Es 28 de junio y en San Cristóbal se palpa la excitación de los días grandes. En las calles de la capital del estado de Táchira, cerca de la frontera con Colombia, donde las FARC y el gobierno de Chávez mangoneaban a su gusto allá por los años 2000, la gente espera nerviosa la comitiva de la oposición a Maduro. Se trata de uno de los más populosos eventos de precampaña y, por supuesto, el gobierno ha puesto todas las trabas del mundo: restricciones de combustible, cortes en las carreteras y la orden a todos los comercios de abrir ese día sus puertas, para que ningún empleado pueda escaquearse de sus obligaciones.
Táchira es un estado paradigmático de lo que es la Venezuela de las últimas dos décadas: en las elecciones, ganó la oposición. En concreto, Laidy Gómez. El gobierno de Maduro no reconoció los resultados, expulsó a Gómez de la gobernatura y puso a dedo a uno de los suyos: Freddy Alirio Bernal Rosales. La policía del estado depende de él y se teme algún acto de represión violenta. También hay miedo a los paramilitares del Ejército de Liberación Nacional, una guerrilla colombiana que se ha erigido en sucesora de las FARC, y que campa a sus anchas por el otro lado de la frontera cuando Maduro la necesita.
Se percibe un cierto sentimiento de euforia combinado con la lógica precaución. Los días previos, aparecen pintadas en las casas de políticos y simpatizantes de la llamada Mesa de la Unidad Democrática, parte ahora del gran movimiento opositor, la Plataforma Unitaria. Como su nombre indica, esta coalición une en sus filas a todos los partidos representativos de la disidencia: socialdemócratas, liberales, demócratas cristianos, socialistas moderados… En San Cristóbal, como en casi toda Venezuela están hartos de un régimen que dura ya veinticinco años. Lo que esperan tiene un punto místico, una esperanza soñada. Una promesa que lleva viéndose truncada demasiado tiempo.
Uno podría pensar que toda esa gente que, conforme avanza la tarde, se amontona en las calles, que sale de sus locales abiertos para unirse, apretados contra los escaparates, a la multitud, espera a Edmundo González, al candidato que puede, por fin, ganar unas presidenciales al chavismo. El diplomático que, inopinadamente, a sus 74 años ha acabado encabezando las listas de la Plataforma, pese a su perfil alejado de la política y su escasa participación en la lucha opositora de este cuarto de siglo. No es el caso.
La masa enfervorizada, el miedo cada vez más olvidado ante la constancia de que la policía no se va a atrever a hacer nada, que todo va a quedar en intimidación y amenazas, cuenta los minutos para que llegue su gran referente: María Corina Machado, la verdadera líder detrás del movimiento. La heredera de López y Guaidó. La cara y la voz de la oposición por todo el país.
Un proceso lleno de obstáculos
¿Y por qué Machado no encabeza las listas y se dejan los antichavistas de esta extraña bicefalia? Es muy simple: no la han dejado. Desde que el propio Guaidó, abandonado por sus aliados internacionales, vio claro que no iba a ser nunca presidente del país, su propósito fue hacer de la Mesa de la Unidad Democrática un proyecto ganador, aunque fuera con otro líder. Para ello, de cara a las elecciones presidenciales de este año, se establecieron unas durísimas primarias. Machado, en política contra el chavismo desde sus inicios, cuando era una joven congresista de poco más de treinta años (hoy cuenta con 56) experta en sacar de quicio al bolivariano comandante, arrasó con más del 90% de los votos.
Solo que no sirvió de nada. Machado era popular, carismática y muy inteligente. Podía conectar con los problemas de la gente y no perderse en ideologías. Liberal en lo económico, sabía bajar a la realidad y pedir cambios. Puede que muchos progresistas enamorados de la "revolución boliviana" no entiendan esto, pero en Venezuela el aborto está penado salvo que corra riesgo la vida de la madre. María Corina quería incluir también el supuesto de la violación, algo a lo que el chavismo se ha negado siempre. La opositora también se abría al uso medicinal de la marihuana y al matrimonio entre personas del mismo sexo, que el bolivarismo ve como decadente y burgués, contrario a la verdadera ideología socialista.
Corina era un peligro serio para Maduro y ¿qué hizo Maduro? Apelar a sus jueces para que la inhabilitaran nada más ser elegida, en una decisión confusa y no muy bien explicada. No quedó ahí la cosa: María Corina Machado nombró entonces como sucesora a Corina Yoris. Puede que la coincidencia en el nombre tuviera algo que ver, no hay que dejar pasar ningún símbolo que juegue a tu favor, pero el caso es que a Yoris la inhabilitaron también. ¿Por qué? No se sabe. Nadie hizo públicas las supuestas evidencias.
Llegó ahí el momento de Edmundo González Urrutia y uno tiende a pensar que no fue una oportunidad recibida con un gran entusiasmo. Edmundo no es un político, salvo en el sentido más amplio de la palabra. No es especialmente conocido entre los votantes, no es nada más que la extensión del carisma de Machado, quien, una semana después del éxito de San Cristóbal, acompañó al candidato para celebrar el inicio de la campaña electoral en Caracas, a escasas manzanas de dónde Maduro y los suyos hacían lo propio.
González Urrutia, un hombre mayor aunque no avejentado, ha sido diplomático toda su vida. Embajador en Argentina, delegado en Estados Unidos… incluso llegó a trabajar para la administración Chávez en su primer mandato. Su perfil era tan moderado, tan correcto, tan poco agresivo que fue aceptado como candidato provisional por la Junta Electoral y ahí se quedó. Nadie se atrevió a cambiarlo. Nadie quiso jugar con fuego.
Las encuestas que trituran a Maduro
Y así, Corina Machado y Edmundo González se convirtieron en una extraña pero eficaz pareja. Uno complementa a la otra. La activista política y el sensato diplomático. El carisma desatado y el saber guardar las formas. Juntos han protagonizado prácticamente toda la campaña, pese a que Machado tiene prohibido incluso coger un avión. Sus movimientos tienen que ser en carretera y ahí hay que tener un buen equipo que engañe a los saboteadores del gobierno y sepa evitar las carreteras cortadas, los obstáculos constantes en el camino…
Las encuestas apuntan a un triunfo aplastante de la oposición, con ventajas en torno a los 20 puntos sobre el eterno Partido Socialista Unido de Venezuela. Maduro puede ser tachado como dictador, eso está claro, pero sería un dictador raro. Un dictador que pierde elecciones, siempre que sean menores: alcaldías, gobernaturas, incluso la Asamblea Nacional estuvo en manos de la oposición durante años sin que cambiara nada en Venezuela. Hecha la ley, hecha la trampa. En cuanto hay un riesgo sistémico para el régimen, se quitan competencias, se inhabilitan enemigos… lo que haga falta con tal de que todo siga como antes.
Eso no quiere decir que ahora no haya nervios. Los hay. Basta con recordar las palabras de Maduro en plena campaña amenazando con "un baño de sangre y una guerra civil" si no gana las presidenciales. Tanto se le calentó la boca que tuvieron que salir Gabriel Boric, presidente de Chile, Alberto Fernández, expresidente de Argentina, y el mismísimo Lula da Silva a reprenderle por sus palabras. El más contundente, el brasileño: "Los únicos baños que hay en unas elecciones son los de votos. Maduro debe aprender que, si ganas, te quedas… y, si pierdes, te vas y te preparas para las siguientes". Exactamente, lo que hizo él, por otro lado.
Con todo, el miedo de la oposición a un pucherazo o a una reacción violenta de las milicias chavistas es comprensible. El 17 de octubre de 2023, en la isla de Barbados, gobierno y oposición firmaron un acuerdo para garantizar el proceso electoral recién abierto, con garantes que iban desde Noruega a Estados Unidos, pasando por México o Colombia. Su vigencia duró unas semanas. En cuanto el gobierno vio que la popularidad de Machado la llevaba a ganar su proceso de primarias con millones de votos, denunció fraude y puso el grito en el cielo. A partir de ahí, como ya sabemos, empezaron las inhabilitaciones.
Días antes del comienzo de la campaña, el gobierno se dirigió tanto a Edmundo como a Corina para exigirles que firmaran un documento en el que se comprometían a aceptar el resultado de las elecciones, fuera cual fuera. Ambos se negaron. "¿Cómo vamos a volver a firmar nada con esta gente después de lo que nos pasó en Barbados?", afirmó González Urrutia. Aunque desde el gobierno se asegura que el proceso está informatizado y es imposible de manipular, la oposición se teme lo peor. Maduro, lo ha dejado claro, no va a abandonar el poder así como así.
En 2013, tras la muerte de Chávez, ganó por 200.000 votos a Henrique Capriles y ya entonces se habló de trampas en los colegios electorales y de obstrucciones al acceso de los votantes a las urnas en las zonas donde la oposición tenía sus caladeros. En 2018, directamente, la oposición ni se presentó puesto que no se daban las garantías y la convocatoria misma había sido ilegal: la Constitución establecía un mandato obligatorio de seis años que no había terminado. ¿Qué sucederá en 2024? Es lo que Venezuela descubrirá en breve.
Apoteosis en Maracaibo
De momento, queda el nerviosismo de un lado y el moderado optimismo del otro. A Maduro le gusta llamar a González Urrutia "el gallo pataruco" y recientemente se refirió a él como "un viejo decrépito que quiere tomar el poder". González no responde a esos ataques porque le parecen niñerías; tampoco lo hace Machado, más que acostumbrada a ese matonismo desde que en 2005 se erigiera como una de las portavoces de la oposición, recibida incluso por George W. Bush en la Casa Blanca, y en 2010 fuera la congresista más votada de todo el país.
No es nueva en esto Machado, precisamente, y así se refleja en su sonrisa de confianza del pasado mitin en Maracaibo, estado de Zulia, uno de los cuatro en los que Maduro "pinchó" en las elecciones regionales de 2021, dejando el poder en manos de los opositores. De nuevo, junto a González Urrutia, como quien apadrina a un candidato, recibida como una auténtica reina -entre sus apodos está el de "Daenerys", por el personaje de "Juego de Tronos"-, eufórica entre miles de banderas venezolanas.
Maracaibo, con su millón y medio de habitantes, y Zulia en general, donde viven cinco millones de venezolanos, es uno de los lugares, junto a Caracas, donde la coalición opositora se juega buena parte de su éxito. Subida a uno de los coches de la comitiva, entre la gente, desafiante, Machado se erige mientras resuenan los gritos: "Y va a caer, va a caer… este gobierno va a caer". Pese a sus casi inagotables reservas de petróleo, Venezuela es un país empobrecido y cansado de la "revolución bolivariana". Se calcula que el 52% de los venezolanos vive en condiciones de pobreza extrema.
Según ACNUR, organización dependiente de las Naciones Unidas, 7,7 millones de venezolanos han abandonado su patria desde el inicio del chavismo buscando un futuro digno. La mayoría está lista para volver si el domingo Machado y González Urrutia consiguen el milagro… y se lo validan. Ya puede decir Lula lo que quiera, que Maduro tiene sus métodos y reconocer una derrota no está entre ellos. Más que nunca, la presión internacional puede ser la que decida si Venezuela se enfrenta a seis años más de bolivarismo o cambia el rumbo antes de que sea demasiado tarde.