Las últimas declaraciones de Putin, junto con la movilización del submarino Belgorod y su torpedo nuclear Poseidón, suponen un nuevo cambio en el paradigma de la invasión de Ucrania. "Por primera vez desde la crisis de los misiles cubanos [en 1962], tenemos una amenaza directa nuclear", ha declarado el propio Biden. Por su parte, los servicios de inteligencia de la OTAN, a la que pertenece España, se encuentran trabajando a pleno rendimiento monitorizando los desplazamientos de armamento nuclear ordenados por el Kremlin, que pueden dar pistas sobre sus planes más inmediatos.
Dentro del arsenal nuclear ruso, del que oficialmente se sabe poco, existen dos grandes categorías de armas radiactivas: las tácticas y las estratégicas. Las del primer tipo están especialmente dedicadas a atacar zonas pequeñas y acotadas en operaciones quirúrgicas. Como puede ser eliminar batallones o derribar infraestructuras concretas. Mientras que las del segundo se componen de misiles intercontinentales con miles de kilómetros de autonomía capaces de arrasar incluso países enteros con varias cabezas nucleares a bordo.
Si bien los efectos sobre el terreno de unas y otras armas son diametralmente opuestas, todas ellas suponen una gran amenaza para Europa y el mundo entero. Las estratégicas por potencia bruta y las tácticas porque pueden camuflarse dentro de cualquier sistema armamentístico de campaña —como un bindado o un lanzamisiles pequeño— y pasar desapercibidas a ojos de los servicios de espionaje.
El recuento más reciente recoge que Rusia cuenta con 1.588 cabezas nucleares activas para equipar a sus misiles estratégicos intercontinentales y 2.889 en la reserva o no desplegadas, según la Federación de Científicos Estadounidenses. Para la parte táctica, tal y como se recoge en el informe, se declara que todas están almacenadas de forma centralizada, "aunque algunos sitios pueden estar cerca de bases con fuerzas operativas".
El número es muy similar al que dispone Estados Unidos como el contrapeso mundial en todo lo relacionado con el arsenal nuclear. Los norteamericanos tienen 1.644 ojivas estratégicas desplegadas y 100 tácticas que estarían almacenadas en algunos países de Europa como Bélgica, Alemania o Italia. También se recoge 1.964 ojivas en la reserva o no desplegadas. A diferencia de Moscú, Washington lleva décadas sin renovar sus misiles intercontinentales y, en ocasiones, minimizando la carga que pueden llevar.
Ataques quirúrgicos
El armamento táctico supone uno de los grandes quebraderos de cabeza para Estados Unidos desde la Guerra Fría. Pueden ser de pequeño tamaño —como un proyectil lanzado por un obús— y extremadamente difíciles de controlar y monitorizar. Pero igualmente efectivas, por mortales y contaminantes, en el campo de batalla.
"Lo más probable es que se usen contra concentraciones de fuerzas enemigas para evitar una derrota convencional", ha contado Michael G. Vickers, exalto funcionario del Pentágono dedicado a la estrategia de contrainsurgencia, a New York Times. La radiación en la tierra "puede ser muy persistente" así como los vientos radiactivos que se generan y esparcen por medio mundo. El perfecto ejemplo se pudo observar en el desastre de Chernobyl, en el que no hubo una gran explosión, y en algunos restos en suspensión llegaron a España.
Las armas nucleares tácticas se mueven en el rango que va desde las decenas a los pocos miles de kilómetros de radio efectivo, pero nunca con alcance intercontinental. Y pueden generar un rendimiento de 1 kilotón —el equivalente a 1.000 toneladas de TNT— a poco más de 100 en el caso de las más potentes del ramo. La Little Boy estadounidense que arrasó Hiroshima tenía alrededor de 14 kilotones.
Otros reportes de la inteligencia estadounidense indican que en el arsenal ruso hay alrededor de 2.000 armas nucleares tácticas cuyas ojivas pueden integrarse en una gran variedad de misiles y proyectiles que normalmente equipan cargas convencionales no nucleares. También existen algunas versiones adaptables a torpedos, misiles antiembarcación o cargas de profundidad antisubmarinas.
El grueso de la artillería nuclear operativa hoy en Rusia proviene de desarrollos soviéticos. El proyectil principal es el 3BV2 Kleshchevina introducido en 1977 para ser lanzado desde el cañón autopropulsado 2S7 Pion; que ha participado activamente en la invasión de Ucrania, aunque con munición convencional.
El Kleshchevina tiene una ojiva con un rendimiento de entre 0,5 a 1 kilotón que sería capaz de crear una bola de fuego de 80 metros de radio y prácticamente terminar con todo lo que se encuentre en un radio de unos 500 metros, según Nukemap. Este tipo de armamento, que nunca se ha usado en un conflicto, se podría emplear para atacar a un batallón enemigo o a infraestructuras críticas.
Otro de los proyectiles tácticos a manos de Putin es la versión nuclear del 3B11. Dispone de un alcance efectivo de 20 kilómetros con un rendimiento de 2 kilotones, —el doble que el anterior— y se lanza desde el 2S4 Tulipán, un mortero pesado que entró en servicio en los años 70 y del que Rusia mantiene 9 unidades operativas.
También tácticas, pero con un concepto muy diferente, se encuentran los misiles. Rusia es una de las potencias mundiales en este tipo de arma y especialista en adaptar la misma plataforma a diferentes escenarios. El máximo exponente de ello es el misil Iskander que se ha consolidado en la invasión de Ucrania como uno de los más utilizados y mortíferos.
El Iskander cuenta con capacidad para generar un rendimiento nuclear de entre 10 y 50 kilotones, aunque nunca Rusia lo ha empleado en un conflicto con este tipo de ojiva. Con la carga máxima, el misil conseguiría un radio de destrucción de casi 1 kilómetro y una contaminación por radiactividad mucho mayor.
Dispone de un alcance de 500 kilómetros y se lanza desde un camión especialmente diseñado para él. Esto le confiere una gran flexibilidad de ataque gracias a su movilidad extrema y a un radio de acción que puede alcanzar a las tropas enemigas en el campo de batalla o
Tras el éxito del Iskander, Rusia decidió adaptarlo para que se pueda lanzar desde el aire, dando pie al misil Kinzhal (Daga, en castellano). Para ello modificó convenientemente un caza MiG-31 empleando la primera etapa de propulsión y una apariencia externa muy similar.
El Daga también puede equipar una ojiva nuclear y se encuadra dentro del armamento hipersónico a manos del Kremlin. Además, ya cuenta con cierta experiencia en combate tras varios lanzamientos dentro del conflicto con Ucrania. Su velocidad máxima se sitúa entre los 12.300 y los 14.700 kilómetros por hora y puede recorrer hasta 2.000 kilómetros.
Otro de los grandes protagonistas de esta guerra está siendo el misil Escarabajo (Tochka, en ruso). De desarrollo soviético, está presente tanto en el bando ucraniano como en el ruso, pero solo este último tiene oficialmente capacidad de acarrear una ojiva nuclear.
Lleva en servicio desde mediados de los años 70, aunque la versión más actual se entregó oficialmente a finales de los 80 con un radio de acción incrementado hasta los 120 kilómetros y una rendimiento nuclear de entre 10 y 100 kilotones. Según algunos reportes de inteligencia estadounidense, el Escarabajo habría sido empleado para ejecutar algunos ataques rusos sobre Chechenia en los años 90, aunque en ningún momento acarreando carga nuclear.
El ex alto funcionario del Pentágono también apunta a que "su utilidad estratégica sería muy cuestionable, dadas las consecuencias que seguramente enfrentaría Rusia despúes de su uso". Algo que el propio Putin ya está sufriendo en sus propias carnes con su triunvirato compuesto por China, India e Irán totalmente en contra de esta nueva escalada de tintes nucleares y piden "respetar" la integridad de Ucrania.
Arrasar ciudades
Desde el comienzo de la Guerra Fría, la otrora Unión Soviética invirtió gran cantidad de recursos a la creación de un gran ecosistema de misiles intercontinentales con capacidad nuclear. Los diferentes acuerdos de desarme firmados con Estados Unidos se tradujeron en una disminución significativa del número de cabezas nucleares disponibles, aunque nunca se han dado por extintos en su arsenal y han ido actualizando las plataformas con nuevas tecnologías.
De entre todos ellos, destaca el misil Satán II que Rusia probó a lanzarlo por primera vez en abril de este mismo año. "El nuevo misil tiene las características tácticas y técnicas más avanzadas y es capaz de superar todos los medios modernos de defensa antimisiles", según declaró Putin a raíz del lanzamiento. "No tiene análogos en el mundo y no los tendrá en mucho tiempo".
La agencia de noticias rusa TASS anunció que el Satán II cuenta con una autonomía de 17.000 kilómetros —otros apuntan 11.000 y otros 18.000 km— que, junto con su capacidad de ser transportado y lanzado desde un camión, le confiere cobertura casi mundial.
"Esta arma verdaderamente única fortalecerá el potencial de combate de nuestras fuerzas armadas, garantizará de forma fiable la seguridad de Rusia frente a amenazas externas y dará que pensar a aquellos que, en medio de una retórica frenéticamente agresiva, intentan amenazar a nuestro país", concluía el propio Putin en abril. Un escenario que sigue vigente actualmente.
Algunos reportes indican que el Satán II puede acarrear hasta 10 ojivas atómicas con una carga útil de 100 toneladas en diferentes configuraciones internas; en las que se incluye la integración de vehículos hipersónicos de reentrada Avangard. En 2017 la agencia Sputnik anunció que cada una de las 10 ojivas ofrecían un rendimiento de 750 kilotones, aunque actualmente la cifra varía mucho ante la carencia del dato oficial por parte del Kremlin.
Cada una de las ojivas del Satán pueden atacar ubicaciones diferentes de forma controlada y sincronizada y una sola arrasaría con todo lo que se encuentre en un radio de 4 kilómetros debido a la explosión. La radiación produciría quemaduras importantes en 10 kilómetros que podrían traducirse en casos de cáncer. Eso, multiplicado por 10, serían los efectos de su carga total.
Además del lanzamiento desde la superficie, Rusia tiene a su disposición el misil Bulava que puede lanzarse desde un submarino. Este tipo de armamento proporciona cobertura nuclear mundial a bordo de cualquier de los sumergibles clase Borey que tiene Moscú desplegados.
El Bulava lleva en servicio desde el año 2013 y dispone de un alcance de 8.300 kilómetros. En su interior alberga a 10 ojivas independientes de entre 100 y 150 kilotones cada una. La información oficial recoge que un submarino clase Borey —Rusia tiene 5 unidades en servicio— puede acarrear entre 16 y 20 misiles Bulava.
Dentro de los misiles intercontinentales terrestres también se encuentra el Topol-M, con una versión específica a bordo de un vehículo y otra para el lanzamiento desde silos. Se incorporó a filas en 1997 y sus 47 toneladas de peso son capaces de transportar una única ojiva de hasta 1 megatón a 11.000 kilómetros de distancia a una velocidad de 26.400 km/h.
La ojiva a bordo del Topol-M es la más potente de todas las que Rusia tiene disponibles. Su radio de destrucción total asciende hasta los 5 kilómetros y la población cercana sufriría quemaduras de tercer grado en un radio de 10 kilómetros. Sin contar los efectos de la nube radiactiva y la contaminación.
Existe una versión más moderna de este tipo de arma que puede transportar entre 3 y 6 ojivas termonucleares, con un rendimiento nuclear de entre 150 y 250 kilotones cada una. Su velocidad máxima alcanza los 24.490 kilómetros por hora con un alcance de 11.000 kilómetros y la posibilidad de transportarlo y lanzarlo desde un camión.
Otro de los grandes misiles intercontinentales con capacidad nuclear es el UR-100N, también conocido como Estilete. Lleva operativo desde 1975 y en su interior puede acomodar hasta 6 ojivas con un motor direccional independiente. Esto le permite atacar a 6 ubicaciones al mismo tiempo y con tan solo un lanzamiento.
En cuanto al poder nuclear, cada una de las ojivas tiene 705 kilotones. Una de las particularidades es que tan solo puede lanzarse desde alguno de los silos que Rusia tiene desplegados en varias ubicaciones dentro del país.
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