La longeva vida como teólogo del jesuita español José María Castillo Sánchez (Puebla de Don Fadrique, Granada, 1929) está marcada por su relación con los dos papas que han convivido entre los muros del Vaticano. El sacerdote granadino, divulgador de la Teología de la Liberación, fue víctima intelectual de uno y ahora es amigo e inspirador del otro.
El papa emérito Benedicto XVI, el alemán Joseph Ratzinger, que a sus casi 96 años yacía esta semana en su lecho de muerte, era el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe de la Santa Sede cuando en 1988 inhabilitó a Castillo para dar clases de teología en instituciones de la Iglesia católica. Cree el afectado que lo acusaron dos cardenales españoles. Ese castigo por sus posturas críticas, similar al que sufrieron otros teólogos progresistas sancionados en la época del papado de Juan Pablo II y de su cardenal Ratzinger, fue una caída en desgracia, pero se recuperó pronto.
Veinte años después, el sucesor de Benedicto XVI, el jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio, rehabilitó a José María Castillo: el papa Francisco lo llamó por teléfono, le escribió una carta y lo invitó a su lado en Roma. Las mismas ideas que le valieron a este doctor en teología la censura de Ratzinger −como guardián de la ortodoxia− y de la jerarquía de la Conferencia Episcopal Española le sirven ahora de inspiración al jefe del Vaticano, de 86 años, que lee sus libros y artículos para definir su política renovadora y aperturista. José María Castillo es, por tanto, el amigo y apoyo intelectual de Francisco, y a la vez un incansable adversario teológico de la iglesia más conservadora que representa Benedicto XVI. Castillo habla con EL ESPAÑOL | Porfolio por teléfono desde su residencia en Granada, donde vive con su compañera, Margarita Orozco. [La entrevista se desarrolló el jueves, dos días antes de la muerte del papa emérito este sábado].
José María Castillo era catedrático en la Facultad de Teología de Granada, de los jesuitas; en 1981 le quitaron la cátedra, y siete años después, en 1988, le llegó la destitución para enseñar. Cansado, dice, de tener que someter cada nuevo libro suyo, en cumplimiento de su voto de obediencia, a censores anónimos para recibir el nihil obstat de la Iglesia, en 2007 dejó "por decisión propia" la Compañía de Jesús (sin perder la condición de sacerdote). Así podía publicar libremente, sin cortapisas ni censuras previas de la Conferencia Episcopal.
Es autor de más de 50 libros, como la trilogía Teología Popular o Leonardo Boff: el precio de la libertad, sobre el castigo al creador de la Teología de la Liberación. El 2021 publicó Memorias. Vida y pensamiento y en 2023 saldrá una nueva obra, Declive de la religión y futuro del evangelio. Habla con claridad y energía, "feliz y con ilusión" a sus 93 años.
P.−Benedicto XVI, el papa emérito, está, parece ser, en sus últimos días. Él le ha marcado la vida a usted, ¿no?
R.−Bueno, marcó mi vida en cuanto que siendo él −no era todavía papa− cardenal prefecto del Santo Oficio, la Congregación para la Doctrina de la Fe, teniendo él ese cargo, me retiraron la venia docendi, el permiso de enseñar. Me prohibieron seguir enseñando en la Facultad de Teología de Granada. Esto ocurrió el año 1988. Unos meses después asesinaron en El Salvador a seis jesuitas y dos mujeres laicas que trabajaban en la UCA, la Universidad Centroamericana que había fundado el padre Ignacio Ellacuría [uno de los españoles asesinados]. Cinco de los seis jesuitas eran profesores. La Universidad quedó muy desmantelada. Me pidieron si yo podría ir a enseñar allí. Dije que sí, y he estado más de quince años yendo todos los años unos tres meses. Lo curioso es que en Granada en la Facultad de Teología oficial de la Iglesia no podía enseñar pero en El Salvador no me pusieron ninguna limitación. La explicación es que la UCA, aunque es de los jesuitas, no depende de Roma, sino del Ministerio de Enseñanza de El Salvador. Y enseñé lo mismo.
Ratzinger, luego papa, "marcó mi vida; siendo él prefecto del Santo Oficio, me retiraron el permiso para enseñar"
P.−Cuando le prohibieron enseñar, ¿le hicieron un juicio, pudo defenderse?
R.−No. Pregunté, insistentemente, si podría por lo menos saber el motivo, si es que yo enseñaba una doctrina falsa, peligrosa, contra la Iglesia, o si es que mi vida no se correspondía con la postura coherente que debe tener.... No me dieron explicación ninguna. Fui a Roma a hablar con el superior general de la orden de los jesuitas, el padre Peter Hans Kolvenbach, y más adelante hablé por segunda vez con él en Madrid. No dio motivo o explicación alguna. ¿Por qué? No lo sé, de verdad, a esto no le puedo responder.
P.−No le habrían sancionado sin el beneplácito de Ratzinger, ¿no?
R.−Es que tengo la impresión que fue el cardenal de Madrid [se refiere a Ángel Suquía, también presidente entonces de la Conferencia Episcopal Española] el que presionó al prefecto, a Ratzinger; también intervino otro cardenal, el cardenal Javierre [alude a Antonio María Javierre, que fue secretario de la Congregación para la Educación Católica del Vaticano]. Estos personajes fueron los que intervinieron, porque ellos tuvieron una larga entrevista con el padre Kolvenbach, y sin duda alguna ellos fueron los determinantes.
P.−En aquella época, a todo al que se le adscribiera en el grupo de la Teología de la Liberación lo anatematizaban, ¿no?, era como pecado...
R.−La Teología de la Liberación fue muy controladada, vamos a utilizar esta palabra, por el Vaticano, sobre todo en el pontificado de Juan Pablo II. Eso pudo influir. Pero yo no fui un profesional de la Teología de la Liberación, sencillamente manifestaba en mis enseñanzas lo que había investigado a fondo, y eso, por lo visto, no les pareció, evidentemente. Creo que la Iglesia tiene que tener una visión más abierta, en conexión con la sociedad y con lo que la sociedad necesita y demanda. Y en aquellos años no toleraban esta postura.
Puntualiza José María Castillo que siempre ha respetado y enseñado los dogmas de fe del catolicismo, pero que eso no le ha impedido cuestionar, en debate con otros teólogos y con la jerarquía, otras cuestiones religiosas que no son dogmas de fe. Él defiende, por ejemplo, que se acabe con el celibato obligatorio y que las mujeres puedan ser ordenadas para el sacerdocio igual que los hombres. Dice que lo ha defendido siempre aunque lo censuraran: "Yo quiero ser fiel a mi conciencia y a las consecuencias de mis muchas horas de trabajo".
P.−¿Se encontró con Ratzinger en algún momento?
R.−No, nunca. Nunca he hablado con él. Lo he visto en el Vaticano alguna vez, en la basílica de San Pedro. Ahora, posteriormente, en el pontificado de Francisco, he estado en las oficinas del Santo Oficio y allí pregunté, a gente que trabaja dentro, si en el archivo había documentación sobre la decisión que habían tomado. No habían encontrado nada en contra. Pero solo por el voto de obediencia tuve que obedecer y tuve que dejar de enseñar en instituciones de la Iglesia.
P.−Cuando vio a Ratzinger en el Vaticano, ¿no le dieron ganas de acercarse a preguntarle?
R.−No, no, es inútil. Si uno no tiene una audiencia... No, nunca hablé con él ni intenté hacerlo, porque era inútil.
P.−Si hubiera tenido ocasión, ¿qué le habría dicho?
R.−¿Yo a él?
P.−Sí...
R.−Que me explicara por qué habían tomado esa decisión. Es un castigo. En aquellos años salió hasta en la televisión. Pero esta es la hora en que no sé por qué ocurrió. Ya le digo que en la Iglesia ocurren cosas parecidas a esta. Como es una institución en la que muchas decisiones no son públicas, no se tiene que dar cuenta de ellas. Se toman y en paz, y el que es afectado por tales decisiones se tiene que aguantar, qué le vamos a hacer. Por eso estoy muy en desacuerdo con ese procedimiento, tendría que haber transparencia, claridad, apertura, que no hubiera oscuridad.
Si viera al papa emérito, le diría "que me explicara por qué tomaron esa decisión. Es un castigo. No sé por qué ocurrió"
P.−¿Cómo le comunicaron el castigo? ¿Por carta? ¿Oralmente?
R.−Me lo comunicaron oralmente.
P.−¿Quién se lo comunicó?
R.−El que era entonces el superior provincial de los jesuitas en Andalucía.
P.−¿Que lo llamara hace unos años el papa Francisco fue una rehabilitación para usted, una forma de decirle implícitamente, "hermano José María, nos equivocamos contigo"?
R.−Me llamó tres veces por teléfono a esta casa donde vivo.
Hace un paréntesis para explicar por qué en 2007 abandonó la Compañía de Jesús. Estaba harto de tener que someter a censura eclesiástica cada libro y, a veces, tener que cambiar sus textos, como le ocurrio con una de sus primeras publicaciones, La alternativa cristiana. Por una Iglesia del pueblo (1978). El superior general de la Compañía entonces, Pedro Arrupe (testigo y superviviente de la bomba atómica de Hiroshima en 1945), con quien Castillo tuvo "una gran amistad" y de quien dice que es la mejor persona que ha conocido en la Iglesia junto al papa Francisco, le escribió para decirle que en un capítulo de la quinta edición había que cambiar unas frases. Él disculpa a Arrupe y dice que la orden se la impusieron "de más arriba".
Publicaba entonces en la editorial Sígueme. De la editorial de los jesuitas Sal Terrae le pidieron un libro de recopilación de artículos, Espiritualidad para insatisfechos. Creían que no tedría que pasar censura previa de la Conferencia Episcopal. "Vi el cielo abierto". Pero luego resultó que sí hubo inconvenientes. Le llegó un texto de un censor en inglés conminando a revisar aspectos, y en ese tira y afloja se hartó de los obispos. Esa fue la gota que colmó el vaso de su paciencia. "Llegó un momento en que dije, ya no aguanto más, ya no aguanto más", recuerda sobre aquel incidente. "¿En qué quedamos? ¿Qué buscamos, el poder autoritario o la verdad que pueda ayudar a la gente? Entonces fue cuando tomé, yo, la decisión de abandonar a los jesuitas". Obras posteriores han aparecido en la editorial Trotta y, últimamente, en la editorial Desclée De Brouwer, fuera del control eclesiástico.
"Me llamó: 'Soy el papa Francisco'. 'Ya está bien de bromas', le dije. Se puso muy serio: '¡No, que soy el papa Francisco!'"
P.−Volviendo al papa Francisco, ¿cómo fueron las llamadas?
R.−Llamó tres veces, en días distintos. Las primeras veces llamó a las ocho de la mañana, pero yo estaba en el médico. La tercera vez llamó a las ocho de la tarde, que en Italia ya es tarde. Quedé muy impresionado cuando me dijo, "soy el papa Francisco". "Ya está bien de bromas", le dije. Se puso muy serio. "¡No, que soy el papa Francisco!". Aunque no le gusta que le llamen ni papa, ni Sumo Pontífice, Santo Padre, Su Santidad, él es Jorge Mario Bergoglio. Estuvimos hablando un rato. Insistió mucho en que rezara mucho por él, porque lo estaba pasando muy mal. En el Vaticano tiene enemigos, y enemigos mortales, y cuando digo mortales lo digo en el sentido más literal. No sería el primer caso [en que un papa muere asesinado, alude implícitamente]. Es un hombre tan espontáneo, tan libre. Salió por las calles de Roma al oscurecer, y fue por el centro hasta la iglesia pequeñita donde está el Cristo de la Peste. Él le tiene devoción a este Cristo, no sé por qué, y quiso ir personalmente a rezarle. Ahora está más limitado por su salud, lo tiene más difícil. Ya ha firmado el documento para que el día que no pueda seguir, lo releven, como hizo Ratzinger.
P.−Lo llamó Francisco a usted porque habría leído sus artículos y libros y se sentiría apoyado ¿no?
R.−Sí, él ha leído bastantes cosas mías, eso sí lo sé. Un cardenal argentino me dijo que sabía que tenía mis libros, los leía y los utilizaba. No le puedo concretar más.
P.−Escuchando sus homilías y sermones que el papa ha dicho, ¿ha reconocido algunas de las ideas de sus libros y artículos?
R.−Sí, sí, sí, literalmente en algún caso, frases incluso escritas por mí, yo me he dado cuenta que eso estaba tomado de alguno de mis libros, eso es cierto.
P.−Entonces, usted es una fuente de autoridad para el papa Francisco.
R.−No podría yo decirle, porque tampoco voy tomando nota...
P.−Pero le inspira de alguna manera, están en sintonía...
R.−Sí, en sintonía, por supuesto.
P.−En un artículo suyo no veía conveniente que hubiera dos papas viviendo en el mismo sitio.
R.−Estoy completamente seguro de que si el papa Francisco cesara por decisión propia, no se quedaría en Roma, ciertamente, por lo menos en el Vaticano no se quedaba. Sin embargo, Ratzinger ha querido quedarse. Eso es una cuestión muy secundaria.
"Hay gente en el Vaticano que no le agrada este estilo de un papa que sale a la calle y habla con la gente"
P.−En otro artículo suyo comentaba, sobre un libro que Benedicto XVI publicó junto con un cardenal defendiendo el celibato, que de alguna manera estaba atacando al papa Francisco, su apertura. ¿Ratzinger ha hecho oposición desde dentro?
R.−No, no creo. No sé si en oculto le puede hacer oposición. Que son dos mentalidades muy distintas y, en muchas cosas, muy distantes, esto es evidente. Pero que haya un enfrentamiento entre ambos, no lo creo. Lo que pasa es que, obviamente, en el Vaticano no les agrada este estilo de pontificado de un papa que sale a la calle y habla con la gente, sobre todo un hombre que está muy cerca de los pobres, que va a la cárcel y se pasa la tarde con los presos... Eso hay gente en el Vaticano que no le agrada, creen que tiene que ser hierático, distante, que esté por encima de todo el mundo, y este papa no quiere estar por encima de nadie.
En este punto, José María Castillo cuenta una anécdota sobre Francisco que dice que pocos conocen: el primer enfrentamiento que tuvo con parte de esos cardenales fue justo tras su elección, cuando, para trasladarlo dentro del Vaticano desde la Capilla Sixtina hasta el balcón donde se presentó al mundo, le pusieron delante un coche de lujo para que se subiera a él. Lo rechazó, rechazó otro que le trajeron similar, hasta que "se plantó" diciendo "¿es que aquí no hay un utilitario como los que usa todo el mundo?", y le ofrecieron finalmente un coche más sencillo.
La conversación telefónica con el papa Francisco fue su primer contacto. Años antes José María Castillo, mientras daba clases en Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, llamó a la sede de los jesuitas para pedir una cita con el entonces superior de Argentina, el luego papa Bergoglio, pero no pudo ser porque estaba de viaje. La primera conversación, por teléfono, se produjo −no recuerda la fecha exacta− hacia 2018. Unos días después le llegó otro mensaje del papa Francisco. Una carta.
P.−¿Cómo era?
R.−Me escribió una carta de su puño y letra. Vino en un sobre de la Nunciatura de la Santa Sede en España. ¡Me llevé un susto, después de tantas complicaciones! Una mañana llamaron a la puerta, apareció un señor con un sobre enorme, firme aquí... Cuando vi el sobre que decía "Nunciatura de la Santa Sede", me pegué un susto... ¡Madre mía, ya tenemos otro lío! Y mi sorpresa fue que dentro había un sobre pequeño, normal, que decía "Francisco", todo de su puño y letra, hasta el remite. Como una carta que le puedas escribir a un amiguete, a un pariente, a quien sea. Y el contenido era una delicia, me animaba a seguir escribiendo, y que rezara mucho por él, que él rezaría por mí.
"Al ver 'Nunciatura' me pegué un susto. ¡Otro lío! Mi sorpresa fue el sobre que decía dentro 'Francisco', de su puño"
P.−¿Cuándo se encontraron?
R.−Unos días después de la carta, me llamó un señor de Madrid y me dijo que el papa me esperaba en la misa que celebra todas las mañana en la capilla de la residencia de Santa Marta, donde vive. Era a las siete de la mañana pero tenía que llegar una hora antes para pasar tres controles de de la policía italiana, la policía vaticana, el santo oficio, ¡yo qué sé!... Vino también Margarita Orozco, que vive conmigo. Trabajó mucho tiempo conmigo en El Salvador. El papa me pedía que fuera ella también. Nos recibió después de misa. Un detalle que me llamó mucho la atención es que sentí que alguien se acercó y se sentó a mi lado. Vi un hábito blanco y era el papa. Estuvimos hablando un rato, le llevé mis libros, me animó a que siguiera escribiendo y publicando, lo cual fue para mí una recuperación, una rehabilitación, como es lógico, porque el papa tiene más autoridad que el cardenal del Santo Oficio.
P.−Veinte años después, hacía justicia.
R.−Lo hizo con otros teólogos, como con Hans Küng. Lo de Francisco es otro estilo completamente distinto, llama la atención, es como un amigo. Está intentando humanizar la Iglesia, y es por otra parte un hombre de una gran espiritualidad. Yo he encontrado dos personas que me han impresionado: el padre Arrupe y el papa Francisco.
P.−¿Qué balance hace del papado anterior de Benedicto XVI?
R.−Él fue un hombre muy intelectual, fue profesor de Teología en Tubinga. Un profesor de Universidad en Alemania no es cualquier cosa. Fue un hombre muy valioso, pero siempre a un nivel situado por encima de la ciudadanía, tanto en el lenguaje, las ideas, los problemas que afrontaba, y Francisco es todo lo contrario, es acercarse a la gente, compartir con la gente las cosas más sencillas. Se mete entre la gente. Como un día que se acercó a un chiquillo con la camiseta de Messi, y le dijo, "te cambio la camiseta por mi birreta blanca". Él es hincha del San Lorenzo de Almagro, iba a los entrenamientos.
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P.−Ratzinger, el papa Benedicto XVI, ¿le puso freno a los cambios que usted defiende que necesita la Iglesia para modernizarse?
R.−No es que lo haya impedido, es que se mueve a un nivel muy teórico, de mucha altura. Eso está bien para una conferencia y un coloquio para intelectuales, pero más del noventa por ciento de la población no va por ahí, mientras que Francisco sí conecta.
P.−¿Cuántos años pasarán hasta que veamos en la Iglesia católica el fin del celibato y a mujeres curas?
R.−No lo sé. Creo que el futuro tiene que ir por ahí. No hay otra solución, cada vez hay más parroquias sin párroco, más ciudades, pueblos, barrios que no tienen misa el domingo, y en este plan, como no le den otro giro... En mi próximo libro, Declive de la religión y futuro del Evangelio, explico que hay una confusión entre religión y evangelio. Fueron los hombres de la religión los que mataron a Jesús. Y de esto Francisco se ha dado cuenta. Esto me parece el punto capital. La diferencia es muy sencilla: la religión quiere divinizar lo humano y el evangelio humaniza lo divino. Lo original del cristianismo es que Dios se ha humanizado. En el evangelio de San Juan, el apóstol Felipe le dijo a Jesús, "muéstrame a Dios y ya con eso tenemos bastante", y Jesús le dijo: "Felipe, el que me ve a mí está viendo a Dios". Felipe veía a un hombre que acababa de cenar. Porque Dios se revela no en ideas sino en conductas, no en teorías ni en dogmas, sino en formas de vida. En el evangelio de Juan, dice Jesús: "Os doy un mandamiento nuevo, que os queráis unos a otros". Donde hay cariño, donde hay bondad, ahí está Dios. En la forma de relacionarnos con los demás, en la bondad, hasta con los enemigos.
P.−¿Qué mensaje le diría a Joseph Ratzinger ahora, en su lecho de muerte?
R.−Un mensaje de consuelo, de bondad.
"Estoy en contra de la existencia del clero y de la marginación de la mujer, o dividir a la Iglesia en clérigos y laicos"
P.−¿No está dolido ya?
R.−Ni me acuerdo de eso. Soy feliz y me siento feliz. Tengo 93 años y tengo ilusión por seguir defendiendo esta visión. Jesús se enfrentó a la religión. No instituyó sacerdotes ni quiso templos, echó a los mercaderes del templo, tuvo un enfrentamiento con el mundo clerical de aquel tiempo. El sanedrín se reunió de urgencia y tomaron la decisión urgente de matarlo. No podemos confundir la religión, que es un ritual, con el evangelio. A Dios lo encontramos en la vida honesta, al servicio de los demás. Estaba hoy escribiendo un artículo sobre las mujeres en la Iglesia. ¿Por qué se las margina, por qué? Una cosa es la diferencia y otra la desigualdad. La diferencia es un hecho, hombres y mujeres son diferentes, pero la igualdad es un derecho. Estoy en contra de la existencia del clero y en contra de la marginación de la mujer, o que se divida a la Iglesia en clérigos y laicos. Soy fiel a la doctrina dogmática de la Iglesia, pero hay otras cosas que no son dogmas.
Otros teólogos sancionados
El papa polaco Juan Pablo II, en sus años de gobierno del Vaticano (1978−2005), gran parte de ellos durante la Guerra Fría, reprimió la corriente cristiana católica conocida como Teología de la Liberación que, desarrollada por el teólogo brasileño Leonardo Boff, aplicaba una lectura marxista al evangelio cristiano para preconizar una iglesia cercana a los oprimidos y comprometida con la lucha por su liberación y sus derechos. El pontífice purgó y acalló este movimiento progresista de la izquierda católica con la ayuda del cardenal y teólogo Joseph Ratzinger, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, encargada de preservar la ortodoxia católica según la entendía la jerarquía en el poder en Roma.
Las sanciones eclesiales contra sacerdotes que defendían la Teología de la Liberación o simpatizaban con ella se multiplicaron, empezando por el propio Boff, y siguiendo por otros teólogos, como los jesuitas españoles José María Castillo, Juan Antonio Estrada y Jon Sobrino. Aún viven los tres. Pero Sobrino podía estar muerto desde 1989: él se salvó de morir asesinado por los militares en la masacre de sus compañeros jesuitas en El Salvador porque ese día estaba de viaje por una conferencia en Tailandia.
Castillo (nacido en 1929) y Estrada (1945) fueron apartados en 1988 de la docencia en la Facultad de Teología de Granada, de los jesuitas pero dependiente de la Conferencia Episcopial Española y del Vaticano, mientras que a Sobrino (1938) le prohibieron enseñar y le retiraron el nihil obstat a sus obras a finales de 2006, en una resolución de la Congregación para la Doctrina de la Fe aprobada por Joseph Ratzinger, el ya papa Benedicto XVI, que había relevado a Juan Pablo II por elección del colegio cardenalicio a la muerte de este en 2005. El pecado doctrinal de Sobrino fue falsear supuestamente la figura de Jesús al subrayar su humanidad.
El papa Francisco, después de suceder en 2013 a Benedicto XVI tras la renuncia de este, revirtió de alguna manera el castigo del Vaticano al mostrar su reconocimiento a los teólogos censurados en el pasado, como hizo con Castillo, Sobrino, Boff y el suizo Hans Küng.
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