El único hospital del barrio de Belle Ville, en Bobo-Dioulasso, la segunda ciudad de Burkina Faso, está en una calle sin nombre y sin pavimentar. En uno de los países más pobres del mundo según el Banco Mundial, donde casi el 90% de la población sobrevive con menos de 5 euros al día, el asfalto se deja para las carreteras. La polvareda de las calles de tierra, removida por el trasiego de las bicicletas y las motos, es cómplice en la transmisión de enfermedades, a veces resulta asfixiante y llega a causar problemas respiratorios a niños y adultos.
Por eso, para muchos burkineses, cruzar la puerta de la policlínica Eureka es entrar en un oasis. Dentro, un equipo médico de 20 facultativos y una docena de enfermeras atiende a los pacientes repartidos en salas de espera por especialidades: maternidad, pediatría, oftalmología… Pero aquí se acaba la posible comparación con cualquier ambulatorio europeo en el que estos días se pinchan las dosis de recuerdo de la vacuna contra la Covid-19 y se trabaja en la logística para vacunar a los niños.
Enfermeras sin vacunar
En Eureka, en las afueras de la ciudad, no hay citas de vacunación. No las ha habido en lo que llevamos de pandemia. Porque hasta aquí no ha llegado ni un vial contra la Covid. Ninguna de las enfermeras ha recibido el pinchazo. Solo alguno de los médicos ha sido inoculado, pero en otro ambulatorio, explica a EL ESPAÑOL | Porfolio el padre Eugenio Kaboré (1958), de la congregación carmelita que levantó y gestiona la clínica.
Pregunta.- ¿Está usted vacunado, padre?
Respuesta.- No, ni yo ni ninguno de los frailes de mi comunidad. Todavía no nos ha tocado. Lo haremos en cuanto podamos.
"En África, la mayoría del personal sanitario no está vacunado y continúa peligrosamente expuesto a una grave infección por la Covid-19", advirtió el pasado 26 de noviembre Matshidiso Moeti, directora regional de la OMS, Organización Mundial de la Salud, en África.
Ese mismo día, su organización puso nombre a una nueva variante del coronavirus: ómicron, a la que la calificó como "preocupante". Detectada inicialmente en Sudáfrica, aunque se debate si pudo moverse antes por Europa, la nueva cepa hizo al mundo entero mirar a África, donde la media de vacunados -y sólo con una dosis- no supera el 11%.
Covid, Occidente y África en 7 claves:
1. Vacunación y pobreza. Con 1.300 millones de habitantes, en África -donde se concentran los países más pobres del mundo- sólo el 11% de la población ha recibido alguna dosis de vacunación. En la Unión Europea, el porcentaje es del 71% y en España llega al 82%.
2. "Ya lo dijimos". Ante la patente desigualdad de condiciones, la comunidad científica ha enarbolado el "ya lo dijimos": la inmunidad contra la Covid será mundial o no será.
3. ¿Egoísmo?. "Estamos trabajando en esta pandemia con una visión nacional y una limitada colaboración a nivel mundial cuando se requieren estrategias globales", señala desde Nueva York la española Ana Céspedes, directora general de Operaciones de IAVI, asociación internacional sin ánimo de lucro que desarrolla fármacos y vacunas asequibles. Tienen oficinas en Nairobi (Kenia) y Johannesburgo (Sudáfrica).
4. Reservorios. "El acceso a las vacunas es muy desigual y eso provoca reservorios donde el virus puede replicarse y mutar y eso es un paso atrás en esta lucha", señala Céspedes.
5. Europa asustada. Mientras se discute si ómicron se originó en Sudáfrica -con un 29% de vacunados con alguna dosis-, en Europa vuelve a hablarse de confinamientos y restricciones.
6. Vuelos cerrados. La Unión Europea ha cerrado los vuelos procedentes del cono sur: Sudáfrica, Botsuana, Lesoto, Mozambique, Namibia, Esuatini y Zimbabue. Todos tienen porcentajes de vacunación muy por encima de la media africana.
7. Tirar la llave. La directora de la Alianza para la distribución de vacunas en África, Ayoade Olatunbosun-Alakija, se preguntaba esta semana en la BBC por qué estos países. Sin ocultar su enfado, se lanzaba a la yugular de las decisiones políticas occidentales: "Si la epidemia hubiera comenzado en África, los países desarrollados hubieran echado la llave y la hubieran tirado lejos".
EL ESPAÑOL | Porfolio ha hecho escala en dos lugares del África pobre con menos de un 2% de población vacunada para comprobar cómo llegan los pocos viales que lo hacen y cuánto preocupa a sus habitantes la nueva variante ómicron.
"Como no hay muchas dosis, se concentran en zonas determinadas y por eso no nos han llegado", desgrana, comprensivo ante la falta de vacunas en su hospital burkinés, el padre Eugenio Kaboré. Su español es tan correcto que es imposible no preguntarle cómo lo ha aprendido. "Estuve siete años en España, dos años en Sevilla y cinco en Madrid, estudiando Filología hebrea en la Universidad Complutense".
"No hay muchas dosis, se concentran en algunas zonas y no nos han llegado"
En Burkina la lengua oficial es el francés, aunque el 90% de la población habla otras lenguas. Como el yulá, que comparten con otros países en situaciones políticas, económicas y sanitarias igual de complicadas como Mali y Costa de Marfil.
Oh Macron, no ómicron
Jugando con la palabra ómicron, dice el fraile Kaboré, "algunos chistosos están haciendo bromas con la crisis de seguridad que vivimos y la complicada relación que tenemos con Francia y dicen que la variante se tendría que llamar Oh Macron".
Con 20 millones de habitantes, Burkina Faso es uno de los países con menos porcentaje de vacunación del mundo: solo un 1,7% de la población ha recibido alguna dosis según los datos de Our World in Data.
Sin embargo, de haber un barómetro del CIS burkinés, el coronavirus aparecería en los últimos puestos de preocupaciones nacionales. "Ha habido algo de tensión por la Covid, pero aquí la gente está más preocupada por el terrorismo porque hay muertos por todos los pueblos y por comer", señala el fraile carmelita. El terrorismo yihadista provoca matanzas desde 2015 en un país con miles de refugiados obligados a huir de sus casas.
Paludismo y hepatitis B
En la ciudad de Bobo-Dioulasso las conversaciones en los bulliciosos mercados giran en torno al agua potable y otras epidemias que han azotado el país, como el paludismo y la hepatitis B, contra la que se han hecho campañas de detección y vacunación. "La gente, fíjate, habla de qué comer, del hambre, de cómo pagar las medicinas contra el paludismo y, sí, algo también de la Covid", explica el religioso.
Además de focos informativos, los mercados son focos de contagio: "La gente lleva mascarilla, pero no se evita el contacto físico. Los frailes decimos que es Dios quien nos protege de la Covid, porque ni estamos vacunados ni la gente respeta las medidas".
De igual forma, allí donde se concentra mucha gente también se contagia el miedo. "Se comentaba que en un pueblo cercano vacunaron a un chico de Covid y por poco se muere, eso asusta a muchas personas", cuenta el padre.
"Se habla mucho de la información de la tele; cuando aquí escuchan que se ha paralizado una vacuna en Europa se genera mucho miedo. La gente quiere que la vacuna les dé seguridad, no que pueda provocar efectos secundarios".
"Aquí ha muerto mucha gente, pero ahora no están dando muchas cifras y seguro que hay muchos casos. Antes daban más información", asegura el padre carmelita. Él conoce a mucha gente que ha pasado la Covid, sobre todo jóvenes sin síntomas graves. Según la OMS, Burkina Faso ha comunicado oficialmente 16.000 contagios y 286 fallecimientos.
¿La vacuna es brujería?
La desinformación y el miedo a la vacuna son dos de los problemas a la hora de inmunizar contra la Covid en África. Entidades como la OMS y Unicef se esfuerzan por trasladar información en zonas donde las creencias mandan más que el sistema sanitario.
Lo saben bien en la clínica Eureka. Cuando arrancaron las obras, hace casi una década, llegó una máquina de radiología. La había donado un arquitecto suizo. Una mañana apareció destrozada. Los vándalos fueron un grupo de animistas -seguidores de religiones que otorgan alma a seres vivos y cosas- que consideró un acto de brujería mirar dentro del cuerpo humano.
El material médico suele escasear en la zona. Algo que hace complicado detectar el propio coronavirus. A la clínica de Belle Ville acaba de llegar una máquina para pruebas PCR. La ha enviado desde España la Fundación Visionmundi, pero aún no la han estrenado: no tienen reactivos, ni personal para manejarla. "Estamos buscando a un biólogo, se piden muchos requisitos para este trabajo, yo creo que para enero podríamos empezar", desgrana Eugenio Kaboré. Sus explicaciones nos retrotraen al principio de la pandemia en Europa.
En España, la primera vacuna se pinchó el 27 de diciembre de 2020. Hace casi un año. En Burkina Faso, la primera campaña arrancó en junio con la llegada de 155.000 dosis de AstraZeneca a través de COVAX, la plataforma impulsada por la OMS para "garantizar un acceso equitativo a las vacunas a todos los países del mundo", según la misma OMS. Para dar ejemplo, el ministro de Sanidad burkinés fue de los primeros en vacunarse.
Estos días, explica padre Eugenio, se está anunciando una nueva campaña. Entremedias, el pasado mes de septiembre China envió 400.000 dosis de su vacuna: la Sinopharm.
Patrullas provacunas
Entre los países con menos vacunados del mundo se encuentra también Sudán del Sur (11 millones de habitantes). Según ACNUR, es el segundo país más pobre del planeta, por detrás de Burundi. Sólo un 1,6% de su población ha recibido alguna dosis.
Para llegar a Naandi, la remota aldea en plena selva al sur del país donde vive el padre Christopher Hartley Sartorius (Londres, 1959) hace falta una avioneta o un 4x4. Los caminos son prácticamente intransitables por las inundaciones causadas por las lluvias.
Por una de esas dos vías logró llegar hace unas semanas un convoy de vacunación de Unicef y la OMS con una nevera de camping y un puñado de vacunas. "Aquí se ha vacunado todo el que ha querido", indica el misionero.
P.- ¿Todo el que ha querido?
R.- Hay gente que anteriormente ha tenido malas experiencias, aquí hay muchas campañas de esterilización de mujeres que se ponen en marcha con engaño.
Entre los vacunados, explica el padre Hartley, hay algún extranjero. "Se la ofrecieron a un sacerdote venezolano que ha venido a ayudarme y dijo que sí, porque prefería la Janssen que están pinchando aquí a las vacunas chinas que llegan a su país", desgrana.
"Estaríamos todos muertos"
De padre inglés y madre española y proveniente de una familia acomodada -es primo segundo de Isabel Sartorius, una de las primeras novias del Rey Felipe VI-, se instaló en esta zona de extrema pobreza en 2019. En 2020, llegó la pandemia. Las medidas de higiene recomendadas contra la Covid-19 se presentaban imposibles de cumplir desde el principio.
P.- ¿Cómo lo han vivido?
R.- La población fue reacia a llevar mascarilla desde el principio. ¿Confinamientos? Pero si aquí viven siete personas en chozas de dos metros cuadrados sin paredes y con dos postes de madera. Si todo dependiera de esas medidas de seguridad aquí estaríamos todos muertos: no mantenemos la distancia, se sientan cuatro niños en cada pupitre, todos beben agua sucia… No hay nada que hagamos para no estar contagiados.
A pesar de eso, la incidencia en el país ha sido "bajísima comparada con el resto del mundo", señala. Los datos oficiales cifran en 12.700 los contagiados y 133 los fallecidos. El tema no se comenta mucho.
De hecho, asegura que aparte de con nosotros y el día de la vacunación, no ha hablado de Covid con nadie en la zona. Tampoco conoce a nadie que lo haya pasado. Y sobre ómicron no ha escuchado comentarios.
P.- ¿Hay preocupación en la selva?
R.- Aquí la Covid no es más que una enfermedad entre otras muchas, aquí nos morimos más de otras cosas: tuberculosis, malaria, tifus, dengue y ébola. Nuestra selva es fronteriza con la República del Congo y la República Centro Africana. Precisamente hay puestos policiales para controlar el ébola.
Convivir con leprosos
Hace sólo unos días el padre Christopher le dio la extremaunción a una mujer con un tumor en la cara. "Un tumor sin tratamiento, aquí la gente muere sin saber de qué", añade. "Vosotros no tenéis otras enfermedades, pero aquí la gente enferma de muchas cosas, tanto que a veces ni se identifica", asegura.
En muchos kilómetros a la redonda de Naandi no se puede encontrar ni un solo médico con título. "En nuestra comunidad hay quien, sin ser médico, ya por la experiencia, tiene bastante buen ojo para identificar una enfermedad".
"¿Os suena a tiempos de Maricastaña, ¿verdad? Aquí convivimos con leprosos"
Para la malaria sí tienen test: "Son unos tubitos en los que se pone una gota de sangre y reacciona como una prueba de embarazo". No les serviría la máquina que acaba de llegar a la Eureka de Burkina Faso. Las pocas instalaciones médicas alrededor de Naandi no disponen de electricidad.
Una de las enfermedades que sí se reconoce es la lepra. Prácticamente erradicada en Europa, en Sudán del Sur se siguen registrando casos. "Os suena a tiempos de Maricastaña, ¿verdad? Pues aquí convivimos con los leprosos".
El padre Christopher Hartley está vacunado contra la Covid. Aunque, al igual que a los habitantes de su región, la pandemia no es algo que le preocupe demasiado. "Nuestra primera preocupación aquí es el agua potable", insiste.
"¿La Covid? Casi podríamos decir que aquí es algo decorativo", se despide, mientras se disculpa porque "usar internet en esta selva es un ejercicio de paciencia". Y así, la red a través de la que nos comunicamos se convierte en el símbolo, como las vacunas, de un mundo a dos velocidades. Tanto en lo tecnológico como en lo sanitario.