El barcelonés Mario Lacruz (1929-2000), uno de los más grandes editores del siglo XX, empezó como escritor de novelas policíacas con El inocente, en 1953. Años después, pasando de la ficción a la realidad, se convirtió como auténtico inocente en el principal protagonista en España de la terrorífica persecución que el régimen fundamentalista islámico iraní desató a escala planetaria contra el escritor Salman Rushdie, sus editores y sus traductores. Una fetua o edicto religioso del imán Jomeini, en febrero de 1989, los condenó a todos ellos a muerte por publicar el libro Los versos satánicos, considerado una blasfemia contra "el Islam, el Profeta y el Corán".
Como director general y accionista de la editorial Seix Barral, del Grupo Planeta, Lacruz fue el responsable de que viera la luz en español la novela del autor anglo-indio. Su valiente decisión le acarreó un sinvivir cuando empezaron a llegarle a su oficina y a su casa de Barcelona cartas y llamadas amenazándolo de muerte. Él les quitaba hierro y decía que el peligroso de verdad es el asesino que no se anuncia.
Como el sicario que el 12 de agosto fue a matar a Salman Rushdie cuando iba a dar una conferencia en Chautauqua (Nueva York). Hadi Matar, un estadounidense de origen libanés de 24 años (su apellido, inquietante en español, significa "lluvia" en árabe), le asestó tres puñaladas en el cuello y cuatro en el estómago y le causó heridas punzantes en el ojo derecho y en el pecho, según describió el fiscal.
Mientras Salman Rushdie, de 75 años, yace en el hospital por sus graves heridas, el hijo de Mario Lacruz, Max Lacruz (Barcelona, 1962), director de la editorial Funambulista, reconstruye en una entrevista por escrito con EL ESPAÑOL | Porfolio cómo sufrió su padre esta fanática caza al hombre y las circunstancias de la traducción (véase al final del texto la información sobre quiénes fueron los autores de las dos versiones en castellano, publicadas de forma anónima).
El estoico editor y novelista español no dejaba traslucir su preocupación, pero era para tener mucho miedo: en julio de 1991 mataron al traductor japonés Itoshi Igarashi cerca de Tokio e hirieron al traductor italiano Ettore Capriolo en Milán; en julio de 1993, fundamentalistas islámicos incendiaron el hotel donde se alojaba el traductor turco Aziz Nesin en la ciudad turca de Sivas y, aunque él escapó vivo, murieron asesinadas en las llamas 37 personas. Poco después, en octubre de 1993, le pegaron tres tiros en Oslo al editor noruego William Nygaard, herido grave.
Mario Lacruz, silencioso, guardaba las cartas con las amenazas de muerte contra él y los recortes de prensa que informaban del reguero criminal de los extremistas, como recuerda Max, uno de sus cinco hijos. Su padre murió de un aneurisma en mayo de 2000, camino de cumplir 71 años.
Pregunta.−¿Cómo vivió Mario Lacruz la publicación de Los versos satánicos de Salman Rushdie, un libro emblemático de los siglos XX y XXI por sus tremendas repercusiones? Él fue la persona que más peligro corrió en el ámbito hispánico, porque, al contrario que el traductor o traductora anónimo, él sí era identificable, ¿no?
Respuesta.−Lo vivió mal, como es lógico. Coincidió además con la fase final de un cáncer pulmonar de mi tía, que vivía con nosotros en esos meses terribles de paliativos, y que murió por esas fechas, con 59 años. Ambas cosas quedaron tristemente vinculadas. Y, en efecto, era identificable como editor y recibió amenazas, tanto en el despacho como en casa. Intentó mantener el perfil más bajo posible, a pesar del interés de los medios en entrevistarlo.
P.−¿Cómo habría reaccionado él al intento de asesinato de hace unos días contra Rushdie?
P.−Imagino que habría reaccionado con indignación, como cualquier persona de bien, pero también con desprecio hacia los autores intelectuales, pues detestaba los fundamentalismos; que igual que a los nacionalismos, consideraba hijos de la ignorancia y de la estupidez y propios de mentes pueriles.
"Detestaba los fundamentalismos y nacionalismos, que consideraba hijos de la ignorancia y de la estupidez"
P.−¿Qué cuenta sobre el caso Rushdie en sus memorias inéditas?
R.−Hace una serie de reflexiones sobre el libro, que le gustaba, y sobre la estulticia de los fanáticos. Y sobre cierto periodismo carroñero al que el asunto Rushdie ponía los dientes largos, pero que no habían leído siquiera el libro.
Las amenazas
R.−¿Cuántas cartas y llamadas de amenazas recibió en su domicilio de Barcelona? ¿Qué decían exactamente esos fanáticos?
P.−No sé cuántas en la editorial, pero sí se conserva en la casa de mis padres la media docena que imagino llegaron allí. En esa época, ¡los listines telefónicos eran útiles! Son bastante burdas, del tipo: "Es usted un infiel y el Supremo vendrá a cobrarse su venganza, sus hijos nunca vivirán tranquilos mientras el libro le enriquece a usted, su sangre será la expiación por el pecado que comete", etcétera. Algunas no eran ni anónimas: éstas eran más moderadas, no amenazaban de muerte, firmaban con un nombre y la dirección y el logo o el membrete de un Centro de Estudios Islámicos o del Corán, de algunas ciudades españolas o sudamericanas, y pedían la retirada del libro simplemente porque era un blasfemia, ofendía a todo buen musulmán, etc. Las conservaba juntas abrazadas con una gomita y un papel a modo de cubierta donde escribió: "Otros chalaos".
P.−¿Qué comentaba a sus familiares, a su entorno, sobre esta persecución?
R.−Apenas nada. No verbalizó gran cosa. La procesión iría por dentro. Tuvo, eso sí, alguna discusión con mi madre [Isabel Bassols, conocida como Bel], que le pedía que no publicase el libro. Decidió publicarlo, finalmente, como es sabido, pero tuvo dudas y tentaciones de no hacerlo en algunos momentos, supongo, por lo que recuerdo de esas discusiones. Seguía muy de cerca lo que hacían o pensaban hacer otros editores en otras lenguas, por otro lado, vistos los recortes de prensa que conservó. No sé si con sus colaboradores y colegas editores comentaba mucho al respecto. Era un hombre de pocas palabras y poco dado a exteriorizar sus sentimientos. No tenía ni tuvo ningún afán de protagonismo en este asunto.
"Tuvo alguna discusión con mi madre, que le pedía que no publicase el libro. Decidió publicarlo, pero tuvo dudas"
P.−Al debatirse sobre la conveniencia de publicar el libro o no, ¿qué pros y contras sopesó?
R.−Eso sólo lo sabía él y ya no está para contarlo.
P.−¿Tuvo protección policial? ¿Adoptó medidas de seguridad por su cuenta?
R.−En el despacho de Seix Barral supongo que las autoridades pusieron algún policía en el portal o la portería, como sucedió en el portal de nuestra casa, discretamente, como pude comprobar yo mismo. No me consta que contratase protección por su cuenta, pero puede ser que lo hiciera, al menos en las semanas más complicadas, en las que la prensa aireaba mucho el asunto, y era inminente la publicación del libro, hacia abril y mayo de 1989. Pero, de haberlo hecho, nunca lo habría contado.
P.−¿Mario Lacruz creía que finalmente iban a lograr atentar contra Salman Rushdie, como ha ocurrido 33 años después de su publicación en España?
R.−No le habría sorprendido, supongo, la noticia, opinando lo que opinaba de los fanáticos islamistas, enemigos de Occidente. Mi padre era un gran defensor de los valores occidentales. Y la posmodernidad, que ahora se declina bajo el marchamo de wokismo, le parecía una majadería. Detestaba el comunismo. Le gustó publicar Archipiélago Gulag en Plaza & Janés y, ya en Seix Barral, Vida y destino de Grossman. En 1974 viajamos a Budapest, desde Viena (donde vivía recién jubilada su amiga la agente literaria Anne-Marie Lifezis, que había fundado la agencia IECO instalándose luego en Barcelona) en un periplo europeo, porque quería ver con sus propios ojos el comunismo y sus estragos, al menos "una vez en la vida". La catedral húngara aún tenía impactos en las vidrieras de las revueltas de 1956, el gobierno no quiso repararlas. Ese detalle le llamó mucho la atención.
P.−¿Por cuánto dinero compró los derechos de Los versos satánicos en Frankfurt?
R.−No recuerdo la cifra, pero desde luego pagó bastante por el anticipo en la feria de Frankfurt de octubre de 1988, en una subasta. Volvió contento de Alemania con el libro, pensando que sería un éxito de ventas, pero por su calidad. Nunca pensó que se produciría la fatwa unos meses después de haberlo contratado.
P.−¿Se mostraba satisfecho del resultado y el esfuerzo, pese al riesgo?
R.−Nunca se mostró orgulloso de haberlo publicado, ni comentó nada con nosotros en ese sentido. Lo publicó y punto. No quería hablar del caso. Le fatigaba la prensa que andaba detrás de declaraciones suyas. En la hemeroteca apenas hay constancia de que dijera algo personalmente, más allá de algún comunicado que emitió el sello. El viejo Lara, dueño del Grupo Planeta en que se hallaba Seix Barral, en cambio, hizo alguna declaración, anunciando que sí se publicaría. Quería aprovechar el tirón mediático, seguramente.
P.−¿Comentó luego si le mereció la pena?
R.−No creo en absoluto que lo contratase pensando en que podría haber la polémica y la crisis diplomática que se produjeron; ni que llegaría nunca a haber amenazas contra el autor, los editores y traductores. Cosa que ocurrió y en algunos casos de las amenazas se pasó a los actos, como sabemos.
P.−¿Se comunicó con Rushdie durante esos años?
R.−Rushdie mandaba unas filmaciones a casa, en formato VHS, en unos sobres grandes, que imagino grababa desde sus refugios con cámara de vídeo de la época, y luego le hacían copias en VHS. Supongo que los mandaba a sus editores, agentes y otras personas de su entorno profesional. Estos envíos ponían de mal humor a mi padre, de hecho, lo exasperaban. La primera cinta la visionó un poco, yo estaba a su lado, a mi padre le pareció que era bastante incoherente lo que decía, seguramente por su situación psicológica, pero también en parte por la mala calidad del sonido y el inglés atropellado de Rushdie… Y decidió dejarlo estar. Los siguientes envíos ni los abrió. Ahí andarán los sobres en los cajones de la cómoda del salón donde guardaba las cintas de vídeo. Yo tampoco los he visionado, ni pienso hacerlo, ni mucho menos compartirlos con la prensa, porque creo que a mi padre no le habría gustado ninguna de estas cosas, y a Rushdie menos. Era un correo hasta cierto punto privado, aunque lo recibían varias personas vinculadas con el libro.
"Rushdie mandaba filmaciones a casa, en formato VHS, que grababa desde sus refugios. Exasperaban a mi padre"
P.−¿Qué decía Rushdie en las cintas de vídeo que enviaba?
R.−Por lo poco que escuché, comentaba los casos de los traductores y editores atacados, y se quejaba de la mala vida que le tocaba llevar, y espero que alguna palabra de ánimo para los editores y traductores, a los que imagino les hacían tan poca gracia como a mi padre estos envíos.
P.−¿Conoció personalmente a Rushdie?
R.−Sí, lo trató en la Feria de Frankfurt, creo recordar, pues comentó una vez que era un tipo divertido.
Traductor/a fantasma
P.−¿Cómo fue el proceso de la traducción, a quién se la encargó?
R.−Se le encargó la traducción, al poco de haber contratado los derechos para lengua española, a una veterana traductora de la casa, que ya traducía libros para mi padre en su época de director de Plaza y Janés. Se hizo con prisa, y el resultado resultó mediocre: lo he comentado alguna vez con gente, y de nuevo hace unos días, con mi amigo Miguel Sáenz, que me había señalado errores flagrantes de traducción respecto a ciertas expresiones idiomáticas inglesas. A Miguel le fastidió el asunto de la traducción porque muchos creen, al haber traducido otras obras de Rushdie, y al conocerlo él en persona, que era Miguel quien estaba detrás del seudónimo, lo cual no es cierto.
P.−La traducción apareció firmada por "J. L. Miranda".
R.−Se puso como nombre de traductor a un inexistente J. L. Miranda para proteger a la traductora. Y eso fue porque resulta que un tal Miranda parece que había sido un traductor de la Segunda República, exiliado o represaliado, no recuerdo bien. Era un guiño y un homenaje al tal Miranda. Una idea algo peregrina de Pere Gimferrer, seguramente, que por agotamiento mi padre aceptó, en mala hora por lo siguiente: lo que nunca se imaginó mi padre, ni nadie, es que aparecería un señor sudamericano de nombre J. L. Miranda, quien decía ser traductor profesional en un país sudamericano, y que reclamaba una indemnización por el daño que le causaba ese seudónimo vinculado a un libro como ése: decía que su vida estaba en peligro y que su carrera estaba arruinada por esa coincidencia. Se negoció el asunto a través de abogados y el tal Miranda recibió una buena cantidad de dinero: ¡será la primera vez que un traductor cobra sin haber traducido nada!, como me recordaba el otro día Pollux Hernuñez, cuando se lo comenté.
Un traductor llamado como el seudónimo decía que su vida peligraba por la coincidencia, y lo indemnizaron
P.−¿Cuánto se pagó por la traducción? ¿Se pagó algún plus de peligrosidad?
R.−Supongo que se le dio un plus a la traductora por las prisas, pero no por la peligrosidad, el encargo fue anterior a la polémica; además, la identidad de la traductora quedó protegida. Hasta el día de hoy. Pocos la conocen. Miguel Sáenz me dice que falleció no hace tanto, a una edad muy avanzada.
P.−¿Estaba satisfecho Mario Lacruz con esa traducción, que se tuvo que hacer deprisa?
R.−Seguro que mi padre le metió un poco de pluma a la traducción, como hacía con muchas de ellas, pero sin duda el trabajo se hizo con prisas porque la idea era sacarlo cuanto antes, hasta que ocurrió lo que ocurrió en febrero de 1989 con la fatwa, y entonces la salida del libro se paralizó varios meses. Además, el libro es denso, y con un inglés particular muy propio de Rushdie y muchas referencias culturales e idiosincrásicas sobre el Islam; habría requerido de un traductor con más tiempo y una gran capacidad de documentarse.
P.−¿Cómo surgió la idea de arropar la edición con otros sellos editoriales y el Ministerio de Cultura?
R.−En otros países se hablaba de hacer algo parecido. A Jorge Semprún, ministro de cultura a la sazón, y amigo de mi padre, debió de parecerle bien la idea. Hay que saludar aún hoy a los 17 editores, algunos amigos de mi padre, que pusieron su nombre en la edición, y a Semprún por poner al Ministerio como paraguas protector. Muchos editores declinaron sumarse a la iniciativa. Los valientes fueron estos: Aguilar, Anagrama, Alianza, Alfaguara, Cátedra, Círculo de Lectores, Columna, Destino, Empúries, Lumen, Muchnik, Pórtic, Planeta, Temas de Hoy, Siglo XXI de España, Tusquets y Versal.
Supe, una vez fallecido mi padre, que algunos editores le afeaban que habiendo "dado la cara", en cambio no repartiese los beneficios del libro con ellos, ellos que habían arrimado el hombro: en las memorias se lee entrelíneas que es algo que a mi padre le dolió, y que habría querido hacerlo, pero desde "arriba" no le dejaron. Quiero añadir que mi padre no quiso hacer muchas reediciones del libro, ni pasarlo a la colección de bolsillo de Seix Barral o a la de bolsillo de Planeta. No quiso aprovechar el tirón comercial. ¿Las razones de esa actitud?: que cada cual se haga su propia composición.
Sus memorias siguen inéditas. "En 2029 se cumple su centenario, sería una bonita ocasión" para publicarlas
P.−¿Está prevista la publicación de sus memorias inéditas, Mil días en la montaña, sinfonía inacabada?
R.−No, de momento. Algún día espero que sí. En 2029 se cumple el centenario de su nacimiento, sería una bonita ocasión.
Libertad de expresión
P.−En esos años, tras la publicación de Los versos satánicos, ¿qué dijo, qué escribió después de cada noticia de un nuevo ataque contra traductores y editores del libro en otros países, o disturbios mortales (Japón, Italia, Turquía, Pakistán, Noruega...)?
R.−Vide supra. Apenas nada. Pero es cierto que seguía muy de cerca las noticias y guardaba recortes de prensa, sobre todo de prensa extranjera, sobre el tema.
P.−Aparte de Mario Lacruz, ¿participó en la toma de decisiones sobre Los versos satánicos algún directivo del Grupo Planeta, como el que era director general entonces, Miguel García Píriz?
R.−Imagino que sí, que García Píriz y su suegro, el viejo Lara, se reunieron con él varias veces para ver si al final publicaban el libro o no. Es lógico que así fuese.
P.−Mario Lacruz no quiso seguir publicando a Rushdie, salvo un libro posterior. ¿Fue por la angustia que le produjo esta letal polémica?
R.−Publicó el siguiente libro, que era un libro de cuentos, en 1991, a pesar de lo ocurrido con Los versos satánicos. No hubo pues tal angustia. Puede ser que ese libro lo hubiera contratado al mismo tiempo que Los versos satánicos en la Feria de Frankfurt de 1988. La fatwa se dictó en febrero de 1989. El libro salió en mayo de 1989. Y dos años más tarde los relatos. Ésa es la secuencia. Quien firmó la traducción de Harún y el Mar de las Historias es F. Roldán, y sólo ha traducido un libro, ése, en su vida... Espero que esta vez no hubiese que indemnizar a nadie... Para la obra posterior al libro de relatos, simplemente, otros editores pujaron más, supongo. O mi padre dejó de tener interés en ellos, por razones que desconozco. A mi padre no le gustaba pagar anticipos que consideraba desmesurados, sólo por tener un "nombre" de prestigio en el sello. Imagino que después del escándalo mundial, las subastas por los derechos de los nuevos libros se pusieron por las nubes.
P.−¿Qué decía él sobre la libertad de expresión, cómo la aplicó en su carrera como editor y escritor?
R.−Eso daría para toda una entrevista monográfica. Para su libro El inocente, premio Simenon, de 1953, el escenario en que transcurre la trama tuvo que situarlo en un país imaginario para sortear así la censura. En el guion de la que escribió para la película de José María Forn, basado en la novela, titulada Muerte al amanecer, el detective de policía corrupto, coprotagonista, tuvo que reconvertirse en un corredor de seguros ambicioso que hace trampas (lo encarna José María Rodero), porque la película se desarrolla en unos escenarios que son claramente españoles y la censura lo exigió. Diré también que su última novela, El ayudante del verdugo, de 1971, es una sátira de la corrupción franquista y que quiso publicarla él mismo en su propio sello del momento, Plaza Janés, para no involucrar a un colega editor si había problemas con la censura. Pero siempre dijo que si se quería hacer política, había que hacer política y no escribir novelas.
"Siempre dijo que si se quería hacer política, había que hacer política y no escribir novelas"
P.−¿En qué medida tu trabajo con la editorial Funambulista continúa el de Mario Lacruz?
R.−En absoluto: él fue unos de los grandes editores de su época, publicó más de cinco mil títulos, edificó el emporio Plaza y Janés desde cero, tuvo unos años muy prósperos con el sello de corta vida Argos Vergara (Los topos de Torbado y Leguineche, Alguien voló sobre el nido del cuco de Kesey, El factor humano de Graham Greene o Extramuros de su amigo Jesús Fernández Santos), y estuvo al mando de Seix Barral muchos años [1983-1998], tal vez los mejores años, la época dorada del sello en cuanto a resultados y libros de máxima venta (superventas como El perfume, El libro del desasosiego, Donde el corazón te lleve, En brazos de la mujer madura, todo Saramago, gran parte de la obra de Vargas Llosa, varias novelas importantes de Cela, libros de Marsé, Mendoza, y las obras de los nuevos valores como Muñoz Molina, Llamazares, Rosa Montero…). Mi sello en cambio es muy modesto, casi un hobby, sin más pretensión que la de publicar cosas que me gustan, esperando que no me cueste demasiado dinero el seguir activo. He publicado algunos inéditos de mi padre, también. Somos un sello muy pequeño y modesto.
"Publicó más de cinco mil títulos, superventas como 'El perfume', todo Saramago, gran parte de Vargas Llosa..."
P.−¿Qué piensas sobre el ataque a Rushdie?
R.−No me sorprendió la noticia; era una espada de Damocles para él. Entiendo que quisiera dejar de llevar escolta siempre, y que procurase desde hace años hacer una vida más normal privada y pública. Entiendo menos las escasas medidas de seguridad del evento en el que se produjo el ataque. Celebro que siga vivo, y que pueda testificar: tanto en el juicio, espero, en su momento, como ante la opinión pública: sus palabras serán muy escuchadas y estoy seguro de que serán de calado. En cuanto al fanatismo religioso: me supera, lo veo como una variante de los fanatismos ideológicos, que tanto daño y muerte han generado a lo largo de la historia. Este fanatismo en concreto me preocupa en la medida en que va a más. El islamismo político es una realidad cada vez más consolidada.
[Carmen Balcells, la Mítica Agente de Escritores que Habría Sido Onassis de Nacer Hombre]
Es una guerra de civilizaciones, en el fondo, en la que el modelo de democracia liberal, con su libertad de expresión y de información especialmente, se juega su propio ser. Creo que, como con las caricaturas que causaron la muerte de tantos periodistas de la revista satírica Charlie Hebdo, las élites culturales tendrían que manifestarse con más entusiasmo en contra de ese fanatismo islamista, y exigir a los gobiernos que tomen medias serias que dejen claro que nuestros valores son innegociables. La Realpolitik que me gustaría ver practicada por nuestros gobiernos occidentales es la de no colaborar con regímenes que maltratan a su población, que discriminan a las mujeres y a los extranjeros, que reprimen toda forma de disidencia, llámense Arabia Saudí, Irán, Siria… Pero lo mismo ocurre con Cuba o Venezuela. Por no hablar de Rusia, con la que debimos cortar ya y sancionarla en 2004 cuando lo de Chechenia.
P.−¿Pensaste en aquellos años, cuando vivía tu padre, que le podría pasar a él lo que ahora a Rushdie?
R.−Sí, claro que pensé que le podría pasar algo malo a él. Me preocupaba y mucho. Yo ya no vivía en casa, vivía en el extranjero, pero iba muy a menudo a visitar a mis padres y me quedaba en la casa familiar. Fueron unos meses muy complicados, que coincidieron con la enfermedad de mi tía, como ya dije antes. Malos recuerdos de aquellos meses.
P.−Cualquier otro aspecto que quieras destacar.
R.−Agradecerte que te hayas acordado de mi padre, nadie lo ha hecho estos días con ocasión del atentado a Rushdie.
Quiénes tradujeron al español el libro condenado
La primera traducción al español de Los versos satánicos, publicada en Seix Barral en 1989, fue obra de una mujer: una veterana y discreta traductora que trabajaba habitualmente para la editorial. Traducía del inglés, alemán, francés e italiano. Murió a edad avanzada hace poco tiempo. Para protegerla, la editorial ocultó su nombre bajo el seudónimo masculino "J. L. [de José Luis] Miranda", que en el registro del ISBN aparece también como "José Antonio Miranda Vidal". La verdadera identidad de la traductora no se ha publicado nunca. Por los datos recabados, no puede ser otra que Ana María de la Fuente.
El traductor y miembro de la Real Academia Miguel Sáenz, que a sus 90 años sigue activo, ha tenido que desmentir reiteradamente haber sido el autor anónimo de la primera versión castellana de Los versos satánicos. Se la atribuyeron erróneamente en privado por el hecho de que él tradujo los libros anteriores y varios de los posteriores de Salman Rushdie, del que es amigo.
Sáenz explicó a Alejandro Luque en una entrevista publicada en 2019 en la revista M'Sur que la segunda mujer de Rushdie, una estadounidense, lo llamó para decirle que el novelista quería que él también tradujera Los versos satánicos. Al preguntar en la editorial Seix Barral (cuyo director general, Mario Lacruz, había comprado los derechos de esta novela), el director literario, Pere Gimferrer, le comunicó que la traducción ya se la habían encargado a otra persona, que es la traductora mencionada antes.
En 2003 apareció una nueva traducción en español de Los versos satánicos, en el sello Debolsillo, que pertenece a Penguin Random House Grupo Editorial. En esta traducción también se ocultó por seguridad el nombre real del traductor bajo la firma genérica "Documentación y Traducciones, S. L.". Este texto es el recogido en sucesivas ediciones. La nueva versión la escribió el novelista, periodista y traductor madrileño Eduardo Chamorro. Su nombre lo reveló en 2010 a modo de homenaje su amigo el escritor Mariano Antolín Rato en un artículo en la revista El Trujamán titulado "Asesinar al traductor", tras la muerte de Chamorro a los 63 años, de cáncer, en julio de 2009.
Que el culto y polifacético Eduardo Chamorro tradujo la segunda versión anónima de Los versos satánicos lo confirma a EL ESPAÑOL | Porfolio su viuda, Rocío Martínez. En conversación telefónica, Martínez explica que su marido era un gran admirador de Salman Rushdie desde que leyó su novela Hijos de la medianoche (1981) y que la pareja fue a visitarlo a Londres en los años 80, antes de que tuviera que vivir escondido. Recuerda que su casa era caótica y que Rushdie "fue muy amable" con ellos.
"Entré a saludar, salí y Eduardo se quedó con él mucho tiempo hablando para una entrevista. Creo que la publicó en Cambio 16", cuenta. Dos décadas después, Eduardo Chamorro escribió y publicó de forma anónima la nueva traducción de Los versos satánicos. Ediciones del Viento sacó en 2019 la novela póstuma de Chamorro, Las aguas del fantasma.
10 euros por página traducida
¿Cuánto cobró la primera traductora española? Como orientación, el escritor y traductor Antonio Rivero Taravillo enseña su propio primer contrato por una traducción, con una editorial de Barcelona, en 1989, precisamente el año de publicación en España del libro de su muy admirado Salman Rushdie: le pagaban 23 pesetas por cada línea de 70 caracteres con espacios.
"A ojo de buen cubero, el traductor cobró 375.000 pesetas brutas", estima el autor sevillano sobre las 520 páginas del libro condenado por los fundamentalistas. Incluyendo la inflación acumulada, ese dinero equivaldría hoy a algo más de 5.150 euros. Unos diez euros por página. Las tarifas, proporcionalmente, se mantienen igual hoy. "No ha habido grandes progresos", señala Rivero Taravillo, que como narrador ha sacado en Pre-Textos la novela 1922: el año mágico de la literatura universal en que se imprimió el Ulises de James Joyce y La tierra baldía de T. S. Eliot.