Darío Villanueva parece un caballero fuera del tiempo, desde el cabello color mármol, impoluto, a los calcetines finos. Va maqueado, elegante. ¿Qué se celebra? En España hay una fiesta y es la del lenguaje. Villanueva es académico de la RAE desde 2018 y fue su director durante cuatro años. También dirigió FUNDEU y la Asociación de Academias de la Lengua Española. Ahora lo hace con el patronato de la Universidad Nebrija. Es un hombre serio, poco concesivo. Desayuna un cruasán e impone su voz al ruido zumbón de la glorieta de Bilbao.
Acaba de publicar El atropello a la razón (Espasa), un ensayo contra el disparate, contra el abandono del racionalismo, contra el espíritu chalado y epatante de la viralidad. El académico extraña el siglo XVIII, el siglo ilustrado. Ahora todo está manchado de corrección política, de negacionismo científico, de imposturas intelectuales, de una nueva pedagogía que ya no tiene en cuenta el aprendizaje de los contenidos, la memoria ni el esfuerzo, de autodeterminaciones identitarias, de deconstrucción del lenguaje, de wokismo y victimismo impostado. ¿Hay un lugar al que volver?
P.- Así que su libro se llama El atropello a la razón. ¿Sabe que esa construcción aparece en una canción de Sabina?
R.- ¡Sí! Es una versión, un guiño a la original, que es un tango cambalache de Enrique Santos Discrépolo. Él lo escribió en el siglo XX, pero hay una cantante cubana que cuando lo reinterpreta, dice siglo XXI. Luis Eduardo Aute tiene alguna versión también.
P.- Es un libro contra el posmodernismo. Si “moderno” ha pasado a ser una palabra peyorativa con el tiempo (una que parece referirse a la superficialidad sin contenido, a la tontería de ciertas tribus urbanas sin arraigo ideológico), ¿qué no pasará con “posmoderno”?
R.- El problema de la posmodernidad, que tiene síntomas diversos, es que muchos de ellos tienen que ver con el irracionalismo. El negacionismo científico, el movimiento contra las vacunas, la exacerbación de los populismos, que se fundamentan sobre todo en las emociones y en las pasiones… Yo defiendo la herencia del siglo XVIII, que sostiene que en la política, la razón tiene que triunfar, porque si predomina la razón es posible entenderse, pero si todo son pulsiones y pasiones, será más difícil llegar a un encuentro, ¿no? Me he dado cuenta de que la posmodernidad no se llama así porque venga después de la modernidad, sino porque en cierto modo está destruyendo todo lo que la modernidad significó.
P.- ¿No le parece que la gente hoy prefiere parecer buena a parecer inteligente?
R.- Oh, sí. De hecho, se habla continuamente de “inteligencia emocional”. En mi opinión, hay una contradicción en esa expresión, porque la inteligencia es comprensión, es entendimiento, es aplicación de la razón para explicarnos las cosas, mientras que lo emocional es una pulsión íntima, personal, en cierto modo intransferible. Sí creo, como me preguntas, que ahora se prefiere el buenismo sentimental a la razón. Es lo que Bauman llama la sociedad líquida, una sociedad donde no hay consistencia en nada y donde existe un relativismo absoluto. Eso destruye la idea de verdad.
Hay un gran quilombo identitario. Hemos exacerbado tanto la idea de identidad como algo singular que, más que unir, separa. “Identidad” es una palabra paradójica. La palabra “identidad” viene de “ídem”, que significa “idéntico” o “lo mismo”, pero, sin embargo, la identidad es hoy lo que nos separa fundamentalmente y algo que tiene un montón de manifestaciones exacerbadas. En el libro cuento el caso de una señora norteamericana, hija de centroeuropeos emigrados allí, y, por lo tanto, de raza caucásica, que decidió hacerse negra y para ello recurrió primero a un peinado especial y luego a una operación de cara. Entró a formar parte de un grupo muy activo de reivindicación antirracista.
P.- Un Michael Jackson a la inversa.
R.- Exactamente. Y cuando la descubrieron, le dijeron que aquel no era su sitio, pero ella afirmó que se sentía negra.
"A los individuos que defienden que su identidad es ser nube, o arroyuelo, o animal, o elfo... hay que tratarles con respeto, porque eso probablemente obedece a un desequilibrio"
P.- Parece que hay universidades que aceptan el ‘gendercat’, es decir, se legitima a las personas que se sienten gato y actúan como tal.
R.- Sí. En el libro cuento el caso de un japonés que dice que él es un perro y se ha hecho una especie de disfraz de perro que le costó un pastón, y va por la calle ladrando, metiéndose con la gente y todo eso. Es una cosa verdaderamente increíble. Hay otro movimiento curioso, que es el que se refiere a ser “de otro género”, o de “otra clase”, que sería la traducción más exacta: son los individuos que defienden que su identidad es ser nube, o arroyuelo, o animal, o elfo, o cualquier ser fantástico… o incluso objeto. Son derivas que hay que tratar con respeto, porque probablemente obedecen a un desequilibrio.
P.- Pero, ¿hasta dónde es aceptable la “deriva”, cuándo es legítima? ¿Qué hay de las personas transexuales?
R.- Yo no tengo ninguna duda de que hay casos de personas que tienen algo que antes se llamaba disforia de género. Es decir, que su sentimiento como individuos no coincide con los signos anatómicos, fisiológicos ni genéticos del sexo con el que se les ha correspondido. El problema es que eso ha trascendido a una declaración de autoidentificación ante el Estado, lo que no es admisible. En nuestro país basta que una persona declare ante el Registro Civil que se siente de otro sexo para que el Estado cambie su adscripción. En el fondo es sexo, pero ellos dicen género.
"Ahora dicen que es inaceptable hablar de que existen “hombres” y “mujeres”, y eso hiere al feminismo: es destructivo para él"
P.- Cualquier otra exigencia legal o clínica, dicen ahora, es patologizar.
R.- Es una pena, porque esta generalización banaliza el asunto y le quita la importancia que tiene. La negación del binarismo, la idea de que es inaceptable hablar de “hombre” o “mujer”, en defensa de una tercera vía neutra, hiere al feminismo: es destructivo para él.
P.- A veces parece que la posmodernidad se circunscribe a la izquierda, pero en su libro cita algunas teorías anticientíficas o proconspiración, como el negacionismo del cambio climático… y en esas incurre la derecha, como Díaz Ayuso, sin ir más lejos.
R.- Sí (esquiva). Hay confusión, por ejemplo, porque con el procés hemos visto que los nacionalismos identitarios se han asociado a la izquierda, cuando no son de izquierdas.
P.- Tengo muy claro que no son de izquierdas.
R.- No todo el mundo. El otro día asistí a la presentación en Madrid de las memorias de Javier Lambán, del PSOE, en el Colegio de Arquitectos. Yo no pertenezco a ningún partido, pero fui porque le conozco y quería escucharlo. Dijo una cosa con la que estoy de acuerdo, algo que suscribo: “Los socialistas, y en general, la izquierda, no estamos para apoyar el nacionalismo, sino para discutirlo y combatirlo”.
P.- ¿A qué llama pensamiento fuerte y a qué llama pensamiento débil?
R.- El filósofo Gianni Vattimo habla del pensamiento fuerte como el pensamiento del poder y del pensamiento débil, como del que no tiene poder. Yo, sin embargo, lo utilizo en el sentido estricto de la palabra: el sólido y el riguroso frente al ligero o el líquido, por decirlo al modo de Bauman. Un ejemplo de pensamiento fuerte para mí es el marxismo. El corpus teórico de Marx es de una solidez extraordinaria, otra cosa son sus aplicaciones, pero es un pensamiento brillante y apabullante.
¿Qué ocurre? Que el marxismo es totalmente contrario a los populismos nacionalistas. Pero, por ejemplo, hay algunos que se dicen o se decían posmarxistas… como un filósofo argentino que está teniendo mucha influencia en España, que es Ernesto Laclau, que tiene un libro titulado ‘La razón populista’, donde destruye algo tan fundamental en el pensamiento de Marx como es la lucha de clases.
P.- Dice que esto está demodé.
R.- Sí, y hay mucha gente que lo cree. Él dice que la lucha de clases ya no tiene sentido para entender la historia y que la dialéctica actual se sitúa en lo que él llama las demandas. Las demandas son reivindicaciones particulares de una minoría. Y la suma de todo eso es lo que construye la dialéctica social.
P.- ¿Está de acuerdo con eso?
R.- No, en absoluto.
"Un ejemplo de pensamiento fuerte para mí es el Marxismo: es un corpus de una solidez extraordinaria, es brillante y apabullante"
P.- Entonces piensa que la lucha de clases sigue vigente.
R.- Yo digo que la descripción de Marx tiene su razón de ser, aunque luego haya evolucionado mucho. ¿Cómo ha evolucionado el concepto de clase obrera? ¿Cómo ha evolucionado el capitalismo después de la experiencia del comunismo aplicado en la Unión Soviética y en otros países? Yo creo que ‘La razón populista’ destruye un principio profundamente racional, que es la transversalidad en el ámbito de la condición humana. La universalidad.
P.- Así que admira a Marx, ¿eh? No todo el mundo sería capaz de reconocer eso, con los quebraderos de cabeza que han traído sus herederos al establishment patrio. Por lo menos, antes…
R.- Claro que le admiro como pensador. Es que yo me quito el sombrero ante las grandes figuras del pensamiento de la historia universal, como Marx, aunque yo no sea un marxista. Me gustan cosas de Marx. En mi libro menciono muchos casos de marxistas actuales que están totalmente en contra de la corrección política. Laclau, en el fondo, es para mí más un peronista que un marxista. Marx era un sabio, era inteligente.
P.- En el libro se refiere al victimismo impostado, al buenismo. ¿Le recuerda eso a Pedro Sánchez cuando chapa cinco días su agenda para que el país entero reflexione en voz alta sobre los ataques a su esposa, amenaza con irse y después se queda? Es la cúspide de nuestras instituciones actuando lastimeramente…
R.- Desde luego. A mí me parece un atropello a la razón, claro. Es una circunstancia que a mí me descompone la concepción racional de la política, e incluso también toca mi idea del sentido común. Es lo que puedo decir al respecto.
P.- Al final, no le ha salido mal del todo. ¿Quiere decir eso que el victimismo tiene prestigio social, que se sale vivo de él?
R.- Más que vivo. Hay cada vez más autores incidiendo en esto. Pienso en Alexia Putin, que ha dedicado un libro a la idea de que hoy la víctima es el héroe. Para ser víctima basta con que uno se declare víctima. Hay también un libro magnífico de Javier Cercas,
El impostor, donde cuenta la historia de un señor catalán que se presentó como víctima de los campos de concentración nazis y que llegó a convertirse en un auténtico líder internacional del movimiento. Él no era judío, pero sí se presentó como alguien que había estado en un campo de concentración alemán por sus ideas políticas. Luego se demostró que todo era falso. Lo interesante de esto es que como señala Alexia Putin, la condición de víctima inmediatamente te exime de ninguna responsabilidad.
"Me parece un atropello a la razón que Sánchez cancele su agenda cinco días para reflexionar: hasta toca mi idea del sentido común. Del victimismo se sale más que vivo"
P.- Claro: ¿quién osaría cuestionar a la víctima? La víctima es indisoluble. Es víctima y nada más. No tiene más facetas.
R.- Exacto. Esto también es identitario. Mira el caso del señor Rafael Blanco. Un señor que tiene 65 años y que exigió al Estado holandés que retirase de todos los documentos oficiales la fecha real de su nacimiento y que le restaran diez años. De 65 quería pasar a tener 55. ¿Por qué? Porque decía “yo me siento un hombre de 55 años”…
P.- Madre mía. Quitándose años como una folclórica.
R.- Sí. Decía que tener 65 le causaba unos perjuicios muy graves, y era simpatiquísimo, porque explicaba, por ejemplo, que si va a pedir una hipoteca con 65 años no se come un rosco, pero con 55 sí. Y que lo mismo le pasaba en Tinder cuando buscaba novia. Añadía: “Además, mi médico me dice que soy un joven dios cuando me hace chequeos”. Él dice eso y por eso siente que todo lo demás tiene que plegarse a su voluntad identitaria, y eso es terrible, como la señora que se hizo negra siendo de origen caucásico. Hay un montón de casos.
P.- ¿Qué hay del concepto ‘España’ y de su leyenda negra? Sabe que en los últimos años se ha escrito mucho sobre el tema. Roca Barea hacia un lado, por ejemplo, y Pérez Reverte hacia el otro. Es un tema que ha suscitado encarnizadas discusiones. ¿Qué sentido tiene que haya españoles que llamen al día de la hispanidad el día del genocidio?
R.- Ay, el poscolonialismo. A nosotros nos tocó desde hace mucho tiempo, a los hispanos, pero ahora afecta también a Inglaterra, a Francia, a Alemania, a Bélgica… Se inspira en el revisionismo de figuras del pasado y no se libra nadie ¿no? Uno de los signos del wokismo es éste.
A David Hume, un filósofo de la ilustración, le negaron una cátedra en la universidad de su ciudad natal, Birmingham, por ser religiosamente disidente. Y ahora, en su propia universidad, le han retirado el nombre a un edificio, la ‘David Hume Tower’, porque dicen que hay un párrafo en uno de los libros de Hume donde pone en duda que se pueda equiparar totalmente la raza negra con la raza blanca.
Le ha caído el sambenito de racista. El argumento que se ha dado para la retirada del nombre es que los estudiantes que accedían a él sufrían una profunda conmoción emocional al saber que pisaban algo nombrado así.
"España no es racista ni genocida. El imperio español no impuso la lengua española, todo lo contrario: Carlos V y Felipe II pedían respeto a la lengua de los nativos"
P.- ¿España fue genocida? Me decía su compañero académico Merino que no, que de hecho, nos mezclamos bastante con los indígenas y procreamos con ellos. Un racista, señala, nunca hubiese hecho eso.
R.- Mira, es un cuento y un sambenito que España es racista y genocida, y lo más triste es que hay españoles que lo asumen y lo promueven. En mi libro cuento algo para contrarrestar esto. ¿Qué pasa con la gramática de Nebrija? Bien, él publicó la gramática castellana en el mes de agosto del año 1492, y Colón llegó a América el 12 de octubre.
Veamos: Nebrija era un tipo muy listo, pero no era profeta. De modo que cuando escribió esa frase tantas veces repetida de que la lengua es compañera del imperio, no estaba convirtiéndose en un ideólogo del imperialismo lingüístico español, sino todo lo contrario, porque él escribía pensando en lo que había sido el Imperio Romano. Además estaba escribiendo antes de que se descubriera América. Bien es cierto que después él, en su vocabulario castellano-latino, que es del año 95, introduce la primera palabra procedente de una lengua americana, de una lengua caribe, que es la palabra “canoa”. La define de forma muy bonita: “Nave de un solo madero”.
¿Y qué ocurrió? La gramática de Nebrija fue la primera que se hizo de una lengua moderna, y fue el modelo por el cual los españoles hicimos gramáticas de todas las lenguas amerindias, que eran lenguas que no tenían escritura, eran ágrafas, y que hubieran desaparecido si no se llegan a formalizar gramaticalmente. Se hicieron sobre el modelo de la gramática de Nebrija. Y esa es una apropiación cultural extraordinaria, porque además el imperio español no impuso la lengua española, ni mucho menos, ¡todo lo contrario!
Hay decretos de Carlos V y de Felipe II pidiendo respeto a la lengua que hablaban los nativos e incluso estableciendo cátedras de quechua, de guaraní, de las lenguas amerindias, por ejemplo, en la Universidad de San Marcos de Lima. Yo digo: la leyenda negra ha querido convertir a Nebrija en el ideólogo del imperialismo lingüístico español cuando realmente Nebrija fue el patriarca del imperio de las lenguas.
P. ¿Qué hay del concepto de “España, nación de naciones”, que fue, como usted sabe, reavivado por Zapatero?
R.- Hay una evidencia y es que España es un país diverso con determinadas comunidades con un perfil cultural muy marcado y centrado en la existencia de una lengua. De manera que hay incluso teóricos del nacionalismo… yo soy gallego y este tema lo conozco relativamente bien… que hablan de un nacionalismo cultural. Estos nacionalistas tienen una posición que es la teoría de la nación sin Estado. Otros, la única solución que proponen para preservar la cultura catalana, por ejemplo, es que Cataluña tenga un estado. Ese es el maximalismo nacionalista.
Pero hay otros nacionalistas que no están en esa posición, sino que simplemente manejan su concepto de nacionalismo cultural, que es la suma de rasgos y características culturales. Una personalidad y una lengua marcadas, sí, pero consideran que eso no es incompatible con las otras especificaciones culturales en el ámbito del Estado, que sería en este caso España. Esa es la posición que a mí me parece más razonable.
El nacionalismo está en contra del pensamiento ilustrado, porque los ilustrados hablaban de la condición humana. Uno de los primeros que los combatió fue un romántico alemán, Herder, que es el autor de La teoría del Volga y el espíritu del pueblo, y además se identificaba mucho con la lengua. Ese era un pensador profundamente conservador. Y de ahí viene un poco esa tendencia nacionalista en contra del racionalismo. El nacionalismo es sentimental.