En el principio fue Olaf Scholz. O, para ser más exactos, en el principio fue la necesidad desesperada del canciller de Alemania de aligerar la dependencia de su país respecto del gas natural ruso. Congelado el Nord Stream por parte de Gazprom, primero alegando unas ridículas tareas de mantenimiento y después directamente siguiendo órdenes de Vladimir Putin, Scholz se vio entre la espada y la pared. De un lado, la necesidad de buscar alternativas; del otro, la presión de Los Verdes, su socio de gobierno, reacios a reflotar programa nuclear alguno.
Entonces aparecieron España y Francia en la ecuación. Con el objetivo de reducir la dependencia del gas ruso, el gobierno de Pedro Sánchez propone construir un gasoducto desde España a Francia a través de los Pirineos catalanes, el MidCat, por el que aumentaría el caudal de gas argelino y de otros orígenes que se distribuye en Europa. España incrementaría así su importancia como país intermediario y reduciría de paso el histórico aislamiento de la península Ibérica, una "isla energética". Pero el presidente francés, Emmanuel Macron, se niega a colaborar y rechaza el proyecto. Y la Comisión Europea elude respaldar la solución española y se desentiende del conflicto entre sus dos socios. Sánchez ha dicho esta semana que no cejará en su demanda de interconexiones, porque "no es una cuestión de bilateralidad" sino "del conjunto de la UE".
Para medir la urgencia, hay que tener en cuenta que en 2021 el 55% de las importaciones de gas de Alemania vinieron de Rusia. El Nord Stream no solo funcionaba a toda mecha, sino que ya estaba construido el Nord Stream 2, solo pendiente de unos pequeños flecos burocráticos por parte de Bruselas para empezar a operar.
La relación entre Merkel y Putin había sido excelente en lo económico y Scholz lo sabía de primera mano: al fin y al cabo, el líder socialista había ejercido de vicecanciller en "la gran coalición" entre 2018 y 2021, compaginando el cargo con el de ministro de Economía. El cierre del gas ruso parecía el último clavo en el ataúd de la recesión (0,8% de crecimiento del PIB en el primer trimestre de 2022 por un 0,1% en el segundo). El pánico acabó apoderándose de la tradicional locomotora de Europa.
Hacía falta buscar alternativas, aunque fueran parches, y en esas Scholz puso sus ojos sobre un viejo proyecto hispanofrancés: un gasoducto que pretendía unir Martorell (Barcelona) con territorio galo, unos 235 kilómetros de tuberías que permitirían el acceso desde el continente a las abundantes reservas españolas de gas natural licuado (GNL), procedente en su mayor parte de Argelia, Estados Unidos y Qatar. España no produce gas pero desempeña un importante papel en su cadena de transformación y transporte. Además del gas que le llega de Argelia por dos gasoductos, recibe en sus puertos barcos cargados de gas natural licuado. Las plantas españolas de regasificación devuelven el líquido al estado gaseoso para enviarlo a Europa por gasoducto.
Hablamos de unos 17.000 millones de metros cúbicos al año, solo un 4,5% de las importaciones de gas ruso a la Unión Europea, pero suficientes para ir deshaciéndose poco a poco de la dependencia con Putin y ayudar, de paso, en el proceso de adopción de energías más limpias como el gas llamado "hidrógeno verde" (solo es verde cuando, para separar por electrolisis el hidrógeno del oxígeno que hay en el agua, se usa electricidad obtenida de fuentes renovables, no de combustibles fósiles).
El gasoducto, llamado MidCat (abreviatura de Midi, la región del sur de Francia, y Cataluña), había empezado a construirse en 2010 con una inversión inicial de 3.100 millones de euros, pero las obras se detuvieron a los pocos meses, cuando el presidente francés Nicolas Sarkozy y su gobierno mostraron su falta de interés.
En 2013, la insistencia del gobierno de Rajoy permitió que el MidCat formase parte de la lista de proyectos de interés común de la Unión Europea, lo que significaba una aportación de 442 millones de euros (152 en el lado español y 290 en el francés), pero ni siquiera eso sirvió para dar vida a un proyecto que se dio por abandonado definitivamente en 2019, cuando ambos países entendieron que con las interconexiones gasísticas de Larrau (Navarra) e Irún (Guipúzcoa) ya era más que suficiente.
El proyecto se abandonó en 2019, al entender que las interconexiones de Larrau e Irún eran suficientes
Con todo, Scholz sintió que los tiempos habían cambiado y se puso en contacto con Pedro Sánchez, que acogió con entusiasmo la revitalización del gasoducto. Teniendo en cuenta la clásica alianza entre las dos grandes potencias europeas y la dificilísima situación por la que están llamadas a pasar ambas, el canciller alemán dio por hecho que en el Elíseo también aceptarían su propuesta, pero solo prometieron estudiarla. Con el tiempo, han acabado rechazándola. No contaba Scholz con la tradicional rivalidad entre vecinos mal avenidos que siempre ha rodeado a las relaciones franco-españolas.
"Isla energética"
La negativa de Francia a continuar con la construcción del MidCat, junto a la de Bruselas a financiar el proyecto o hacerlo al menos más atractivo con una legislación ad-hoc, se puede justificar de mil maneras, pero es obvio que la principal es puramente política: a París le interesa que España siga siendo, con Portugal, una "isla energética", aislada del resto de la Unión en términos de interconexiones eléctricas y gasísticas. Le interesa por una cuestión de poder: de entrada, Francia cree que con sus plantas nucleares va a tener solucionado el problema del suministro a corto plazo. Si a alguien le interesa ese gas que pasaría por la frontera es a Alemania y a otros países con poco aprovisionamiento, como los bálticos. ¿Por qué invitar a España a esa mesa pudiendo la propia Francia venderles su propia energía?
Desde el inicio de los tiempos, ambos países se han mirado con desconfianza, pero Francia tiene una ventaja irremontable: la geografía. Por su localización, puede conectar directamente con Alemania, con Italia, con Reino Unido, con Bélgica, con Suiza y con la propia España. Por su parte, España solo tiene interconexiones energéticas con Portugal, Andorra, Francia, Marruecos y Argelia. Estos dos países magrebíes, además, están enfrentados entre sí y son socios, por separado, de Francia, lo que determina a menudo sus políticas económicas en relación con España.
El MidCat puede ser una buena solución para Alemania y el resto de la Unión Europea, pero no es algo que Francia necesite y, desde luego, no a ese precio. Unámosle a eso el optimismo antropológico que Macron demuestra constantemente con Putin, a quien estuvo bailándole el agua con negociaciones que no iban a ninguna parte hasta el día antes de la entrada de las tropas rusas en Ucrania. Es muy probable que Macron siga pensando en un fin próximo de la guerra, la normalización de las relaciones con Rusia y la apertura de los distintos Nord Streams para el paso del gas ruso al precio anterior al conflicto bélico.
En esas condiciones, ¿por qué darle una ventaja estratégica a España?, ¿por qué saltar determinadas líneas rojas solo por complacer a Scholz? Por supuesto, todos somos aliados, pero Francia siempre ha querido mantener su independencia y su sentido de la grandeza. Macron no puede ceder ante Pedro Sánchez. Tampoco puede aceptar sin más lo que diga un recién llegado como Olaf Scholz. En rigor, a Francia, el MidCat ni le va ni le viene, pero, precisamente por eso, ha preferido mantener su posición de fuerza a echar una mano a dos de sus vecinos. El tiempo dirá si ha hecho lo correcto.
Justificaciones
Por supuesto, cuando el Eliseo explica su postura no lo hace en estos términos, sino basándose en argumentos económicos puramente prácticos. Francia mantiene que su negativa parte de los mismos criterios de 2011 y 2019: el MidCat no es rentable. Punto. Ni lo es a medio plazo, cuando la situación se normalice, ni lo es a largo plazo, pues no está nada claro −en su opinión− que pueda servir para trasvasar hidrógeno verde, ni mucho menos, insisten, lo es a corto plazo, otro de los puntos en los que ambos gobiernos discrepan.
Solo quedan cien kilómetros por construir hasta la frontera; España dice que estaría terminado en 7 u 8 meses
Movidos por el entusiasmo y por el hecho de que solo quedan cien kilómetros por construir hasta la frontera, tanto el Gobierno de España como la Generalitat de Cataluña han repetido en las últimas semanas que las obras podrían estar terminadas en siete u ocho meses. En Francia no creen que vaya a ser así y, desde luego, no están dispuestos a trabajar a ese ritmo. Tienen otras prioridades. Los franceses estiman que el proyecto no terminaría de construirse hasta dentro de cinco o diez años, con lo que no aliviaría la actual situación de crisis energética ni ayudaría a ahorro inmediato alguno.
Insisten en París en que los dos gasoductos ya activos (Irún y Larrau) rara vez funcionan a más de la mitad de su capacidad. Cuando en enero de 2019, la Comission de Régulation de l'Énergie y la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia tumbaron la propuesta de Enagás y Teréga, buena parte de la justificación se basó en el hecho de que las interconexiones ya establecidas no eran rentables y estaban aún pendientes de amortizar. Tampoco se creía entonces que la regasificación fuera un negocio viable teniendo en cuenta la ausencia de clientes potenciales, bien abastecidos por Moscú.
Aunque la situación haya cambiado radicalmente, hay otro factor objetivo que juega en contra de España y que tiene que ver con la influencia que Francia aún ejerce sobre buena parte del Magreb, especialmente sobre Marruecos. El cambio de postura, aún no explicado claramente, del Gobierno español respecto a la autonomía del Sáhara Occidental, siguiendo básicamente la doctrina francesa y estadounidense al respecto, ha provocado el lógico enfado de Argelia.
Esto de por sí ya sería suficientemente grave, pero lo es más si tenemos en cuenta que Argelia era el mayor proveedor de gas a España y que ahora está coqueteando abiertamente con Italia, que busca ocupar la posición española como socio privilegiado.
Los gasoductos reflejan las relaciones entre España, Francia, Italia y Argelia. El gas argelino les llega a los italianos por el gasoducto Transmed, pasando por Túnez y Sicilia. Pedro Sánchez ha planteado como alternativa al parón del MidCat construir un gasoducto submarino entre España e Italia.
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Si Argelia corta el gas a España como Rusia lo ha cortado a Alemania, se pierde otro de los posibles atractivos del MidCat: no solo la regasificación del gas natural licuado estadounidense sino el transporte de gas barato del norte de África hasta el centro de Europa. Eso, en breve, piensan en París, habrá que negociarlo con Roma. Perder el tiempo en concederle a España un estatus que entienden que no se merece es innecesario y no piensan modificar su postura… Salvo que Putin siga apretando y acabe ahogando a más de uno.
Relaciones tensas
Estatus. Esa ha sido la clave de las relaciones entre España y Francia casi desde su creación. No en vano hablamos de los dos primeros países-estado como tales, con enfrentamientos constantes que ni siquiera se atenuaron a partir de 1714, cuando la familia Borbón pasó a regir ambos reinos. En cualquier caso, no hace falta irse tan atrás en el tiempo para encontrar ejemplos de una tensión siempre existente, incluso a la hora de fichar estrellas de equipos de fútbol.
El gobierno francés de posguerra aisló a la dictadura española. Entre 1946 y 1948 la frontera estuvo cerrada
La configuración de la Europa que ahora mismo conocemos partió de un desencuentro frontal entre los generales Charles de Gaulle y Francisco Franco. Para empezar, España había mostrado sus simpatías por el mismo Eje que Francia combatía y al que acabó derrotando. Aunque París se negó a intervenir en la Guerra Civil española y nunca reconoció como debería haberlo hecho la importancia de las brigadas republicanas en su propia resistencia frente a los nazis, el primer gobierno francés de la posguerra hizo del aislamiento a la dictadura española uno de sus principales activos de propaganda.
Entre 1946 y 1948, la frontera estuvo cerrada, al menos de manera formal. Hasta 1951, París no nombró su primer embajador en España, cargo que recayó en el jefe de su delegación comercial, Bernard Hadion. Las primeras relaciones entre ambos países se basaron en la famosa frase: "Las naranjas ni son fascistas ni dejan de serlo. Son naranjas". Aunque Francia vetó insistentemente la entrada de España en las Naciones Unidas, finalmente en 1955 aceptó abrir la mano. Otra cosa sería el Mercado Común Europeo.
Si España se pasó décadas mendigando su entrada en tan selecto club no fue tanto por su sistema político −la llegada de la democracia no cambió en exceso las cosas− sino por el miedo de los vecinos del Norte a que su agricultura y su minería se vieran perjudicadas. La famosa frase "Europa empieza en los Pirineos" le venía de maravilla a Francia, que se convertía en la potencia económica mediterránea por excelencia. La coyuntura histórica impidió que Francia echara también a Italia a un lado, pero con España podía hacer lo que quisiera… Y lo hizo hasta que en 1985 consideró que sus industrias quedaban a salvo y dio su brazo a torcer, permitiendo que España ingresara en la CEE al año siguiente.
Desde entonces, los desencuentros han sido constantes y el motivo siempre ha sido, por un lado, económico, y, por otro, de jerarquía. Las famosas imágenes de los camiones de fruta volcados en la frontera denotaban algo más que un conflicto comercial: era la expresión de superioridad de un país rico frente a otro que pretendía dejar de ser pobre y cada vez estaba más cerca de conseguirlo. Si, durante tanto tiempo, Francia miró a otro lado en la política antiterrorista, sin duda era porque había un cierto interés en debilitar al Estado español. Solo la victoria de François Mitterrand en las presidenciales de 1981 y la posterior de su amigo Felipe González en España permitió el inicio de algo parecido a una tregua entre ambos países, normalizando unas relaciones innecesariamente hostiles.
Los otros 'MidCats'
Por supuesto, esta tensión y esta necesidad de demostrar a España que está un escalón por debajo también se ha trasladado al ámbito energético. Antes del MidCat ha habido otros proyectos que han fracasado por razones parecidas. Como apuntan Jesús M. Valdaliso, Carlos Alvarado y Patricia Suárez en su libro Nortegas (1845-2021). Historia de la industria del gas en el norte de España, el primer desencuentro se produjo en 1959, con el proyecto frustrado de un gasoducto que uniera el Cantábrico a través de Irún con el yacimiento de gas natural de Lacq, en el sur de Francia.
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Aquel era un proyecto con demasiados enemigos y adelantado a su tiempo. A finales de los cincuenta, el carbón seguía siendo el principal motor energético en nuestro país y solo el petróleo empezaba a competir a su altura. La llegada de un tercer combustible, más barato y menos contaminante, no hizo ninguna gracia en la cuenca minera asturiana, provocando protestas por parte de propietarios y trabajadores. El Sindicato Nacional del Carbón, controlado por los poderes fácticos del Franquismo, consiguió echar atrás la maniobra, que también había levantado ampollas al otro lado de la frontera.
En 1968, los empresarios vascos volvieron al ataque con una idea mucho más trabajada que incluía la creación de una empresa distribuidora y un plan de inversiones, pero en esta ocasión la propuesta llegó tarde. El gas ya estaba controlado en España y sus distribuidores no querían repartir el pastel. Por su parte, el gobierno francés, en plena crisis tras las protestas estudiantiles y la fragilidad del general De Gaulle, muy tocado políticamente por la violencia de la descolonización y de la guerra en Argelia, tampoco estaba para grandes aventuras.
Las dos conexiones gasísticas abrieron en 1993 a través de Navarra y en 2006 por Guipúzcoa
Habría que esperar hasta 1993 para la creación del gasoducto Barcelona-Bilbao por el puerto de montaña de Larrau (Navarra), uno de los dos que están en uso actualmente. El otro es el Euskadour, en servicio desde 2006 y que une la planta regasificadora de Bahía Bizkaia Gas con el almacenamiento subterráneo de Lussagnet, pasando por la localidad de Irún (Guipúzcoa).
Condenados a entenderse
El hecho de que Francia y España no sean capaces de dejar a un lado sus diferencias ni siquiera en un momento tan importante para la economía y la política europea como el actual no debería impedir recordar los éxitos de colaboración entre ambos países. Los dos gasoductos son un ejemplo de ello, pero también lo es la creación de la sociedad Inelfe en 2008, producto de la colaboración entre Red Eléctrica de España y la Réseau de Transport d´Électricité (Red de Transporte de la Electricidad) francesa.
Gracias a Inelfe, ambos países están interconectados con una capacidad de intercambio de 2800 megawatios, el doble de la anterior, mediante cinco enlaces. Aunque apenas supone el 2,8% de la capacidad energética del país, muy lejos del 10% que recomienda la Unión Europea y del 15% que se ha establecido obligatoriamente para 2030, la interconexión eléctrica con Francia es la única que tiene España con el resto de la Unión Europea. Esta circunstancia ha favorecido la "excepción ibérica" aprobada el 8 de junio por Bruselas, que permite a España y Portugal fijar temporalmente un tope al precio del gas, con cierta reticencia del lado francés, por cierto.
¿Por qué no se puede crear una sociedad similar a la eléctrica en el transporte de gas? Volvemos a la primera casilla, desde la que Scholz pretendía reconstruir su camino energético. No hay manera de que ambos países se entiendan y aúnen fuerzas. El lobby nuclear es potentísimo en Francia (el 70% de su electricidad se genera en los 45 reactores atómicos repartidos por el país) y todo lo que sea reforzar el papel del gas natural se ve con mucha desconfianza. Si el socio es España, aún más. Y si todo esto sirve para salvar a Alemania de una recesión, mejor caer todos juntos que mostrar una presunta debilidad ante Madrid.