El otro Pla -¿el bueno, el malo?-, Joseph, el escritor, en definitiva, también catalán, decía, cuando le preguntaban si hablaba en serio o en broma, si es que en el fondo había alguna diferencia. Lo mismo sucede con esta conversación con Albert Pla (Sabadell, 1966), que hay que leerla en clave de greguería, de poema sardónico, de balonazo en la oreja. El músico camina como una suerte de juglar tocapelotas: no se enfaden -confío en ustedes-, ahí reside su extraño encanto.
Albert Pla habla tan bajito que a veces tengo que trepar la mesa del bar que nos separa para oírle. Empieza escueto, a susurros. Una siempre tiene la inquietante sensación de que se va a levantar e irse, pero no lo hace: es amable, al cabo, se enroca en sus propias salidas. Lleva puesto su uniforme de trabajo, que es el de duende anarquista y descreído: una camiseta a rayas estilo pijama, un pantaloncito, una mirada permanentemente atónita, como asombrada pero con ironía.
Es como un niño grande que vive en el campo para seguir jugando. "¿Y tienes animales?", le digo, por hablar de algo entre que llega mi cerveza con limón y su agua. "Gallinas y perros", esboza. "Bueno, es mentira que los tenga. Mejor dicho: vivo con ellos". Entiendo. "¿Y te los comes?". Me mira horrorizado. Ajá.
Todo en Pla es así, como una reinvención de conceptos, como una suave destrucción de lo establecido. Al final sólo es un hombre al que le gusta cocinar para mucha gente y estar con sus hijos. Sobre los críos no quiere charlar: será que eso le es lo único sagrado, y es bello a su manera. No puede almorzar mientras habla, no se lleva nada a la boca. Las gyozas se enfrían mientras y yo sufro.
Acaba de publicar Los unos y los otros, una novelita delirante escrita en formato WhatsApp, por aquello de que el medio es el mensaje. Sólo se puede leer en digital, y esto es relevante, porque trata sobre dos adolescentes, Carlos y Lucía, que van a la misma clase pero no pueden acercarse nunca a hablar porque pertenecen a "clanes" distintos, a grandes corporaciones comerciales enfrentadas entre sí que impiden que los unos se relacionen con los otros.
Tienen que hacer un trabajo juntos sobre la revolución del 68 y siguen sin hablarse, pero se aman por escrito, a su manera breve, joven, tierna, erótica, con palabras atrancadas, abreviadas. Son casi dos prófugos. El sistema ordena y enfrenta. Ya saben ustedes a lo que vienen aquí. Luego no se hagan los ofendidos.
Pregunta.- Albert, me he leído tu novelita.
Respuesta.- ¿Ah, sí?
P.- ¿Y te sorprendes? ¿Qué pasa, que nadie se la ha leído todavía?
R.- De los que me han entrevistado, no.
P.- Pues yo sí.
R.- Pues gracias.
P.- Planteas, de alguna manera, una nueva guerra civil española entre empresas de un lado y de otro, empresas "de la competencia". ¿Cómo te surge esta idea, esta distopía no tan distópica?
R.- No me acuerdo muy bien, pero supongo que se me ocurrió escribir algo así porque escribo cosas así, ¿sabes? Sin darme cuenta, creo que escribo mucho por WhatsApp. No sé tú. Pensé que estaría bien inventarme mi propia historia, en vez de siempre contestar a la realidad.
P.- ¿Quiénes son tus interlocutores más recurrentes?
R.- No tengo preferencias sexuales con eso (risas).
P.- No decía sexuales, Albert, decía en general.
R.- (Se parte). Con cualquiera. Con la gente que me rodea.
"La revolución del 68 no tuvo sentido; para mí siempre fue algo que cuentan los viejos"
P.- Los chavales de la novela tienen que hacer un trabajo de clase de la revolución del 68, y lo llaman "revuelta de hippies". ¿Qué fue para ti? ¿Por qué elegiste ese momento histórico?
R.- Para mí el 68 siempre ha sido una historia de viejos, una historia que ya me contaban mis mayores. Que había sucedido "algo", que había cambiado algo. Que se veía a mucha gente joven implicada.
P.- ¿Eran una pandilla de pijos agitando proclamas, como muestra Bertolucci en Soñadores, o eran algo más?
R.- Como revolución no tuvo sentido, creo. Se apuntaron muchos burgueses. Pero yo me lo tomo más como la aparición de un mundo joven. También ahora sucede lo mismo: de repente aparece gente joven que estaba totalmente escondida, que no sabíamos dónde estaba, y ahora al menos les vemos.
P.- Me dijiste en una ocasión que te gustaría que nadie viejo saliese más en los medios y en la tele, para crear por fin un nuevo relato, más fresco y juvenil.
R.- Sí, es que yo me he pasado 15 años viendo a "jóvenes cantantes" que tenían 35 años. Al menos ahora los traperos y todos estos tienen 18 años. Yo lo prefiero así. Además, todos los viejos españoles se quejan siempre de que la gente no escribía, ¡pero si ahora la gente escribe un montón! Escriben por WhatsApp, y letras de canciones, por redes sociales, escriben, escriben, escriben.
P.- Pero ahora la nueva crítica es que los jóvenes escriben mal.
R.- Escribir sirve para entenderse. Si te entiendes, escribes bien.
P.- Así que podríamos decir que eres la antítesis de la RAE, en ese sentido. ¡Contra las Academias!
R.- Es que la RAE no debería existir. No sirve para nada. Lo único: para catalogar palabras que ya existen. Si alguien se divierte haciendo listas de palabritas… me parece un triste destino, pero bueno, que lo hagan. Y ya si es para decir lo que está bien o lo que no está bien cuando otro escribe, me parece, directamente, de enfermo mental.
P.- Los dos protagonistas de tu novela no terminan de enfrentarse al sistema, ¿no? Tienen miedo.
R.- Bueno, hay un final trágico porque de alguna manera se rebelan contra el sistema. La ventaja de escribir en formato WhatsApp es que puedes poner "voy a matar a 25" y luego otro WhatsApp que ponga "sólo he podido matar a 24, uno se me ha escapado". Y te ahorras escribir todo lo que ha pasado entre esos dos momentos: cómo era el sitio, cómo eran las víctimas… sirve para la elipsis.
"A la humanidad le hacía falta conocerse: hasta la IIGM, si te hablaban de un ucraniano era para matarlo"
P.- De todos modos, a ellos sólo les interesa su amor, no ninguna revolución. "Yo sólo te quiero a ti, querría que estuviésemos desprovistos de cosas, de marcas, de emblemas, y desnudos, juntos".
R.- Sí, desnudos pero con wifi, claro. Es complicado un mundo sin wifi, ¿no crees? De hecho, la humanidad siempre ha sido así: siempre ha querido comunicarse. Siempre ha tenido un afán de comunicarse. Y por fin ha llegado un momento, igual, en el que ya todos empezamos a conocernos, que es lo que le hacía falta a la humanidad: conocerse. Quiero decir que hace 50 años, o 70 años, hasta la Segunda Guerra Mundial, si a ti te hablaban de un ucraniano era para matarlo. El país de al lado siempre era el enemigo. Por religión, por geografía. Después pasó a un "bueno, igual no es un enemigo"; y ahora, por ejemplo, casi que te sientes responsable porque se mueran. Te sientes culpable.
P.- Así que hemos mejorado. ¿Somos más humanistas, crees?
R.- Yo creo que sí. Honestamente, hay un salto.
P.- ¿Crees que tiene sentido rebelarse? ¿Cuál es tu propia rebelión?
R.- Yo no tiré la toalla con la revolución porque nunca tuve toalla. Lo fundamental es que yo soy asocial, en principio. La humanidad me cae bastante mal. Hay personas contadas que me caen bien, eso sí, pero yo no quiero resolver los problemas de la humanidad, para nada. Ya hace años que decidí que no, que prefiero estar lo más alejado posible de todo el mundo. Allá ellos. Que cada uno haga lo que le dé la gana.
P.- En el libro, uno de los dos chavales le dice al otro: "Creo que ETA también era un poco hippie". ¿Esto se puede considerar, en los tiempos que corren, peligroso humor negro? Mira que lo mismo te enchironan.
R.- La verdad que ni me di cuenta de que escribía esto. Al final, ETA, los hippies, los punkies… son el pasado. Son cosas que cuentan los viejos.
P.- Bueno, la derecha aún menta mucho a ETA. Agita su fantasma.
R.- Ya. ¿Has visto una película que se llama Four Lions? Es de un grupo terrorista islamista que prepara un atentado en la maratón de Londres y es una comedia muy disparatada, da mucha risa ver cómo alguien prepara un atentado. Es lo más gracioso del mundo.
P.- Aquí en España hicieron Fe de etarras, que iba sobre lo mismo.
R.- Tú piensa que la mayoría de los atentados deben de salir mal (se ríe). Debe saberles mal el asunto. ¿Nunca has pensado en ese factor error? Para matar a algunos, deben de fracasar mogollón de veces.
P.- ¿Cuál es el terrorismo moderno?
R.- Hombre, el terrorista es el Estado. Y no sólo pienso yo, sino que hay pruebas.
P.- ¿Cuáles son?
R.- Bueno, aquí en España hubo un grupo terrorista llamado el GAL, montado por el Estado. Y hace unos días se descubre que el Estado está metiéndose en los teléfonos de gente. Eso es terrorismo de Estado.
P.- "Los polos opuestos se atraen", dices en la novela respecto a los dos protagonistas. ¿Qué polo opuesto a ti te atraería: una señorona del barrio de Salamanca con pieles, quizá?
R.- Yo creo que se puede ser pija y súpermaja, ¿eh? No te creas que tengo prejuicios con eso. Yo no tengo opuestos. Alguien de repente dice que es mi opuesto, pero no creo que los tenga, porque nunca he tenido ninguna maldad para con nadie. No le deseo el mal a nadie. Soy una persona bastante empática, aunque prefiera mantenerme alejado. Yo veo a un señor con traje y me puede caer muy bien. Cualquier persona, no sé.
Hay personas que te pican más la curiosidad y otras que menos. Y hay personas a veces en situaciones muy tristes. Mira, hace un año o así hice un concierto en Mallorca que era todo de grupos de rock. Y detrás, en el camerino, todo eran tíos con camisetas negras. Me pareció muy triste aquello. No se lo dije a nadie, pero aquello era un poco lamentable: todo tíos, vestidos todos iguales…
"La masturbación es una perversión sexual: ahora la gente no quiere tener contacto con el otro, prefiere evitarse el lío"
P.- ¿Qué hay del sexo en la vida moderna? Sabes que esto dicen que también lo van a robotizar, ¿no? En tu novela los protagonistas tienen sexo virtual…
R.- Bueno, seguiremos masturbándonos. Es una de las perversiones sexuales más comunes: la masturbación, y no por el hecho de darte placer a ti mismo, sino porque ahora la gente prefiere masturbarse para no tener contacto con el otro, para evitarse el lío. El marrón. Los olores, el no saber cómo será, el no saber si irá bien o irá mal… A mí me da igual, que hagan lo que quieran. Pero está claro que ahora prefieren no mirarse ni a la cara.
P.- ¿Y qué pasa con el amor?
R.- Los protagonistas hacen un poco lo que hacen todas las personas en todos los idiomas, en todas las etapas de la historia, que es mimetizar lo que ven. Mimetizar el amor o la manera de comunicarse, mimetizar la manera de follar o de decir cosas bonitas, ¿no? Los chavales quieren ser por mimetismo, por imitación. No transgreden nada, aunque crean que sí. También es relevante el hecho de sentirte querido de cualquier manera. Es lo que al final nos importa a todos.
P.- "Ella es así, feliz, de cualquier modo", que cantaba Cecilia en Ramito de violetas. Qué triste.
R.- Es triste porque es verdad.
P.- ¿Cómo podemos amarnos en medio de tantas marcas, de tantas empresas? ¿Por qué las parejas jóvenes pasean por el Ikea y las ancianas pasean por el Corte Inglés? Las empresas tienen mucho que ver con los rituales del amor moderno y se convierten casi en tópicos.
P.- Sí, eso que dices es muy cierto. Yo estuve unos años viviendo en Brasil y vi cómo la juventud burguesa de Brasil -y ahora hay mucha gente que lo hace aquí- iba al supermercado a divertirse. Van al centro comercial y ahí tienen un policía en la puerta que les protege de que no entre alguien que no sea de ese grupo, y tienen otro policía en el lavabo… y ahí pueden comprar todo lo que quieran, o ver una película de superhéroes, o comer un McDonalds. Y ese es su fin de semana.
P.- En el libro señalas que hay varios cielos, varios diferentes según quién hayas sido en vida. Es decir, si pertenecías a una facción política, ibas a determinado cielo…
R.- Sí, yo lo he pensado y seguro que me equivoco de cielo. Imagínate que eres católica hasta la médula, y te mueres y vas a parar al Valhalla, o al cielo de los judíos, o encima del Amazonas. Y tú dices: "Perdona, que hay un error, que yo soy de los de la cruz…".
P.- Habrá una empresa que te redirigirá, que esto está ya todo organizado.
R.- De hecho, la religión no deja de ser una marca. La mejor marca del mundo, la mejor empresa del mundo, y venden el mejor producto del mundo, un producto que no existe y que no puedes reclamar, ni vivo ni muerto. Parecerá un chiste pero, ¡ojo, no tanto! Ha movido civilizaciones y ha impedido que otras surgieran, también.
"La religión vende el mejor producto del mundo, uno que no existe y no puedes reclamar ni vivo ni muerto"
P.- ¿Qué te gustaría que hubiese en tu cielo personalizado?
R.- Un lago, supongo. Mi paisaje preferido no ha dejado de ser el de la casa del lago.
P.- Con monstruo incluido, espero.
R.- ¡Vale! (Ríe). Bueno, ojalá, pero yo, desgraciadamente, pienso que al morirse, se muere uno. Y se acabó todo. Es una pena: a diferencia de los católicos, que tienen tantas ganas de morirse y conocer al cielo, yo no tengo ningunas ganas de hacerlo porque pienso que no hay nada.
P.- ¿Para qué sirve la provocación? Hace no tanto te quedaste con medio internet publicando una carta fake por la unidad de España pidiendo ayuda "a todos los españoles y catalanes sensatos…".
R.- ¡Por fin me publicaron en todos los periódicos españoles! (ríe). A ver, cuando haces algo lo haces porque te sale. Y cuando decides enseñarlo, lo haces para provocar algo, si no de qué. Es absurdo lo de decir que uno es un provocador, porque indefectiblemente lo es en cuanto enseña lo que hace. Hay un tío que se sube a un escenario y cuenta cosas que provocan sensaciones. Incluso si quiere ser inofensivo, si quiere ser cohesionador, es un provocador, porque quiere provocar sentimientos de unión y cohesión. El predicador es un gran provocador. Yo es que no sé: se me ocurren cosas. Nunca las tengo teledirigidas. Tampoco entiendo que haya gente que se indigne con lo que yo digo.
P.- Decía Fran Lebowitz lo mismo, que no sabía de qué la gente se enfadaba con ella por sus opiniones, si su problema era ese: que tenía opiniones pero no tenía poder.
R.- (Ríe). Y en mi caso porque no sé si son opiniones, digo las cosas sin pensar y sin ningún tipo de profundidad ni convencimiento. Y, además, cuando alguien se enfada por algo que he dicho yo, siempre pienso: "¡Pero si yo no te lo estaba diciendo a ti!" (dice, con ternura, casi con entonación suplicante). "Es que precisamente tú no lo tenías que haber escuchado".
P.- ¿Será que la gente es muy ególatra y se siente apelada por el mundo entero?
R.- Desde luego. Pero he visto que es inevitable en el "oficio", o como quieras llamarle, que yo tengo. Dices cosas y provocas reacciones.
P.- Tú has escrito varias canciones a la monarquía. Quería preguntarte por las últimas noticias, como que el rey haya hecho público su patrimonio, dos millones y medio de euros.
R.- En primer lugar, me parece muy gracioso que los dos grandes partidos, el PP y el PSOE, que se llaman entre sí "terroristas" o "fachas de mierda, contigo nada", con lo del rey sí se pongan de acuerdo. Fíjate, ¿eh? Ahí son muy amiguitos. No se pueden ni ver, pero para esto sí. En fin, ¿será que si cae el rey Felipe también caen ellos? Yo creo que sí y lo saben.
"El PP y el PSOE se llaman 'fachas' o 'terroristas' pero son muy amiguitos cuando se trata del rey Felipe"
P.- Dos millones y medio… ¿es mucha pasta, es poca?
R.- Me parece que es mentira, que tiene mucha más. Todo lo que está vinculado a la familia real es mentira. Todas las noticias, todo lo que anuncian los partidos políticos. Es mentira podrida, vamos. Es mentira todo y lo sé yo y creo que lo sabe todo el mundo. Hombre, a veces cuelan una mentirijilla como más verosímil, pero todo está basado en "no decir", en "esconder". Además, pensemos que está el dinero del rey y el dinero de la Casa Real, que son cosas distintas.
P.- "Yo por amor soy capaz de mandar a la mierda mis firmes principios de republicano", cantaste. Como Letizia.
R.- Sí, yo tengo convicciones, está claro, pero de repente, algo tan simple como enamorarme puede derribarlas. ¡Lo dejo todo! (ríe).
P.- Ellos gobiernan y nosotros nos enamoramos. ¿Viste a Leonor en el colegio público?
R.- Ay, sí. Recuerdo la primera vez que la vi, que creo que fue en un cumpleaños suyo donde tenía que leer la Constitución, no sé si estaba en la universidad de Salamanca o dónde era. Pues la veía en la tele, y la tele bifurcada: en un lado salía ella leyendo y en el otro lado, la policía dando hostias a los catalanes. Fue muy divertido. Todo el rato. Es que no me lo puedo creer que lo hagan tan gracioso. Cargas policiales y ella hablando, tan tranquila, presentándose en sociedad. Muy ilustrativo. La familia real es una familia enferma: si lees la historia de los Borbones verás que ese no fue el peor día de su trayectoria.
P.- Tengo entendido que tú estás a favor de abolir el derecho a la herencia.
R.- Oh, por supuesto. Las herencias son el gran error del sistema económico, es otro gran error del capitalismo.
P.- Esa idea tuya es muy impopular. La izquierda y la derecha están de acuerdo en esto, todo el mundo se aferra a su herencia, sea grande o pequeña.
R.- Yo formo parte de una generación a la que sus padres se les están muriendo y ahora me estoy dando cuenta de lo que han vivido el 70% de mis amigos. La mayoría de la gente está deseando que se mueran sus padres para heredar. Es cruel. Yo notaba que algo pasaba: veía que no trabajaban tanto, o hacían cosas raras, como que no se tomaban el trabajo tan en serio, ¿no?
Y es porque veían acercarse el momento de la muerte de sus padres. Yo no lo entendía y ahora lo entiendo. Sabían que tenían un piso pagado, cien mil eurillos… y se relajaron. Tenían una casita en Palamós. Y además se van a pelear con sus hermanos. Las herencias son un anacronismo salvaje.
"Entre los artistas se triplica el número de pijos"
P.- ¿Tú que haces, o harás, con tu herencia?
R.- Yo no voy a tener herencia. Quizá soy así porque no voy a tener herencia. Soy hijo de viuda y no voy a recibir nada. ¡Estoy solo en esto! Y mira que con los artistas se triplica el número de pijos. Mucho pijo disfrazado.
P.- ¿A quién harías ministro o ministra de Cultura?
R.- Creo que no debería existir el Ministerio de Cultura. Nunca funcionan o funcionan para cosas innecesarias. El Ministerio de Cultura es una pérdida de cultura y de dinero.
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