual Maragall, dedicada a su investigación, el alzhéimer fue la segunda preocupación de salud de los españoles (64%), sólo por detrás del cáncer (70%) y muy por encima de la Covid (44%).
Compró su propia patente
En los años 80 se había descubierto la proteína cuya acumulación causaba la demencia del alzhéimer, que interrumpía las conexiones neuronales, la Beta-amiloide. Sarasa había creado un anticuerpo contra la proteína enemiga estudiando al pollo. De alguna forma, hay coincidencias genéticas entre el alzhéimer que desarrolla el pollo y el que desarrollan los humanos.
"El pollo puede vivir 30 años, pero no había pollos que llegaran a esa edad", explica Irene. "Manolo investigó tanto con los pollos y los huevos que hubo una temporada que no le gustaban los huevos fritos", recuerda con cariño. El anticuerpo abría el camino de la vacuna. Pero para empezar, había que patentar el hallazgo.
Pero ¿qué hacer con luego con la patente? Se decidió que había que venderla. Entonces, llegó un temor. "Corres el riesgo de que te la compren y la metan en un cajón, ¿por qué no montas tú una empresa?", le recomendaron a Sarasa. Ahí arrancó el largo calvario empresarial del profesor.
Veterinario, neurobiólogo, embriólogo, director científico y empresario. Manuel tuvo que comprar a su universidad su propia patente. Un millón de euros. "Un millón de euros que no teníamos", ironiza Irene San José. Pero lo consiguieron. Un familiar ayudó con 450.000 euros. Ellos hipotecaron la casa. Corría 2004, el año de los atentados del 11 de marzo.
La primera vacuna se probó con perros. Luego en pollos, conejos y ratones
Vuelta a la investigación: "La primera vacuna se probó con perros", relata la mujer de Sarasa, que se convertiría en directiva de Araclon Biotech, nombre que le pusieron a la empresa. Luego en pollos, en conejos y en ratones. En el laboratorio, a la vez, se investigaba un test en sangre para detectar de forma temprana el alzhéimer, actualmente muy avanzado. Pero "a pesar de su mucho potencial, la empresa no daba beneficios", recuerda la viuda.
El primer plan de empresa para buscar capital cristalizó con la llegada de unos socios solventes. Entre ellos, grupo Viamed y Alfonso Solans, dueño de Pikolín. Pero Araclon Biotech seguía siendo una empresa de investigación. El dinero entraba, pero no salía. "Hay que conocer y entender lo que tiene que invertir una farmacéutica para lograr un solo medicamento", dice resignada San José.
La gran crisis llegó en 2012. Los cimientos se tambalearon ante un corte del flujo de entrada de dinero. "Se pararon todos los experimentos y se hizo un ERE. Quedaron cinco personas para vender el proyecto", cuenta Irene San José. No olvida el día que tuvieron que comunicárselo a la plantilla, una veintena de investigadores. No eran capaces de enfrentarse al momento de desconectar los ultracongeladores con las muestras.
En casa de los Sarasa se hacía difícil dormir. La mesa en la que hoy Irene San José ha puesto café y pastas para hablarnos de su marido y su legado acumula horas y horas de debate empresarial. Un científico y una filóloga haciendo cuentas. "Manolo tenía una voz cuando hablaba de la parte empresarial y otra cuando hablaba de la investigación", confiesa. Pero eran lo mismo y tenían que salvarla. En Araclon, además de ellos dos, trabajaban varios familiares, incluido uno de sus tres hijos que hoy todavía continúa en la firma, aunque en la parte de gestión y finanzas.
Con Grifols
De Zaragoza a Barcelona hay casi tres horas y media por carretera. El día que fueron a ver a Víctor Grifols Roura, entonces presidente del gigante farmacéutico catalán, por mediación de una doctora amiga, la neuróloga Mercè Boada, no dejaron de hablar en el coche. Viajaron José Luis Uliaque, director de Marketing de Araclon, Manuel Sarasa e Irene. A la vuelta de Barcelona no pronunciaron palabra. "José Luis Uliaque decía que alguien también se podía traumatizar por cosas buenas", resume la viuda.
La conversación entre Víctor Grifols Roura y Manuel, según relata para esta revista Irene San José, presente aquel día, vino a ser algo así:
Víctor Grifols Roura.- ¿Qué quieres?
Manuel Sarasa.- Quiero salvar el proyecto. Yo veo la vacuna y el test.
Grifols.- ¿Qué más quieres?
Sarasa.- Salvar al equipo, que sigan conmigo.
Grifols.- ¿Qué más quieres?
Sarasa.- Quiero que mis socios no pierdan dinero porque han estado conmigo y han arriesgado.
Grifols.- ¿Qué más?
Sarasa.- Nada más, ¿qué más puedo querer?
Grifols sólo puso una condición: que no le dijeran a nadie quién iba a salvar la empresa. Algunos titulares dirían después que la farmacéutica había comprado "a precio de saldo" la empresa que investigaba la vacuna del alzhéimer.
Víctor Grifols, en la rueda de prensa para anunciar la compra del 51% de Araclon no dio cifras. Araclon estaba valorada por entonces en 30 millones de euros.
La noche que se firmó la operación, Manolo e Irene tampoco durmieron mucho. Entraron en la notaría a las 22.30 de la noche y salieron a las 2.30 de la madrugada. "¿Te das cuenta de que estamos durmiendo encima de más de una docena de millones de euros?", le dijo a su mujer, ya en casa. La operación se había cerrado por más o menos la mitad. Ellos, por cierto, en aquel gran bache, habían vuelto a hipotecar su casa.
Grifols compró un edificio en la Vía Hispanidad de Zaragoza, donde actualmente sigue Araclon y de donde salen los últimos avances de la investigación. A partir de ahí, hace ya 10 años, los laboratorios de Araclon se convirtieron, señala Irene San José, en "laboratorios de excelencia, libres de patógenos, donde no se contaminan las muestras".
Tras probar la efectividad de la vacuna, la Agencia del Medicamento aprobó el ensayo clínico y su paso a Fase I, donde se comprueba que no es tóxica. La Fase II, trabaja de nuevo la seguridad y las dosis. Con 124 pacientes repartidos entre Estocolmo, Italia, Francia y España acaba de finalizar. Manuel Sarasa no llegó a ver sus resultados. En mayo de 2020, en pleno confinamiento, con tan solo 63 años, fallecía en una operación por un cáncer. En su casa aún se nota el shock.
Fases de las vacunas.
Fase preclínica. Estudios en animales para comprobar eficacia y seguridad antes de pasar a probarla en humanos.
Fase I. Se administra a un pequeño grupo de adultos voluntarios. Entre 10 y 50 personas. Se comprueba la seguridad de la vacuna.
Fase II. Entre 100 y 300 personas. Se incluye un grupo placebo. Se valoran los efectos secundarios más frecuentes a corto plazo y su respuesta inmunitaria. Se estudian y calculan las dosis que se probarán en la fase siguiente.
Fase III. El pinchazo debe inocularse a más de 1.000 personas. Aquí se van a comprobar posibles efectos secundarios y comportamientos entre quienes reciben la vacuna, comparándolo con quienes han sido inoculados con placebo.
Fase IV. Tras la autorización y comercialización de las vacunas, cuando pueden llegar a decenas y cientos de miles de personas, también se hace un seguimiento. Se recoge información para garantizar su seguridad y eficacia, así como para detectar efectos a largo plazo y cualquier efecto secundario que no apareciera en la fase anterior al poder ser menos frecuente.
La mitad de los pacientes de la fase II de la vacuna contra el Alzhéimer de Araclon-Grifols recibieron un placebo. A nivel seguridad no ha habido diferencias entre quienes recibieron la vacuna y quienes recibieron el placebo, lo que ratifica su seguridad. "Se confirma su excelente perfil de seguridad y tolerabilidad, así como una potente respuesta inmunitaria", ha concluido la farmacéutica, accionista principal de Araclon. Grifols afirma, además, que "se ha observado mejora cognitiva y en la calidad de vida de los vacunados".
Se probará en 1.500 personas
La vacuna está destinada a pacientes con un incipiente alzhéimer o con deterioro cognitivo leve. Por eso, cuando a la madre del doctor Sarasa, Jerónima, la abuela que en ocasiones les prestaba dinero, le detectaron la enfermedad, ya era tarde. "Manolo solía cenar con ella todos los miércoles, uno de ellos se le olvidó preparar la cena. Otro día nos dijo que había cocinado merluza, pero no había ni rastro del pescado en la cocina…", cuenta su nuera. Jero tenía más de 80 años.
"Manolo conoció el alzhéimer científica y emocionalmente, él la adoraba", relata Irene. "Claro que hubo quien preguntó que por qué no le ponía su vacuna a su madre, pero no sólo ya era mayor. Tampoco se habían aprobado los protocolos". La viuda asegura que va a presentarse voluntaria para la próxima fase del ensayo clínico. Se probará en 1.500 personas.
Manuel Sarasa apostó por la vacuna para prevenir el desarrollo de la enfermedad, recuerda su esposa, por eso su pinchazo está destinado a mayores de 55-60 años con "susceptibilidad genética" de padecerla. Planteó seis dosis: cinco más un recuerdo. En la fase II de la vacuna se han inoculado seis dosis a algunos pacientes y tres a otros. Los pacientes que han recibido seis, señala Grifols, experimentaron "un incremento significativo de los niveles de anticuerpos".
Así, de momento, todo va como Sarasa había planeado. "Él estaba convencido de que era fórmula, de que la tenía. De hecho, formuló dos vacunas y apostó por ésta, la Beta40". El resultado final se verá, definitivamente, al menos dentro de tres años, en 2025, cuando concluya el ensayo. En la próxima fase que ahora se inicia, la III, van a ser 1.500 las personas que en las que se teste la llamada ABvac40.
¿Cómo ha vivido la familia la velocidad ante el desarrollo de la vacuna de la Covid, frente a la lentitud de la suya? Con comprensión. "La Covid ha sido una epidemia de mucha urgencia, con muchos muertos…", responde Irene.
Pfizer, el laboratorio que desarrolló una de las primeras vacunas contra la Covid, comenzó sus pruebas clínicas de la Fase II de forma conjunta con la fase III en julio de 2020. A finales del mes siguiente, en agosto, EEUU autorizó su inoculación por la vía de la urgencia. En España, la primera vacuna llegó en diciembre de ese mismo 2020, tan solo un año después de que se hubiera descubierto, supuestamente, el virus.
El científico alemán Alois Alzheimer publicó en 1906 los primeros informes sobre una enfermedad que afectaba a la corteza cerebral, producía una demencia con pérdida de memoria, desorientación y alucinaciones y llevaba a la muerte. Más de 100 años después, el alzhéimer sigue siendo aún una enfermedad muy desconocida.
"Manuel siempre decía que el alzhéimer se curaría entre todos, con muchos laboratorios investigando en ello"
"Manolo siempre decía que el alzhéimer se curaría entre todos, con muchos laboratorios investigando en ello. Estaba convencido de no sería uno solo el que lo curase", explica su viuda. Del rector de la Universidad de Zaragoza a otros científicos, Manuel nunca olvidó a todos los que le acompañaron en su camino. Como un médico mexicano, Alejandro Alagón, recuerda Irene, "experto en antivenenos -víboras, arañas y escorpiones-, que enseñó mucho a Manuel sobre anticuerpos".
Además de las vacunas, actualmente en el mundo hay 130 tratamientos contra el alzhéimer en ensayos clínicos, señala la Fundación Pascual Maragall. Según el New York Times, uno de los primeros en ser aprobados en EEUU, en 2021, por vía urgente, es el aducanumab, cuyo nombre comercial es Aduhelm. Su aprobación ha abierto un complicado debate sobre a quién puede ser administrado, mientras todavía se estudia su seguridad y su verdadera eficacia.
Según la publicación Being Patient, especializada en alzhéimer, hay nueve vacunas contra el alzhéimer en desarrollo en todo el mundo. Seis de ellas, estaban en enero de este año, como la española de Araclon-Grifols, en fase II. De modo que la vacuna zaragozana se encuentra entre las más avanzadas del mundo.
No hay nervios en casa de los Sarasa-San José. No es porque falten unos años. Al duelo por el repentino fallecimiento se suma la convicción del padre y, sobre todo, su filosofía ante la investigación: "Manolo decía que en la ciencia no hay resultados buenos o malos, hay resultados". Sea el que sea, saben que han puesto un granito de arena en la lucha contra el alzhéimer y como le pasaba a él, probablemente, lo recuerden cada vez que se comen un huevo frito.
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