Hugo Silva (Madrid, 1977) es una muestra de que aquello de vivir rápido y morir joven no merece la pena. Se puede seguir siendo un James Dean habiendo atravesado el umbral de los cuarenta. Su apariencia no es la de un tipo de 46 años, y eso que los tiene. Pero es que a Hugo le gusta romper con lo establecido. Es un rebelde, aunque con causa. No duda en alzar su grave y profunda voz para denunciar lo que más le indigna: el asesinato diario de niños en Gaza. "Me ha superado".
Es visceral, temperamental, contestón. Un caballo a veces desbocado que salta si le tocan lo que duele. Aunque reconoce haber aprendido a no responder a los cobardes que se esconden detrás del anonimato para arrojarle piedras. "No es una pelea en igualdad de condiciones", dice. Por ello, reivindica el amor, el que heredó de su abuela y el que quiere legar a sus hijos. Amar para que el mundo funcione. Amar como acto revolucionario en un mundo en el que, según él, a los que lo gobiernan "les interesa que estemos confrontados".
Hallamos en su físico algo de nostálgico. Conserva aún ese aspecto juvenil que tantas pasiones levantó conquistando al público en la mítica serie que lo encumbró, Los hombres de Paco. Desde ahí ha labrado su éxito, a golpe de trabajo, demostrando su capacidad como actor versátil y talentoso. Maestros de la talla de Pedro Almodóvar o Álex de la Iglesia lo saben. Aunque por el camino también ha tenido que aceptar proyectos que no le motivaban tanto, "pero no me quedaba otra", revela.
Ahora estrena 'Faro' (dirigida por Ángeles Hernández), un drama familiar con tintes de terror psicológico. También acaba de ser nominado, por primera vez en su trayectoria, a un Goya por un papel secundario en 'Un amor', de Isabel Coixet, un reconocimiento del cual dice estar "muy agradecido", sobre todo, por todo lo que ha aprendido.
Pregunta.– En 'Faro' interpreta a un padre que intenta proteger a su hija del horror de la pérdida de su madre. No sé si el ser padre en la vida real le ha ayudado a afrontar este personaje con mayor conocimiento de causa.
Respuesta.– Lo que me atraía mucho de este proyecto es que se contara la historia de una familia que sufre una pérdida muy dolorosa y muy cercana, y los roles se reestructuran. Y en esa transición hay mucha tristeza pero también es bonito, porque no deja de ser una lucha por salir adelante, a pesar del dolor. Y en todo esto, mi personaje, el padre de familia, tiene que cuidar de su hija y también de sí mismo, y cambiar su rol. A partir de la ausencia de la madre, él tiene que asumir toda la responsabilidad. Debe hacer de madre y de padre, lo cual debe ser complicadísimo.
Además, es una película de terror poco usual, donde lo que ocurre no sabes si es real o imaginario. Si ese miedo ocurre de verdad o sólo se dibuja en la mente de los personajes. Y eso da lugar a un terror psicológico que a mí personalmente me gusta mucho más que el susto, y me da mucho más miedo. Y eso también me atraía mucho de este proyecto ya que rara vez se ven películas de género que parten de esta premisa.
P.– La lectura que se puede sacar es que el amor es lo único que tenemos para combatir el terror. En su perfil de Twitter tiene fijada la siguiente frase: "La vida es para amar. Todo lo demás es un cuadro". Es una frase que también podría definir el motor de esta película.
R.– Esta frase la escribí cuando murió mi abuela. Tuve una revelación vital. Ella era una señora de una familia humilde que no dejó ninguna herencia material pero sí que dejó un legado sentimental que yo cumplo a rajatabla y que es indestructible en mi familia. El legado nace de que la familia siempre es lo primero y debemos estar conectados. No sólo nos queremos sino que nos apoyamos pase lo que pase.
Y este es el legado que nos dejó ella. De alguna manera, nos enseñó a querer. Mi abuela nos cuidó toda la vida y eso fue un gran aprendizaje. Gracias a ella llegué a la conclusión de que a lo que venimos a este mundo, y lo único que dejamos, es el amor, y con ese amor enseñamos a querer a las personas. Un legado que pasa de generación en generación, y que demuestra la importancia de crecer en el amor, y ese amor trasladárselo a nuestros hijos.
P.– Supongo que no viene mal recordarse esa frase cuando uno abre Twitter y ve todo el odio que se vierte, ¿no?
R.– Precisamente por eso la escribí en Twitter y la fijé en mi perfil. Para así recordármela cada día a mí mismo, cada vez que abro Twitter.
Lugares de encuentro
P.– Resulta casi un acto revolucionario reivindicar ese legado —y esa frase—, en un mundo que cada vez parece estar más confrontado.
R.– Lo más revolucionario que existe son los lugares de encuentro. Tengo la impresión, y esto es una percepción mía personal, de que hay un interés en que nos llevemos mal, hay un interés en confrontarnos. Nos manipulan para que esto pase. Y cuando hay puntos de encuentro, es cuando las cosas funcionan. De la armonía nace el bien común.
P.– ¿A quién le interesa que nos llevemos mal?
R.– Pues supongo que a las personas que les interese manipularnos o dirigirnos, no voy a señalar a nadie en concreto, porque creo que es una dinámica en la que hemos caído todos.
- ¿Y podemos evitar de alguna manera que nos manipulen?
- Bueno, creo que reivindicar el amor y mostrarse crítico con las injusticias es una buena forma.
P.– Quizá por ello es muy crítico con lo que está ocurriendo en Palestina, ¿no? A través de sus redes sociales no duda en reflejar cada día el horror que se vive en Gaza.
R.– Yo pensaba que nunca iba a ser testigo de un genocidio tan atroz. Y me da mucha pena que perdamos el punto de vista y la sensibilidad de ese sufrimiento, sobre todo de los niños. Sólo hay que ver las imágenes brutales del horror más absoluto. No hace falta acompañar a las imágenes de ningún comentario, ellas hablan por sí solas. Estoy completamente impactado, y cuando comparto estas imágenes no lo hago pensando en mi relevancia pública como actor, sino porque creo que es necesario que todos nos impliquemos.
P.– Aunque a veces la implicación proviene de diferentes enfoques. Hay quienes defienden que Israel no es el verdugo sino también la víctima.
R.– El Gobierno de Israel, que no el pueblo de Israel, perdió el relato hace mucho. Llevan muchos muertos a sus espaldas, y creo que no hay duda de que esto es un genocidio.
P.– ¿Le indigna que se cambie el relato?
R.– Lo que más me indigna es el asesinato diario de niños en Gaza. Este tema me ha superado por completo, y me duele ver lo que ocurre en el mundo en el que yo vivo. Me duele el dolor ajeno.
P.– Nunca ha dudado en mojarse y en posicionarse políticamente, sin miedo a las consecuencias. ¿No le afectan las críticas? ¿No prefiere pasar más desapercibido?
R.– Nunca he tenido miedo a decir lo que pienso. Lo que sí ya me da mucha pereza es contestar en redes sociales, y no por nada sino porque veo que se saca de contexto. Se genera una polémica innecesaria.
P.– Como cuando le dijo "cobarde de mierda" a un seguidor que le llamó "hijo de puta" en Twitter.
R.– Es que lo que no me parece justo de las redes sociales es que yo tenga un perfil donde se sabe que soy yo, donde se me conoce, donde se ve mi cara y donde se ve mi nombre, y que millones de perfiles sin cara y sin nombre tengan la oportunidad de decir salvajadas. Entonces no es una confrontación en igualdad de condiciones. Y en ese tuit aproveché para decir precisamente esto. Pero ya me he cansado de discutir. Así que últimamente solamente comparto cosas y no doy pie a nada.
P.– Sin duda, favorecerá a su salud mental.
R.– Totalmente.
P.– Parece que cada vez se ha naturalizado más hablar de lo jodidos que estamos. Aunque quizá a los hombres nos cuesta todavía un poco más por aquello de la masculinidad frágil y mantener la imagen de tipo duro...
R.– Para mí lo más valiente que hay es mostrar tu vulnerabilidad, y hacerlo también es un acto revolucionario porque a mí de pequeño me enseñaron y me programaron a ser fuerte siempre. A la mayoría de los hombres, sobre todo los que tenemos cierta edad, nos han educado así. Y creo que es muy sano hablar de lo que te pase. Creo que ir a terapia es muy necesario para coger perspectiva de ti mismo y verbalizar lo que se te pasa por la cabeza. Decir en voz alta lo mal que te encuentras es necesario, además de valiente. Y en esas estamos todos los que nos hemos criado hace unas décadas. Tenemos que aceptar nuestros miedos y luchar contra ellos.
El éxito y la madurez
P.– ¿Cómo se gestiona, a nivel psicológico, un éxito tan repentino como el de ‘Los hombres de Paco’?
R.– Pues yo creo que lo supe llevar de la mejor manera posible, aunque no sea sencillo de asimilar al principio, pero estoy muy orgulloso y muy agradecido de haber hecho 'Los hombres de Paco' por lo que supuso para mi carrera. Al final, la carrera de un actor se sustenta muchas veces en momentos de éxito y ese fue mi primer gran éxito. Ese trabajo me colocó en un lugar privilegiado. Y creo que mi manera de gestionarlo, una vez que acabó esa serie, fue la de pensar que gracias a ella podría seguir dedicándome a esta profesión que, en mi caso, es vocacional desde que tengo uso de razón.
P.– Le he escuchado decir que mentalmente sigue teniendo 30 años, ¿ha tenido que lidiar mucho con la madurez?
R.– Bueno, y a veces veintipocos (risas). Lo llevo estupendamente. Y lo mejor que tengo son los personajes que me llegan, que son muchísimo más interesantes, con muchas más contradicciones, mucho más imperfectos, y por lo tanto mucho más divertidos.
P.– ¿Cree que alguna vez le han encasillado por el físico?
R.– Pues como me siento tan agradecido por haber trabajado tanto, la verdad que nunca he pensado en que se me haya encasillado. Creo que he tenido muchas oportunidades de hacer personajes de todo tipo, incluso una vez hice de uno que no tenía dientes.
"Tampoco he sentido nunca que tuviera que demostrar nada. Ni la obligación de demostrar que detrás del físico hay un buen actor. Para nada, creo que ha ido todo poco a poco, de una manera muy amable y muy natural".
P.– Sin embargo, en una ocasión dijo que "hay veces que coges lo que te motiva más, pero otras coges lo que tienes porque tienes que currar". ¿Ha aceptado papeles porque no le quedaba otra?
R.– Sí, a veces he aceptado proyectos porque no tenía otra cosa, y no me arrepiento, tienes que trabajar. Este trabajo es así. Una vez Asier Etxeandia dijo que parte de la obligación de nuestro trabajo consiste en fliparnos con lo que estamos haciendo, sea lo que sea, y no puedo estar más de acuerdo. Yo me siento un afortunado, los personajes que me llegan casi siempre merecen la pena, pero incluso cuando he estado en un proyecto que no me motivaba tanto he buscado la forma para que me motivara. Y eso parte de la base de que siempre hago míos los proyectos en los que participo, aunque haga un personaje secundario. Para mí es mi proyecto. Y forma parte de mi obligación como actor motivarme con cada personaje que hago y darlo todo, porque es mi trabajo.
P.– Imagino que lo que más le motiva ahora es estar nominado por primera vez en su carrera a un Premio Goya —a mejor actor de reparto—, por 'Un amor' de Isabel Coixet. ¿Se renuevan las ilusiones?
R.– Más que ilusión lo que siento es mucho agradecimiento. Lo que se me pasa por la cabeza es la cantidad de gente que he conocido, todo lo que he aprendido de todos y cada uno de los compañeros y compañeras, directores y directoras, con los que he tenido la suerte de trabajar. Y me quedo con el apoyo del público. Siento una gratitud enorme. Y supongo que fruto de ese aprendizaje llega esta nominación.