José Luis Garci, que acaba de cumplir 78 años, dice que él no tiene vida interior, sino vida anterior. Pero no se le nota el peso del tiempo -ni las películas vistas y creadas en las que transcurren décadas- cuando le observo caminar por la radio a saltitos con sus zapatillas rojas, como un pájaro o un niño, enjuto y vivaracho, habitando el segundo presente como el hombre sin coche y sin móvil que es, un afable tipo analógico en un mundo digital, un cineasta que entiende del beso lento y de la bala rápida y del misterio que vive en las cosas.
Se ha hecho el duro, Garci, para concedernos esta entrevista, aunque luego se muestre inescapablemente tierno. "Mira que te he perseguido más que a un novio o a un ministro", le azuzo. "Es que yo no sé bien qué tengo que decir ya, soy un tipo normal, no muy interesante, pero, al menos, soy un tipo que no se aburre", esquiva. Bueno. Él callejea con sus amigos todo el rato, especialmente con sus amigos fantasmas: los compadres tan queridos, caídos en batalla como los mejores soldados -Landa, Gistau, Alcántara, Horacio Valcárcel-, y los artistas eternos. A veces son los mismos. Él está ocupado extrañando el humo del cigarro en los rings de boxeo, navegando en los boleros de Machín y en La caída de los dioses de Wagner, extasiándose para siempre con los diálogos de Eva al desnudo, alimentándose de partidos de fútbol que le recuerdan que a esta vida hemos venido a jugar.
Nadie que nos ame podrá considerarnos nunca normal -como él se bautiza-, y nosotros a Garci le amamos. No por el Oscar, no por su rosario de libros y de películas; sino por razones más profundas y luminosas. Porque su padre era pintor y su madre, que leía novelas de amor de Pueyo, vistió durante un año un hábito de monja sin que el niño José Luis llegase a conocer nunca su secreta razón. O porque es del Atleti y habla, como Fitzgerald, con la autoridad que le otorga el fracaso.
O porque mantiene impoluta una brillante memoria de perros que a ratos le atormenta en los dolores más cruentos, como la pérdida de su nieto de 14 años. O porque aunque charlemos a secas, sólo tragando saliva, siempre parece alzar un garfio invisible en forma de dry martini en la mano derecha. O porque cita poemitas de su amigo Manuel de memoria: "La noche del aguacero / dónde te metiste / que no te mojaste el pelo". "Es todo un tratado sobre los celos, ¿no crees?", comparte. Y yo claro que creo.
O porque improvisa con esta periodista diálogos de cine negro, como verán ustedes más adelante. O porque tiene la elegancia suficiente para haber sentido pudor por llamarse "cineasta". "¿Eso es falta de vanidad?", le digo. "Eso es desprecio a la grandilocuencia", devuelve. O porque nunca firmó sus películas con "un filme de": le parecía un atentado al resto del equipo, herencia sebosa de la Nouvelle vague. "Eso que lo haga Chaplin". Pues oye: sí.
O porque José Luis, sobre todo, es escritor. Lo ha sido siempre, no sólo desde que se lo dijese Umbral. Me cuenta que hubiese querido escribir La colmena de Cela, o Servidumbre humana, de W. Somerset Maugham, o París era una fiesta, de Hemingway. Cuántas cosas hicimos, cuántas más quisimos. Ahora Garci sólo cocina un sueño fundamental: que no le cierren el kiosco de su barrio, vestigio último del mundo viejo que amó y que se descompone cada instante. Que no lo cierren, va en serio, que se muere.
Pregunta.- José Luis, ¿tú cuándo perdiste la inocencia?
Respuesta.- Joé (resopla). Tendríamos que ponernos de acuerdo primero en qué es la inocencia. El primer escalón fue cuando me enteré de que los reyes magos eran mis padres. A mí me lo contó una chica, una amiga de mi colegio. ¡Manolita, se llamaba! Iba a un colegio mixto, creo que era el único que había entonces.
P.- Ahí se te caen los primeros dioses y mitos. Hostia, conspiración mundial entre los adultos.
R.- Sí, y no sabía si hacerme el longuis o callarme, porque si lo decía igual me quedaba sin regalos (ríe). Pero luego pasa el tiempo y te das cuenta de que esa mentira era verdad: de que eran magos tus padres. Lo que han hecho siempre ha sido mágico. Pero cuando auténticamente pierdes la inocencia es cuando te das cuenta de que no vas a ser la persona que querías ser. Esa se va perdiendo poco a poco. Perder la inocencia es perder la infancia o la adolescencia: eres otro. Tú eres muy joven, pero yo ahora soy muchas personas que están contenidas en lo que yo he sido: un chico estudiando el Bachillerato, un joven que trabajó en un banco, que escribió, que hizo películas… todos tenemos niños metidos en nuestros cuerpos de viejos. Mi oficio siempre ha sido fantasear, y fantasear es recuperar de alguna manera lo que tú llamas inocencia: es renovar la capacidad de asombro.
P.- Así que perdiste la inocencia pero ni tan mal, ni tan traumático.
R.- No, no fue una catástrofe. Las catástrofes vienen más a nivel sentimental.
P.- ¿Te rompieron el corazón…?
R.- ¡Te habrá pasado a ti, también alguna vez…!
P.- Hijo… a mí no me eches el muerto.
R.- Pero a quién no le ha pasado (ríe). Son superables. No me han roto muchas veces el corazón, ¿no lo ves, que late, que aquí estoy contigo…? En fin (se desdice): también, algunas veces, los corazones rotos laten, eso cuentan…
P.- Y lo decía Gloria Fuertes, que el mundo está lleno de muertos de amor que continúan yendo a la oficina.
R.- Es cierto, pero yo he tenido suerte en ese aspecto (carraspea).
P.- Has hablado muchas veces de la vida de repuesto. Si tu vida no llega a ser ésta, ¿cuál habría sido la opción B? Pensaba en la canción de Sabina que dice que él se quedaría con la del pirata cojo.
R.- A mí me hubiera gustado mucho ser director de orquesta. Ahí sí que estás en un universo… que no existe hasta que tú das un toque y la madera se pone en marcha. Entra el metal. Se crea algo asombroso. Pero para eso tenía que haber ido al conservatorio desde niño, estudiar luego piano… (se le hace bola).
"No creo en la posteridad; no quiero ser una estatua"
P.- Nada, eso es mucho follón ahora. Mejor para la próxima vida, ¿no?
R.- ¡Si hay próxima vida…! Yo creo que no hay nada -porque no había nada antes de ti, antes de que tu padre y tu madre se conocieran y se celebrase una química entre ellos- o hay misericordia. Eso se lo dije yo a Severo Ochoa una vez. Tomábamos un martini en Oviedo, en el Hotel de la Reconquista, y acabamos hablando de estas cosas de las que hablamos tú y yo ahora. Me dijo: "Desengáñate, somos física y química". Y le dije: "Por supuesto, pero de la misma manera que una gota del vermú Noilly Prat hace que la ginebra no sepa a ginebra, y que sea ya otra cosa, dry martini, yo creo que somos física y química… y una gota de misterio". Eso le gustó, ¿a ti te gusta?
P.- Sí. Mucho.
R.- ¡Pues eso! Yo creo, de todos modos, que lo mejor para nuestro entendimiento es que no haya nada. Cuando éramos chavales nos asustaban con el Juicio Final.
P.- ¡Aquellas trompetas…!
R.- El valle de Josafat, ¡es que tú imagínate! "Antonia Muñoz, ¿está aquí?, perfecto, pues usted al infierno porque engañó a su marido". "¿Julio Pérez? ¿Tiene la vez? Usted a no sé dónde" (se parte). ¡Eso no se lo cree nadie! Hace poco, hace un par de Papas, ya dijeron que no había infierno. Igual que nosotros, las religiones han evolucionado. El dios del Sinaí, Yehová, era un dios cruel: "Si me quieres, mata a tu hijo". Pero en cuanto a lo que decías tú antes… ¿trascendental? No se sabe. Hay las mismas razones para ser ateo como para no serlo. Es un poco extraño que alguien se llame a sí mismo "teólogo", que dice que es un experto en dios, pero ¿quién es dios, es hombre o mujer? Hay una causa primera, pero ¿qué más da? Yo no creo para nada en la posteridad. La posteridad es un nombre.
P.- Tú no quieres estatuas ni nada, que luego vienen los pájaros…
R.- No, yo no quiero nada. Lo que nos quieran dar, que nos lo den en vida. Ten en cuenta que el Premio Cervantes no lo tiene Cervantes.
P.- Qué enorme trampa.
R.- Sí, todo eso es fonética. Mis amigos ahora son premios, parques, calles. Premio Gistau. Premio Manuel Alcántara.
P.- ¿Tú tienes algo?
R.- Yo sí, pero no me había enterado hasta hace poco. Tengo cinco calles.
P.- ¿Y por dónde puedo pasearte?
R.- (Ríe). No me preguntes muy bien dónde. En distintos lugares de España. En Oviedo y en Gijón me propusieron cosas, pero me sentí un poco incómodo, ¿sabes?, como si me convirtieran ya en estatua…
"Ser buena gente es más difícil que ser Picasso"
P.- Como si te petrificaran.
R.- ¡Sí! No podrán (ríe). Tengo un instituto en Alcobendas. Instituto José Luis Garci. ¡Es precioso, un edificio a lo Harvard…! Debería ir más. Me es un poco extraño. La posteridad… es que… ¿tú crees que a Antonio Machado, tan respetado, tan citado en los colegios, sus días azules… esto le importaría lo más mínimo, si justamente nunca podrá enterarse? Sólo somos una carrera de relevos. Nadie aguanta más de tres generaciones, salvo Shakespeare o Lope de Vega. En cualquier caso, ser buena gente es más difícil que ser Picasso. Es más difícil ser buena persona que ser un genio.
P.- ¡Vaya!
R.- Es que en un mismo día uno tiene varias fases. Te levantas de buen humor y se te pasa, te oscureces, tratas de no darle importancia, llega la noche y resurges, quién sabe de qué va esto.
P.- Un poema de tu amigo Manuel Alcántara decía: "Averigua quién te dio / estas ganas de morirte, / ha tenido que ser Dios / un día que estaba triste".
R.- "No te digo que sí ni que no. / Te digo que si Dios existe, / no tiene perdón de Dios" (completa, sonriente, extasiado).
P.- ¿Tú has tenido ganas de morirte?
R.- No, nunca, ¿eh? Ni he conocido a nadie que tenga ganas de morirse porque el que tiene verdaderas ganas, se muere enseguida, se lo busca rápido. Un balcón, lo que pille. Pero últimamente he sufrido varias pérdidas y eso lo voy notando. Alfredo Landa, Manuel Alcántara, Gistau, Horacio Valcárcel. Con esa gente que se ha ido, yo hablaba de esto, ¿sabes? Y decíamos: "Coño, ¿cómo será el momento?". Así fue, sin embargo. Antes lo compartía con ellos -el fútbol, las cervezas, las charlas-, ahora las comparto conmigo, casi solo. Por eso me doy más a la música, a mi boxeo, aunque ya no se fume… Cuando era joven, pensé que la muerte me iba a dar miedo. Pero cuando vas cumpliendo películas, como yo, te das cuenta de que es algo suave, de que es agua fluyendo camino al mar, y que es así y debe ser así. Por eso de mayor eres más tolerante, intentas hacérselo fácil a la gente.
P.- ¿Quién es el gran antagonista de tu vida?
R.- No te puedo decir, como Narváez, lo de "no tengo enemigos, los he matado a todos" (ríe). Me he movido en mundos buenos.
P.- Aprendiste a besar gracias al cine y en tu primer beso, en el Retiro, con una chica llamada África, intentaste ser Robert Taylor.
R.- (Ríe). Sí. Eso es cierto. Estoy convencido de que antes de las películas no se besaba como en las películas. Cambiamos mirándoles.
P.- ¿Cuál ha sido el mejor beso de tu vida?
R.- Supongo que el que no he dado todavía. Pero sí, le di el beso a África, yo sentí sus labios, y yo me quedé parado, y ella me dijo "¿qué te pasa?". Y le dije: "Que no hay música" (ríe).
P.- ¡Tú querías violines!
R.- Yo lo quería todo. Fue la primera cosa en la que no tuvo nada que ver la vida real con el cine. En el siglo XIX no se besaban como ahora, seguro que no: no tenían ni idea. Eran besos más precipitados. El cine nos enseñó a besar en primer plano. Los besos lentos son mejores, yo creo. Son incandescentes. Cogen ritmo, una velocidad enorme. La temperatura de un beso lento es estupenda.
"Mi mejor beso no lo he dado todavía"
P.- ¿Y qué has aprendido de las mujeres gracias al cine?
R.- Pues mucho. Yo soy igual de machista que toda mi generación, no me voy a poner ahora a decir que no, pero haber estado con chicas desde que tenía 4 años hasta que tenía 16, que hice el PREU y ya en el Cervantes éramos chicos solos, pues no sé, me ha dado otra cosa. Para mí las chicas en el colegio eran como chicos, nos llamábamos por el apellido casi siempre todos. Éramos colegas. Compartíamos las angustias, como no tener la traducción de latín.
P.- Siempre he pensado que el gran invento del feminismo ha sido la amistad entre hombres y mujeres, porque eso ha hecho que nos humanicéis mucho, que nos respetéis, que no nos veáis sólo como a potenciales amantes o novias, sino en horizontal, como a seres humanos.
R.- Totalmente así. Para mí fue natural. Igual una amiga me contaba, con 12 años, que había conocido en el pueblo donde veraneaba a un chico que le gustaba mucho, y me decía: "No sé si llamarle". Yo le decía: "Espérate, que él te llame. Si le gustas, te va a llamar". Y ellas me aconsejaban de vuelta. Si a mí me gustaba una chica, ellas me acompañaban a donde estaba ella y nos hacíamos los encontradizos… éramos cómplices. Entendí que todos, hombres y mujeres, reaccionamos igual.
P.- Es hermoso eso.
R.- Sí. Luego en el tema de quién pone la mesa y tal, en fin, en las cosas de la casa y la cocina, a mí siempre me ha salvado el ser una estrella de los cócteles. Ahí se produce una simbiosis muy buena: tú estás con una mujer, ella prepara la cena y tú preparas los cócteles. Yo con mis martinis, mis aceitunas, ¡dos!, porque le ofreces una y siempre la coge, la mujer, ¡eso es lo mejor del martini, la aceituna empapada que ella coge…! Y el vermú, y la ginebra. En fin, yo quiero que las mujeres, obviamente, cobren igual que los hombres, o más, si son más listas, ¿pero cómo no…? Marilyn Monroe ganaba más que los que trabajaban con ella, o Greta Garbo. Ellas vendían las películas en algunos momentos. En otros, Robert Taylor. Son cosas como de primero de bachillerato.
P.- Y con tus novias qué tal.
R.- Pues una vez tuve catorce años, claro, y viví la época de los guateques: qué te voy a contar. Las chicas con la famosa mano-palanca, que no había manera de hacer caritas…
P.- ¿Pero qué mano es esa?
R.- (Ríe). Es que tú eres muy joven, pero era una mano estratégica que ponía la chica para que no te pudieras acercar a ella en el baile. "Hacer caritas", decíamos. A eso de las 9 ya decíamos: "¡Pon algo lento, no enciendas la luz…!".
P.- ¿Y qué sabes tú del amor que no supieses con 18 años?
R.- El amor un misterio. Nunca sabes por qué nace: es imposible. Pero sí sabes que cuando se acaba, se acaba para siempre. Las segundas oportunidades las mata el sabor de la primera. Pero ¿por qué nacerá…? ¡Jamás lo sabremos! Puedes conocer a una persona desde hace tres o cuatro meses y no te fijas, y de repente, un día, hay algo que hace ¡chas! Con el sexo pasa igual, pero al contrario. Te gusta mucho hacer el sexo con una persona y un día, se te va. ¡Se te va el entusiasmo! Y no vuelve, no sé. ¿Te das cuenta de que la vida es muy misteriosa?
P.- Siempre has dicho que las mujeres del cine negro fueron pioneras en el feminismo. ¿Te has topado tú con muchas femmes fatales, como Barbara Stanwyck en Perdición?
R.- (Se parte). ¡Una vez solo! Salí con una de ellas. Un par de meses. Un buen día me dijo: "Eres un chico estupendo, amable, entusiasta… todo lo que odio en un hombre" (reímos). ¡Y me dejó plantado!
P.- ¡Qué mala…! Querría que fueras más gamberro.
R.- (Ríe). Qué chica… mala no, no le gustaba y ya está, a tomar viento. Hizo bien. Las femmes fatales son complicadas. Nunca me he dedicado a estudiar a las mujeres. Si algo se ha acabado, se ha acabado. Nunca he ido a ninguna terapia, ¿sabes? ¡Al contrario, he escrito yo muchos guiones…! No me va a decir nada un psiquiatra que yo no sepa.
"Sólo salí una vez con una femme fatale: me dijo que yo era todo lo que odiaba en un hombre"
P.- Leí que tu padre era muy gentleman. ¿Y tú?
R.- Yo no, yo no… mi padre era celta, era asturiano, de Gijón, delgado, alto, ¡no como yo…! Parecía David Niven. Tenía un gran sentido del humor. Mi madre era de Andalucía. Yo salí de en medio, en todo, ¡de Madrid! Eran dos buenas personas. Supieron unir muy bien la inteligencia con la bondad, y eso es muy difícil. Pero ya te digo yo que nunca he sido un gran seductor: seducir, seducen las mujeres, nunca los hombres. ¡Algunos se lo creen! ¡Bobos! ¡No ligan!
P.- Hablemos de la memoria. ¿Qué es lo que no has sido capaz de olvidar nunca aunque te empeñases en olvidarlo cuanto antes?
R.- Yo he heredado una buena memoria de la familia paterna, pero no sé si es bueno tenerla, porque lo que significa es… la condena de no poder olvidar. Me han pasado cosas bastante terribles y nunca las he podido aparcar, nunca. Me he quedado con ellas siempre. Parece un poco… sacrílego, ¿no?, contarlas en una entrevista. Hace bien poco perdí a un nieto. El día que cumplía 15 años.
P.- Lo sé, y lo lamento mucho. Es terrorífico.
R.- Quince años… eso nunca lo superas. Su madre, mi hija, menos. Pero yo tampoco, porque me persiguen sus imágenes: jugando al fútbol, lleno de vida, charlando, y sin saber él que se va a ir, y tú comiéndote durante meses el cáncer ese… fue al mismo tiempo que la chica de Luis Enrique. ¿Por qué lo tuvo él, por qué lo cogió, por qué dio esa puta casualidad, por qué ese chico entre cinco millones? Y hay tantos otros… no hay consuelo posible. Son cosas que te las comes y vives con ellas.
P.- Por golpes tan devastadores como ese, el de la pérdida de un niño, es difícil creer en dios.
R.- Bueno, yo creo que a mucha gente le ayuda. A mí me gustaría tener fe. Cuando yo estudiaba en el colegio, si no recuerdo mal, me decían: "Fe es creer en lo que no ves". Pues es estupendo, porque la gente cree que hay otra vida mejor, y yo también reflexiono y digo: "Coño, si hay otra vida mejor, ¿por qué no os vais?". De niño me gustaba la ciencia ficción, me gustaba creer en otros mundos…
P.- Ya sabes lo que decía Paul Éluard: que hay otros mundos, pero están en éste.
R.- ¿Y los agujeros negros, y todo eso que se habla, la teoría de las cuerdas…? ¿Qué hacemos aquí? Y te dicen los otros: "No, que va a haber una resurrección". Y yo digo: "Pero ¿quién va a estar ahí, todos? ¿Alejandro Magno, Julio César, toda la gente esa…?".
P.- Vaya fiesta.
R.- (Ríe). Yo creo que ya nunca vuelves a ver a tus padres (se ensombrece, de súbito). Ya no los encuentras nunca más. Ni a tus seres queridos. Todo desaparece. La única cosa que me hace dudar es… bueno, es un recuerdo de niño. Jugábamos con los gusanos de seda, los metíamos en una caja de cartón con agujeros, y, coño, pasaba un tiempo y ese gusano dejaba de ser gusano y era mariposa. ¡Fum! Salía volando. Eso me hizo creer un poco en la transformación. Igual que antes éramos monos, monos con instinto pero sin inteligencia para construir acueductos, ¡ahora somos esto, mira qué clip nos pusieron…!
Ve al zoo y acuérdate de mí: los monos te mirarán, con un velo de tristeza tremendo. "¿Y esta chica, por qué cojones puede hacer todo lo que hace y nosotros aquí todo el día metidos en la jaula, comiendo plátanos? ¡Pero si somos iguales…!". Si hemos dado el paso de salir de ahí, de ir a Marte, es posible que acabe existiendo lo que Nietzsche llamaba el súperhombre. Algo que aún no imaginamos cómo puede ser. Quizás podamos… no sé, no ya volar, si no trasladarnos con el pensamiento. Con la imaginación puedes volar. Algo cambiará en lo que somos. Y nos quedarán cuatro cosas: sentirnos orgullosos del Partenón, de Las Meninas, de algunas obras de arte fantásticas.
"Probé casi todas las drogas… menos la heroína, porque a mí que me pinchen me jode hasta en el dentista"
P.- Hablemos de los vicios. Dejaste de fumar.
R.- Sí, yo fumaba por imagen. Con 15 años empecé.
P.- ¿Para hacerte el guay?
R.- Bueno, porque era bonito, me gustaban las chicas que fumaban…
P.- Yo fumo, mira qué suerte has tenido.
R.- (Nos reímos). ¡Es que es mucho más bonita una chica que fuma! Eso en blanco y negro es precioso. Yo fumaba 8 o 10 cigarros, no más. En la mili sí, porque estaba aburrido. Esas guardias por la noche… sólo me quedaba el fumar. Y cuando estaba rodando, en el momento de estar en el set, también.
P.- ¿Y las drogas, te han interesado alguna vez?
R.- He tomado, como todo el mundo.
P.- ¿Cuáles?
R.- Pues hombre, de todo, he tomado cannabis, porros, coca…
P.- ¿Y heroína?
R.- No, esa no, porque a mí que me pinchen me jode. Ir al dentista ya me hunde. ¡Mi encía! ¡Las anestesias! Me da angustia. Y con la heroína no hay anestesia ni hay nada, pero hay quien ha llegado a una especie de necesidad… les da lo mismo. No me han servido las drogas para nada, no me he colgado nunca de nada. Ha sido lúdico. Con el alcohol tampoco me volví nunca loco. Hay que saber beber. Tomarse un whisky a las 8 de la tarde, charlando, que es el mejor aperitivo que hay, la conversación… ¡hay que tener medida! A mí me gustaba, después de comer, echarme un cigarrito. Joder, qué bien.
P.- Hubo una frase que me impresionó de El crack. Decía 'El guapo': "Cuando uno se complica la vida, acaba no siendo feliz... y cuando uno no es feliz, nunca vuelve a tener suerte". Yo escuché eso y me acojoné. Me pareció una profecía, una maldición tremenda.
R.- (Ríe). Es un poco maldición, sí. Es que es un diálogo de cine negro que no cabe en ningún otro tipo de película. Por ejemplo, creo un diálogo. Tú y yo ahora vamos en un coche. Tú te estremeces, yo voy conduciendo (aunque no conduzco y no he conducido en mi vida). Y yo te digo: "¿Qué te pasa?". Y tú dices: "No, que de repente me ha dado frío". Metemos diálogo de cine negro. Yo te diría: "Conmigo ninguna mujer ha tenido frío" (agrava la voz). Y tú dirías: "Contigo ninguna mujer ha tenido nada". Eso es el cine negro.
P.- Pero ¡¿esto?! ¿Te lo acabas de inventar ahora mismo?
R.- Sí, claro. Me gusta. Eso sólo puedes ponerlo en películas como El crack, no lo vas a poner en Las verdes praderas. "Y cuando uno no es feliz, nunca vuelve a tener suerte…".
P.- ¿Existe la suerte?
R.- La suerte existe, claro. Y sobre todo existe la mala suerte.
P.- ¿Y tú qué tal andas de suerte?
R.- Mitad y mitad, como todo el mundo. Lo que pasa es que cuando la suerte es inesperada, es fantástica. No me refiero a que te toque la lotería, que es muy difícil. Mi madre siempre decía: "Ay, que nos toque sólo un pellizquito". Y yo decía: "Hombre, ya que nos toca, que nos toque entera".
P.- Lo tuyo de no tener coche es una rareza…
R.- Es que yo quería tenerlo con 18 o 20 años, que no tenía nada. Tenerlo con 30 y tantos no me hacía ilusión. Ahora, ninguna.
P.- A lo mejor secretamente lo que siempre pensaste es que merecías un chófer.
R.- (Ríe). Sí, ahora lo pienso, la verdad. Pero no hay pasta. Luego empiezas a hacer películas y te viene el coche de producción y te llevan. ¿Te das cuenta de la cantidad de directores que no conducen? Casi todos. Fernando Fernán Gómez, Antonio Mercero, Mario Camus, ¡muchísima gente! El cine no ha dado para un coche con chófer. Para nadie, nunca.
P.- Has dicho que España es un traje deshilachado.
R.- Sí, a España ya no la puedes mandar al tinte, tienes que comprar una nueva. Una nueva forma de ser España. España es un traje medio roto, con los pantalones con rodilleras, una manga más larga que otra… habrá otro traje, pero yo ya no estaré aquí para verlo.
P.- ¿Cómo te gustaría que fuera esa España?
R.- La España que yo he conocido nunca volverá a existir. Somos la última generación que ha conocido España como la estudiaron: "España limita al norte con el mar Cantábrico, al sur con no sé qué…". Bueno, es la evolución que ha habido. España se ha ido fraccionando. No sé qué va a ser de España y me importa bien poco porque no estaré para verlo. Creo que va a haber una devolución muy grande. Es curioso, ¿no? Se está fraccionando un país que tiene un idioma de 500 millones, y en cambio, en televisión se ponen subtítulos en gallego, o en catalán, o en vasco… pero eso también se seguirá fraccionando. El catalán se fraccionará entre el de los valencianos, entre el de los mallorquines…
"España es un país extraño, fraccionado. No nos queremos desde los Reyes Católicos"
P.- O sea, que España es un país en descomposición.
R.- Bueno, es un país donde no nos queremos. En España no nos queremos entre nosotros desde los Reyes Católicos. Aragón nunca quiso ser Galicia y Andalucía no tiene nada que ver con Asturias y Extremadura con… No, nunca ha fraguado nuestro amor. Es un país raro éste. Es un país extraño. Se pita el himno. "Fuera, tal". Yo he estado en bastantes sitios del mundo y he oído el himno americano, la Marsellesa… la gente lo aplaudía. Aquí no. No nos creemos nada.
P.- ¿Tú tienes patria?
R.- Yo siempre he dicho que soy español.
P.- Bueno, tampoco quedan más cojones.
R.- (Ríe). No, pero me siento español. Uno es de donde su infancia. Uno es de donde hace su bachillerato, donde conoce a sus amigos, a su gente, donde pasea sus paisajes. Mi Retiro de Madrid, mi Málaga, mi San Sebastián, mi Mallorca. Me encuentro fenomenal en cualquier lugar de España.
P.- ¿Qué tal en el Madrid de Ayuso?
R.- Me parece bien. Ayuso es una mujer valiente y decidida. Te puede gustar o no, pero es así. Pero el mundo ha cambiado mucho, este no es el mundo que yo estudié. Cuando a nosotros nos pillaban en una mentira… qué vergüenza, te ponías colorado, toda la clase sabía que eras un mentiroso. Ahora mentir no es malo, porque se ha creado la posverdad, que es la mentira. ¡Coño! La mentira ha empezado a ser un arte. Se miente de una manera asombrosa.
P.- ¿Quiénes son los mejores mentirosos que conocemos?
R.- No lo sé, porque veo que me estás llevando para un mundo de política y yo de política no quiero hablar, no me interesa nada. ¿Sabes lo que es nada?
P.- Venga, hombre, la última, no seas tan duro. ¿Cuál crees tú que es el mayor error de la izquierda actual?
R.- Vamos a ver. Yo no conozco la izquierda actual, porque no existe. Yo conozco la izquierda de antes, a la que yo voté. Yo votaba a la izquierda y eso era público: salía Carrillo en los periódicos, Diario 16, tal cual… esa izquierda era española, a esa izquierda le gustaba la bandera, como a Carrillo. Yo fui de una izquierda que no hubiera silbado nunca el himno. Una izquierda creativa, una izquierda en lucha contra una dictadura, que fue la de Franco. El Partido Comunista, ¡nadie más!, eran ellos los que lucharon contra Franco. En esa izquierda yo les conocía y era amigo de muchos de ellos: mi amigo José María González Sinde, dos veces en la cárcel, padre de la ministra, con el que hice Asignatura Pendiente; su hermano Miguel, montador; Santiago Carrillo; Bardem… lo de ahora no es izquierda, es destrucción.
Mi hipótesis de trabajo es que la izquierda no tiene sentido desde la caída del muro de Berlín. Se acabó. La Unión Soviética se va fuera y la izquierda dice "tío, ¿ahora qué hacemos? Pues vamos a buscarnos otros mundos y otros rollos… ¡la mujer! Vamos a hablar mucho de la mujer. ¡La ecología! Vamos a buscarnos nuevas cosas porque ya no tenemos contenido". Mira, yo conozco a mucha gente que de Cuba se ha ido a Miami, pero no conozco a nadie que de Miami se haya ido a Cuba. Eso es significativo, ¿no? Bien. Cuando estuve en Berlín, si tú te querías ir al Berlín Oriental, "hasta luego, pase usted". Del otro no te dejaban salir. Estuve en Rusia en los años 70, en Moscú, te decían: "Esto es el paraíso". Coño, pues para ser el paraíso no dejáis salir a la gente, por si acaso se quiere ir al purgatorio. El imaginario socialista está muy claro en la mente de los cineastas: los malos nunca te dejan salir. "¿Por qué no nos dejáis salir?". Eso es irrebatible. Eso es la libertad. ¿Tú estarías en un país donde no hay pasaporte? Ya la hemos fastidiao'. Yo estaré en cualquier sitio en el que pueda coger mañana un avión o un tren y largarme.
P.- ¿Cuándo te has sentido tú más libre?
R.- Yo siempre me he sentido libre. He hecho lo que he querido, he dicho lo que he querido. Tuve una suerte: mi primera película fue lo último que se prohibió en España. Su cartel, el cartel de Asignatura pendiente, era precioso, de Iván Zulueta. Nunca más me volvieron a prohibir nada.
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