El poderoso padre de Ghislaine, el magnate Robert Maxwell, desapareció misteriosamente en 1991 en aguas del Atlántico. ¿Asesinato? ¿Suicidio? ¿Simplemente un accidente?
Aunque se dictaminó "infarto y ahogamiento accidental", los patólogos no pudieron determinar la verdadera causa de su muerte. Tampoco los psiquiatras son capaces de descifrar la mente de Ghislaine, que parece una enlatada conserva de prisioneros enigmas. Solo una cosa es segura: dos veces su vida se vio trastornada por la muerte de un hombre rico y sociópata. El primero, Robert Maxwell, la moldeó; el segundo, Jeffrey Epstein, la arrastró al abismo.
Un tribunal de Nueva York acaba de condenar esta semana a Gheslaine Maxwell a 20 años de cárcel por ayudar a su entonces pareja, el financiero Epstein, a abusar sexualmente de numerosas chicas menores de edad. Las víctimas procedían a menudo de familias desestructuradas y con bajos recursos económicos, y las atraían llevándolas con chófer en coche de lujo al encuentro del pederasta.
A Maxwell, de 60 años, un jurado popular la declaró culpable de cinco delitos de tráfico sexual en diciembre. Entre ellos se encuentra el de reclutar y preparar a cuatro niñas para tener encuentros sexuales con el magnate, dentro de una trama de abusos que se prolongó entre 1994 y 2004, como informó Reuters. Epstein se suicidó a los 66 años en 2019 en la celda de Manhattan donde esperaba su propio juicio por tráfico sexual.
El checo que flotaba
Militar, refugiado, editor, político y multimillonario, Robert Maxwell nació pobre con el nombre de Ján Ludvik Hoch en el pueblo checoslovaco de Slatinské Doly, ahora parte de Ucrania y llamado Solotvyno. No tuvo un par de zapatos hasta los siete años. Cuando era adolescente, escapó a Francia huyendo de la ocupación nazi, pero en el Holocausto perdió a sus padres, cuatro hermanos y la mayor parte de su familia extensa, asesinados por ser judíos.
Tras unirse al ejército checoslovaco en el exilio, fue evacuado a Inglaterra y se alistó en el ejército británico con el nombre de Ivan du Maurier, una marca de cigarrillos. Luchó en Normandía, conoció a su mujer francesa Betty Meynard y por su heroísmo el mariscal Montgomery prendió la Cruz Militar en su pecho.
Pasó de la miseria a convertir Pergamon Press en un saneado negocio antes de meterse en la política como parlamentario laborista. Hizo contactos de alto rango y volvió a los negocios adquiriendo varias editoriales y los periódicos del Mirror Group.
Pomposo, intimidante y con una voz atronadora, Maxwell fue un coloso en la sociedad británica. Pero era un estafador
Pomposo, intimidante y con una voz profunda y atronadora, Maxwell fue un coloso en la sociedad británica. Tenía carisma de sobra: el tipo podría haber creado su propio culto. En cierto modo, lo hizo. Además de Mirror Group Newspapers y del New York Daily News, sus numerosos negocios incluían los clubes de fútbol Oxford United y Derby County. Acumuló aviones privados, helicópteros y Rolls-Royces, vivió una vida de lujos y se ufanaba de organizar ostentosas fiestas para la crème de la crème.
Pero era un estafador. En 1971, una investigación del Departamento de Comercio e Industria concluyó que Maxwell no era una persona en la que se pudiera confiar para la adecuada administración de una empresa que cotiza en bolsa. Habría sido un revés definitivo para muchos, pero no para el hombre al que la revista Private Eye apodó "el checo que flota".
También era un déspota propenso al acoso y la intimidación, no solo en sus empresas, sino en los círculos de la upper upper class y, sobre todo, en su propia familia. En la posguerra, ya con su nuevo nombre de Ian Robert Maxwell, se dedicó a recrear la familia que había perdido. De sus nueve hijos con Betty, la pequeña, Ghislaine, nació el día de Navidad de 1961. Tres días después, un coche en el que viajaba su hermano Michael, de 15 años, se estrelló en una carretera neblinosa de Oxfordshire. Michael Maxwell pasó en coma los siete años que le quedaban por vivir. Otra de las hijas del magnate, Karine, murió de leucemia a los tres años.
Una infancia traumática
Los niños sobrevivientes se criaron en Headington Hill Hall, una gran mansión de estilo italiano en Oxford, en donde la familia recibía a políticos, celebrities y periodistas famosos. Pero no fueron años felices ni para la madre ni para la prole. En sus memorias, A Mind of My Own (Macmillan, 1994), la mujer del ogro, Betty Maxwell, describe la vida hogareña en términos tan siniestros que rivalizan con el oscuro ambiente de la novela Rebecca de Daphne du Maurier.
Si como hombre de negocios Maxwell era un matón, su biógrafo John Preston lo presenta —en Fall: the mystery of Robert Maxwell (HarperColins, 2021)— como un "padre draconiano" que maltrataba a sus hijos verbal y físicamente. Betty describió a su marido como "acosador, infiel y frecuentemente ausente".
Aunque criados en la abundancia, los primeros años de Ghislaine y sus ocho hermanos estuvieron marcados por el miedo al padre. Maxwell dejó de vivir en casa y solo veía a los niños los domingos. Pero los almuerzos familiares semanales rara vez eran felices. Según el expediente judicial de Ghislaine, Maxwell "despotricaba contra los niños hasta que los reducía a pulpa". Ritualmente, por turnos, elegía a un niño, lo interrogaba sobre geopolítica o sus planes para el futuro y cuando sus respuestas no eran satisfactorias, lo azotaba con un cinturón.
La niñez de Ghislaine y sus ocho hermanos estuvo marcada por el miedo al padre. Los azotaba con un cinturón
Betty admite en sus memorias que después del accidente de Michael, sus desconsolados padres "apenas miraron" a la pequeña Ghislaine. A sus tres años, un día se paró frente a su madre y dijo: "Mamá, existo". La niña desarrolló anorexia y, solo entonces, comenzaron a prodigarle cariño. Su padre la llevaba al cumpleaños de Elton John o a partidos de fútbol. Ella se aferraba a él y lo llamaba "mi papá" todo el tiempo.
Aunque nunca se libró de la furia paterna, fue su favorita. Aun así, a los 13 años, colgó con una chincheta un póster en la pared de su habitación y su padre, indignado, golpeó la mano de Ghislaine con un martillo y la dejó magullada durante semanas.
El poder y el dinero
Ghislaine permaneció a la sombra tenebrosa de su padre hasta la edad adulta, incluida su vida amorosa. Se empeñó en complacerlo y debió de funcionar: Maxwell llamó a su yate de 15 millones de libras Lady Ghislaine. Tenía grandes proyectos para su hija pequeña: albergaba la ambición de casarla con John F. Kennedy Jr.
La escritora Anna Pasternak fue compañera suya en Oxford y se movía en los mismos círculos sociales. Ahora ha recordado a BBC News que Ghislaine "solo estaba interesada en el poder y el dinero. En las fiestas miraba por encima de tu hombro para ver si había alguien más poderoso o más interesante".
Rachel Johnson, otra compañera de Oxford y hermana del premier británico, recuerda haber visto a Ghislaine en la sala común del Balliol College: "Era brillante y glamurosa, con ojos traviesos se sentaba a horcajadas sobre el muslo de mi hermano Boris".
"Las mujeres no eran importantes para ella, solo un medio para llegar a un hombre influyente"
Comenzó a salir con el conde italiano Gianfranco Cicogna y fundó un club privado exclusivamente para mujeres. Pasternak asistió en algunas ocasiones y, aunque la idea parecía innovadora, no veía a Ghislaine como una campeona del feminismo: "Las mujeres no eran importantes para ella, solo un medio para llegar a un hombre influyente".
De héroe a villano
El martes 5 de noviembre de 1991, el director del Mirror Richard Stott transmitió la sorprendente noticia de que el editor Robert Maxwell se había caído por la borda del Lady Ghislaine mientras navegaba por el archipiélago canario. El checo que siempre flotaba, se había hundido.
El fotógrafo Ken Lennox y el reportero John Jackson, del Mirror, acompañaron en helicóptero a Betty, su mujer, y a Philip, el mayor de los hijos, al aeropuerto de Farnborough, donde abordaron uno de los jets Gulfstream de la familia para volar a Canarias.
Una hora después, el piloto recibió un mensaje: un pescador había encontrado un cuerpo en el Atlántico. Aterrizaron en la base área de Gando, cerca de Las Palmas. Betty, de 70 años, le dijo a Jackson: "Pase lo que pase, te puedo asegurar que no se suicidó. Él nunca haría eso".
Mientras llevaban el cuerpo a un hangar, el piloto de rescate le dijo a Betty: "He sacado muchos cuerpos del mar y solo quiero decirle que no se ahogó. No había agua en sus pulmones". Cuando su mujer y su hijo vieron el cadáver, su piel no se había decolorado ni arrugado, pero lo que intrigó a Jackson fue que estaba acostado con los brazos a ambos lados de la cabeza y las manos apretadas. Al reportero le recordó la postura de un bebé durmiendo.
El magnate cayó de su yate, llamado como su hija, en aguas canarias; no se sabe si se suicidó o fue un accidente
Maxwell pasó de héroe a villano cuando se descubrió que había saqueado más de 460 millones de libras del fondo de pensiones del Mirror Group como parte de un plan para inflar artificialmente el precio de las acciones de su endeudada empresa, a expensas de 32.000 empleados, condenados a la pobreza. Titulares como "El hombre que salvó el Mirror" fueron rápidamente reemplazados por "Maxwell, el ladrón".
¿Sabía algo Ghislaine?
Betty decidió volar a Jerusalén con el cadáver y llegar antes del atardecer del viernes. La tradición judía dicta que un cuerpo debe ser enterrado lo antes posible. No podían retrasarse porque, de llegar el sábado, el entierro se retrasaría hasta el domingo, cinco días después de la muerte del magnate.
Ghislaine voló a Las Palmas desde Nueva York. "Estaba muy, muy afectada. Se notaba que era la 'niña de papá'. Apenas podía hablar", recuerda Lennox. En sus memorias, cuenta Betty que Ghislaine se empeñó en subir al yate paterno para triturar todos los documentos a bordo. ¿Sabía algo?
La comitiva llegó a Jerusalén justo antes del anochecer del viernes. Las condolencias llegaban sin parar, desde Margaret Thatcher al presidente George Bush.
Cuando Jackson volvió a Londres, seguía sin respuesta a esta pregunta: ¿fue suicidio, asesinato o causas naturales? Se sabe que alrededor de las 4 de la mañana de su último día subió a cubierta, desnudo, a mear por la borda. El yate tenía una barrera de acero alrededor de la cubierta excepto en la popa, donde había dos cadenas.
Era un hombre muy enfermo, acababa de tener una fuerte discusión con uno de sus hijos sobre una próxima reunión importante con el Banco de Inglaterra y cabe la posibilidad de que tuviera un infarto, se agarró de la cadena, no aguantó y estaba muerto cuando cayó al agua.
O bien, como era una noche ventosa y el yate balanceaba, tropezó, agarró la cadena, no pudo sujetarse, cayó al frío océano y tuvo un ataque al corazón. Eso explicaría tres cosas: la forma en que Jackson vio el cuerpo con los brazos en alto y las manos apretadas, la afirmación del piloto de rescate de que no había agua en sus pulmones y la seguridad absoluta de Betty, después de 46 años viviendo con Maxwell, de que nunca se habría suicidado.
Ken Lennox recuerda que "solía levantarse por la noche y orinar desde la popa del barco. Todo el mundo sabía eso. Pesaba más de 140 kilos, así que creo que perdió el equilibrio. Era un hombre de hierro, no creo que se suicidara".
La naturaleza de la bestia
"Maxwell no podía afrontar la ignominia de la cárcel si se probara que era un mentiroso y un ladrón. Y sabía que eso podía pasar", dice Roy Greenslade, autor de Maxwell: The Rise and Fall of Robert Maxwell and His Empire (Carol Publishing, 1992). "Así que soy un teórico del suicidio. Creo que Maxwell se tiró".
No tiene buenos recuerdos de Maxwell. Su primer encuentro fue en una cena en un casino de Londres: "Se comportó de forma atroz, barriendo toda la cubertería y vajilla de la mesa, diciendo que estaba mal distribuida".
En su despacho, trataba de impresionar a las visitas levantando el teléfono y gruñendo: "Consígueme la Casa Blanca. Consígueme el 10 de Downing Street". Recuerda Greenslade que en una actuación benéfica, Maxwell subió al escenario para dar una charla a una primera bailarina sobre cómo hacer un movimiento. "Esa era la naturaleza de la bestia, una especie de sociópata, posiblemente psicópata en el límite".
Buen amigo de Israel —en donde invirtió grandes sumas— se decía que era un informante del Mossad, al tiempo que mantenía oscuros vínculos e intereses políticos en los países comunistas de Europa del Este. Antes de su muerte, el agente del Mossad Ari Ben-Menashe lo acusó de ser agente doble.
La especulación se avivó cuando Israel le organizó casi un funeral de Estado al que asistieron el primer ministro, Isaac Shamir, y el presidente, Jaim Herzog. Fue sepultado como judío en el Monte de los Olivos. Los teóricos de la conspiración creen que el Mossad lo mató porque Israel le negó un préstamo y él amenazó con tomar represalias. También lo cree Ghislaine, para quien ese día oscuro de hace 31 años fue solo un presagio de días aún más oscuros por venir.
La cómplice del monstruo
El dinero de Maxwell había proporcionado a Ghislaine estatus y un billete a la élite. La enviaron a Nueva York para allanar el camino de su padre cuando compró el Daily News. Se quedó para siempre y se convirtió en figura prominente del Café society de Manhattan y los Hamptons, se fotografiaba con Bill Clinton, Donald Trump e incluso el papa Juan Pablo II.
Era una socialité fija en los it places. Con una impresionante lista de contactos, incluidos el príncipe Andrés y Chelsea Clinton, era una habitual en eventos de recaudación de fondos, vernissages, presentaciones de libros y bodas de sociedad. Con su acento británico de cristal tallado, era una figura exótica y seductora entre los happy few de la Jet Set.
Se integró en el círculo íntimo de Jeffrey Epstein y le facilitó contactos, volaba con él en su jet y organizaba cenas para personas influyentes en las mansiones del financiero, de quien era mitad exnovia, mitad empleada, su mejor amiga y conseguidora. La relación fue beneficiosa para ambas partes. Ella le presentaba a sus amigos ricos y poderosos; él financiaba el estilo de vida que, tras la muerte de su padre, ella ya no podía permitirse.
Al igual que Robert Maxwell, Epstein había llegado a la opulencia desde unos orígenes humildes. Y, como Maxwell, caería en desgracia y moriría en oscuras circunstancias.
En 2019, fue arrestado por explotar y abusar sexualmente durante más de una década de decenas de niñas y mujeres en sus propiedades en Palm Beach (Florida), Manhattan, Nuevo México o su isla privada en el Caribe. Se ahorcó en su celda y el foco de las autoridades se volvió hacia Ghislaine.
Sabía qué gustaba a Epstein
Los detalles de la relación no son fáciles de precisar. Cuándo comenzó, cuánto duró y en qué consistía exactamente. Según la acusación, gran parte de su vida parecía estar organizada por ella. Era la proxeneta y mantenía con él una "relación íntima". Los exempleados de la mansión Epstein en Palm Beach declararon que era la administradora de la casa, supervisaba al personal y se ocupaba de las finanzas.
"Ghislaine reclutaba y controlaba a las niñas, sabía lo que le gustaba a Jeffrey", declaró la víctima Sarah Ransome
Su compañera de Oxford Anna Pasternak descarta que Ghislaine sea menos culpable que Epstein: "Sin ella, él no hubiera tenido acceso a tantas chicas jóvenes, cuyas vidas destruyeron", ha declarado a BBC News. "Ghislaine reclutaba y controlaba a las niñas, sabía lo que le gustaba a Jeffrey", declaró la víctima Sarah Ransome al programa Panorama de la BBC.
Es tentador concluir que así como Maxwell aprendió a apaciguar los caprichos de su padre voluble e intimidante, aplicó esas mismas habilidades con Epstein.
Un destino infamante
A veces, Ghislaine estaba presente durante los encuentros sexuales del depredador. En julio de 2020, fue arrestada en su mansión de New Hampshire. Durante 22 meses, Ghislaine estuvo en una celda de aislamiento de 1,8 por 2,7 metros en el Centro de Detención Metropolitano en Brooklyn. Dormía en una cama de cemento y estaba bajo vigilancia las 24 horas con 10 cámaras, incluida una que rastreaba su movimiento. No se le permitía moverse a los rincones de la celda ni estar a menos de un metro de la puerta.
Según sus abogados, cuando salió de esa celda fue amenazada de muerte por una compañera de prisión. Una reclusa reveló a varias compañeras que le habían ofrecido dinero para asesinar a Ghislaine y que planeaba estrangularla mientras dormía. "Hay numerosas reclusas que no dudarían en matar a la señora Maxwell, ya sea por dinero o fama", denunciaron sus abogados.
"Numerosas reclusas no dudarían matar a la señora Maxwell, por dinero o por fama", denunciaron sus abogados
Un destino infamante para una mujer que había pasado la mayor parte de su vida rodeada de lujos exorbitantes. Según los fiscales, también eran exorbitantes e infamantes los delitos que la habían llevado allí. La fiscal adjunta Alison Moe dijo al jurado que Epstein no podría haberse aprovechado de las adolescentes durante tantos años sin la ayuda de la socialité. "Maxwell era una depredadora sofisticada que sabía exactamente lo que estaba haciendo. Manipuló a sus víctimas y las preparó para el abuso sexual", dijo Moe en su alegato final.
Tanto Robert Maxwell como Jeffrey Epstein escaparon de ser juzgados por sus crímenes. Los abogados defensores argumentaron que Ghislaine era una víctima de su padre y el chivo expiatorio de Epstein, la vieja historia de una mujer que carga con las fechorías de su pareja.
El enigma psicológico
Escribió Freud con resignación: "La gran pregunta que nunca ha sido contestada y a la cual no he podido responder, a pesar de mis treinta años de investigación del alma femenina, es ¿qué quiere una mujer?". Esa perplejidad asalta a quien se acerca al alma de Ghislaine. Para una vida desplegada ante los focos, los detalles de su biografía son inusualmente esquivos. Es una mujer difícil de conocer.
Para quienes hemos seguido el juicio, parece evidente que mucho de lo que se había asumido sobre ella (el tipo de relación con Epstein, la fuente de sus ingresos y, con bastante frecuencia, sus motivos) no era lo que parecía. Sus crímenes también desafían toda explicación. Ghislaine sigue siendo indescifrable.
A menos que nos remontemos a su madre. Betty Maxwell murió en el verano de 2013 en la Dordoña (Francia) a los 92 años. Cuando publicó sus memorias —tres años después del fatal baño nocturno de su marido—, proféticamente auguraba la desgracia de su hija quien, como ella misma, se enamoraría de un monstruo.
Maxwell había humillado a su esposa constantemente. ¿Cómo pudo esta mujer inteligente, culta y aparentemente equilibrada atar su vida a un hombre que sabía que era un psicópata? ¿Cómo pudo su hija atar la suya a un pederasta?
Cuanto más abusaba Maxwell de Betty, más decidida estaba ella a ganarse su amor, una tarea que comparó con los trabajos de Sísifo. "Para retener su amor, estaba dispuesta a abandonar mi propia personalidad por completo", escribe en su libro. "Quiero vivir por ti, quiero ahogar mi alma en tus deseos", le escribió a su marido en una carta. "Solo tendrás que decir lo que quieres y se hará, expresa un deseo y lo satisfaré. Tal vez descubras que la criatura medio desollada que has desnudado aún merece ser amada".
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Los fiscales dijeron que el dinero fue el incentivo de Ghislaine. El periodista John Sweeney, que ha analizado el caso en su podcast Hunting Ghislaine, sugiere un motivo psicológico más profundo. "No puedes entender su relación con Epstein sin entender su relación con su padre", dice. La verdad es que Ghislaine aprendió a servir a su padre y luego tuvo que servir a otro monstruo, es lo que hizo toda su vida.
"No puedes entender su relación con Epstein sin entender su relación con su padre", dice el periodista John Sweeney
Los documentos del juicio prueban que se enamoró de Epstein después de la muerte de su padre y que el depredador se aprovechó de sus traumas de infancia. Leyendo las memorias de su madre, es difícil no ver a ambas —madre e hija— como víctimas de un amour fou, de un desvarío emocional. La madre confiesa haber estado loca de amor por un monstruo y no es descartable, sino al contrario, que la hija amara a Epstein mucho más de lo que manifiesta.
Betty admitió que debería haber abandonado a su marido. Pero no lo hizo porque "lo amaba mucho, era mi vida entera. Todo lo que hacía, lo hacía por él. Me entregaba a él total e incondicionalmente". A veces, Robert le decía "bien hecho" y "solo por esas migajas todo valía la pena".
Cuando murió Maxwell, dijo Betty: "Dios no permita que me encuentre con él de nuevo". También Ghislaine ha renegado de Epstein, aunque acaso solo para rebajar su condena. Tal vez comparta esta fe de su madre: "Hay algo que decir sobre el amor verdadero; es muy enriquecedor. No hay nada degradante en amar a otro ser humano hasta el exceso... El amor nunca se desperdicia. Todavía lo amo y siempre lo haré".
Los cargos contra Ghislaine son tan impactantes (acoso y tráfico sexual de niñas para abuso de un pederasta) que es tentador buscar una explicación en su infancia malversada por un padre autoritario y narcisista y en una pasión amorosa como la que llevó la ruina y la desgracia a la vida de Madame Bovary.
La historia de Ghislaine se desarrolla en un mundo enrarecido de internados y mansiones en dos continentes y es probable que termine en una cárcel tan hermética como su propia alma.
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