En su último libro sobre los duques de Sussex (Revenge, es decir, "Venganza"), el periodista Tom Bower menciona el encuentro entre Meghan Markle y una entrañable anciana de 81 años, Irene Hardman. La conversación tiene lugar el 1 de diciembre de 2017, en el inicio de las actividades oficiales de la estadounidense como futuro miembro de la familia real británica (su boda con el príncipe Enrique [Harry en inglés] se celebraría el 19 de mayo del año siguiente, en la capilla del castillo de Windsor). Hardman lleva horas esperando, como otros tantos cientos de curiosos, a que los recién prometidos lleguen a la poco glamurosa Nottingham. Cuando Markle se para delante de ella, enorme sonrisa en la boca, la anciana le dice: "Es un placer conocerla. Estoy convencida de que van a tener una vida maravillosa. Cuídele por todos nosotros".
En esta última frase está resumida la visión que el pueblo británico ha tenido del duque de Sussex durante la mayor parte de su vida. El frágil duque de Sussex, la imagen aún presente en el imaginario común del niño a punto de cumplir trece años caminando torpe, cansado –"yo nunca obligaría a un niño que ha perdido a su madre a andar durante tanto tiempo detrás de su cadáver", manifestaría años después– junto a su hermano Guillermo [William], escoltando el féretro de Diana de Gales, fallecida días antes en un accidente de coche en el Pont de L'Alma parisino. El niño al que todos los británicos quieren abrazar y cuidar porque intuyen que Guillermo tiene más capacidad de sufrimiento, de adaptación, pero dudan si Enrique podrá salir de esta en sus cabales.
Una duda razonable que el tiempo irá confirmando: la adolescencia y primera juventud de Enrique es como mínimo descuidada. Enrique, vestido de nazi en una fiesta de disfraces para horror de todo el país; Enrique, borracho, atacando a un fotógrafo a la puerta de un club nocturno; Enrique, enrolado en el ejército, llamando despectivamente "paqui" a un compañero de armas paquistaní. Enrique, ya rozando los treinta, desnudo en Las Vegas, rodeado de strippers en las fotos…
Enrique, en definitiva, como el niño mimado que escandaliza a todos, pero al que nadie es capaz de reprender del todo. Su abuela lo adora y él aprovecha para colgar vídeos con ella en sus redes sociales. En 2012, en pleno apogeo de la monarquía británica, cuando coinciden el jubileo de diamante de Isabel II, los Juegos Olímpicos de Londres y el embarazo de Kate Middleton, las encuestas siguen dándole como el segundo más querido de una institución idolatrada. El pueblo está dispuesto a perdonarle todo: su vida errática, sus borracheras, sus coqueteos con las drogas… Incluso que se enamore de una estadounidense, para más inri, divorciada.
La inconformista
Estadounidense, divorciada… Y actriz. Rachel Meghan Markle lo tiene todo para levantar suspicacias en el seno de una familia que ya ha vivido algo parecido una generación antes, con la llegada casi simultánea de Lady Diana Spencer y, sobre todo, de la carismática Sarah Ferguson, esposa del polémico príncipe Andrés. Meghan y Enrique se conocen en el verano de 2016, cuando ella, una actriz de reparto en la serie canadiense Suits, viaja a Wimbledon como imagen de Ralph Lauren en el torneo de tenis.
Meghan viene de un matrimonio fallido con el productor de cine Trevor Engelson (le devolvió el anillo de boda en un sobre mandado por mensajería) y está en una relación abierta, algo extraña, con el cocinero Cory Vitielo. Sus escarceos por Gran Bretaña la han vinculado en el pasado a deportistas como el futbolista Ashley Cole o el golfista Rory McIlroy. Hay en ella una obsesión casi enfermiza con el brillo de la fama. El propio Bower resume a la Markle de aquellos años con una frase: "Como todos los actores, la inseguridad la devoraba". Busca algo a lo que agarrarse, sin saber muy bien el qué. Algo que no le puedan quitar nunca.
Hay un abismo entre la poca relevancia de su serie −y su papel en la misma− y la lucha desesperada que emprende por darse a conocer mundialmente: entra en círculos políticos y conoce a Hillary Clinton, en plena preparación de su candidatura a las elecciones presidenciales de 2016. Gracias a ella y a su entorno, consigue colaborar con la ONU, implicándose en varios viajes por África, especialmente a Ruanda.
La actriz venía de un matrimonio fallido con un productor y tenía una relación abierta con un cocinero
Sus tratos con Ralph Lauren la llevan a entablar amistad con Violet von Westenholz, relaciones públicas de la marca en Reino Unido. Las dos hablan de sentar la cabeza, de lo duro de estar solteras más allá de los treinta, de la necesidad de encontrar a alguien con quien compartir un proyecto de vida. Violet, que fue compañera de clase de los príncipes Enrique y Guillermo en Eton, se ofrece a organizarle una cita a ciegas con el hermano pequeño. Se ven a escondidas el 1 de julio…, y vuelven a verse el día 3. Cuando ella tiene que regresar a Toronto para continuar la grabación de la serie, él pasa una semana en casa de un amigo canadiense.
Por fin, Enrique ha encontrado a su media naranja, a la mujer que le entiende, le cuida y sabe verle como algo más que una figura de telediario. Alguien, como decíamos, con quien compartir inseguridades y esa sensación de que todo, en cualquier momento, puede venirse abajo. Alguien que desprecia a la prensa tanto como la desprecia él, cuyos padres también dejaron de quererse demasiado pronto y que, de alguna manera, le recuerda a su madre. "Te querrán tanto como la quisieron a ella", le dice convencido, antes de oficializar el noviazgo durante los juegos Invictus que organiza el propio Enrique y cuya edición de 2017 se celebra, cosas de la vida, en Toronto. No se equivoca demasiado.
'Meghanmanía' y 'Megxit'
Porque el caso es que, al principio, aunque la prensa británica reciba a la actriz de uñas y en palacio la vean como un capricho más de Enrique, poco a poco se va ganando la simpatía de todos. Básicamente porque, aunque en su trato privado deja que desear –"parecía sentir placer en humillar a la gente", dice Bower, algo en lo que parecen coincidir muchos de los que trabajaron con y para ella–, sabe perfectamente cómo engatusar al público, cuándo sonreír y dar una imagen adorable.
Son los breves años de la Meghanmanía, que duran hasta poco después de su boda y el nacimiento de Archie, el primer hijo de la pareja. Ni ella ni Enrique son felices. Viven en el agravio constante y la sospecha voraz. Él lleva años fantaseando con abandonar la familia real porque intuye que ya no pinta nada ahí. A Isabel II la sucederá Carlos y a Carlos lo sucederá Guillermo y a Guillermo lo sucederá Jorge. Ya hay una línea de mando de la que ha quedado completamente al margen. Quedan todas las responsabilidades y muy pocas aspiraciones.
A Meghan le sucede algo parecido. En Buckingham se niegan a que siga su carrera de actriz o monitorizan tanto cada proyecto –los guiones de Suits en su última temporada ya habían tenido que pasar por la aprobación real– que los productores salen despavoridos. Valentine Low, en su libro Courtiers: The Hidden Power Behind the Crown (Cortesanos: el poder oculto tras la corona), de reciente publicación, presenta a la pareja desquiciada y perdida. Su trato con la prensa es abiertamente hostil y la relación parece en uno de esos puntos en los que, o algo cambia, o la cosa se rompe para siempre.
Las navidades de 2020, las primeras con Archie, las pasan en Canadá, un movimiento algo extraño por lo que tiene de imprevisto –la niñera solo sabrá el destino del vuelo una vez subida ya al avión– que empieza a levantar sospechas de lo que la prensa llama un "Megxit", es decir, el traslado definitivo de la pareja a Norteamérica. Una decisión que, según Low, ya está tomada desde tiempo atrás. En su libro, comenta:
"Antes de que Harry y Meghan vuelvan de Canadá en enero de 2020, Enrique le manda un correo electrónico a su padre, explicándole que son infelices. No encajan en la estructura familiar y quieren irse a vivir a Norteamérica. Enrique parece creer que la cosa se puede solucionar por email antes de que Meghan y él vuelvan a Londres el 6 de enero. Sin embargo, la respuesta de su padre es contundente: será necesaria una reunión familiar y la primera cita disponible es el 29 de enero".
El príncipe Enrique le envió a su padre un correo electrónico explicándole que él y su mujer eran infelices
El enfado de Enrique es mayúsculo. Si ya se sentían arrinconados, esto lo confirma. Cuando llegan a Londres, amenaza con ir a ver directamente a su abuela a su residencia de Sandringham, pero recapacita en el último momento. Dos días después, el 8 de enero, la pareja hace oficial su voluntad de abandonar Gran Bretaña. De repente, por arte de magia, se hace un hueco en la agenda real para el día 13.
Hermano del heredero
La idea que exponen Meghan y Enrique en la reunión es sencilla: mantener su estatus dentro de la familia real, pero sin las ataduras que conlleva ese estatus. Vivirán en Canadá o en California, buscarán un trabajo propio, mantendrán su autonomía de pensamiento y acto…, pero seguirán representando a la corona británica allá donde sea necesario. Todos se miran confusos, Carlos y Guillermo incluidos. No pueden creerse lo que están oyendo. El riesgo de confundir lo individual con lo colectivo es enorme, inasumible.
Enrique cuenta con que su abuela, la reina, le defienda una vez más, pero no lo hace. "O estás fuera o estás dentro", le viene a decir. Y al decidir que se van, les retira el tratamiento de alteza, los honores militares ganados a pulso y se convierten así en dos civiles más. Duques de Sussex, de acuerdo, pero sin más vinculación que la sanguínea con la casa de Windsor. La decisión le parte el corazón a la reina, quien aún confiaba en morir rodeada de su familia y ve cómo su nieto favorito se va al otro lado del océano junto a su mujer y un bisnieto al que igual no vuelve a ver.
Es el momento de tender puentes, pero, por un lado, Enrique y Meghan están fuera de sus casillas y, por el otro, ni Guillermo ni Carlos son un prodigio de diplomacia. La relación de Enrique con su padre ha pasado por todo tipo de etapas, desde el desprecio al odio pasando por puntuales reconciliaciones. Cuando, de niño, le explicó que en Eton le maltrataban por ser de la familia real, a Carlos no se le ocurrió otra cosa que decir: "A mí me pasó lo mismo y fue horrible. Ahora te toca sufrir a ti".
Enrique, como Guillermo, culpa a su padre de la tristeza perenne de su madre, igual que culpa abiertamente a la prensa de su muerte. Son heridas que no se acaban de cerrar. En cuanto al vínculo que ha unido siempre a los dos hermanos, se ha ido deteriorando con el tiempo y los acontecimientos: la promesa de un Fab Four formado por ellos dos y sus dos esposas se ve truncada desde un principio: Kate y Meghan no tienen nada en común. Aunque ambas provienen de familias de clase media, sus gustos y ambiciones no pueden ser más dispares.
La promesa de un 'Fab Four' de los hermanos y sus esposas se ve truncada: Kate y Meghan no tienen nada en común
Entre las dos parejas cae un muro de malentendidos y envidias pasadas. Según Low, los duques de Cambridge se sienten en un principio abrumados por el fenómeno Meghan. Ellos no solo parecen tranquilos, cuadriculados, conformistas, conservadores, sino que son así y no entienden que de repente tengan que competir en monerías. Por su parte, Enrique ha vivido toda una vida a la sombra de su hermano mayor y eso no es fácil de digerir. Cuando nació, el elegido ya era Guillermo: para él será la corona, para él, la responsabilidad del poder. No dejan de ser, en la terminología británica, "the heir and the spare" ("el heredero y el otro"). Qué menos que darse el gustazo de acusarle de conformista y de formar parte de ese "ellos" que ha ido construyendo como enemigo temible y omnipresente.
La entrevista
Al desencuentro contribuye también la pandemia. El mundo, de repente, se hace más largo, más distante, más feo. Privados de la asignación que les correspondía como altezas reales, un dinero que dependía directamente de Carlos, la pareja empieza a temer por su solvencia económica. Ambos intentan emprender proyectos profesionales, pero la cosa no sale demasiado bien. Tras estudiar sus posibilidades, deciden dedicarse abiertamente al espectáculo y dan un paso que supondrá el punto de no retorno en la relación con el resto de los Windsor.
El 8 de marzo de 2021, coincidiendo con el tercer ingreso en el hospital del príncipe Felipe de Edimburgo a sus 99 años, Meghan y Enrique se plantan ante una entregada Oprah Winfrey para revelar todas las miserias de la familia real británica. Si veinticinco años atrás, la entrevista de su madre al programa Panorama de la BBC había abierto en canal a la monarquía frente a todos sus súbditos, ellos piensan llevar el escándalo un paso más allá.
Meghan, cuya madre es negra, acusó a la familia real de racismo en el programa de Oprah Winfrey
La entrevista con la famosa presentadora de televisión estadonidense gira en torno a varios temas: la soledad de los Sussex, el abandono a Meghan en todos los sentidos, incluso en su seguridad personal, la desatención a su salud mental, lo que la llevó a pensar en el suicidio en numerosas ocasiones a lo largo de 2019, y, sobre todo, el racismo que impera en la familia real británica. Como ejemplo de esto último, Meghan y Enrique hablan escandalizados de los comentarios sobre el posible color de piel de su primer hijo. Omiten por completo el contexto.
Según Bower, el comentario en cuestión fue solo uno, lo pronunció Camila Parker-Bowles en una conversación distendida con Carlos y Enrique, y a nadie le pareció ningún escándalo hasta que llegó a oídos de Meghan. Al parecer, Camila habría dicho algo del estilo: "¿No tendría su gracia que te saliera un hijo con pelo a lo afro?", tras lo cual todos rieron, incluido el príncipe. Meghan, cuya madre es negra, lo consideró inaceptable entonces y lo considera inaceptable ahora. Esa ofensa se convierte en la base del ataque a su familia política y, por supuesto, Oprah Winfrey, también negra, acepta su versión sin poner pega alguna.
Aunque los argumentos de los duques son muy débiles e incluso contradictorios –hasta diecisiete afirmaciones son falsas o indemostrables, según la prensa británica– sirven para partir en dos a la opinión pública. En Estados Unidos, todos se ponen del lado de la pareja: desde la administración Biden a Michelle Obama pasando, por supuesto, por todos los líderes sociales. En Reino Unido, la mayoría reacciona con un sentimiento de dolor. ¿Qué ha sido de nuestro Enrique?, se preguntan, lo que lleva al inevitable comentario machista: ¿Cómo le habrá comido ella la cabeza para hacerle decir esas cosas?
El 83% de los británicos mayores de 65 años se manifiestan indignados. El 95% de los adultos entre 18 y 24 años, en cambio, muestran su apoyo. Los índices de popularidad bajan al 13% en el caso de Enrique y al 8% en el caso de Meghan. Uno de los periodistas de cotilleos más famosos del país, Piers Morgan, presentador de Good Morning, Britain en la cadena ITV, es tan duro con la duquesa que acaba perdiendo incluso el trabajo. Una posible vuelta a casa parece, en el caso del duque, ya completamente inviable.
Spotify, Netflix, Apple TV…
Solo que el tiempo tiene otros planes. El 9 de abril de 2021, tras varios meses de sufrimiento, muere Felipe de Edimburgo. Como Meghan está embarazada de su segundo hijo –una niña, le pondrán Lilibet, el apodo que Jorge V le puso a su nieta Isabel cuando esta era una niña que no conseguía pronunciar bien su propio nombre– se queda en Los Ángeles. Enrique viaja solo, con la idea no tanto de calmar las aguas sino de reforzar su posición delante de su abuela, cada vez más envejecida y enferma. La reacción de esta, según Bower, es confiar a sus íntimos: "Menos mal que esta vez no ha venido con Meghan".
Para entonces, los duques ya han entendido que, por mucho que odien la vida dentro de la realeza, lo más rentable es vivir a su costa de forma pública. Han firmado un acuerdo con Spotify para emitir su propio pódcast y Netflix les rueda por todos lados para un reality al estilo del de las Kardashian. Necesitan contenido y el contenido en parte son ellos, pero sobre todo es la relación con su familia. Les va bien. Tanto que, según Bower, hay en el paraíso fiscal de Delaware hasta once empresas a su nombre.
Tienen su pódcast y han protagonizado un 'reality'. En el paraíso fiscal de Delaware hay 11 empresas a su nombre
En mayo de 2021, con el cadáver de su abuelo aún caliente, Apple TV emite The me you can't see (El yo que nadie ve), un documental en el que Enrique sube de nuevo el tono de las críticas y el victimismo, sin reparar en ningún momento en las posibles ventajas de las que pudo disfrutar por ser quien era o agradecer ninguna clase de apoyo por parte de nadie. En el documental, no se salva ni su abuela, que aún espera para conocer a su bisnieta en persona.
Lo hará un año después. Meghan y Enrique aceptan en junio asistir a los actos del fin del jubileo de platino como dos civiles más y tienen una audiencia personal con la reina coincidiendo con el primer cumpleaños de la niña. Enrique sigue intentando recuperar parte de sus privilegios, según Bower para poder ofrecerle a Netflix un acceso más directo a la corona, pero ya es demasiado tarde para componendas. Junto a su tío Andrés, también expulsado de la familia real y de la carrera militar, quedan como los dos grandes olvidados de las celebraciones.
La última venganza
La salud de Isabel II va empeorando a lo largo del verano. Para entonces, Enrique ya ha dado una nueva vuelta a la tuerca de la venganza, con el anuncio de la publicación de unas memorias para otoño, escritas por el periodista estadounidense J.R. Moehringer, publicadas por el grupo Penguin Random House, y por las que habría cobrado veinte millones de dólares a cambio de no dejar títere con cabeza. La segunda parte está anunciada para cuando muera su abuela.
Sin embargo, los acontecimientos se precipitan. Al día siguiente de recibir en su residencia de Balmoral a la nueva primera ministra, Liz Truss, la reina empieza a sentirse mal y, a las pocas horas, fallece. Meghan y Enrique están por casualidad en Londres, donde tienen que asistir a la gala de los premios Well Child. Ambos piensan acudir a Escocia en un vuelo regular cuando Carlos deja claro por teléfono que Meghan no es bienvenida (como, por otro lado, tampoco lo es Kate, al no ser familia directa de la reina). El enfado es tal que Enrique pierde el avión, tiene que coger un jet privado hasta Edimburgo y llega demasiado tarde a Balmoral. Como protesta, se niega a cenar con su padre y su hermano.
Durante los días posteriores, los periodistas intentan ver señales de reconciliación donde, en rigor, no hay nada. Las relaciones siguen donde estaban. En un lado del océano, el nuevo rey con el príncipe heredero y su familia. En el otro, Enrique y Meghan, siempre dispuestos a abrir otro capítulo en la lista de agravios. A su favor, buena parte de la opinión pública internacional y el convencimiento de que la Casa Real no va a contestar nunca a sus acusaciones, por muy disparatadas que en ocasiones parezcan.
En su contra, como apunta de nuevo Bower, el hecho de que han dejado a Archie y a Lilibet sin más familia que su abuela Doria (Meghan dejó de hablarse con su padre Thomas poco después de su boda con Enrique). Desde su residencia en Montecito, California, Enrique tendrá que lidiar él solo con la muerte de su querida abuela. No habrá recuerdos comunes, no habrá charlas de madrugada. Se dice que está intentando cambiar algunos pasajes del libro, previsto para octubre, pero no está nada claro con qué finalidad ni si será posible. Los bien pensados creen que va a dulcificar algunas partes referidas a Isabel II o al ya rey Carlos III. Los mal pensados pueden permitirse pensar que simplemente va a añadir algunas de las historias que había reservado para la famosa segunda parte preparada a título póstumo de la reina.
Una vez atrapados en el círculo de la ofensa y la venganza, y una vez que esa ofensa y esa venganza son tu sustento diario, tu modo de ganarte la vida, salir de la dinámica de odio y rechazo es muy complicado. Enrique es joven, a sus 38 años. Meghan también lo es, a sus 41. Tiempo tienen de reconsiderar algunas posiciones o de ver colmadas sus aspiraciones de desagravio. De momento, en Buckingham ya no se les espera. Esta misma semana, se ha sabido que Carlos III no tiene ninguna prisa en otorgar el título de príncipes a Lilibet y a Archie. Es una vieja reivindicación, bastante desinformada, de Meghan, que insiste en que les van a quitar el título por no ser totalmente caucásicos.
Al parecer, se comenta en Londres, Carlos III quiere negociar. Paz por territorios. "Confianza" es la palabra que utiliza. De momento, los ha degradado en la página web de la familia real, colocándolos al final del todo, solo por delante del Duque de York. Si es un aviso, un despiste o el lugar que realmente ocupan, está por determinar. Dependerá de ellos, por supuesto. En el fondo, siempre ha sido así. Sentirse dos contra el mundo puede ser muy romántico en algunas ocasiones. En otras, es una invitación al desastre.