La subida generalizada de temperaturas y los fenómenos meteorológicos extremos han empezado a hacer estragos en el clima mundial. Sin embargo, las advertencias sobre las consecuencias de llevar al límite el medio ambiente no son una novedad. De hecho, en 1989, cuando en España seguía sin hablar de cambio climático, una mujer decidió ir a contracorriente y dar la voz de alarma: Charo Pascual. Era física de formación y la segunda mujer del tiempo en la historia de TVE.
La antecesora de Pascual en el cargo había sido Pilar Sanjurjo, recientemente fallecida a los 78 años de edad. Desde su puesto en el Servicio Meteorológico Nacional (la actual AEMet), viajó a la Antártida para medir la magnitud del llamado agujero de la capa de ozono. También advirtió de las consecuencias del aumento de las temperaturas, pero fue como predicar en el desierto.
Mientras Pilar Sanjurjo realizaba sus mediciones entre los hielos, Charo Pascual hacía su aparición frente a la audiencia televisiva. Opiniones de compañeros y compañeras que coincidieron con ella aquel 1988 en TVE dijeron: "Revolucionó el tiempo. Su simpatía, belleza y profesionalidad la convirtieron en uno de los personajes de moda del 89 y el 90".
Otra persona que la conoció afirma que era una gran comunicadora: "Sabía cómo transmitir la información. Empezamos a trabajar juntas en el mismo medio y era una mujer muy guapa, muy lista y con mucho carácter”.
1988 fue un año importante en la conciencia del calentamiento global. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) y las Naciones Unidas crearon el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), un grupo que aglutino a 400 científicos de todo el mundo para que estudiaran el aumento de la temperatura planetaria.
En paralelo a la creación del IPCC; entró en vigor el Protocolo de Montreal, también auspiciado por la ONU. Fue el único firmado por todos los países del mundo, y tenía como objetivo proteger la capa de ozono. Sin embargo, a finales de los ochenta, en España aún se confundían ambos procesos físicos: calentamiento y disminunción de la capa que protege la Tierra de los rayos solares y ultravioleta.
Y, lo que era peor: la comunidad académica se mostraba escéptica sobre si los datos mostraban una tendencia irreversible o si tan sólo se trataba de un ciclo térmico como otros que había vivido el globo en el pasado.
Una entrevista en la radio
Charo Pascual estaba al día de las últimas investigaciones. Era 1989. En el programa medioambiental ¡Las mujeres y los niños primero! de la extinta Radiocadena Española (RCE) fue entrevistada para exponer su punto de vista como física y meteoróloga. Una opinión, además, que incluía el plus de su creciente popularidad.
Lo primero que hizo fue diferenciar entre la disminución de la capa de ozono y el calentamiento global. "El agujero del ozono está producido por los gases llamados clorofluorocarbonos (CFC) presentes en los líquidos refrigerantes y en los aerosoles", dijo. "Cuando un rayo de sol encuentra una molécula de los gases CFC libera el cloro; el cloro roba al ozono uno de sus átomos y lo convierte en oxígeno. Así disminuye la capa que nos protege de la radiación ultravioleta del sol y ha permitido la vida en la Tierra”.
En cuanto al entonces llamado efecto invernadero, su clarividencia fue parecida: “Este es otro problema. Tiene que ver con el uso de los combustibles fósiles, es decir, carbón, petróleo y gas, que liberan dióxido de carbono en tales cantidades que las plantas no pueden absorberlo. La capa que forma el CO₂ en la atmósfera impide que parte de los rayos del sol salgan de nuevo al espacio tras impactar con la corteza terrestre. Es como cuando dejamos un coche al sol con las ventanas cerradas. El sol entra pero no puede salir”.
"La Tierra se dirige hacia un aumento de su temperatura si no ponemos remedio", sentenció. Fue una lección sencilla e impactante, pero pese a la gravedad de sus conclusiones nunca abandonó en aquella entrevista su afabilidad. Incluso se dejó llevar por las risas. Como si no quisiera del todo asustar. O como si, de tan claro que lo tenía, lo envolviera ya todo en su normalidad vital.
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Una semana después, el programa entrevistó al catedrático de Climatología de la Universidad Jaume I de Castellón José Quereda. Y aquí las cosas ya no estuvieron tan claras. Quereda, reputado geógrafo, dudó de que con los datos conocidos se pudiera afirmar que el planeta estaba calentándose. “Los científicos necesitamos series más largas de mediciones para asentar un pronóstico”, opinó.
Dos chicas del tiempo
Alta, espigada, ojos claros, con una dicción magnética y una telegenia natural, Charo Pascual no sólo explicaba con sencillez y eficacia las diabluras de las borrascas atlánticas. Fuera de pantalla, en tertulias y entrevistas, fue la primera voz conocida en alertar del agujero de la capa de ozono, en ligar su proceso de destrucción a la actividad industrial y en advertirnos de lo que ocurriría si no actuábamos a tiempo.
De origen asturiano, Pascual había estudiado Física en Valladolid. En los escasos blogs y foros que hablan de ella, sus camaradas de clase la recuerdan como “hiperactiva, algo triste, independiente, valiente, simpática y soñadora”.
Cuando terminó la carrera, Charo Pascual entró con un contrato en el centro de RTVE en Castilla y León para presentar la información meteorológica. Desde Madrid la ficharon en 1988. No era la primera mujer del tiempo en los telediarios. En 1985 se había despedido de las mismas funciones Pilar Sanjurjo.
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Pascual dejó TVE en 1990 y tras un breve paso por Antena 3, donde siguió presentando la información meteorológica, desapareció de la vida pública, agobiada por la fama. Años antes, intentó llevar ayuda humanitaria a Somalia, país en el que 300.000 personas murieron en 1992 debido a las guerras y hambrunas.
En 2018, una emisora asturiana entrevistó a afectados por el deficiente servicio de Renfe en una línea local. Una de las voces atendía al nombre de Charo Pascual. Se deja ver en los atardeceres paseando por el bosque a sus dos perros. El silencio habla.
El miedo del científico
En el monumental anuario Estadísticas Históricas de España, de la Fundación BBVA aparecido en 1989, el apartado 'clima' no incluía siquiera las temperaturas como factor importante en la actividad humana. Ese era el caso que la estadística, la demografía y la ciencia concedían a las variaciones térmicas que ya estaban siendo estudiadas en todo el mundo.
Su coordinador, Albert Carreras, de la Universidad Pompeu Fabra, se vio obligado, en la segunda edición de 2005, a subsanar el olvido: “En estos últimos años se ha producido tal explosión de preocupación sobre el fenómeno del calentamiento global que ahora resulta indispensable trabajar con las series de temperaturas”.
Realmente, los datos ya estaban ahí envueltos en un alarmante color rojo. Únicamente había que verlos e interpretarlos sin la precaución –a veces, temor a ser rebatidos por otra autoridad– habitual de los círculos académicos. Madrid, por ejemplo, había pasado de 12,5 grados centígrados de temperatura media en 1888 a 15,8 grados un siglo después. Quizás la humanidad perdió un tiempo precioso en discutir si la serie de cifras y valores era lo suficientemente larga.
Hacia la Antártida
Nacida en Sada (A Coruña), la predecesora de Charo Pascual en el cargo, Pilar Sanjurjo, también se licenció en Física y fue, junto a Dolores Parra, la primera mujer en entrar en el Servicio Meteorológico Nacional. Optó a la plaza de la Escuela Naval de Marín en 1970 pero, tal como reconocería después de jubilarse, “existió cierta presión, por ser mujer, para que no pidiera dicha plaza y fue ocupada por un compañero que iba detrás de mí en la orden de petición”.
Cambió Marín por el aeropuerto de El Prat, en Barcelona. Para entonces ya había sustituido durante unas vacaciones al entonces hombre del tiempo de TVE, Eugenio Martín Rubio, el meteorólogo que se apostó el bigote en directo a que al día siguiente no iba a llover en Madrid. Al día siguiente apareció sin bigote.
Desde el año 74, Pilar Sanjurjo presentó la información meteorológica en TVE, con su acento marcadamente gallego y sus ojos fijos mirando fijamente a cámara. En 1985 le afectó la Ley de Incompatibilidades –que impide que un funcionario desempeñe más de un cargo en una institución pública– y tuvo que elegir entre su adscripción al Servicio Meteorológico Nacional y su vinculación a TVE. Escogió el primero y abandonó las pantallas.
Poca gente sabe de su labor investigadora. En 1988 se embarcó en el rompehielos argentino Almirante Irizar en dirección hacia la Antártida. Fue la primera expedición científica que preparó la instalación de la base española Juan Carlos I. Pilar Sanjurjo no sólo elaboraba las predicciones meteorológicas para los helicópteros que garantizaban el reavituallamiento y el traslado de personal, sino que también estudió el comportamiento del agujero del ozono en uno de sus lugares críticos: el polo sur. Treinta años antes el científico estadounidense Charles David Keeling, Sanjurjo ya había estado allí tomando muestras.
La curva gráfica que lleva su nombre es una bisectriz que se inicia en las 300 partes de CO₂ por millón en 1960 y llega a las 396 ppm en 2012. Prácticamente una recta incesante con un ángulo de 45 grados siempre hacia arriba. Sin embargo, las concentraciones de CO₂ medidas en el hielo del glaciar Law Dome de la Antártida muestran concentraciones constantes entre 270 y 280 ppm durante los mil años anteriores al siglo XVIII, que es cuando comenzaron a crecer.
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Los registros de hielo muestran que las concentraciones de CO₂ no tienen precedentes en los últimos 650.000 años de la vida de la tierra. Y, si bien es cierto que en los últimos 400.000 ha habido al menos cinco picos de dióxido de carbono, el mérito de Charles David Keeling fue ligar con datos exactos este último incremento con la actividad industrial humana.
Un gran referente histórico
Hace 166 años hubo otra mujer destinada a revolucionar la ciencia. Esta vez ella vivía en Albany, Nueva York, y se llamaba Eunice Foote. Tuvo que presentar sus estudios con nombre de hombre. Fue la primera en dar la voz de alarma sobre el infierno meteorológico que se avecinaba. Al igual que Sanjurjo y Pascual, el silencio y el olvido se cernió sobre sus vidas tras advertir de los peligros del cambio climático. Su género, por supuesto, tuvo mucho que ver.
Eunice Foote nació en una familia de agricultores de Conneticut. Tenía once hermanos y hermanas y estudió en el colegio Troy Female Seminary. El alumnado del seminario podía asistir a clases de una facultad de ciencias cercana, donde Foote aprendió los fundamentos de química y biología.
Animada por las ideas del biólogo Amos Eaton, que abogaban por la integración de la mujer en el mundo de la ciencia, Eunice participó en la fundación del Seneca Falls Convention, la primera asamblea norteamericana que debatió en 1848 los derechos de la mujer. Eunice fue una de las primeras sufragistas de Estados Unidos.
Cuando Eunice se encerró en su laboratorio con varias probetas y tubos, en 1856, miles de kilómetros de líneas férreas comenzaban a extenderse hacia el oeste de los Estados Unidos con sus locomotoras humeantes y carboníferas en busca del oro de California. Mientras, miles de indios nativos y bisontes eran exterminados por esta expansión del hombre blanco. La fiesta industrial caminaba hacia su apogeo.
En su estudio, Eunice Foote disponía de un material exigüo: cuatro termómetros, dos cilindros de vidrio y una bomba de vacío. Primero aisló los gases componentes de la atmósfera y los expuso a los rayos del sol, tanto a la luz solar directa como a la sombra. Al medir el cambio de sus temperaturas, descubrió que el CO₂ y el vapor de agua absorbían calor suficiente como para afectar al clima. Su conclusión fue radical: el dióxido de carbono provocaría un planeta más caliente.
Verdades como puños
En 1992 tuvo efecto en Río la primera de las llamadas Cumbres de la Tierra que, periódicamente, escenifican un enfrentamiento entre las oenegés ecologistas, que urgen a tomar medidas drásticas contra la contaminación, y los gobiernos, que dilatan la toma de decisiones.
La gobernanza mundial –mayoritariamente masculina– se lo ha tomado con calma. El protocolo de Kyoto, para reducir en un 5% las emisiones de CO₂ a la atmósfera, fue firmado en 1997, y entró en vigor en 2005 para actuar sobre un periodo que finalizaba en 2012. Quince años para ser aplicado.
Naturalmente, no tuvo éxito: la curva de concentraciones no ha dejado de crecer.
Hoy, al menos, la comunidad científica asume mayoritariamente varias verdades, si no como puños, al menos como puñetazos. Desde 1978 los hielos marinos y los glaciares disminuyen. Desde la misma década, la sequía aumenta en el planeta. Desde hace medio siglo, la temperatura sube globalmente.
Desde la década de los 70, los ciclones tropicales se incrementan en el Atlántico Norte, y el aire caliente resulta como un combustible para ellos. Los procesos primaverales se adelantan y las plantas y animales se desplazan a mayores altitudes para huir del calor. Hay varios cientos de especies biológicas en proceso de alteración debido al clima. El agua del mar crece a la velocidad de un centímetro por año.
En su Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, el gobierno español considera que el cambio climático ya es “inevitable” y que si no se implementan medidas contundentes, en 2050 “las sequías afectarán a un 70% más de nuestro territorio y 27 millones de personas vivirán en zonas con escasez de agua. 20.000 morirán al año por el aumento de las temperaturas”.
150 años olvidada
La mañana del 23 de agosto de 1856, Foote se reunió en Albany la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS). No hubo ponencias significativas, salvo el estudio de Foote. No pudo presentarlo con su nombre, sino bajo la firma del profesor Joseph Henry. Primero, porque era mujer. Segundo, porque era feminista. En su lectura, Henry desveló la identidad de la autora con estas palabras: “La ciencia no es de ningún país ni de ningún sexo. La esfera de la mujer abarca no solo lo bello y lo útil, sino lo verdadero”.
Eunice Foote se anticipó en tres años a los experimentos del físico y químico británico de origen irlandés John Tyndall, al que se ha considerado hasta ahora el descubridor del efecto del CO₂ en la atmósfera. En 1859 Tyndall probó que gases como el dióxido de carbono, el metano o el vapor de agua bloquean la radiación infrarroja y podrían causar variaciones sustanciales en el clima.
Cuando Tyndall publicó su tesis no mencionó a Eunice Foote. Hoy habría sido un caso de vanidad científica y apropiación intelectual insufriblemente machistas. En aquel momento, el olvido se atribuyó a la dificultad en las comunicaciones. Pero lo cierto es que encerró tintes discriminatorios que han durado siglo y medio.
Según una publicación National Geographic, no hay lugar a dudas: Eunice Foote fue “la primera científica en teorizar que incluso aumentos moderados en la concentración de dióxido de carbono (CO₂) atmosférico podrían provocar un calentamiento global significativo”. Lamentablemente, ante el ninguneo que sufrió su experimento, Eunice Foote dedicó los últimos años de su vida a patentar inventos propios. Ideó un vulcanizado para que las suelas de los zapatos no chirriaran al andar y una máquina de hacer papel con el corte perfecto.
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La famosa científica fue injustamente olvidada durante 150 años y apartada de su descubrimiento del efecto invernadero. En 2011, el geólogo Raymond P. Sorenson la rescató del ostracismo gracias a un artículo titulado La investigación pionera de Eunice Foor sobre el dióxido de carbono y su advertencia sobre el calentamiento global.
Cuando Foote realizó su experimento en 1856, la concentración de CO₂ en la atmósfera rondaba las 290 ppm. En 2022 es de 410 ppm. Nadie quiso escucharla, y hoy la humanidad paga las consecuencias. Lo mismo ocurrió con Pilar Sajurjo y Charo Pascual, quienes pusieron sobre aviso a la humanidad, pero fueron ignoradas y olvidadas. No obstante, su mensaje sigue vivo y su voz se alza con más fuerza que nunca.