Se llamaba Dolores: será cierto que un nombre es un destino. Toda su vida fue un campo de minas. Un nido de pérdidas, de muertes, de exilios. Desde los hijos diminutos a los que tuvo que enterrar en cajas de zapatos por pura pobreza -de ahí Manuel Vicent la llamaría "diosa de luto"- a los calvarios de su bendita y maldita España, patria querida y sangrante. La Pasionaria se crió en un viejo caserón vasco, sin luz, húmedo y pringoso, pegadito al olor de la perrera. Allí le leía a su padre los periódicos viejos. Él, sufrido minero, le inculcó una educación carlista y religiosa: fue por eso que Dolores Ibárruri le habló durante toda su vida a Dios, aunque a ratos le preguntara a las sombras, henchida de angustias, que por qué le mandaban tanto sufrimiento a una devota como ella. Que por qué tanto tormento. Que por qué tantas pruebas. Siempre de negro estricto, Dolores, con el gesto hierático y el moño bajo apretado, a menudo blanquísimo.
El 14 de noviembre se cumplen cien años del nacimiento del PCE, el partido desde el que La Pasionaria-casi siempre escurridiza, en la clandestinidad- golpeó ideológicamente a unos y otros . El partido desde el que pasó a la historia como una de las figuras más relevantes de nuestro siglo XX. Su relevancia la celebra también ahora el libro ¡No pasarán! (Akal), presentado en Madrid esta semana, la biografía de una hembra compleja, poliédrica, firmada por el escritor Mario Amorós. La amaron, la temieron, la odiaron. Caía mal que Dolores fuese, aun en los años más tenebrosos y urgentes, una mujer fuerte, severa, impenetrable. La llamaron gélida. La llamaron mala madre. La llamaron vengativa. La llamaron ambiciosa. Les molestó -siempre, siempre- que se quitase el sambenito de víctima para reivindicarse como superviviente.
Y es cierto que Dolores descuidó su propio relato vital para sacrificarse ante el relato político que ella soñaba internacional -el comunismo, el que ella llamaría "el único camino"- pero, tras perder la guerra y exiliarse a Moscú, tuvo ocasión de dedicarse a los suyos con infinito afecto. Tengan en cuenta que, tras las fatiguitas y la fatalidad, sólo le había sobrevivido una cría, Amaya, después de que su vástago Rubén cayese en la batalla de Stalingrado combatiendo contra los nazis. Dicen que cuando supo de la muerte de su niño, el pelo se le llenó de canas en tres días. En Rusia pudo quitarse esa espina histórica acunando a sus nietos. Especialmente a Lolita, la niña de sus ojos. En la cría rubísima y hermosa, angelical, volcó toda su sabiduría, su insólita ternura.
Fueron uña y carne. Amigas, cómplices. Un ejército de dos mujeres habitando un exilio que se prolongó 38 años. Dolores reveló con ella una faceta desconocida: la de la abuela que cocinaba en casa para mil invitados y confeccionaba ropa para todos, la de la mujer brillante y firme que la abastecía de libros y sonatas y enseñanzas populares para resistir los embates de un mundo hostil. La Pasionaria estimuló a su nieta para que se convirtiese en una mujer lo más emancipada y formada posible, y así fue: Lola Ruiz Ibárruri (Moscú, 1960) estudió en un colegio inglés, habla cinco idiomas, cursó diez años de piano en el Conservatorio de Moscú, se aficionó al ballet y a la música clásica, trabajó con la gran bailarina Maya Plisétskaya, recopila archivos familiares, ejerce de intérprete y es doctora en Periodismo.
No tiene hijos. No se sabe mucho de ella: sí que su padre -Artiom Serguèyev-, al quedarse huérfano, se crió en el Kremlin con la familia de Stalin y llegó a ser general del Ejército Rojo. Sí que entrevistó a Fidel Castro. Sí que fue buena amiga del violinista Rostropóvich, sí que fue él quien le presentó en un concierto al magnate judío Marc Rich -fallecido en 2013-, quien se convertiría en su gran amor. Sigue siendo la mujer exquisita, ilustrada y bella que en las viejas fotos peinaba con devoción a su abuela. Habla con cierta dulzura pero sin concesiones: maneja temple y sapiencia. Resulta muy culta, casi enciclopédica. Escueta, enigmática. Bebe café solo. Nos reunimos con ella en el Café Comercial de Madrid para poner en marcha la maquinaria del recuerdo.
Pregunta.- Fue tu abuela quien prefirió llamarte "Lola" o "Lolita", porque decía que Dolores era un nombre muy triste. ¿Cuáles fueron sus dolores y cuáles fueron los tuyos?
Respuesta.- Nuestras vidas y dolores son incomparables. Ella nació en el siglo XIX, en 1895, justo el año que nació el cine. Yo nací bastante más tarde y en otro país. Los puntos de partida fueron absolutamente diferentes. Ella nació en una familia minera, en el País Vasco, y sufrió todas las consecuencias de aquella vida a principios del siglo XX. Sólo pudo estudiar hasta los quince años, luego trabajó muchísimo, como sirvienta y costurera, y luego se casó con mi abuelo Julián Ruiz Gabiña, y compartió con los mineros todos sus avatares, sus desgracias. Mi abuelo había tenido un gran accidente en la mina. Ella abrazó sus dramas, pero el mayor drama que le tocó vivir fue la pérdida de los hijos: eso la marcó para el resto de la vida. Yo nací en una gran capital, como era Moscú en aquel entonces, he estudiado casi hasta los 30 años. Ella, que siempre quiso estudiar, me facilitó a mi toda la posibilidad de tener una vida con muchísimos estudios.
P.- ¿Cómo fue para ti criarte en una familia de exiliados?
R.- Mi familia era bastante complicada. Mi padre era militar y viajaba continuamente, siempre estaba fuera, yo vivía con mi abuela desde el principio, prácticamente nací y me llevaron a su casa. Ella fue mi padre, mi madre y toda mi familia.
P.- Has dicho que sois una familia sin privilegios, atravesada por la política y la historia de los años más convulsos. ¿Merece la pena todo ese sufrimiento por defender los propios valores?
R.- No lo sé. Todo se conoce comparando. Yo he tenido el enorme privilegio de tener unos estudios maravillosos desde muy pequeña. Esa es la enorme suerte, es como si te hubiera tocado la lotería. Yo he sido una persona tranquila y estudiosa, por lo cual siempre he sido una buena alumna. Mi abuela siempre decía "¡la mejor alumna de la escuela era yo!". Y luego: "Bueno, bueno, a ver a dónde llegas tú".
"Mi abuela me enseñó que para ser libre una mujer necesita una buena profesión"
P.- ¿Te retaba?
R.- Me estimulaba, porque yo no soy una persona de retos. Me explicaba que lo más importante en la vida es la independencia y el trabajo propio, y que si la mujer quiere ser libre e independiente necesita una buena profesión y necesita trabajar y eso es lo único que le va a aportar seguridad en la vida. Y tener tus propios intereses laborales e intelectuales, tus hobbies. En nuestra casa la música era el gran hobby. Yo he crecido con las sonatas de Beethoven y el violín de Sarasate. Vivíamos en Rusia y teníamos un tocadiscos: siempre nos regalaban discos, era uno de los regalos más típicos de la época. A Juan Crisóstomo de Arriaga también le escuchábamos mucho, además de a Sarasate: claro, los dos eran vascos. A la abuela le gustaba mucho Beethoven, las sonatas para piano. O el primer concierto de piano de Tchaikovsky, que es una melodía que te acompaña toda la vida.
P.- ¿Qué libros te recomendaba Dolores?
R.- La lectura más típica que me inculcó los primeros años era la mitología de la Grecia Antigua, los emperadores romanos y los faraones egipcios. Libros con muchas imágenes. Mi abuela y mi madre vivieron en Egipto el invierno del año 44-45: dejaron la URSS cuando se liberó París en septiembre del 44 y fueron rodeando todos los campos de batalla de Europa para llegar a Francia. Acabaron en Egipto, donde estaban las tropas inglesas, y los ingleses no cogían mujeres en los buques de guerra. ¡Era plena guerra…! Mi madre y mi abuela se atascaron en Egipto y no había nada que hacer, así que exploraron las pirámides. Libros de la infancia… me sorprendió Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, porque era un manual de supervivencia impresionante. Y Los tres mosqueteros, de Dumas.
El poeta Blas de Otero le escribió unos versillos sentidos a su abuela, para homenajearla. "Vasca desde la raíz / luchó como el viento del Cantábrico, / amó a los mineros, a los obreros /y campesinos; /es resistente como el hierro de Gallarta y / venerable como un roble de mi villa natal, / Orozco". Lola también habla de esa impronta, de esa solidez, de ese vigor de Dolores. La recuerda como una señora "muy matriarcal", y, aunque terriblemente "justa", muy "espartana". Era la cabeza de familia, dice. La "dueña y señora de la casa". ¿Una feminista? "Sí". ¿Una líder? "Sí, pero una líder razonable".
P.- Es curioso que a tu abuelo Julián le conocieran como "el marido de La Pasionaria". Algo impensable en la época.
R.- Sí, pero porque ella destacó por sus propias actividades. Empezó a escribir con 20 años. Era una persona muy estudiosa, con un enorme espíritu de superación. Era la que más trabajaba, la que antes se levantaba. Cuando escribía un artículo, se leía tropecientas fuentes e historias: sus artículos son una enciclopedia de historia, desde la prehistoria hasta nuestros días. Todos sus discursos eran trabajados, leídos y pronunciados en casa. Era casi hiperactiva. Se levantaba a las 4 de la mañana para leer y trabajar, a las 7 hacía gimnasia para aliviar su problema pulmonar. Date cuenta de que yo no la conocí en los años jóvenes, sino en una faceta posterior. Tenía muchos amigos. En nuestra casa había siempre una gran cantidad de personas a las que ella ayudaba.
P.- ¿Te hablaba de política?
R.- No. Pero en casa de la mañana a la noche entraba gente que hablaba de política y yo estaba presente. Me empapé. En ese momento la política era de reconciliación nacional, de vuelta a España, de construcción de una España democrática. Yo he crecido con ese deseo de mi abuela: el de ver de qué manera se podía cohesionar la sociedad española, tan dividida después de la guerra civil.
P.- ¿Cómo era para ti la idea de Franco, te lo imaginabas como un antagonista, como un gran villano? Al final, era el causante de ese exilio de tu familia y supongo que encarnaría los peores males de tu abuela.
R.- Mi abuela no solía hablar de personalidades. No era una persona rencorosa.
P.- ¿Ni siquiera con Franco?
R.- No, ni siquiera. En casa era una persona muy correcta. Ella vivía sus propios dramas, su propia guerra, sus propios traumas, pero no quería trasladarlos a mi vida ni a la de mi madre o mis hermanos. Para mí, Franco era un caudillo de España y era una persona que impedía el regreso al país. Pero no era un tema a comentar. Ella entendía que tanto ella como Franco eran gente ya muy mayor. Eso también es importante.
P.- ¿En qué sentido?
R.- Que eran ancianos, que la vida ya estaba hecha, que la guerra ya había pasado y que había que pensar en el futuro.
P.- Guau.
R.- Sí, y en ese futuro, por edad, probablemente, habría otras generaciones de políticos…
P.- No me creo que a ella le agradase que Franco muriese en la cama.
R.- Jamás he oído nada parecido a eso. No. Ella no deseaba sufrimiento a nadie, ni a Franco. En su vida ya había mucho sufrimiento. Ella sabía lo que era el dolor y sabía lo que era una guerra y lo que era padecer muertes en la guerra. No creo que ella deseara la muerte de Franco. Tenía una visión muy positiva. Ella quería volver a su Madrid, a su País Vasco. Era una persona volcada en el futuro.
"No creo que Dolores deseara la muerte de Franco. Tenía una visión muy positiva"
P.- Estabas con ella cuando la llamaron para decirle que Franco había muerto. Ella contestó: "Que la tierra le sea leve".
R.- Sí. Pero también tenía un discurso, que creo que era el de París o el de Roma, donde decía que no estamos aquí como las hijas de Jerusalén para añorar nuestra patria perdida, sino que estamos para construir un nuevo futuro para nuestros hijos y las futuras generaciones. Ella sabía que el pasado no va a volver, que no lo vas a arreglar ni tiene sentido añorarlo.
P.- ¿Me estás diciendo que era una mujer sin enemigos? Sorprendente.
R.- Yo creo que no era una persona con enemigos. Mira, recuerdo una escena graciosa cuando regresamos a España. En nuestras primeras vacaciones en España, en agosto del 77, fuimos unos días a Murcia; y allí había unos niños que día y noche nos cantaban el Cara al sol.
P.- Venga ya.
R.- Sí, eran unos niños muy pequeños, y la abuela intentaba explicarles que hay otras canciones. Les invitó a casa para que se tomaran una Coca-cola y unas frutas y los niños no llegaron a entrar, pero sí accedieron a charlar con ella en la puerta, y Dolores les dijo: "Esta canción la cantáis muy bien, pero os voy a enseñar otra". Y les enseñó La Internacional (ríe). Fue el remedio. Nunca vimos más a esos niños. Era su forma de proceder. Buscar un alternativa y remediar los problemas de una manera creativa, positiva y con gracia. Tenía mucho sentido del humor. Es una anécdota muy personal pero que refleja muy bien quién era ella. Transformaba las cosas. Intentaba que fuera por las buenas, claro.
Con respecto a Franco, me acuerdo de que ella siempre decía: "Si Casado no abre el frente, yo voy a negociar con Franco la retirada del ejército republicano". Y era una de las frases con las que yo he crecido. Ella tenía la sensación de que se podía negociar y se podía abandonar el país de una manera más pacífica.
P.- Negociar con un dictador, por si cuela.
R.- En ese momento era un militar. La palabra "dictador" apareció más tarde. Pero en la guerra civil era un militar de las colonias. Ella tenía una seguridad enorme en sí misma y creía que con los militares se podía negociar. Por lo menos esa era una ilusión que ella tenía o una angustia de lo que no pudo hacer.
Lolita nunca escuchó llorar a Dolores: sólo una vez, durante toda la noche, cuando al morir Franco no la dejaron regresar enseguida a España. Tardó año y medio en poder volver. Mientras, en Moscú, se aliviaba yendo a escuchar a los artistas españoles que visitaban Rusia en sus giras. Ahí el ballet de María Rosa, el taconeo de Antonio Gades o las canciones de Raphael y Sara Montiel. Después, nieta y abuela les besaban en el camerino, por si acaso rascaban así un olor, un sonido, una verdad antigua de la tierra ibérica perdida.
P.- ¿Quiénes eran los mejores amigos de tu abuela?
R.- Mi abuela tenía amigas muy cercanas, ¡un magnífico grupo de mujeres exiliadas…! La gente más cercana a ella en el exilio eran Clara Sancha, la viuda de Alberto Sánchez, el artista que hizo la escultura que está ahora en el patio del Reina Sofía, El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella. Nieves, viuda de Planeyes, que era un académico, microbriólogo. E Irene Falcón, otra de las grandes amigas de toda su vida. Conocí a esas tres mujeres en mi infancia y hemos sido amigas toda la vida, hasta que desaparecieron físicamente de la tierra. Para mí son como una familia por el tiempo que pasamos juntas. Convivíamos con sus hijos. Otra mujer muy importante fue la viuda de José Díaz, Teresa. Su hija era íntima de mi madre y yo soy íntima de la nieta. Éramos una familia en el exilio.
P.- ¿Qué imagen tenías tú entonces de España?
R.- Tenía una imagen muy remota de España (resopla).
P.- ¿No era una patria?
R.- El concepto de España estaba basado en los recuerdos de mi madre y mi abuela. Mi abuela había escrito unas memorias, El único camino, donde cuenta muy bien cómo se vivía a principio de siglo en el norte de España, con el desarrollo industrial y con la explotación feroz de los trabajadores de la cuenca minera. Luego la vida en Madrid fue clandestina, luego la guerra… pero tenía una añoranza enorme y unas ganas de volver enormes. En el año 71 fuimos al País Vasco francés y ahí pasamos unos días. Llegamos al puente de Irún. Vimos tierra española. Y yo pensaba que el País Vasco español sería más o menos como el francés, y que Madrid iba a ser como las grandes capitales europeas.
Y cuando llegué me sorprendió, porque veías que España necesitaba dar un gran paso adelante para incorporarse a Europa. Recuerdo un Madrid del año 77 que no tiene nada que ver con la luz que tiene ahora, supongo que era por las calefacciones de carbón. Las casas eran muy negras, tremendamente negras. En el año 77 la vida política era omnipresente. Cuartillas por todos lados. Carteles por todos los lados. Muchas manifestaciones… Luego vi cómo España hizo un enorme esfuerzo y sacrificio y se instaló en el concierto europeo. Lo que tenemos hoy aquí ahora está muy lejos de lo que yo conocí en el 77.
P.- Cuando ves esta nueva España, ¿sientes que en parte se la debemos a Dolores?
R.- El progreso era enormemente importante. La incorporación de la mujer al trabajo era enormemente importante, la seguridad social, la medicina, las pensiones, la atención a los ancianos, el agua, la electricidad, el gas… todo aquello significó un enorme progreso, la vida ha mejorado.
"Mi abuela siempre tuvo en el cabecero de su cama una imagen de San Antonio"
P.- ¿Cómo era la relación de tu abuela con Dios?
R.- Muy íntima y muy personal. Mi abuela creció en una familia muy religiosa, porque a su padre, Antonio, lo encontraron de bebé llorando en la puerta de una iglesia. Era un niño abandonado. Mi abuela siempre decía que a su padre lo educó el cura del pueblo. Ella se casó por la iglesia y siempre tuvo en el cabecero de su cama una imagen de San Antonio. El problema de mi abuela con la religión fue la muerte de sus hijos. Ahí su enorme angustia, su contradicción. Por qué Dios le había hecho eso siendo ella una buena cristiana, siendo una mujer trabajadora.
P.- ¿Cómo vivió que en España la Iglesia apoyase al bando sublevado? ¿Eso no cambió su pasión religiosa?
R.- Ella no hablaba de esos dramas de la historia de España. Pero a la vuelta se hizo muy amiga de José María Llanos, el párroco jesuita.
P.- Sí. Creo que incluso llegó a pedir los sacramentos antes de su muerte.
R.- Bueno, tuvieron conversaciones muy intensas, muy importantes y privadas. Él era un gran amigo suyo, una muy buena persona. Se fue a Vallecas a ayudar a los chabolistas y hasta levantó un barrio.
No obstante, la moral represiva también acabó cayendo sobre Dolores cuando clausuró su relación con Julián y empezó a verse con el joven Francisco Antón. Lo explicaba su secretaria, compañera y amiga Irene Falcón: "Se enamoró de ella locamente un compañero estupendo, cosa que se puede entender (…) Vivieron juntos unos años. Francisco Antón sirvió para que la atacaran. Ella era la imagen de la Virgen, de una monja, yo qué sé, lo que era totalmente falso. Era una mujer fuerte, sana. Por tanto tenía no solo el derecho, sino la obligación de tener una vida sexual también normal".
Las malas lenguas contaron que él se acabó enamorando de otra mujer y ella "lo depuró", dejando caer a los suyos que podía ser un agente policíaco al servicio de un país imperialista. Casi nada. Así que lo desterraron a Varsovia para que fuese explotado en una fábrica. Sayonara, baby. Sin embargo, Lolita tiene otro final posible para ese affaire político y poético.
P.- ¿Consideras que tu abuela padeció el machismo de la sociedad española, y de sus propios compañeros, por llevar a cabo este romance y sacar los pies del tiesto?
R.- Supongo que era la idea que había de la relación hombre-mujer en los años treinta. Hoy a nadie le extrañaría. Fue una situación totalmente normal. Ella vivió muchos años con su pareja y se separó, y a los años empezó otra relación que en algún momento se acaba. Lo contaban Carrillo e Irene Falcón: la relación acaba con la muerte de mi tío, en el año 42. Ella pierde a su hijo y entra en una terrible depresión. Fue una herida que jamás pudo superar. Pero el tiempo ha avanzado… mira, la abuela siempre tuvo una vida absolutamente transparente, digna, reservada. Su vida privada también era algo muy reservado. El machismo español estaba omnipresente en todas las esferas de la vida y claro que acometió también contra ella. Ella escribía en sus memorias que la mujer española era "la esclava del esclavo". El hombre trabajaba como un esclavo y la mujer era de su propiedad, tenía que resolver todos los problemas con muy pocos medios. No podemos hablar del pasado con los términos de hoy, nada más que hay que ver las legislaciones de los años veinte o treinta. Se ha avanzado, aunque la vida de las mujeres españolas aún no es perfecta.
P.- Lola, he leído que tus hermanos sí estuvieron afiliados al Partido Comunista, pero que tú no. ¿Por qué?
R.- Bueno, no del todo. Yo tuve un hermano que estuvo afiliado al Partido Comunista de la Unión Soviética, el otro no. Sólo mi hermano Rubén lo hizo. Luego el partido se disolvió, lo prohibieron en el año 91.
"Tuve una educación marxista y ahora sigo con la tradición familiar"
P.- ¿Has cogido el relevo ideológico de tu abuela?
R.- Yo, más que en la política, pienso en la historia. Soy una persona que se ha formado en la Unión Soviética y tengo una educación marxista. Creo que el progreso de la sociedad llega por la cooperación de muchos factores. Como decía Hegel: la unión y la contradicción entre los antagonistas. Para que la sociedad se desarrolle, necesita todo tipo de voces. Pero mi sentimiento, por tradición familiar y por educación y por mi forma de ser, es el de mis ancestros. Sigo su tradición. ¡Es un espíritu que tienes, con el cual convives, es más que una ideología, es un ADN! Te crías con unos valores y sigues teniéndolos. Yo sigo siendo como era hace muchos años. Soy fruto de los avatares que ha sufrido mi familia.
P.- ¿Qué pensaría Dolores si viera la España actual?
R.- Que muchas cosas se han hecho y muchas quedan por hacer. Valoraría el progreso que ha hecho España en los últimos treinta años.
P.- ¿Estaría decepcionada con la izquierda actual; pensaría que se ha vendido al neoliberalismo?
R.- Ella no pensaba en esas categorías. Tenía una visión positiva y pensaría cómo mejorar. Decía que hay gente que se incorpora a la política por el arte de marear, pero que ella quería representar a aquellos que no tienen voz. Quería encarnar a la clase trabajadora, a las familias, y lo hizo toda su vida. También lo haría ahora. Los problemas de la clase obrera siguen. Y los problemas de la mujer siguen: necesita ampliar su presencia en el mundo laboral, equiparar su salario al salario de los hombres por el mismo trabajo.
P.- El Partido Comunista en España ahora es minoritario, pero vino Podemos y aglutinó también esos sentires. La propia Yolanda Díaz se define como comunista.
R.- Pero el partido que ella conoció y al cual se unió en los años veinte era un partido pequeñito. Yo creo que la única comunista que hubo en España en algún momento era ella (sonríe). El Partido Comunista Español creció cuando fue legalizado y tuvo una presencia enorme en la Transición y hasta su propia crisis en el 82-83. Ahora ya los partidos no son de masas. Ella, en su primer viaje a la Unión Soviética, supongo que en el 33, cuando le preguntan cómo ve el futuro político de España, dice que los partidos comunistas de los años treinta son partidos pequeños y mayoritariamente ilegales, pero que con ese núcleo, que puede ser muy potente, no se llega a ningún sitio. Un partido tiene que abrirse, abrirse a los sindicatos, tiene que crear un frente. Un frente popular. Ella es una de las creadoras del Frente Popular. En el 33 empieza a hablar de un amplio frente popular que combatiese el fascismo en Europa. Y a partir del año 53, ella empieza a elaborar la idea de la reconciliación nacional diciendo que no podemos siempre recordar la guerra, que hay que plantearse el futuro, y que para eso se necesita un pacto generacional, un pacto social, una convivencia pacífica. Ella contaba con toda la población española, no quería marginar a nadie.
P.- ¿Seguiría en el PCE o pertenecería a Podemos para modernizarse?
R.- Hoy tendría 126 años (ríe). Así que seguiría en casa con sus bisnietos y su tataranieto de cuatro años. Eso es lo que estaría haciendo ella hoy.
P.- ¿Qué te parece a ti la figura de Yolanda Díaz, tan carismática? ¿Crees que puede ser una buena sucesora de tu abuela?
R.- Es otra época y es otra vida, pero quizá… Yolanda es una persona con estudios, Yolanda es abogada, y sin embargo tiene la sensibilidad de un político que está representando no sólo a su partido, sino a la población en general. Yo creo que tiene porvenir y futuro y un enorme papel en la vida política de ahora. Es una persona de diálogo. Es una persona que entiende, como buena abogada laboralista, el mecanismo de la economía, de la política y de la sociedad. Lo aplicaba en su despacho de abogados y ahora lo aplica en el Gobierno.
Compartía con mi abuela esa idea de abrirse a grandes capas de la población, de buscar el consenso, el convenio nacional. "Chicos, estamos en una crisis enorme, estamos en una pandemia que no ha acabado, necesitamos aunar esfuerzos". Para mí es una de las grandes líderes que tiene ahora la política española. Sí que me pasa una cosa que no va con la política, y es que yo aprendí español en casa y con la abuela. Y la abuela siempre decía que ella era diputado. O que la señora tal era ministro. Sé que la lengua evoluciona, que es un proceso natural, pero eso me llama la atención. Ese español que aprendí en mi infancia sigue marcando mi narrativa, pero sé que es un español del pasado.
P.- En 2019 profanaron la tumba de Dolores. ¿Cómo viviste ese hecho, a qué lo atribuiste? ¿Te preocupa el auge de la extrema derecha?
R.- Las crisis que atravesamos fomentan el espíritu de intolerancia. Siempre ha pasado, no es nada nuevo en la historia de España. Pero tenemos mecanismos democráticos, afortunadamente, para solucionar este tipo de radicalismos. No sólo fue profanada la tumba de mi abuela ese día, sino la de Pablo Iglesias, la de Lola Flores y la de la División Azul. Fue un acto de vandalismo en el cementerio. Fue aberrante, pero ahí se queda.
"El fascismo en España no tiene líderes. No hay líderes como Hitler o Mussolini"
P.- ¿Sobrevive el fascismo en España? Aunque en términos puristas nos suene anacrónico, la palabra no termina de desaparecer.
R.- El fascismo tiene cien años. Viene de Italia, de Mussolini. Es una tendencia que ha existido y que sigue viva, pero afortunadamente más bien en la mentalidad de ciertas personas. No creo que tenga un futuro político. El fascismo en España no tiene líderes. No hay líderes como Hitler o Mussolini.
P.- ¿Qué pensaría tu abuela de Santiago Abascal?
R.- No me lo imagino. No sé. Ya te he dicho que mi abuela tendría 126 años. España es un país plural. Es un país demócrata. Una de las calidades de la democracia es que abarque a todos los sectores, todos los intereses y todas las ideologías, siempre y cuando estén dentro de la Constitución española, que es nuestro paraguas protector. La Constitución es la respuesta a muchas de las preguntas que plantea el siglo XXI.