Malena Alterio es un poco como de nuestra familia, y eso que hace ya 20 años que se estrenó la serie que la colaría en nuestra intimidad para siempre, Aquí no hay quien viva. Cuando empezamos a verla éramos más jóvenes, eso seguro, y tendemos a creer que también más guapos y felices. Al menos no habíamos perdido tantas cosas, o resultábamos más inocentes, o aún no nos habíamos aburguesado. Quizá por eso se ha hecho tan viral la nueva y entrañable campaña de Choví, que reúne en un súpermercado a Alterio (Belén para los amigos) con su novio mítico de la ficción, Fernando Tejero (él, el torpe y carismático Emilio).
Belén va con otro chico, pero no parece hacerle mucha gracia. Le quita el hombro cuando él la abraza. Emilio, mohíno, va enganchando comida para el gato cuando la pareja le sorprende en un pasillo y entonces, para no quedar de perdedor, finge tener muchos nuevos amigos, seguir viendo a los de siempre, y, además, llevar una vida sana y deportiva que compagina con noches de palique y picoteo. Para que el relato de la popularidad sea verosímil, mientras conversa con ellos, va cogiendo innumerables "salseos" de Choví, guacamoles y aliolis varios.
Nadie engaña a nadie. Aquí todos nos conocemos desde hace mucho.
Malena, de hecho, es otra mujer: en concreto, la colosal protagonista de Que nadie duerma, la película de Antonio Méndez Esparza basada en la novela de Juan José Millás que este año bien le ha valido su primer Goya a Mejor Actriz. Casi nada. El mundo recomienza muchas veces: eso es lo que sabemos ahora. Y Alterio lleva todas las vidas posibles en la sangre, para eso es la insigne hija del gran Héctor y la hermana de Ernesto: su familia (que es arte y constancia y prestigio; amigos nuestros de las tablas y de los cines) se exilió desde Buenos Aires a acá cuando ella tenía seis meses, huyendo de la dictadura.
Entre dos países, entre varios océanos, entre mil mundos, siendo todas las mujeres sin dejar de ser una sola. Malena Alterio ha vuelto y amenaza con quedarse cerca. Mejor para nosotros.
Lucía, su papel en Quien nadie duerma, es verdaderamente una genialidad. Se trata de una muchacha a la que echan (ilegalmente) de su trabajo de toda la vida como informática, debiéndole dinero, y se pone a trabajar en un taxi, conquistando Usera. Como diría El Fary: apatrullando la ciudad. Se enamora del vecino, que escucha una pieza de ópera en bucle, se obsesiona con parecerse a la gélida princesa china que la protagoniza, se va acercando a pasitos lentos a él... hasta que un día desaparece sin dejar rastro, y entonces se le va la vida en buscarlo. Está segura de que pronto le recogerá en taxi y se reencontrarán. "Algo tiene que pasar, algo tiene que pasar", se dice a sí misma, narrativa y genial, rara y esperanzada.
Mientras tanto, pasa de todo: la gente, los taxis, las historias extravagantes y cotidianas (son lo mismo). Ella se conmueve, se rebela, trata de hacer justicia... y se envilece. Es tierna, cómica, trágica, perversa, sexual. Es todas las cosas. Una tipa que te levanta la ceja de puro asombro, de pura extrañeza, al brutal estilo de Millás: como una tormenta de verano, como un pulpo en un garaje. Alguien que pulsa el mundo y lo cambia todo. Charlamos con la chica del momento.
P.- Felicidades por el Goya. ¿Dónde lo tienes puesto? ¿Para qué sirve un Goya?
R.- (Ríe) Pues a ver… para qué sirve un Goya… primero, gracias por la felicitación. El Goya lo tengo itinerante. Todavía no tiene un sitio fijo, porque desde que me lo dieron le he dado mucha vuelta. Lo quiero compartir con toda la gente que quiero y lo voy pasando de mano en mano.
P.- ¿Cuál es el sitio más raro que ha visto ese Goya?
R.- Fíjate, que yo tenía la promesa de que si me lo daban, lo pasearía por la gente de mi barrio y del mercado, y también con la gente con la que hago las fotocopias de los guiones y todo eso, los de la copistería, o la gente de La Trastienda, que es el bar que está al lado de mi casa. Pues así ha estado 15 o 20 días, con la gente de la farmacia, o en el taller de Lorenzo Caprile… fue genial. Yo creo que los premios son para compartirlos.
P.- En la estantería cogen polvo.
R.- Ahora es el momento de pasearlo, pero no sé yo cómo evolucionará mi relación con Paco en el futuro… (ríe).
P.- Me encantaría una historia de amor mirándoos a los ojos durante mucho tiempo.
R.- Por ahora me parece un poquito frío y distante (ríe). Es muy suyo, pero bueno.
P.- ¿Piensas, como otros compañeros de profesión, como Candela Peña o Roberto Álamo, que el Goya debería poder ponerse en venta? Era una chanza para hablar de que lo que querían, en realidad, era trabajo. Decían que uno podía tener un Goya en casa pero pasarse demasiado tiempo sin ganar nada para vivir, y lo triste y complicado que eso era.
R.- A ver, para mí recibir el premio ha sido la hostia, una auténtica maravilla, con todo lo que ha generado a mi alrededor. O sea, la alegría de mis padres, de mi hermano, de mi sobrina, de mis amigos… todo eso es precioso y con eso me quedo más que con el objeto en sí. Pero bueno, yo me siento muy afortunada y soy privilegiada porque es difícil vivir del oficio, pagar la luz, el agua, el teléfono… hay un porcentaje muy alto de gente que no puede hacerlo. Y yo, de alguna manera, combinando cine, teatro, tele… como que no me ha faltado. Además, obviamente ahora con el premio soy como más sexy, ¿no? Un poco (ríe).
P.- Más todavía. He leído que tu madre siempre tuvo un plan B para sus hijos y que os aconsejaba pillar una licencia de taxi. Pensé: como en la peli. ¿Cómo hubiese sido Malena Alterio como taxista? ¿Hubieses hecho justicia en la ciudad, como una Batman nocturna, como la propia Lucía?
R.- Mira, pues yo siempre he tenido el complejo de que soy mala conductora, pero después de rodar esta película me he dado cuenta de que no sólo no soy mala, sino que soy buena, muy buena conductora. He majando el taxi por Usera, que es un barrio madrileño de calles muy estrechas, rodeada de cámaras y de gente del equipo, con el director y los del sonido y todo el mundo metido en ese taxi y no se me ha roto nada ni me he chocado en ningún momento. Creo que podría ser muy buena taxista, sólo me falla un poco algo, y es la orientación.
"Las mujeres tenemos deseos sexuales potentísimos y vamos a por ellos: ya es hora de que la gente lo vea en el cine"
P.- Hay algo muy bello que dice el personaje de Lucía y es “¿yo sé vivir?”. Te iba a preguntar qué es eso de saber vivir, aparte del mítico programa de TVE, y si sabes cómo se hace eso.
R.- Bueno: viviendo. Vivir se hace viviendo. No sé, yo creo que tratando de valorar el presente, de no quedarte en el recuerdo del pasado ni en la ansiedad que te genera el futuro. Sobre todo en este oficio, donde no existe el mes que viene: uno tiene que tomar decisiones, aunque sean pequeñas. A lo mejor de aquí a un año lo siguiente que voy a hacer es una obra de teatro, pero ya tienes que tener el compromiso, porque tienes que vender la función, tienes que ponerte a todo eso y disfrutarlo, y también tratar de estar ahora aquí en una charla contigo.
P.- Una cosa que me gusta mucho de Lucía es su seguridad sexual. Su relación con el sexo. ¿Cómo han evolucionado en este sentido los personajes femeninos?
R.- Yo creo que es un gran momento. Y sobre todo, es el momento de mostrarlo, porque hace ya tiempo que las mujeres hacemos y deshacemos en el sexo como queremos, pero quizás no se había contado o mostrado tanto. El deseo de la mujer es potentísimo y no es habitual verlo, así que creo que está bien que la gente sepa que tenemos deseos sexuales y que vamos a por ellos.
P.- Hay detalles bellos. Ella maneja el cotarro en todo momento, incluso cuando dice “tienes la mano fría”… “ahora también”… es la medidora del momento.
R.- Sí, eso está muy bien contado. La verdad que el director estuvo muy acertado, porque a veces se presupone que una mirada masculina no puede ser tan elegante o tan sutil a la hora de hablar de la sexualidad femenina, ¿no? Y aquí vemos que Antonio acertó de pleno en todas las escenas de sexo, que, por cierto, también me preocupaban como actriz…
"Cuando los hombres te llaman ‘feminazi’ es que tienen miedo o inseguridad"
P.- Cuéntame eso.
R.- Me asustaba un poco exponerme de una manera tan viva, tan desnuda en todos los sentidos. No es fácil, pero bueno, tenemos esta figura que ha surgido ahora, afortunadamente, que es la coordinadora de intimidad. Y ensayamos bien las coreografías que vamos a hacer. Es verdad que durante toda la película se improvisó mucho, pero en esas escenas en concreto yo le pedí a Antonio que por favor no lo hiciéramos. No estamos para hostias (ríe). Bueno, da tranquilidad saber dónde se va a poner la cámara, qué vamos a hacer exactamente, etc. Yo me fui trabajando y esas escenas surgieron al final del rodaje, así que de alguna forma ya estaba preparada. Pero sí es verdad que al final hay una escena donde el sexo no es sólo sexo…
P.- Hay algo de gore.
R.- Sí. Sexo y violencia. Clavar un alfiler en el cuello, sangre… para ese montón de cosas había que estar coordinado y a la vez dándole fuerza e improvisando desde el diálogo…
P.- Tremendo ese momento de mantis religiosa. Hay algo interesante: hay un momento de la película en la que a la protagonista la llaman “feminazi”. Es un señor que va con su esposa, tratándola muy mal, y que están a punto de subir al taxi. Ella le corta en un exabrupto a su mujer y él le responde “feminazi”. ¿Te lo han llamado a ti alguna vez? ¿Ahora es un piropo?
R.- Bueno, feminazi… a mí no me gusta esa palabra.
P.- Me refería a reivindicarla tras hacerla nuestra, como ha hecho el colectivo LGTB con “maricón”.
R.- Sí, lo entiendo, pero la palabra no me gusta de ninguna manera: creo que es un término despreciativo para la mujer que reivindica sus derechos. No me mola la palabra en sí. A mí no me han llamado “feminazi”, pero me siento feminista, soy una defensora de la igualdad. Y si quieren clasificarte con desprecio, allá ellos… cuando te llaman feminazi es que tienen miedo o inseguridad.
P.- Decías en una entrevista que una mujer con 50 años es más interesante que con 20… “por la cuenta que te trae”.
R.- Yo creo que la madurez en la mujer es muy sexy, es interesante, es profunda, es inteligente, hay muchas cosas que se van pasando y se va evolucionado, en relación al cuerpo, al sexo, a las relaciones… hay un punto más tranquilo y profundo y eso está bien que se vea en el cine, creo.
P.- En Twitter ahora se reivindica mucho a Belén, de Aquí no hay quien viva, también conocida como una de “las golfas”: es curioso que en ese momento también se dijese eso, aunque cariñosamente, a un perfil de personaje de mujer libre, que tenía sexo con distintas personas, que vivía con su amiga, que era precaria, que luchaba por salir adelante…
R.- Sí, claro, es que la paleta de colores que podemos representar las mujeres es muy amplia y muy apetecible. Las hay de todos los colores y de todos los sabores, y en distintas etapas de la vida. A mí me interesan todas como espectadora. Y me gusta ver a las mujeres en acción.
P.- Tu protagonista en ‘Que nadie duerma’ se vuelve vengativa. ¿Tú lo eres? ¿Cómo se defiende una de los hijos de puta?
R.- Yo la verdad que no soy una mujer que se confronte directamente, al contrario, huyo un poco del conflicto, porque no lo gestiono bien. Pero tengo la habilidad de que si alguien me ha tratado mal o lo que sea, hacérselo saber, aunque sea con toda dificultad y con todo el pudor, pero quiero hacerle saber que me ha herido, que me ha hecho daño. Hay algo que inconscientemente se me cierra, se me bloquea, y me aparto de esa persona.
P.- Lucía es una tía de clase obrera, una currante que intenta hacer justicia. ¿Cómo es tu propia autopercepción política? Vienes de una familia que tuvo que irse al exilio por la ultraderecha.
R.- Bueno, obviamente vengo de donde vengas y eso se te mete en la sangre, en el ADN. Aunque también es verdad que no porque venga de ahí significa que tenga que ser de izquierdas porque sí, podría tener ideas distintas a mis padres, amigos o familiares… pero no las tengo, comulgo absolutamente con ellos, con el discurso que tienen, con su postura. Para mí son referentes. Es mi propia historia, no puedo ni quiero escapar de ella, soy de izquierdas.
Mis padres vienen de una clase obrera muy baja, se lo curraron mucho, se esforzaron, lucharon por su amor y por unos ideales, por un mundo mejor. Y de repente, en los 70 pasó lo que pasó en Argentina y tuvieron que huir huyendo de esa dictadura militar. Esa es mi historia y no puedo moverla. Y no dejo de sentirme mal por este momento político que estamos atravesando. Estoy muy preocupada por el viraje hacia la ultraderecha que vemos en Europa, y en Argentina, con Milei…
"Tengo conciencia obrera y de izquierdas: me preocupa el viraje hacia la ultraderecha que estamos viviendo"
P.- ¿Qué te parece que Ayuso premie a Milei con una medalla?
R.- Me parece que no sabe muy bien lo que hace: no es consciente. No entiendo muy bien esa jugada, no entiendo el comportamiento del presidente de Argentina, no entiendo cómo hay argentinos que decidieron elegirlo… si él niega la dictadura, y los desaparecidos… esa dictadura de la que huyó mi familia. Pero bueno, estamos en democracia y ahora hay que asumir que ese señor fue elegido democráticamente. Vale. Pero también confío en que la cosa caerá por su propio peso. Me entristece que se trate de vender un país que tiene tanto sufrimiento, con tanta gente que lo está pasando mal…
P.- ¿Qué has aprendido tú de tu madre, psicoanalista, y de tu padre, icónico en el mundo de la interpretación? Esta película, además, tiene muchos guiños al psicoanálisis, que me consta que a Millás le fascinan.
R.- ¡Sí! Siempre trabaja con el comportamiento en la cabeza, en la fantasía, a veces indistinguible de la realidad. ¿Qué significa el pájaro negro? ¿Qué se imagina el personaje? ¿Qué le está pasando realmente? ¿Qué le mostramos al espectador y qué le sugerimos? Me interesa mucho. Lejos de dar respuestas, se lanzan un montón de preguntas. De mis padres, respondiendo a tu pregunta, lo he aprendido todo… de mi padre, tal vez su forma de estar en la profesión. De tomar las cosas en su justa medida, de no ser injusto con uno mismo ni con los demás, y saber que esta profesión… es cambiante, un día todo el mundo te desea y te quiere hacer entrevistas y mañana no se acuerdan de quién eres. Esa es la fugacidad del oficio y de la vida.
P.- Hay que ser mentalmente fuerte para todo, ¿no? Para que no se te suba a la cabeza, para no volverse un poco estirada ni tontita…
R.- Total, total, pero bueno, yo creo que, afortunadamente, todas las experiencias que estoy teniendo en el último año… han venido de forma paulatina. En mi vida, en general. Nada ha sido de sopetón, ni pillando una época frágil, o de madurez, o de demasiado joven… Se me ha ido dando cuando he podido asumirlo y disfrutarlo y compartirlo y he tenido los pies en la tierra y no me he creído demasiado todo lo bueno ni todo lo malo.
P.- ¿Qué hay de tu madre?
R.- De mi madre me encanta su inteligencia, su mirada, su estar atenta a los demás, su saber cuidar. No sólo a sus hijos, sino a sus amigos, a la gente que quiere, y es algo que yo intento imitar mucho.
P.- Dice Lucía que el amor es la gasolina. ¿Cómo eres tú cuando estás enamorada?
R.- A mí se me sube todo muy rápido pero luego se me baja. Se me dispara la fantasía si me enamoro de un chico que pasa por la calle… lo que pasa es que nunca me lo creo del todo de verdad. Luego soy bastante cobardona, tengo que estar muy segura de algo para dar un paso, porque me da mucha vergüenza, no sería capaz. No soy una tipa lanzada, salvo que haya salido y me haya tomado unos vinos.