Frente al ocaso, el capitán Carlos Andrade aguarda con los brazos cruzados a que el resto de su equipo vuelva a la base aérea de Torrejón de Ardoz, en Madrid. En la manga derecha de su uniforme color caqui luce un enorme parche con el distintivo del 43 Grupo de Fuerzas Aéreas del Ejército del Aire. El lema de la compañía reza: 'Apaga... y vámonos'. El ruido de un motor lejano comienza a vibrar en un cielo cada vez más anaranjado. Proviene de un pequeño punto negro en el horizonte que, en pocos segundos, transforma su silueta en la de un gigantesco Canadair.
En su interior viajan el teniente Pérez Luis, el capitán Ramos y el brigada Arbaiza. Los dos pilotos y el mecánico de vuelo regresan de realizar 11 descargas de 6.000 litros de agua cada una sobre el incendio abulense de Cebreros, que ya ha calcinado más de 3.500 hectáreas. Tras aterrizar el anfibio rojigualdo, abren la compuerta lateral y descienden por una escalera amarilla. Llegan exhaustos, pero satisfechos de haber aterrizado en base sanos y salvos. Otra vez.
"El fuego se ha reactivado en una colina", informa el joven teniente Pérez Luis al capitán Andrade. "Puede que mañana remita, pero dependerá del viento". A su lado, los ojos del capitán Ramos brillan a pesar de que la hora azul ya da paso a la noche cerrada. "Creo que hemos hecho un buen trabajo", añade el veterano. "El incendio se ha quedado activo, pero como hemos lanzado espuma, que es muy efectiva, se notan los cambios. Es un incendio de pinar, muy complejo".
Cebreros, Las Hurdes, Sierra de la Culebra, Ateca, Monfragüe, Jerte. La batería de incendios que se replican por toda España ha dejado calcinadas ya 122.000 hectáreas en lo que va de año, y las previsiones para las próximas semanas no son nada halagüeñas. Una ola de calor que parece no dar tregua, sumada a la deficiente gestión de los montes y los devastadores efectos del cambio climático, convierten el territorio nacional en un polvorín.
Uno de los peores ha sido el de Zamora, según los datos recabados por el satélite Copernicus. Las 31.500 hectáreas quemadas lo convierten en el segundo más grande de España desde que hay registros. "Se veía la sierra de este a oeste, todo en llamas", explica el teniente Pérez Luis, quien tuvo que combatirlo desde el aire.
"Era una línea recta de focos. No se veía ningún punto en el que se pudiese parar. Había focos, focos y más focos. Es muy frustrante. Somos demasiado pequeños comparados con una línea de fuego de 30 kilómetros. Al final, con este tipo de incendios, tiene que colaborar la naturaleza".
El capitán Ramos secunda las palabras de su subalterno. 2022 está siendo una de las temporadas más duras en sus 19 años al servicio del Ejército del Aire. "Mi sensación es que hay peores incendios porque existe demasiada masa forestal por el abandono del campo", explica. "El número medio de focos se mantiene, pero el problema es que son más grandes. En parte porque el monte bajo, el matorral, va en aumento".
Es lo que se conoce como la 'paradoja de la extinción': cuanto más y mejores sean los medios y las labores de apagado de incendios, menos focos habrá el año siguiente. Sin embargo, habrá más masa forestal pendiente por arder. "Entonces se producen picos en los que se supera la capacidad de extinción prevista. Esto ocurre cada cinco años. Pasó en 2017 y está pasando este 2022".
La intensidad de los conocidos como 'fuegos de sexta generación' ha provocado que el 43 Grupo haya cubierto ya el 70% de las horas de vuelo que les corresponde en la temporada de extinción de incendios, abierta desde el 1 de junio hasta el 31 de octubre de 2022. Si llegan al 100%, se debe hacer una ampliación de presupuesto. "En años excepcionalmente duros como este, al ritmo que vamos, seguro que llegamos al tope en torno al 10 de agosto", explican los pilotos.
El mantenimiento del 43 Grupo de Fuerzas Aéreas tampoco es barato. Según especifica el Boletín Oficial del Estado, su unidad tiene un presupuesto anual de 17 millones de euros que dependen, esencialmente, del Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico (MITERD). Sin embargo, entre el mantenimiento de los aparatos, el combustible y el resto de operativas de la aeronave, una hora de vuelo puede llegar a costar 3.000€.
"El récord de horas de vuelo de la unidad es de 70 en una sola jornada", explica el capitán Ramos, que cuenta con las que pueden llegar a sumar los 10 aviones anfibios que el Ejército del Aire y el 43 Grupo tienen repartidos entre las diferentes bases aéreas de España. Eso hacen 210.000€ de recursos invertidos en un sólo día. "Y llevamos doce días volando más de 50 horas por jornada", alerta su compañero, el capitán Andrade.
Cadena de respuesta
Actualmente el 43 Grupo de Fuerzas Aéreas cuenta con 150 empleados, de los cuales 40 son pilotos que están distribuidos en las diferentes bases que el Ejército del Aire tiene repartidas en todo territorio nacional. Cada día hay 20 personas de alarma; las otras 20 están descansando.
En el momento en el que se declara un incendio, los miembros que estén de servicio se ponen en marcha. Durante la temporada 'caliente', cada destacamento tiene a un técnico de base que no pertenece ni al Ejército del Aire ni al 43 Grupo, sino al Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico.
Esa persona recibe una llamada del MITERD avisando de que una Comunidad Autónoma ha solicitado medios aéreos en la lucha contra el fuego. El técnico de base recoge los datos, las coordenadas y la información sobre los medios que están actuando sobre la zona y los deriva al 43 Grupo y a la Unidad Militar de Emergencias (UME). Los primeros quedan prevenidos mientras que los segundos activan su protocolo de respuesta.
El 43 Grupo no forma parte de la UME, pero la UME sí tiene el mando operativo del 43 Grupo. Sin la autorización de la unidad militar, los pilotos no pueden subirse a los aviones. Una vez reciben luz verde por parte de la UME, montan al avión, encienden su iPad, ponen en marcha la app AirNavigationPro, una suerte de GPS del aire, y ponen rumbo al fuego.
Canadair: 'botijos' de 6.000 litros
Uno de los grandes protagonistas de las labores de extinción de incendios forestales es el famoso 'botijo', un gigantesco Canadair de 20 metros de longitud, 3.500 litros de capacidad de combustible y 21.000 kilos de peso que tiene capacidad para recoger 6.000 litros de agua en un sólo amerizaje. "Ahora mismo tenemos 10 operativos y 8 en mantenimiento", explica a EL ESPAÑOL | Porfolio el capitán Andrade, quien señala que estos son los aviones anfibios más potentes de España.
Una operativa anti incendios de un escuadrón del 43 Grupo puede durar hasta 9 horas en un sólo día. Es el máximo legal que el Ejército del Aire permite volar a sus pilotos por jornada. Estos lo hacen en dos tandas de cuatro horas y media máximo con un descanso obligatorio de una hora entre una y otra. También alternan días: uno trabajan; el siguiente no, independientemente de si son laborables o festivos.
Sin embargo, siempre deben estar alerta por si existe alguna emergencia o hay algún compañero de baja y tienen que ser 'activados' para sustituirlo. Del 1 de junio al 31 de octubre, temporada de extinción de incendios, no conocen la palabra 'vacaciones'.
Cuando son movilizados, los pilotos pueden realizar todas las cargas de agua a las que les de tiempo su misión, sin límite, aunque el número viene definido por la distancia al mar o a un embalse, que suelen ser los lugares más seguros para recargar. Si el incendio está cerca del agua, las cargas serán más rápidas. "El récord ahora mismo está en 70 descargas en 4 horas y media. Hoy, por ejemplo, uno ha hecho 22 descargas en 4 horas y 10; otro, con 4 horas y media, ha logrado 24", explica el capitán Andrade.
Las cargas de agua y los descensos, que suelen llegar a rozar las copas de los árboles –los pilotos más avezados suelen quedarse a 30 metros del suelo, aunque a veces bajan más–, son las partes más sensibles de la operación. Primero, porque los anfibios deben amerizar y recoger el agua a no más de 120 kilómetros por hora. "Lo solemos hacer en doce segundos, aunque depende mucho de la cantidad".
Durante este proceso despliegan los 'probes', unos pequeños conductos rectangulares similares a toberas a través de los cuales se llena el depósito de agua. Después, vuelven a tomar vuelo cargados de miles de litros que acaban soltando sobre los puntos críticos de los incendios. Abren las famosas compuertas rojas que se sitúan en la panza del 'botijo' (dependiendo del modelo de si el modelo Canadair es C 215-T o 415 tienen dos o cuatro portones) y dejan caer el agua.
"Las descargas son más efectivas próximas al objetivo", comenta el piloto. "Nosotros no tenemos límites a la hora de descender. Todo va según la sensación del piloto. Más de uno ha rozado los árboles. Eso sí: la operación tiene que ser segura, no podemos bajar para hacernos los chulos. ¿Descendemos mucho? Por supuesto. Pero siempre que no veamos peligro sobre el terreno".
Los protocolos del 43 Grupo son tan estrictos que si existe cualquier duda sobre la seguridad de la operación, los pilotos deben abortarla. Por ejemplo, si al llegar a un embalse como el de San Juan, muy transitado por turistas, hay bañistas o gente en barcas, deben dar media vuelta para no poner en riesgo la vida de los civiles. Un percance inesperado como chocar contra un pájaro también puede dar al traste una operación. "Ayer mismo tuve que volver desde Cebreros porque impactamos contra un ave".
Héroes y Corsarios
Adentrarse en la base aérea de Torrejón de Ardoz es como traspasar una línea que separa realidad de ficción. Pasada la garita de seguridad se despliegan ante el conductor numerosas pistas de asfalto tan largas que se pierden en el horizonte. A los lados hay edificios, algunos residenciales y otros de oficinas; de vez en cuando aparece una maqueta gigante de un caza o un restaurante para soldados. También hay una bolera que sirve enormes bocadillos y hamburguesas a buen precio y una gigantesca pista de aterrizaje en la que descansan tres Falcon.
"Esto lo hicieron los americanos", indica el capitán Andrade mientras guía a EL ESPAÑOl | Porfolio a través de las instalaciones principales de la base. Por eso resulta imposible sustraerse de las imágenes que legaron Top Gun o Pearl Harbor. De hecho, en las propias oficinas del 43 Grupo hay colgada una fotografía de Goose, uno de los compañeros de vuelo del mítico Maverick al que encarnaba Tom Cruise. "Tenemos un compañero que es clavadito a él", confiesa entre risas el capitán Andrade. "Ya sabes, bromas de la oficina".
En esos mismos despachos, en temporada baja, él y el resto de compañeros se encargan de organizar tareas rutinarias, como gestionar pedidos de material –en el caso del capitán Andrade, especialista en cartografía, llevaba casi un año tratando de recibir unos iPads con sistemas de navegación actualizados– o planificar sus ejercicios de vuelo. Porque los pilotos del 43 Grupo nunca paran de volar, aunque queden meses para la llegada del calor y el fuego. De hecho, si pasan más de 50 días sin pilotar un avión, deben realizar un curso de "refresco". Entrenan constantemente para perfeccionar sus dotes de vuelo y realizan formaciones continuas que les permiten ascender de rango.
Son medidas estrictas, aunque en otros casos tienen protocolos extremadamente laxos. De ahí que habitualmente se los conozca como "corsarios del aire'", explica el capitán, enseñando un parche con una calavera que lleva en el pecho. "Se nos conceden excepciones a la regla. Por ejemplo: cualquier avión que despegue debe tener un plan de vuelo, pero nosotros no. Simplemente llamamos a torre y decimos que vamos a una misión de extinción. También tenemos excepciones para volar bajo en zonas urbanas. Podemos descender más de lo permitido para realizar las cargas de agua, siempre siendo segura la maniobra". Todo está regulado, pero la normativa es más blanda.
"Trabajar en esto es muy motivador, aunque lógicamente desearíamos que no hubiese incendios", añade el piloto. "La gente nos suele dar las gracias y nos transmite mucho cariño". Y pone como ejemplo el día en que, yendo él de civil a comprar a un supermercado en Canarias, una empleada lo reconoció, se deshizo en elogios y le pidió una fotografía. "Eso es algo que te llena".
El buen ambiente queda ligeramente ennegrecido cuando el sargento Fernández, el encargado de coordinar las llamadas de emergencia que llegan del MITERD para solicitar operativos, anuncia que ha habido un nuevo foco de incendios en Tenerife y tienen que derivar a su escuadrón de Málaga. Otros compañeros, esta vez los de Andalucía, deben subir a un anfibio y ponerse en marcha.
Lejos de mostrarse exhaustos, los 'Corsarios del Aire' llevan su día a día con motivación y buen humor. Se dejan la piel para controlar la expansión de las llamas desde el cielo, y creen exagerado que se les llame 'héroes'. "No, no lo somos. Simplemente hacemos nuestro trabajo de la forma más profesional posible", añade el capitán Andrade.
"Toda la unidad está haciendo un esfuerzo tremendo durante estos días. Desde los tripulantes, pilotos y mecánicos de vuelo hasta nuestro personal de mantenimiento, gracias al cual podemos volar los aviones", reflexiona, orgulloso, el joven piloto, quien concluye: "No es más que la forma que tenemos de servir a nuestro país".