Sarah Almagro Vallejo (22 años) habla como si el dolor fuera parte de la agenda semanal. Lo tiene integrado porque se ha empeñado en que no sea paralizante, descalificante, diría una deportista como ella. Por eso, ni siquiera el no tener pies ni manos ha hecho que se quede en cama. Ni en una silla de ruedas. Como mucho, tumbada en una tabla que le ha impulsado a ser subcampeona del mundo en surf adaptado.
Y es que su historia puede resultar un analgésico para la mayoría de las dolencias que nos parecen, en nuestro día a día, las más duras del mundo. Hablando con ella es fácil entender que las heroínas no visten capa ni tacones, aunque sí tengan una parte del cuerpo llena de hierros.
Su "nueva situación", como ella la llama, no viene de tan lejos. A ella el destino le trajo una mala ola, de las peores, la madrugada del 23 de julio de 2018. Esta malagueña había cumplido 18 años y estaba a punto de ir a la Universidad, tras haber sacado un 9,3 de media en bachiller. Una empollona, en su mejor sentido. Era ese verano en el que dejas el instituto y ya, definitivamente, empiezas otra etapa vital, a mitad camino entre el adulto que vas a ser y el niño que ya has dejado atrás.
Pero en su caso el cambio de vida fue radical: esa noche fue al ambulatorio de Mijas (Málaga) con vómitos, fiebre y dolor de barriga. Le dijeron que no era nada... un virus como mucho. Pero ese sexto sentido que les entra a los padres cuando tienen un hijo enfermo les advertía de que algo iba mal y la llevaron al hospital. Ahí siguió la cadena de errores hasta que supieron qué le ocurría: "Ni siquiera en el hospital supieron diagnosticar que lo que tenía era meningitis al principio", aclara esta joven a EL ESPAÑOL | Porfolio esta semana.
Era un tipo de meningococos raro, el Y, y su cuerpo entró en una guerra con el invasor que casi le cuesta la vida y que le provocó que le tuvieran que amputar las dos manos, los dos pies y hasta un riñón. El que ahora vive dentro de ella es el de su padre, Israel, su donante y uno de los pilares de su equipo que lo completan su madre y su hermano en una alineación perfecta. "Si me preguntas, de ahí nace mi fuerza", aclara.
"Con el paso de las horas en el hospital se dieron cuenta de que tenía una infección en sangre muy grande. Al principio, a nosotros, como familia, no nos dijeron que todo acabaría en la amputación de mis manos y mis pies. Yo ingresé el 24 de julio y hasta el 13 de agosto no fue cuando se lo dijeron a mis padres. Me trasladaron al Hospital Carlos Haya de Málaga y allí el médico, nada más entrar, con un simple vistazo, sin ningún tipo de prueba, ya me soltó que iba a quirófano. Yo no entendía nada porque veía mis manos y mis pies negros, pero pensaba que era la típica postilla que te sale después de una herida", narra con la indignación calmada de quien sabe que es mejor sobreponerse que pasarse la vida lamentando.
Sin embargo, el sexto sentido de sus padres siguió activo durante esos durísimos días. Se negaron a amputar directamente a su hija. Querían que le hicieran pruebas, más pruebas, que comprobaran todo antes de dejar a su pequeña sin extremidades. No podían aceptar sin luchar, no es propio de los Almagro Vallejo. Las olas hay que enfrentarlas siempre con fuerza y eso querían mostrarle a Sarah.
"Esa noche no me dijeron nada, pero a mis padres sí: que me tendrían que amputar a la altura de los hombros y a la altura de las ingles. Obviamente mis padres se negaron. Querían que me hicieran más pruebas... y menos mal porque a día de hoy conservo los codos y las rodillas y eso ha hecho que la protetización sea más fácil. Ellos pelearon, pero ¿cuánta gente acepta sin más lo que le dicen?", se pregunta.
Sarah insiste en que en una amputación, cada centímetro cuenta, cada cacho, cada corte es clave para poder tener una vida "casi independiente" o no. Silvia e Ismael, su madre y su padre, no sabían nada de amputaciones, prótesis o biomecánica. Pero sí sabían que su hija se merecía una oportunidad de vida. De otra vida si se quiere.
"Muchas veces son los residentes los que acaban haciendo las amputaciones porque el médico lo considera un fracaso, pero es muy importante hacer una buena amputación. Si haces un buen muñón, puedes hacer que esa persona vuelva a tener una vida totalmente normal, que pueda hacer deporte y que pueda cotizar, que pueda hacer un montón de cosas. Primero es un gasto económico hacer reamputaciones y segundo repercute en el paciente psicológicamente. Al final, el desgaste que supone entrar en numerosas ocasiones al quirófano para una reamputación porque no se haya hecho bien desde el principio, es muy fuerte. Si ya es duro una vez, imagínate tres, como ha sido mi caso".
Veinticinco operaciones entre injertos, amputaciones y la extracción del riñón dan idea del calvario que ha sido para Sarah llegar hasta aquí y echando un poco la vista atrás, a modo retrovisor, reclama que se tengan en cuenta esos detalles que pueden cambiar la vida a los amputados. "Tienen que pensar que les pueden dar una segunda vida y no sentenciarles a estar sentado en el sofá o en una silla de ruedas".
De la primera amputación, ella se enteró a finales de agosto, cuando ya estaba preparándose la operación. Sus padres tuvieron que arrancarse de un corazón en sangre viva las palabras más duras que se le puede decir a una hija.
"Fue muy duro. Pasas de tener un futuro a decir no sé si voy a ser alguien en la vida, si la gente me va a aceptar"
Cada sílaba de dolor que salía de su garganta se convertía en un mazado para Sarah esa tarde de verano: "Fue un golpe muy, muy muy duro, porque nadie está preparado para esto, ni una persona de 18 ni una de 50 ni de 70. De repente pasas de tener un futuro súper consolidado a decir ¡ostras, es que no sé si voy a salir de esta! ¡No sé si voy a ser alguien en la vida, si la gente me va a aceptar... Muy duro".
Pero esta malagueña de 22 años ha sabido remontar el oleaje como pocas personas en el mundo. En sólo cuatro años se ha convertido en una maestra de vida, de esas que dan lecciones sin hablar, solo con la sonrisa y el esfuerzo de que "hay que vivir para el presente, no para el futuro". Por si a alguno de nosotros se nos había olvidado.
Desde su perfil de Instagram, con más de 30.000 seguidores, o en TikTok (380.000) es capaz de mostrar en vídeos de un minuto cómo ha luchado para coger una tabla de surf y ser subcampeona pero también para manejar el cepillo de dientes tres veces al día o ser capaz de ponerse el sujetador sin ayuda de nadie.
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¿Y el móvil? "Recuerdo perfectamente la primera vez. Hacía unos días que me acababan de quitar las vendas y mi madre me encendió el móvil y me dijo: "¿Te gustaría hablar con tus amigos?". ¡Hombre pues claro que tenía ganas! Me puso la clave y me lo dejó en la barriga. Literalmente me dijo: "Pues ya sabes lo que toca, guapita". Mi cara en ese momento debió ser un cuadro. Era como escribir no con un dedo gordo sino con uno tremendamente gordísimo y encima sin sentir si tocaba la pantalla o no [tengo injertos y a causa de eso no tengo apenas sensibilidad]. Al principio como todo, costaba tela y en escribir "Hola" tarde UN MINUTO O MÁS! ¿Cómo pensaba esta mujer que yo pudiera hablar con mis amigos?", explica así en las redes sociales esos primeros momentos.
Ahora escribe con su muñón pero también con las prótesis de sus manos porque la parte de los dedos es táctil. Y también puede apretar una botella o sostener un bote. "Puedo ir a la universidad sin tener que depender de nadie, puedo tomar mis apuntes e ir de una clase a otra sin ningún tipo de ayuda", continúa.
Pero llegar a ese punto tampoco fue fácil. Sarah lleva 200.000 euros en prótesis que pudieron pagar gracias a la ayuda de la gente de Málaga, de Andalucía y de toda España a través de la asociación Somos tu ola.
"La prótesis que daba la Seguridad Social para las manos era como un gancho de feria, básicamente, revestido con una cosmética y los pies eran de madera. Al final parece que el paciente es el que se tenía que amoldar a las prótesis y no las prótesis al paciente. Mis padres se pusieron a investigar y vieron que había mejores, pero que costaban muchísimo".
"La prótesis que daba la Seguridad Social para las manos era como un gancho de feria básicamente"
Sarah fue la primera persona en Europa en llevar dos manos biónicas, es decir, capaces de articular la muñeca, coger, apretar y hasta expresar emociones. Pero los miles de trocitos de hierro que las conforman cuestan 85.000 euros, "cada mano", y tienen un tiempo de vida de entre 6 a 8 años. Y, en su caso, había que sumarle casi 10.000 euros por cada pie, para poder hacer una vida normal en un 95%, y todo gracias a una eminencia en este campo: Jens Müller, el ortopédico alemán especializado en prótesis de última generación, que vino a España en 1992 y que ha tratado Irene Villa, entre otros deportistas paralímpicos.
"Ahora puedo hacer prácticamente todo. Lo único que las prótesis no son acuáticas y, claro, no se pueden mojar. Hay cosas que me cuestan en la cocina, por la disposición que tiene la sartén, por ejemplo. Pero soy una persona que siempre me ha costado muchísimo pedir ayuda y estoy aprendiendo a hacerlo. Al final me está viniendo bien", asegura con una dosis de optimismo de ese del que el resto del mundo pilla alguna gotita de vez en cuando y siempre que el viento sople muy a favor.
El surf
Además de 4º de Derecho que empieza este año, la otra vida de Sarah es el mar y las olas. El surf adaptado ha conseguido hacerla volar de nuevo, aunque sea sobre una tabla y con la espuma blanca alrededor.
Pero volver a practicar surf también le ha costado lo suyo. "He hecho surf desde que tengo cinco años. Empecé con el body surf y con 13, me pasé al surf. Y cuando me pasó todo esto, el deporte que menos me esperaba que iba a hacer era el surf, porque al final lo haces de pie y necesitas las manos para impulsarte. Pero aquí estoy... campeona de España y subcampeona del mundo".
A sus padres le dijeron que no podría nadar. También que no podría andar. Y camina y se tira al agua de la piscina con esa sensación sólo en su mente de que se mueven sus dedos de las manos y de los pies. Y es que los "nunca" en casa de los Almagro Vallejo tienen un significado diferente al resto de España. Ahí quieren decir: has de intentarlo más fuerte. Y Sarah lo lleva grabado a fuego en esa cabecita tan bien amueblada.
"Un día apareció el que fue mi entrenador, que surfeaba en la misma playa que yo, y me habló del surf adaptado. Y me dijo: 'Yo voy a hacer que tú vuelvas'. Y bueno, pues al final se nos fue un poquillo de la mano, nunca mejor dicho [vuelve a bromear] y empezamos a competir".
Un aliciente emocional para quien siempre ha sido una deportista aunque no tan de alto nivel como a ella le hubiera gustado. Practicaba fútbol, natación, judo, esquí nórdico... y senderismo, los fines de semana, en familia para hacer algo que a la postre ha resultado clave en su vida: equipo.
Ahora, el surf adaptado la ha llevado a la alta competición y sueña ya con estar en los Juegos Olímpicos de 2028, si se acaba admitiendo esta modalidad como deporte paralímpico invitado. "En los Juegos de 2024 ya estará el surf, así que en 2028, seguro que entra el adaptado", explica como quien se ve ya luchando por una medalla de las grandes.
Por ahora va ola a ola, competición a competición, pero sigue necesitando impulso y no precisamente para subirse a la tabla, donde se tumba esperando el mejor momento para echar a volar. "Estoy buscando patrocinadores. Hay uno que ha pagado una cantidad, pero el surf adaptado está emergiendo como deporte, está teniendo bastante repercusión, y se está haciendo un circuito nacional. Ese patrocinio me permite ir a dos campeonatos, tres como máximo, y hay un montón de citas a las que no voy a poder ir".
Un patrocinador
Competir en esta modalidad no es tan sencillo como pensar en una mujer y su tabla. Sarah necesita a dos personas cada vez que entra en el mar porque las prótesis no pueden mojarse y alguien tiene que llevarla hasta las olas. También requiere de un compañero, o un caddie, como se llama en el argot surfista, -aunque muchos prefieren el nombre de técnico de surf adaptado-, para que la ayude a impulsarse sin manos.
"Necesito dos personas en competición más una persona que viaje conmigo, porque yo, bueno, hay ciertas cosas que no puedo hacer. No soy independiente al 100% porque cuando me quito las prótesis para entrar al agua, si necesito cualquier cosa tengo que pedir ayuda", asegura.
El humor en su casa convive en la misma habitación que la superación, esa que le arranca de dentro para devolverla a la vida. Sarah prefiere que le pregunten directamente antes de que le aparten la mirada. No le importa contar su historia, responder a curiosidades y mostrarse tal y como es. ¿Por qué habría de importarle si Hércules y sus trabajos parecen una anécdota comparada a estos cuatro años?
Por eso es fácil oírle hablar con calma de cuádruple amputación, de echarse 3 en 1 al mismo tiempo que la crema solar o de cómo te tiene que gustar tu cuerpo sea como sea, en las conversaciones que mantiene con sus miles de seguidores en las redes sociales.
"Tenemos que devolverle a la sociedad lo que ha hecho por mí. Hubo gente en paro que daba su pequeño granito de arena, que para mí eran montañas, o incluso los niños pequeños de cinco años abriendo su hucha para poder aportar para mis prótesis. Fue increíble", recuerda.
Es un plural justificado porque detrás de una enorme mujer, en este caso, hay un gran equipo de tres más: "A mis padres les debo todo. Ya ha pasado la parte de la caída en picado y ellos se han llevado lo peor. Gracias a ellos y a mi hermano, hoy estoy como estoy".
Llega el verano y Sarah no ha podido aprobar todas las asignaturas en junio. Ha sacado cinco de seis asignaturas en 3º de Derecho (y se lamenta aunque en el fondo sabe que tiene que ser con la boca muy pequeña). La fiebre y los vómitos le impidieron presentarse a Mercantil la semana pasada. Pero en septiembre, está hecho. Ese tocho no es nada para ella. Aunque no tiene decidido aún a qué rama de la abogacía se quiere dedicar, sí es consciente de que lo suyo es combinar leyes y mar hasta que pueda colgarse sus medallas, conseguir sus metas. Mientras tanto, seguir caminando y agarrándose a la vida como sea. Palabra de pez.
Las luchas de Sarah
Vacuna. Los padres de Sarah tuvieron claro que una vacuna podría haber protegido más a su hija de la meningitis que contrajo. Por eso, han conseguido que la Junta de Andalucía incluya la tetravalente en el calendario vacunal de los niños andaluces.
Renovar el catálogo de prótesis. Cuando les hablaron de prótesis y los Almagro Vallejo vieron lo que había, se les cayó el alma a los pies. Ganchos, soportes de madera... La Seguridad Social no estaba ofreciendo soluciones modernas. Ahora han conseguido que el Ministerio de Sanidad renueve la oferta de prótesis para conseguir que los amputados puedan realizar una vida más independiente.
Prótesis individualizadas para cuádruples amputaciones. Sarah sabe que no se puede "quedar cruzada de brazos" y que su ejemplo tiene que servir para cambiar la sociedad, para hacerla mejor. Por eso, en la lucha de su familia por actualizar el catálogo protésico, también han logrado que Andalucía, desde enero de este año, en casos clínicos como el suyo, es decir, cuádruple amputación, se individualicen las prótesis. "Mi padre ha conseguido que esa gente tenga una prótesis como la mía", asegura orgullosa.
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