Se acerca el verano del regreso a las discotecas -sin mascarillas por fin, sin restricciones de baile ni de abrazos desenfrenados- justo cuando hemos perdido a su máximo exponente femenino y mundial. A Régine (Bélgica, 1929) la llamaban "la reina de la noche", y con razón: ella inventó el amanecer -y la fiesta- tal y como los conocimos, facturando con ellos más de 500 millones de dólares al año. Cambió el planeta con 26 locales. Antes de ella, nada: sólo verbenas cutres, sin brillo. Antes de ella no había Marbella -ella la convirtió en el paraíso dorado de la jet set-. Ni París. Ni Nueva York burbujeante. Ni casi nada.
Acaba de fallecer a los 92 años la hembra pensante que ideó las discotecas, el jugueteo, la alegría, incluso las tertulias a altas horas entre grandes personalidades. Piensen ustedes en cualquier personaje relevante y exitoso de los últimos 50 años. ¿Lo tienen? De acuerdo: él también gozó en los locales de Régine. Puso a bailar hasta al terrorífico Osama Bin Laden en la costa del sol. Expulsó a Mick Jagger de su garito. Danzó tangos con Chaplin. Parió las mejores anécdotas del tiempo moderno.
Nunca fue una mujer cualquiera: desde niña estuvo atravesada por la historia antes de decidirse a escribirla ella misma. Fue cría de origen judío-polaco. Sus padres, que vivieron en Argentina, emigraron a París cuando ella tenía dos años y con la II Guerra Mundial se refugió en distintas ciudades de Francia.
Su madre fue una notable ausencia en su vida. Su padre, un hombre adicto al juego que perdió la panadería que regentaba tras una mala jugada de póker. Entre unos abandonos y otros, la niña Régine pasó mucho tiempo en un viejo convento reconvertido en casa de jubilados. "Almacené mucho dolor, pero siempre seguí riendo y bailando. Nunca perdí mi buen humor. Recuerdo que entonces improvisé una pista de baile: hice un círculo alrededor de un árbol y no dejaba entrar ahí más que a los que yo elegía…", contaría.
Los comienzos
Una vez acaecida la tormenta política, empezó a trabajar en clubs nocturnos. Allá ya se codeaba con lo más granado de la intelectualidad, el 'artisteo', y la sociedad del momento: desde Brigitte Bardot a Georges Pompidou, pero aún sin darse demasiada importancia. Sólo corrían los cincuenta. Una década después, Régine, que ya había escrutado la noche como trabajadora, empezó a montar su propio negocio, conociendo bien la anatomía de la madrugada. Quién le iba a decir a ella, que pedía dinero prestado para arrancar en sus empresas, que aun cuando no podía permitirse costear música en vivo, acabaría cambiando la concepción de la nocturnidad.
"Enseñó al duque de Windsor a bailar el twist. Meneó el tango con Chaplin"
De hecho, en sus comienzos, se limitaba a usar con gracia una máquina de discos. Decían que la infraestructura era tan mala que cuando te descuidabas se escuchaban incluso los besos por las esquinas del garito. Poco importó. Ella lo fue todo en el bar: camarera, portera, vigilante del orden en los baños, músico y también anfitriona. Encarnó la primera discoteca del mundo.
Fue modificando las cosas inteligentemente, sibilinamente: sustituyó la máquina juke-box (en la que cada uno podía calzar la canción que le apeteciese) por un pinchadiscos dirigido por un experto, para evitar que el típico pesado pusiese el mismo tema diez veces y enturbiase el ambiente de la sala. Inventó fiestas temáticas. Despertó la curiosidad del mundo entero.
Y de la nada, mágicamente, sus locales se convirtieron en el punto de encuentro de los personajes más excéntricos, carismáticos y relevantes de la época. Régine no escatimaba. En sus garitos acogía lo mismo a príncipes que a playboys. Ese era su truco: la extraña democracia de su madrugada. Todos querían estar ahí. Lo que no sucedía entre sus hilos festivaleros, sencillamente jamás había pasado. Y nadie podría contarlo teniendo una pizca de encanto. Enseñó al duque de Windsor a bailar el twist. Intervino en la carrera musical de Gainsbourg y Aznavour. Fue un indiscutible icono gay.
Personalidad apabullante
Destacaba por su simpatía. Se la recuerda cordial, rápida, encantadora. Su amiga escritora Françoise Sagan -icono de la Nouvelle Vague- la definió con hermosa crudeza: "Es egocéntrica, inmensamente feroz. Tiene supersticiones terribles. Cree solamente en su magia personal". Pero era más que una mujer con capacidad de amasar los humores de los otros: era una empresaria colosal que supo darle a la alta sociedad lo que quería. Vida lúdica, pero a salvo de comentarios indiscretos. Prohibida la entrada a periodistas.
"Es egocéntrica, feroz, tiene supersticiones terribles. Cree sólo en su magia personal", dijo de ella su amiga Françoise Sagan
Su poderío se superpuso a todo, incluso a las crisis económicas de las ciudades en las que se desarrolló. Un buen ejemplo de ello fue el Nueva York de 1976, tiritando tras las duras medidas fiscales que pusieron en jaque a toda la población: pero como su clientela era tan sofisticada, ella apenas lo notó en sus cuentas. Para disfrutar siempre había dinero.
Esnobismo y éxito
Como Régine se percató pronto de que creerse importante era ser importante, comenzó a elevar los requisitos de entrada a sus locales. Empezó a imponerse con códigos de vestimenta: o vestidos de gala y esmoquin, o nada. A la entrada de sus discotecas rezaba el cartel de "todo lleno", para ahuyentar al ciudadano medio wannabe. Así no tendría que dar más explicaciones a la clientela mundana. Esto era una isla pequeña para estrellas. "Para que viniera la gente, empezaba rechazando a unos cuantos. Eso generaba deseo. Ponía una alfombra roja y filtraba con muchísima severidad quien entraba y quien no". Antropológico.
Ojo: aquel divino esnobismo funcionó. Se pegaban tortas por entrar allá Salvador Dalí, Saint Laurent, ¡Julio Iglesias!, Carolina de Mónaco, Karl Lagerfeld, Andy Warhol, Brooke Shields, Anthony Quinn o Mick Jagger. Una graciosa anécdota: a este último se le llegó a negar la entrada, en una ocasión, por vestir zapatillas de deporte. Se aprovechó también de las rarezas de su exclusiva clientela: dio mucho que hablar con la boa constrictor que una noche llevó a la discoteca el auténtico Federico Fellini. Todo forjaba la leyenda y ella lo sabía.
"Impuso códigos para ser respetada: a Mick Jagger le negó la entrada en una ocasión por vestir zapatillas de deporte"
La lista de nombres exquisitos es interminable: Brigitte Bardot, Diane von Furstenberg, Ben Vereen, Hubert de Givenchy, Stevie Wonder, Audrey Hepburn, Ava Gardner, Robert Mitchum, Jack Nicholson, John Gotti, Johny Wayne, Elizabeth Taylor, Esthel Kennedy… hasta el mismísimo Gene Kelly, de quien cuentan -con cierta razón- que se topó una noche con Régine y en cuanto se intercambiaron unas palabras… desaparecieron de la faz de la tierra durante 15 días.
Tampoco la protagonista dejó demasiado espacio para la imaginación: contaría más tarde, en una entrevista con la revista Elle, que tuvieron "relaciones íntimas" y que hubiese sido infantil negarlo. En sus festejos se tejieron las grandes decisiones de la política. De la cultura. A grandes rasgos, del mundo entero. Allá se cocía lo innombrable. Los chicos más cotizados. Harrison Ford. Stallone. Michael Jackson. Alain Delon.
Repercusión mundial
Su expansión fue bestial: de París fue a reventar al mencionado Nueva York, a Montecarlo, a Río de Janeiro, a Saint Tropez, a Londres, a Los Ángeles, a Miami, a El Cairo, a Kuala Lumpur. ¡Marbella! Fue en 1979 cuando Régine abrió en Málaga su negocio en un hotel de cinco estrellas llamado Puente Romano. Uno de sus clientes estrella sería Osama Bin Laden, líder de Al-Qaeda, décadas antes del 11-S. Ahí era joven y quería pasárselo bien: cuentan que pagaba a prostitutas de lujo y adoraba la música a todo volumen.
"Uno de sus clientes estrella de Marbella sería Osama Bin Laden, líder de Al-Qaeda, décadas antes del 11-S"
Siendo consciente o no, el espacio mágico de Régine sirvió, incómodamente, para que los planes yihadistas cogiesen empaque. Es terrible y liviano: puso a bailar a un terrorista y a sus amigos en pleno mediterráneo -más tarde sería sustituida por la empresaria Olivia Valére, que en el 84 desembarcó en Marbella y comenzó a hacerse con el reinado del lugar, hasta hoy mismo-.
Régine invitaba a danzar, a hablar y a jugar: ese era su oscuro y luminoso don, a la vez, qué paradójico. De hecho, vendió un producto tan perfecto que apenas tuvo que invertir sus ahorros: le bastó con su nombre, con su marca. Los empresarios codiciosos -que se dejaron seducir por su influencia- hicieron el resto. De ahí al cielo: restaurantes, cafeterías, revistas, moda, perfumes, hasta cruceros y clases de baile bajo su impronta.
Vida personal trágica
Vivió deprisa. A los 20 años ya se había divorciado por primera vez. Tuvo un hijo llamado Lionel -que llegó a ser un reputado periodista- al que sobrevivió. Él no cumplió los sesenta. Falleció a causa de un cáncer de pulmón después de una vida muy desgraciada -en la que también perdió a un hijo de once meses en un accidente de tráfico-.
"Tuvo un hijo llamado Lionel -que llegó a ser un reputado periodista- al que sobrevivió. Él no cumplió los sesenta"
Régine siempre se sintió culpable de no haberle cuidado lo bastante. "Me acusaba de interesarme más por mis trapos y por mis fiestas que por él", contaría tristemente tras su pérdida. "Le adoraba, nuestra relación era complicada ya que él era muy exclusivo, se mostraba celoso de la noche. No entendí su necesidad de amor y me lo sigo reprochando constantemente. Quería que fuera una madre de verdad. Y no lo fui". Ella era más bien una compañera de juegos. Contaban los mentideros que les detuvieron a ambos, les esposaron y les demandaron por fumar durante un vuelo. Ella sólo se reía. El chico pagó la multa a la compañía aérea.
Música, brillo, sociedad
El sello de Régine llegó a ser tan potente que hasta consiguió independizarse de él -a ratos- para elaborar una carrera artística particular: desde su cabello rojo hasta su mirada pizpireta, sus abrigos peludos de colores rosáceos, sus cejas dibujadas, su aspecto inconfundible de vedette. Sus canciones se las sabe media Francia de memoria: he ahí Les petits papiers, que compuso el mismísimo Gainsbourg, y que hasta se estudia en los colegios. Ella siempre declaró, ufana, que formaba parte "del patrimonio de la canción francesa". Casi nada.
Aunque sus dotes creativas hubiesen podido brindarle otras formas de vida, ella eligió la noche. "¿Qué por qué no renuncié a las discotecas? Porque me permitían ganarme muy bien la vida. Ver a mis artistas deprimidos, casi al borde del suicidio, porque no tenían ningún éxito en la radio o ninguna película en cartelera me hizo reflexionar. No era el tipo de vida que me correspondía. La noche, sí. Recibir gente, darles momentos de alegría y de buen humor, propiciar los encuentros, promover las amistades, eso sí, eso me llenaba".
"De Steve McQueen aseguró que era "uno de sus mejores amigos", de Frank Sinatra que era "un tocapelotas"
Régine también fue genial en sus frases hilarantes. De Jane Fonda dijo: "La conocí cuando tenía 18 años, por aquel entonces estaba casada con Roger Vadim. Siempre ha hecho mucho deporte. Tiene un cuerpo de ensueño y su cirugía es algo formidable. A mí me gustaba su padre, Henry Fonda. ¡Me gustaba… mucho más que ella!". Y sonreía con malicia. De Steve McQueen aseguró que era "uno de sus mejores amigos", de Frank Sinatra que era "un tocapelotas", de Jacques Chirac que "su voracidad sexual no tenía límites". Deslizó que salió con "el torero más famoso de la época". Ustedes dirán quién. Fue la única que garantizó en voz alta haber conocido a Amanda Lear cuando aún era un chico.
Empresaria antidrogas
Lo interesante de Régine es que era una mujer sin vicios que vivía, de alguna manera, del vicio de los demás, aunque ella rechazaba ferozmente las drogas y el alcohol, probablemente por el trauma que arrastraba acerca de su padre, tan díscolo y problemático. "¡No soy como todo el mundo! Detesto el alcohol. Mi padre bebía mucho. Y en cuanto a las drogas… he echado a unos cuantos de mi club por ese motivo". Quizá fue por eso que pasó de moda. Que, a comienzos de los noventa, el Régine tuviese que cerrar sus puertas porque los tiempos estaban cambiando. La cultura, los hábitos, las formas.
La gente quería camareros sin camisa y consumir cocaína en la mesa de los reservados, cosa que ella no estaba dispuesta a permitir. Le horrorizaba aquel circo politoxicómano. "A esto no se le puede llamar noche parisina", bufaba, mientras la desbancaba el mítico Studio 54. Se rebeló del todo contra los tiempos fundando una asociación antidroga gigante, llamada SOS Drogue International. Fue su pequeña venganza contra el nuevo mundo del ocio, empapado de estupefacientes.
Coleccionaba zapatos compulsivamente. Detestaba la nostalgia. Enviaba cactus a los periodistas críticos con la calidad de sus restaurantes: esas eran sus chanzas perversas. Decayó participando en un reality de la televisión francesa, donde, a pesar de perder glamour, ganó fama entre los jóvenes del país, que reconocieron en ella a un icono inconmensurable. Un perfil del New York Times la definió con aterradora precisión: "Todas sus fiestas son los cumpleaños que nunca tuvo de niña".
Después de Régine... ¿cuáles son las mejores discotecas del mundo?
1. Space Ibiza. Líder indiscutible. Ha sido declarada la mejor disco del mundo 4 veces desde 2007.
2. Green Valley. De Brasil para el mundo. Acoge a más de 8.000 personas y es el gran referente en el ámbito de la electrónica, siempre a la vanguardia.
3. Pachá Ibiza. Templo de la fiesta desde la era hippie. Es un auténtico imperio y una de las marcas más prestigiosas a nivel universal.
4. Fabric. Ojo, pero la de Londres, no la de Madrid. Lleva tres años condecorándose como la cuarta mejor del mundo.
5. Bcm. Otra joya española, esta vez en Mallorca. Es una de las discotecas con más capacidad de Europa y lleva 25 años demostrando su poderío.
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